Sumario: Estudio de la vida. Destrucción orgánica. Creación orgá­nica. Propiedades generales de los seres vivos. Condiciones generales de mantenimiento




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Gabriel Delanne
La Evolución Anímica


Traducción de Teresa
CAPÍTULO I

LA VIDA
SUMARIO: Estudio de la vida. - Destrucción orgánica. - Creación orgá­nica. - Propiedades generales de los seres vivos. - Condiciones generales de mantenimiento de la vida. - La humedad. - El aire. - El calor. - Condiciones químicas del medio. - La fuerza vital. - Por qué se mue­re. - La utilidad fisiológica del periespíritu. - La idea directriz. - El funcionamiento del organismo. - El papel psicológico del peries­píritu. - La identidad. - El sistema nervioso y la fuerza nerviosa o psíquica. - Resumen.

CAPÍTULO II

EL ALMA ANIMAL
SUMARIO: Los salvajes. - Identidad corporal. - Estudio de las facultades intelectuales y morales de los animales. - La curiosidad. - El amor propio. - La imitación inteligente. - La abstracción. - El lenguaje. - La idiocia. - Amor conyugal. - Amor materno. - Amor al prójimo. - El sentimiento estético. - La gradación de los seres. - La lucha por la vida. – Resumen.

CAPÍTULO III

CÓMO EL PERIESPIRITU PUEDE ADQUIRIR PROPIEDADES FUNCIONALES
SUMARIO: La evolución anímica. - Teoría celular. – En los organismos, incluso en los rudimentarios, es necesaria la presencia del elemento periespiri­tual - Diferenciación de las células originariamente idénticas desde su formación. - Movimientos que se fijan en la envoltura. - Nacimiento y desarrollo de los instintos. – El acto reflejo, su papel, inconsciencia y consciencia. - Progresión paralela del siste­ma nervioso y de la inteligencia. - Resumen.

CAPÍTULO IV

LA MEMORIA Y LAS PERSONALIDADES MÚLTIPLES
SUMARIO: Antigua y nueva psicología. - Sensación y percepción. - El Inconsciente psíquico. - Condiciones de la percepción. - Estudio de la memoria.- La memoria orgánica o inconsciente fisiológico. – La memoria psíquica. - La memoria propiamente dicha. - Los aspec­tos múltiples de la personalidad. - La personalidad. - Las altera­ciones de la memoria por la enfermedad. – Doble personalidad. - Historia de Félida. - Historia de la señorita R. L. - El sonambulismo provocado. - Los diferentes grados del sonambulismo. – El olvido de las existencias anteriores. - Resumen.

CAPÍTULO V

EL PAPEL DEL ALMA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA ENCARNACIÓN, DE LA HEREDITARIEDAD Y DE LA LOCURA
SUMARIO: La fuerza vital. - El nacimiento. - Lo hereditario. - Pangénesis. - La herencia fisiológica. - La herencia psicológica. - La obsesión y la locura. - Resumen.

CAPÍTULO VI

EL UNIVERSO
SUMARIO: La materia y el espíritu. - La evolución cósmica. - La evolución terrestre.

CONCLUSIÓN

NOTAS





INTRODUCCIÓN

El Espiritismo se compone de un conjunto de doctrinas filosóficas, reveladas por los Espíritus, es decir, por inteligencias que han vivido en la Tierra. Su estudio puede dividirse en dos partes distintas, a saber:

1- Análisis de los hechos concernientes al establecimiento de comunicaciones entre los vivos y los impropiamente llamados muertos;

2- Examen de las teorías elaboradas por esos llamados muertos.

La característica de este nuestro fin de siglo es, no se puede negar, una evolución radical de ideas.

Partiendo del materialismo, hombres de alta envergadura científica han logrado convencerse de que el nihilismo intelectual es la más inconsistente de las utopías. Hipótesis contradictoria de cuántos conocimientos se han adquirido respecto del alma, de hecho nada explica sobre la naturaleza y solo produce un profundo desánimo y un abastardar de las inteligencias, ante la nada. Las viejas creencias a favor de la inmortalidad, apoyadas en la enseñanza religiosa, se diría que están casi desaparecidas; y, de ahí, la evidencia de consecuencias lamentables a que asistimos, como consecuencia de la falta de un ideal colectivo.

