1 Característica peculiar de los contenidos de la Moral de la Persona




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2.2.   Comienzo de la vida humana individual


Que los filósofos tengan en cuenta a la biología, y que los biólogos tengan en cuentan que son personas: a la filosofía8.

 “los filósofos e investigadores del campo de las ciencias humanas tengan una visión y una comprensión lúcida de los datos biológicos, unidas –cuando lo requiera la naturaleza del argumento en cuestión- a una decidida recepción de las interpretaciones aportadas por las ciencias como resultado de un riguroso método inductivo. La tarea de participar en el proceso de selección de las hipótesis explicativas de los aspectos empíricos de la realidad, desarrollando un papel crítico respecto a la consistencia  y la coherencia interna de tales hipótesis no es ajena a los filósofos.

Los biólogos y los médicos además de observar una escrupulosa lógica científica al interpretar los datos recogidos, estén dispuestos a seguir el proceso del análisis filosófico y de la interferencia de las ciencias humanas para llegar a reconocer el valor de las conclusiones que ha alcanzado el proceso mismo, un valor tanto de orden teórico (ontológico) como de naturaleza práctica (ético)”9

2.2.1.   Concepto biológico: Vida, y organismo e individuo.

Cuando se pretende hablar, en sentido biológico, del comienzo o del final de la vida -et quidem de vida humana hay que especificar a qué tipo de fenómeno de vida nos estamos refiriendo: a nivel de célula, de organismo, de población o de especie. La afirmación de que la vida humana es un continuum y no tiene sentido buscar su inicio. es verdadera si se refiere a la vida humana celular o a la vida de la especie Homo sapiens. Células humanas y miembros de la especie humana han existido sobre la tierra sin solución de continuidad desde la aparición del primer hombre. Por otra parte, la misma afirmación es falsa si se refiere a un organismo humano concreto o a una población humana. Los organismos no preexisten al comienzo de su ciclo vital que es individual y limitado en el tiempo. El concepto biológico de vida es analógico, no unívoco, y su uso exige precisar el sujeto al que se está aplicando. Biológicamente hablando seguramente tiene sentido plantear y tratar de resolver la cuestión de cuándo comienza y de cuándo termina la vida humana individual (vida del organismo).

El concepto “vida” o “vida humana” es usado por una gran diversidad de ciencias, cada una según su punto de vista, pero todas hacen uso de un concepto –la llamada “vida física” o “vida corporal”- que parece evidente y explicitado por la Biología.

Aunque los biólogos no hagan un desarrollo teórico de este concepto, pertenecería a la filosofía de la naturaleza, sí se dan las siguientes características del fenómeno "vida"

  1. Carácter dinámico del sistema

  2. Capacidad de autocontrol (homeostasis)

  3. Excitabilidad (de responder a estímulos de diferente naturaleza y origen)

  4. Capacidad de reproducirse.

  5. Herencia de los caracteres

  6. La tendencia evolutiva

 Por eso al hablar de vida debemos tener en cuenta su uso analógico para especificar:

         Cuando se habla de comienzo o final de la vida humana hay que  especificar a qué tipo de vida nos referimos, si es la especie, la célula o un organismo o población concreta

  •         Seres unicelulares: cumplen lo anterior

  •         Seres multicelulares: organismo

         Organismo: es la forma de vida que representa la integración, la coordinación, y la expresión última (fenotipo) de las funciones y de las estructuras del ser vivo que le hacen ser este ser vivo en concreto y no otro de la misma especie.

 Otras formas de organización son:

•    Población: grupo de organismo de la misma especie que viven en un mismo ambiento o que ocupan la misma esfera territorial.

•    Especie (término discutido desde el punto de vista evolutivo): secuencia     de poblaciones ascendente y descendente estrechamente emparentadas entre ellas y, más menos semejantes en sus características esenciales. En una perspectiva genética y reproductora, la especie se considera como un grupo de poblaciones naturales que efectiva o potencialmente se pueden cruzar y que resultan genéticamente semejantes y desde el punto de vista reproductor aisladas de otros grupos de población.  

2.2.2.     Desde la fecundación comienza la vida humana individual.  


Se podría ver cuál es específicamente el proceso de desarrollo biológico desde la fecundación hasta el día 14 que es el que se suele poner como frontera para considerar que hay vida humana individual. No lo hacemos porque no es el objeto de nuestra asignatura10.

