Razones epistemológicas, sociales y político administrativas para pensar la psicología en una facultad de ciencias sociales y humanas




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RAZONES EPISTEMOLÓGICAS, SOCIALES Y POLÍTICO - ADMINISTRATIVAS PARA PENSAR LA PSICOLOGÍA EN UNA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS



Carlos Bolívar Bonilla Baquero

Educador y Psicólogo Social

Dr. En Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Profesor titular Universidad Surcolombiana

Director Grupo de Investigación CRECER

Categoría B Colciencias


Neiva 3 de Mayo de 2010

RAZONES EPISTEMOLÓGICAS, SOCIALES Y POLÍTICO - ADMINISTRATIVAS PARA PENSAR LA PSICOLOGÍA EN UNA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS


INTRODUCCIÓN

La iniciativa de promover una reflexión académica formal acerca del posible traslado del Programa de Psicología a otra Facultad se ha reactivado, en abril de 2010, al conocerse la disposición favorable a esta intención de los respectivos Decanos: el de la Facultad de Salud y el de Ciencias Sociales y Humanas. Por tal motivo se actualiza esta ponencia, preparada hace un año, para un foro estudiantil.
La esencia de la vida académica universitaria reside en la posibilidad siempre abierta de dialogar de modo crítico en torno a cualquier tema o problema de las ciencias, las artes, la política, la tecnología o la cultura en general. En una universidad no pueden existir temas o problemas intocables, prohibidos o considerados fuera de toda duda o cuestionamiento. Menos cuando temas como el del carácter científico de la Psicología poseen una larga tradición polémica.
Por supuesto que para que los diálogos o debates sean considerados académicos, y por tanto provechosos, deben estar amparados en la fuerza de la coherencia argumentativa de quienes participan en ellos y en el respeto mutuo de las personas que deliberan. Sólo así se verán beneficiados los jóvenes estudiantes, las comunidades académicas, la institución y la sociedad.
Con esta introducción resulta claro que debatir acerca de la pertenencia del Programa de Psicología a una u otra Facultad es, ante todo, un elemental ejercicio de la democracia universitaria. Es una oportunidad de intercambiar puntos de vista y argumentos acerca de la Psicología como disciplina científica, como profesión, como programa curricular y como unidad administrativa. Es decir, se trata de una excelente ocasión para trascender el individualismo docente, concentrado en la “dictadura” de clases, para hacer uso público de la razón en una universidad pública.
Ante un tema tan complejo y multideterminado como el que hoy se vuelve a discutir, esta ponencia se presenta tan sólo como una perspectiva teórica razonable y plausible. Es la perspectiva del grupo CRECER, ofrecida como una contribución al debate. No se presenta como portadora de LA verdad que todo lo aclara, pues este tipo de verdad, en singular, no existe.