Es más que llegado el tiempo de reaccionar, vigorosamente, contra los sofismas de los seudo-sabios que, orgullosamente, han decretado lo incognoscible de la muerte. Es preciso romper todas las resistencias arbitrarias, impuestas a la perquisición del más allá, tan cierto como lo es el poder afirmar hoy que la supervivencia y la inmortalidad del ser pensante son verdades demostradas con evidencia inconfundible.

El Espiritismo ha llegado justamente a su hora. Frente a las negaciones de un grosero escepticismo, el alma se ha afirmado viva después de la muerte, gracias a manifestaciones tangibles, que a nadie ya sería lícito contestar, so pena de incidir en la tacha, por cierto justa, de ser ignorante o lleno de prejuicios.

De balde han intentado, al comienzo, combatir por el sarcasmo a la nueva doctrina. Todos los ridículos han sido innocuos, ya que la verdad trae consigo el sello de la certeza, difícilmente irreconocible. Han cambiado entonces de táctica los negativistas, y han pretendido triunfar sobre la nueva ciencia, organizando en torno a ella la conjura del silencio.

A pesar de las numerosas investigaciones intentadas por físicos y químicos eméritos, la ciencia oficial ha cerrado, obstinada, oídos y ojos a los hechos, que daban brillante desmentido a sus aserciones, e hizo constar que el Espiritismo estaba muerto. Pero esta es una ilusión que importa deshacer, puesto que el Espiritismo, en lo presente, se afirma más que nunca floreciente. Iniciado con las mesas girantes, el fenómeno ha alcanzado proporciones verdaderamente extraordinarias, respondiendo a todas las críticas contra él arrojadas, mediante hechos perentorios y demostrativos de la falsedad de cuantas hipótesis se imaginaban para explicarlo.

A la teoría de los movimientos espontáneos e inconscientes, preconizada por autoridades como Babinet, Chevreul, Faraday, opusieron los espíritus el movimiento de objetos inanimados que se desplazaban sin contacto visible para los observadores, tal como atestigua el informe de la Sociedad Dialéctica de Londres.

A la negación de una fuerza que emana del médium, responde William Crookes con la construcción de un aparato destinado a medir matemáticamente la acción de la fuerza psíquica a distancia. (1)

Para destruir el argumento predilecto de los incrédulos – la alucinación – las entidades del espacio han consentido en fotografiarse, demostrando de este modo, y de manera irrefutable, su objetividad.

Posible, también, fue obtener moldes de los miembros de un cuerpo fluídico temporalmente formado, y seguidamente desaparecido; y esas impresiones materiales subsisten, como documentación auténtica de la realidad de las apariciones.

Mientras tanto, daban los Espíritus la medida de su poder sobre la materia produciendo la escritura a rebeldía de todos los medios conocidos y transportando, sin dificultad, objetos materiales a través de paredes, en ambientes cerrados. Daban prueba, en fin, de su inteligencia y personalidad, tendentes a demostrar que han tenido existencia real en la Tierra.

De hecho, mucho se ha dicho y escrito contra el Espiritismo; pero todos cuantos han intentado destruirlo solo han logrado revigorizarlo y engrandecerlo en el bautismo de la crítica.

Todos los anatemas, todas las negaciones tendenciosas hubieron de retraerse y desaparecer, ante la avalancha de documentos acumulados por la tenacidad de los investigadores. El hecho espírita ha conquistado adeptos en todas las clases sociales.

Legisladores, magistrados, profesores, médicos, ingenieros, no han temido proclamar la nueva fe, que resulta tanto de un examen atento, cuanto de una larga experimentación.

Faltando tan solo a esas manifestaciones el beneplácito de las ciencias, he aquí que lo obtuvieron por la voz de sus más renombrados exponentes. En Francia, Alemania, Inglaterra, Rusia, Italia, América del Norte, sabios ilustres han dado a esas pesquisas un carácter tan rigurosamente positivo que ya no se puede hoy rehusar la autoridad de sus afirmaciones, mil veces repetidas. Larga y porfiada ha sido la lucha, a la vez que los espiritistas han tenido que combatir a los materialistas, cuyas teorías se aniquilan en vista de tales experiencias, y, de contrapeso, las religiones, que sienten peligrar sus dogmas seculares, al embate irresistible de los desencarnados.

En obra precedente (2) hemos expuesto metódicamente el magnífico auge alcanzado por la experimentación. Hemos discutido, punto por punto, todas las objeciones de los incrédulos, hemos establecido la inanidad de las teorías imaginadas para explicar los fenómenos mediante las leyes físicas actualmente conocidas, por la sugestión o alucinación; y, de nuestro imparcial examen, el resultado ha sido la inquebrantable certidumbre de que esos fenómenos proceden de los seres humanos que aquí han vivido.

En el momento actual, ninguna escuela filosófica puede proporcionar explicación adecuada a los hechos, no siendo el Espiritismo.

Los teósofos, los ocultistas, los magos y otros evocadores de antaño, en vano han intentado explicar los fenómenos, atribuyéndolos a entidades imaginarias, tales como Elementales, cáscaras astrales o inconsciente inferior: todo esto fueron hipótesis, irresistibles a un examen serio, a la vez que no abarcan todos los experimentos y solo complican la cuestión, sin necesidad. También, por eso, ninguno de esos sistemas ha podido propagarse, y se han eclipsado todos, tan rápidamente como brotaron.

La supervivencia del ser pensante se ha impuesto, desprendida de todas las escorias, magnífica en su esplendor; el gran problema del destino humano está resuelto; se ha rasgado el velo de la muerte, y, a través del tragaluz abierto hacia lo infinito, vemos irradiar en la inmortalidad a los seres queridos, a todos los afectos que creíamos extintos para todo el siempre.

No vamos, pues, a reexaminar aquí todas las pruebas que poseemos de la supervivencia, en el presupuesto está su demostración.

Nuestro objetivo, en esta obra, es estudiar el Espíritu encarnado, teniendo en vista las tan lógicas enseñanzas del Espiritismo y los últimos descubrimientos de la ciencia.

Los conocimientos nuevos, debidos a las inteligencias extraterrenas, nos ayudan a comprender toda una categoría de fenómenos fisiológicos y psíquicos, que, de otro modo, se hacen inexplicables.

Los materialistas, con negar la existencia del alma, se privan voluntariamente de nociones indispensables para la comprensión de los fenómenos vitales del ser animado; y los filósofos espiritualistas, a su vez, empleando el sentido interior como instrumento único de investigación, no han conocido al verdadera naturaleza del alma; de suerte que, hasta ahora, no les ha sido posible conciliar en una explicación común los fenómenos físicos y los mentales.

El Espiritismo, facultando el conocimiento de la composición del Espíritu, haciendo por decirlo así, tangible la parte fluídica de nosotros mismos, ha proyectado viva luz sobre esos recovecos aparentemente inabordables, a la vez que permite abarcar en una vasta síntesis todos los hechos de la vida corporal e intelectual, y nos señalan las relaciones entre una y otra, hasta aquí desconocidas.

A fin de hacer más comprensible nuestro pensamiento, conviene recordar en pocas palabras las nociones nuevas que hemos venido adquiriendo acerca del alma, las cuales servirán para fijar en relieve la originalidad y grandeza de la nueva doctrina.

La enseñanza de los Espíritus fue, como sabemos, coordinada con significativa superioridad de miras y lógica irrefragable, por Allan Kardec (3). Filósofo profundo, expuso metódicamente una serie de problemas relativos a la existencia de Dios, del alma, de la constitución del Universo. Dio solución clara y racional a la mayor parte de esas cuestiones difíciles, teniendo el cuidado de revestirse de razonamientos metafísicos. De ahí que lo tomemos por guía en este sucinto resumen.