1. FUNDAMENTACIÓN EPISTEMOLÓGICA.
Que la Psicología pertenezca a una Facultad de Ciencias de la Salud o a una Facultad de Ciencias Sociales y Humanas es, en lo fundamental, un asunto de epistemología (Vargas, 2.006). El problema tiene que ver con la concepción de ciencia y de Psicología que se posea. Con el carácter científico que a esta última se atribuya, con la definición de su objeto de estudio y sus elecciones metodológicas investigativas. Puesto que una Facultad agrupa disciplinas y profesiones afines por su estatuto teórico e investigativo, se supone que la razón más importante que la justifica es la de reunir un conjunto de pares académicos que, dada su afinidad científica, pueden dialogar e interactuar de modo constante en beneficio de sus proyectos de docencia, investigación y proyección social.
En el caso de la Universidad Surcolombiana, y en el de muchas otras, se reproduce este debate epistemológico, histórico e inconcluso, en la pregunta: ¿Psicología en (como) Ciencias de la Salud o en (como) Ciencias Sociales y Humanas?
La respuesta está directamente relacionada con si se adopta sobre la ciencia (psicológica) una concepción moderna o posmoderna - crítica de la Modernidad - según Gergen (2.007), y allí, en ese debate actual, si se le atribuye a la Psicología un estatuto epistemológico más propio de las Ciencias Naturales (Biología, Química, Física, Fisiología, Anatomía) o de las Ciencias Sociales y Humanas (Antropología, Sociología, Historia, Pedagogía, Comunicología).
No se niegan los aportes que estos dos conjuntos de ciencias ofrecen a la Psicología. De lo que se trata es de caracterizar un énfasis epistemológico de la disciplina, en directa relación con las prioridades de atención profesional planteadas desde el entorno social, histórico y político de una universidad pública.
Una breve reseña histórica resulta útil para comprender mejor el debate actual entre los modernos y posmodernos en torno a la filosofía de la ciencia, para instalar allí la propuesta del grupo CRECER. Conviene recordar que la Psicología tiene sus raíces en La Grecia clásica como parte constitutiva de la filosofía. Su objeto de estudio en aquella época era el alma (psyche), entendida no únicamente como aliento vital, sino como la dimensión espiritual del ser humano, en la cual se ubican las características más valiosas de la existencia, llamadas por los griegos virtudes, tales como la templanza, la continencia, la valentía, la justicia y la prudencia.
La Psicología jugaba así un importante papel en la perspectiva de contribuir, mediante la reflexión sobre el alma, al conocimiento y cuidado de cada persona tras el ideal de la areté, es decir, la formación de un ciudadano íntegro capaz de conocimiento, sensibilidad estética, participación política, destreza y fortaleza corporal.
En síntesis, en La Grecia clásica la preocupación de los filósofos por el alma estaba directamente relacionada con la reflexión ética, en el sentido de esclarecer y cultivar (de aquí cultura) las virtudes necesarias para un conocimiento y dominio del sí mismo, en tanto ciudadano. Conocimiento y dominio que le permitiera a cada quien obrar de manera correcta y justa en su interacción con los demás y con el Estado. Es lo que se conoce como una preocupación por la “vida buena”.
Hay entonces, desde el nacimiento de la Psicología, una preocupación por la vida psíquica en tanto vida ética, social y política. Una concepción humanista de lo psíquico. No era, en aquel tiempo, la Psicología una búsqueda de las virtudes espirituales como derivadas de un órgano físico, a estudiarse independientemente de la condición social del ciudadano. La Medicina sí contemplaba esta opción al ocuparse de lo físico y atribuirle a las sustancias o fluidos del cuerpo responsabilidades en el comportamiento de las personas. De modo, pues, que se era colérico por un tipo de bilis, o melancólico por otro. Están así planteados dos enfoques con énfasis teóricos diferentes para cada campo de saber: La Psicología, el alma (psyche) y la Medicina lo físico (physicus). Miradas que tienen puntos de convergencia y acentos argumentativos diversos para privilegiar sus interacciones.
Se puede introducir aquí una pregunta, con base en lo expuesto, acerca de si la preocupación de los filósofos griegos tiene o no vigencia para la Psicología en el contexto de la sociedad actual, en especial la colombiana, o si, como creen algunos, esa preocupación por la reflexión en torno a las virtudes que distinguen a los humanos, el conocimiento interior de cada quien y la integridad en las relaciones interpersonales, son ya cosas superadas; asuntos del pasado que nada tienen que ver con la Psicología. Al respecto no sobra recordar que dos flagelos gravísimos del país son la violencia y la corrupción política, el desprecio de toda ética.
También es pertinente preguntar entonces si un Programa de Psicología puede darse el lujo de ignorar la filosofía, de no tener ni una cátedra al respecto, de desconocer a los filósofos clásicos y contemporáneos. Pensadores que han estudiado y estudian en profundidad los enigmas básicos de la existencia humana y, sobre los cuales, en buena medida, se fundamenta la Psicología.