El alma, o Espíritu, es el principio inteligente del Universo. Indestructible, al mismo título que la fuerza y la materia, no conocemos su esencia íntima, pero somos obligados a reconocer su existencia distinta, toda vez que sus facultades lo diferencian de cuanto existe. El principio inteligente, del cual emanan todas las almas, es inseparable del fluido universal (4), o dicho de otra forma, de la materia bajo su forma original, primordial, es decir, en su estado más puro.

Todos los Espíritus por tanto, cualquiera que sea el grado de su progreso, van revestidos de una cobertura invisible, intangible e imponderable. A ese cuerpo fluídico se le denomina periespíritu.

Con esto el Espiritismo aporta visiones nuevas y una nueva enseñanza. Contrariamente a la opinión común, demuestra que el alma no es una pura esencia, algo así como una abstracción ideológica, una entidad indefinida, como la consideran los espiritualistas; sino por el contrario, es un ser concreto, dueño de un organismo físico perfectamente delimitado.

Si, en estado normal, el alma es invisible, puede, con todo, aparecerse mediante condiciones determinadas, y con especificidad capaz de impresionar nuestros sentidos.

Los médiums la ven en el espacio, bajo la forma que detentaba en la Tierra. A veces llega a materializarse de manera a dejar recuerdo duradero de su intervención; y, en este caso podemos decir en resumen, que, si bien se esquiva a nuestros sentidos, no deja de ser por ello tan real y operante cuanto el hombre terrestre.

En el transcurso de este estudio veremos que, pese a su materialidad, el periespíritu está tan eterizado que el alma no podría actuar sobre la materia sin el concurso de una fuerza, a que se ha convenido llamar fluido vital.

La finalidad del alma es el desarrollo de todas las facultades que le son inherentes. Para lograrlo, está obligada a encarnarse en la Tierra gran número de veces, a fin de acendrar sus facultades morales e intelectuales, mientras aprende a señorear y gobernar la materia. Mediante una evolución ininterrumpida, partiendo de las formas de vida más rudimentarias hasta la condición humana, es como el principio pensante conquista, lentamente, su individualidad. Llegado a ese nivel, le corresponde hacer eclosionar su espiritualidad, dominando los instintos remanentes de su paso por las formas inferiores, a fin de elevarse, en la serie de las transformaciones, hacia destinos siempre más altos.

Siendo así, las reencarnaciones constituyen una necesidad ineludible del progreso espiritual. Cada existencia corpórea no soporta más que una parcela de esfuerzos determinados, tras los cuales el alma se encuentra exhausta. La muerte representa entonces un reposo, una etapa en la larga ruta de la eternidad. Después, una nueva reencarnación, que vale tanto como un rejuvenecimiento para el Espíritu en marcha. Con cada renacimiento las aguas del Lete propician al alma una nueva virginidad: se desvanecen los errores, prejuicios, supersticiones del pasado. Pasiones antiguas, ignominias, remordimientos, desaparecen; el olvido crea un nuevo ser, que se lanza lleno de ardor y entusiasmo al trayecto del nuevo camino. Cada esfuerzo redunda en un progreso y cada progreso en un poder siempre mayor. Esas adquisiciones sucesivas van elevando el alma en los innumerables peldaños de la perfección.

Estas son revelaciones que nos hacen entrever las perspectivas del infinito. Nos muestran la eternidad de la existencia desenvolviéndose en los esplendores del cosmos; nos permiten una mejor comprensión de la justicia y bondad del inmortal Autor de todos los seres y de todas las cosas.

Creados iguales, todos tenemos las mismas dificultades que vencer, las mismas luchas que trabar, el mismo ideal que alcanzar: la felicidad perfecta. Ningún poder arbitrario hay que a unos predestine a la beatitud y a otros a tormentos sin fin. Todos por igual, solo lo estamos por la propia conciencia, pues ella es la que, cuando regresamos al espacio, nos señala las faltas cometidas y los medios de repararlas.

Así, somos el árbitro soberano de nuestros destinos; cada encarnación condiciona a la que le sucede y, pese a la lentitud de la marcha ascendente, henos aquí gravitando incesantemente hacia alturas radiosas, donde sentimos palpitar corazones fraternos, y entramos en comunión siempre más y más íntima con la gran alma universal – la Potencia Suprema.

Para dar a esas enseñanzas toda la autoridad que revisten, es preciso demostrar que los Espíritus que nos las han dictado no están equivocados. Es preciso verificar sus afirmaciones, pasarlas por el cribo de la razón, y, siempre que posible, ver si concuerdan con los modernos datos científicos.

Con el propósito de someternos a ese programa y proceder con método, empezaremos por estudiar el papel del alma durante la encarnación.

Mostraremos la importancia funcional del nuevo órgano denominado periespíritu, y grato nos será constatar que la fisiología y la psicología se benefician de claridades nuevas, cuando, en el mecanismo de sus fenómenos, insertamos el Espíritu revestido de su envoltorio.

Preliminarmente, ensayaremos determinar la naturaleza y las funciones del periespíritu. Bien conocidas una y otras, estudiaremos entonces algunos problemas hasta hoy no resueltos.

Interrogada la Ciencia, en lo que concierne a la evolución vital de los seres vivos, solo nos da, cuando mucho, vagas respuestas, o mejor, escapatorias. ¿Por qué se muere? ¿Por qué las mismas fuerzas que conducen a un organismo al completo desarrollo se vuelven impotentes para mantenerlo en ese estado?

Por otra parte: - ¿de dónde proviene la estabilidad fija individual y típica de los seres vivos, no obstante el flujo permanente de materia que renueva el organismo a cada instante?

Tales las primeras cuestiones que nos proponemos resolver, intercalando el periespíritu en nuestras pesquisas.

A continuación intentaremos evidenciar que los fenómenos de la vida vegetativa y orgánica necesitan, a su turno, de la presencia de una fuerza agente e incesante, a fin de coordinar los actos reflejos del sistema nervioso a que son debidos.

Resaltaremos, con toda la claridad posible, la característica psíquica de esos actos, por demostrar que todos ellos tienen una finalidad inteligente, en el sentido de concurrir a la conservación del individuo.

De ahí, nos encaminaremos al estudio de las facultades propiamente dichas.

No hay quien ignore las inextricables dificultades en que se debaten los filósofos, cuando y siempre que se trata de explicar la acción de lo físico sobre lo moral, o del alma sobre el cuerpo. Pues bien, el conocimiento del periespíritu elide radicalmente el problema. Y lo hace porque arroja sobre los procesos de la vida mental intensa claridad, permitiendo comprender nítidamente la formación y conservación del inconsciente, fisiológico o psíquico.

Al mostrar los matices progresivos que religan y hacen un nuevo dibujo del instinto y la inteligencia, exponen al vivo el mecanismo de los actos cerebrales y las conexiones recíprocas existentes; explica por qué el alma conserva unidad e identidad a través de encarnaciones sucesivas; y da, sobre las condiciones en que se verifican y completan esos renacimientos, las indicaciones más precisas.

Finalmente, el periespíritu se revela como el instrumento indispensable para comprender la acción de los desencarnados en las manifestaciones espíritas.

Por ahí se ve que esta obra nuestra tiene un doble objetivo.

En primer lugar, pretende demostrar que la doctrina está en concordancia con las modernas teorías científicas; y, en segundo, procura dar a conocer el papel físico de un órgano esencial para la vida del cuerpo y del alma, cuya existencia mal podría sospechar el público, por ser hasta ahora ignorada; y, finalmente, objetiva evidenciar la importancia considerable de ese descubrimiento.

La propia naturaleza de nuestras investigaciones nos obliga a respigar copiosamente en trabajos recentísimos de científicos contemporáneos, y, haciéndolo, nos complace reconocer que los esfuerzos de esos experimentadores, con su metodología rigurosa, han hecho adelantar mucho nuestros conocimientos. La determinación, cada vez más exacta, del funcionamiento vital de los seres animados, proporciona preciosos apuntes para nuestro estudio, y, si, en verdad despreciamos las conclusiones materialistas de esos mismos sabios, es que tenemos también, por nuestra parte, hechos irrefutables que demuestran con certeza lo equivocado de sus deducciones.