Desde aquel momento histórico los filósofos dieron la discusión acerca de si el conocimiento del alma y el cultivo de las virtudes podía ser un conocimiento propio de los tratados formales y enseñables (Episteme) o propio de la reflexión personal sobre las vivencias cotidianas (Doxa), no enseñable. Algo así como un anticipo del debate actual, en términos de si la Psicología es una ciencia natural positivista de lo universal, o una ciencia social y humana, fenomenológica y hermenéutica, de lo singular o idiográfico.
La Edad Media trajo consigo otra concepción de alma, en el contexto del cristianismo, como don divino, cuyo conocimiento es accesible tan sólo por medio de la fe en el saber revelado por Dios a través de las autoridades de la iglesia. La fe se impone a la razón, con ello la cosmovisión del creacionismo y el geocentrismo se da por sentada como conocimiento incuestionable. El alma, a diferencia de los griegos, es para los cristianos separable del cuerpo y le supervive.
Para San Agustín (Álvarez, 2.002), por ejemplo, el hombre posee cuerpo y alma siendo ésta última más valiosa que el primero. El cuerpo debe someterse a la orientación del alma hacia el bien, hacia la vida buena y feliz, que sólo es posible si se acepta que el alma está sometida a Dios y que éste es principio y fin de la sabiduría. En un intento de integrar elementos de la filosofía griega y teología, este autor reconoce como decisivas para la vida buena y mundana las virtudes de la templanza, la fortaleza y la justicia. Virtudes que él subordina a las teologales, que sí conducen a la verdadera felicidad extraterrena, como la fe, la esperanza y la caridad.
En medio de sus preocupaciones religiosas, diferentes pensadores admiten que tanto San Agustín como Santo Tomás sentaron unas bases conceptuales relevantes para la actual Psicología, al sustentar la necesidad de estudiar acerca del sí mismo, el libre albedrío, las funciones cognoscitivas y el comportamiento humano como manifestación del espíritu.
El dominio de lo religioso, amalgamado con una organización social monárquica y un modo de producción económica feudal, es roto por un conjunto de acontecimientos e ideas que, frente a lo existente, aparece como nuevo o moderno.
La Modernidad puede entonces ser entendida como una nueva forma de pensar el mundo, que configura una promesa sumamente atractiva. Se trata de una oferta de emancipación de las ideas religiosas, míticas o supersticiosas que sumían al hombre en la ignorancia. Una aspiración de libertad y autonomía para participar de manera activa y crítica en la organización de nuevas formas de sociedad. Una propuesta de conocimiento y control de la naturaleza que conduciría al progreso y el desarrollo de la humanidad.
Deseo que se fundamenta en el reconocimiento de la capacidad cognoscente del hombre, la razón, expresada en su forma más elaborada, la ciencia moderna. Por esto, para muchos filósofos, la Modernidad es también la muerte de Dios. Esta nueva ciencia, para diferenciarse de los mitos y creencias religiosas, deberá ampararse en la fuerza de los hechos observables, probados empíricamente, de tal modo que pueda manifestarse en principios o leyes universales que permitan alcanzar la verdad objetiva. Ya no se trata de cultivar virtudes humanas para conseguir la “vida buena”, sino de dominar la naturaleza para hacerla productiva y rentable. No se trata de cultivarse espiritualmente para ser. Se tata de tener para ser feliz.
La ciencia sería así un reflejo directo de la realidad que revelaría sus misterios, captados por los sentidos mediante la metodología y las técnicas observacionales del experimento. Nace la epistemología positivista que determina el origen de las Ciencias Naturales, en especial, desde el modelo de la Física y la Astronomía. Filosofía que condena a muerte la subjetividad, por considerarla metafísica y tóxica para la consecución de un conocimiento científico objetivo.
El debate iniciado por los griegos está clausurado. No hay diferentes tipos de conocimientos ni vale la pena interrogarse acerca de los nexos entre psiquismo y vida ciudadana. Hay sólo un conocimiento de importancia, el de la ciencia positivista. Si otros conocimientos aspiran a ser importantes o científicos, como el psicológico, deberán producir su saber mediante el modelo de la Física o la Astronomía, tendrán que apoyarse en las Matemáticas. De lo contrario, no pasarán de ser simple charlatanería.
Algunos epistemólogos actuales juzgan que Descartes (1.993) es el padre teórico de la modernidad científica. Como se recordará, el ilustre pensador francés definió el pensar como el primer principio de su filosofía, su epistemología positivista y su antropología dualista. Este principio era para él distintivo de lo humano por oposición a lo animal y material. Pensar constituye lo humano, pero no cualquier modo de pensar. Se trata de pensar fundamentado en la lógica matemática, considerada como la ciencia madre, la ciencia del orden y la medida. Única ciencia capaz de superar la incertidumbre y el azar, propios de formas de pensamiento tradicional o pre modernas que se aventuraban a predecir sin demostrar, como en los casos del astrólogo, el alquimista, el mago y el hechicero.
El pensar que caracteriza lo humano, según Descartes, requiere de las Matemáticas para que la experiencia se transforme en experimento, única vía para llegar al conocimiento verdadero del mundo, a la certeza, mediante la evidencia:
aquellos que buscan el recto camino de la verdad no deben ocuparse de ningún objeto del que no puedan tener una certeza igual a la de sus demostraciones matemáticas y geométricas” (p. XXXVIII -XXXIX).