El Espiritismo nos da a conocer el alma; la Ciencia nos descubre las leyes de la materia viva. Se trata, por tanto, para nosotros, de conjugar las dos enseñanzas, mostrar que mutuamente se auxilian, se completan, se hacen incluso inseparables e indispensables para la comprensión de los fenómenos de la vida física e intelectual; por ello, de tal concordancia resulta para el ser humano la más espléndida de cuantas certidumbres le sea facultado adquirir en la Tierra.

No dejamos de reconocer nuestra propia incapacidad ante semejante objetivo, pero por imperfecto que nos salga el esbozo presentado, esperamos alcanzar que un verdadero científico lo retome y le dé, por sí, todo el valor que comporta.

Lo esencial a establecer es que no hay cualquier incompatibilidad entre los nuevos descubrimientos y la realidad de los Espíritus, o, dicho de otro modo, que nada hay de sobrenatural; que la existencia de criaturas revestidas de un envoltorio material puede concebirse naturalmente, y que la influencia de tales criaturas sobre el organismo es consecuencia lógica de su misma constitución.

No ignoramos que las teorías aquí defendidas deberían apoyarse en demostraciones experimentales para convertirse en absolutamente irrefutables. No obstante, tenemos la seguridad de que esos experimentos vendrán a su tiempo. Que nos baste, por ahora, presentar hipótesis lógicas que no colisionen con las enseñanzas científicas, explicando todos los fenómenos y mostrando la grandiosidad de la síntesis exequible, siempre y cuando se conjuguen los conocimientos humanos con las revelaciones espirituales. No es decir que baste el solo concurso de la física, de la química, de la mecánica y de la biología para explicar los hechos espíritas, pues esas manifestaciones, aparentemente tan sencillas, exigen para ser comprendidas el concurso de todos los conocimientos humanos. Así es como, estudiando el funcionamiento cerebral del médium en comunicación con los desencarnados, el Espiritismo afecta a los problemas más arduos de la fisiología y de la psicología.

La naturaleza particular de las fuerzas en juego en las materializaciones se convierte en objeto de profundas elucubraciones para el sabio, a la vez que el proceso de actuación sobre la materia, por parte de los invisibles, difiere radicalmente de todo cuanto hasta ahora conocemos.

El día en que la Ciencia se persuada de la veracidad de nuestra doctrina, se producirá una legítima revolución en los métodos hasta aquí utilizados. Pesquisas que tan solo tienen en cuenta la materia se elevarán hacia el alma. Y el mundo verá entreabrirse una Era Nueva; la Humanidad, regenerada por una fe racional, avanzará en la conquista de todos los progresos que hasta hoy mal ha podido vislumbrar.

Mucho tiempo habrá de transcurrir, cierto, antes de que esas esperanzas se realicen. ¿Qué importa? Nuestro deber es allanar el camino a los postreros. Intentemos, por tanto, aprovechar los modernos descubrimientos, adaptándolos a la Doctrina. Penetremos las profundidades del ser humano, en conexión con la fisiología y esclarecidos por el Espiritismo. Haremos palpable, por decirlo así, la influencia del alma, ora en estado consciente, ora en estado inconsciente, sobre todos los fenómenos vitales.

Escrutemos, minuciosos, las relaciones tan delicadas cuanto importantes, de lo físico con lo moral. Intentemos determinar las conexiones de la vida psíquica con los fenómenos orgánicos. Procuremos en el hombre el elemento que subsiste e identifica el ser, bien como la sede de las facultades del alma.

Por fin, resumiendo todas las observaciones, ensayemos el conciliar, en una visión de conjunto, todo lo que afecta a cuerpo y alma con las conclusiones a que hayamos llegado.

Esas son las condiciones que nos han guiado en la hechura de este libro. No tenemos la pretensión de haber aclarado completamente todas las cuestiones, pero consideramos haber concurrido al debate con documentos nuevos, y presentar, a través de un más comprensible prisma, hechos hasta ahora obscuros e inexplicados. Esperamos, sobre todo, que de este nuestro trabajo resalte la convicción de que el Espiritismo es positivamente una verdad, a la vez que nos faculta la clave de aquello que la ciencia humana es impotente para descubrir.
Gray, 10 de agosto de 1895
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