El ser humano es concebido como un sujeto de razón monológica y auto suficiente para su constitución. Razón que el filósofo francés homologa unas veces al entendimiento, otras al pensamiento y, otras más, al alma. Pese a que admite en esta razón humana la presencia de cualidades imaginarias y sensibles, estas serán vistas como no confiables y engañosas para el ejercicio del conocimiento científico:
en fin, ya que estemos despiertos o ya que estemos dormidos, no debemos dejarnos persuadir nunca sino por la evidencia de nuestra razón. Y se ha de observar que digo por nuestra razón, y no por nuestra imaginación ni por nuestros sentidos” (p.56).
Es tal el peso determinista que Descartes le asigna a este tipo de razón en la configuración de lo humano y en el proceso de conocimiento que desde, el pienso, luego soy, define al sujeto pensante como: “una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar y que para existir no necesita lugar alguno ni depender de cosa alguna material” (p.47). Por esto, el cuerpo es independiente del pensar y, aun sin su existencia corpórea: “el alma no dejaría de ser lo que es” (p.47)
Además de la supervaloración de la razón individual lógico matemática, aparece aquí una segunda suposición epistemológica tan importante para los modernos como discutible para los posmodernos, que consiste en creer que existe una realidad objetiva independiente del sujeto cognoscente. Esta realidad es objetiva mientras que el sujeto tiende a ser subjetivo (por sus creencias, prejuicios, sentimientos, etc.), lo cual puede afectar negativamente la búsqueda de objetividad en el conocimiento. Por esta razón, lo subjetivo (el alma) se debe desterrar o combatir mediante técnicas y procedimientos que sí garanticen objetividad en las observaciones de los fenómenos.
De este modo la objetividad no se ampara en las personas sino en los instrumentos y herramientas que, como un cronómetro, un test, una cámara de video, un electroencefalógrafo o un polígrafo, sí pueden medir los hechos tal como ellos son. Para la ciencia moderna positivista los hechos hablan por sí solos.
Desde el comienzo de este tipo de ciencia, en el siglo XVII, los intereses por el conocimiento se acoplaron con los de las necesidades tecnológicas del naciente capitalismo, en especial, en aquello de considerar útil e importante únicamente al conocimiento preciso, real y rentable. Desdeñando el conocimiento sobre lo intangible, impreciso, subjetivo e “irreal”.
Comte (1.986) publica en 1844, El Discurso Sobre El Espíritu Positivo, en el cual afirma que todo conocimiento humano ha evolucionado por tres estadios: el teológico, el metafísico y el positivo. El verdadero conocimiento científico, corresponde al tercer estadio, el positivo, donde el conocimiento es real porque la imaginación se subordina a la observación, para producir las leyes que rigen los fenómenos, que: “es en lo que consiste realmente la ciencia”. Leyes que, por lo demás, son invariables.
Por positivismo se entenderá, desde este autor, lo real frente a lo quimérico. Lo útil y no lo inútil. La certeza y no la indecisión. Lo preciso ante lo vago y, finalmente, positivo, es creación ordenada y organizada, es progreso, frente a todo lo metafísico y teológico que es negativo: desorden, caos y estancamiento.
Es en este contexto donde otro positivista, E. Durkheim (1995), proclamará la necesidad de una Psicología objetiva que estudie los hechos mentales como si fueran cosas, es decir, desde fuera de los mismos; tal como el físico estudia el movimiento de una esfera. El positivismo decimonónico llegará a reducir el problema de la verdad científica a la correspondencia entre enunciados y realidad. Una teoría es científica si el lenguaje en que se expresa corresponde fielmente con la realidad, de lo contrario no. El neopositivismo del siglo XX buscará, sin éxito, la lógica analítica del lenguaje como validación de la verdad.
El neopositivismo, llamado también positivismo o empirismo lógico, tiene las mismas pretensiones básicas del positivismo clásico, con otros medios. Se admite como único el conocimiento científico obtenido mediante su fisicalización. Que además de verificable mediante prueba empírica, también se pueda y deba expresar en un lenguaje que resista el análisis de la lógica sintáctica y gramatical propio de la ciencia universal unificada. Se rechaza por no significativo para la ciencia el conocimiento metafísico cargado de subjetividad que se exprese en lenguaje común o no lógico. Para Carnap (1.978), uno de los fundadores de esta escuela, el psicólogo debe actuar en lo investigativo como el médico y como el fisiólogo, al determinar estados físicos y evidencias tangibles de funcionalidad en la conducta.
De allí que, para este pensador, el modelo conductista sea el ideal en Psicología y, en concordancia, afirma que todo conocimiento psicológico es siempre traducible al lenguaje fisicalista: “Toda proposición psicológica se refiere a sucesos físicos que tienen lugar en el cuerpo de la persona (o personas) en cuestión; por ello, la psicología resulta una parte de la ciencia unificada, basada en la física” (P.203). Y luego advierte de modo preciso que la Psicología es una rama de la Física, en la medida en que reduce todo concepto a relaciones de magnitud. A una sistemática atribución de números a puntos espacio – temporales. Discurso este que se refleja actualmente en la operacionalización de variables de la investigación cuantitativa.
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