Pero se puede afirmar que desde la fecundación comienza una vida humana individual si se tenemos en cuenta las tres propiedades principales que caracterizan el completo proceso epigenético que, según C.H. Waddington, introductor del término epigénesis, podría ser descrito como «la emergencia continua de una forma de estadios precedentes»11.
2.2.2.1.    La coordinación

La primera propiedad es la coordinación. El desarrollo embrional, desde el momento de la fusión de los gametos hasta el de la formación del disco embrional alrededor de los 14 días tras la singamia, y todavía más evidentemente después, es un proceso donde existe una secuencia e interacción coordinada de actividad molecular y celular, bajo el control del nuevo genoma, que es modulado por una cascada ininterrumpida de señales transmitidas de célula a célula y del ambiente externo y/o interno a las células singulares.

Precisamente esta innegable propiedad implica, y aún más, exige una rigurosa unidad del ser que está en constante desarrollo. Cuanto más progresa la investigación científica, más parece que el nuevo genoma garantiza esta unidad, donde un gran número de genes reguladores aseguran el tiempo exacto, el lugar preciso y la especificidad de los eventos morfogenéticos. J. Van Blerkom, concluyendo un análisis de la naturaleza del programa de desarrollo de los primeros estadios de los embriones de los mamíferos, subraya claramente esta propiedad: «Las pruebas disponibles sugieren que los eventos en el oocito en maduración y en el embrión precoz siguen una secuencia directa de un programa intrínseco. La evidente autonomía de este programa indica una interdependencia y coordinación a los niveles molecular y celular, que tiene como resultado la manifestación de una cascada de acontecimientos morfogenéticos»12.

Todo esto conduce a la conclusión de que el embrión humano -como cualquier otro embrión también en sus primeros estadios no es, como afirma N.M. Ford «tan sólo un amasijo de células», «cada una de las cuales es un individuo ontológicamente distinto»13, sino que el embrión completo es un individuo real -en el sentido declarado en la primera partedonde las células singulares están estrictamente integradas en un proceso mediante el cual traduce autónomamente, momento por momento, su propio espacio genético en su propio espacio organísmico.
2.2.2.2.     La continuidad

La segunda propiedad es la continuidad. Parece innegable, sobre la base de los datos hasta ahora presentados, que en la singamia se inicia un nuevo ciclo vital. «La función última del espermatozoide es fundirse con la membrana plasmática del oocito. En el momento de la fusión [singamia] deja de ser un espermatozoide y aparece como parte de una célula formada de nuevo, el cigoto»14. El cigoto es el principio del nuevo organismo, que se encuentra precisamente al inicio de su ciclo vital. Si se considera el perfil dinámico de este ciclo en el tiempo, se observa claramente que procede sin interrupciones: el primer ciclo no termina en el disco embrionario, ni se inicia otro ciclo desde aquel punto en adelante. Un acontecimiento singular, como la multiplicación celular o la aparición de varios tejidos y órganos, puede aparecer discontinuo a nuestros ojos; sin embargo, cada uno de ellos es la prueba final, en un momento dado, de una sucesión ininterrumpida de hechos -podría decirse que infinitesimales- interconectados sin solución de continuidad.

Esta propiedad implica y establece la unicidad o singularidad del nuevo ser humano: desde la singamia en adelante, él es siempre el mismo individuo humano que se construye autónomamente según un plan rigurosamente definido, pasando por estadios que son cualitativamente siempre más complejos.
2.2.2.3.   La gradualidad.

La tercera propiedad es la gradualidad. La forma final se alcanza gradualmente: se trata de una ley ontogénica, de una constante del proceso generativo. Esta ley del gradual construirse de la forma final a través de muchos estadios partiendo del cigoto implica y exige una regulación que debe ser intrínseca a cualquier embrión singular, y mantiene el desarrollo permanentemente orientado en la dirección de la forma final. Es precisamente a causa de esta ley epigenética intrínseca, que está inscrita en el genoma y comienza a actuar desde el momento de la fusión de los dos gametos, que cada embrión -y, por tanto, también el embrión humano mantiene permanentemente la propia identidad, individualidad y unicidad, permaneciendo ininterrumpidamente el mismo idéntico individuo durante todo el proceso del desarrollo, desde la singamia en adelante, a pesar de la siempre creciente complejidad de su totalidad.

W.J. Gehring reconoce claramente esta ley, anticipando los futuros progresos de la gen ética del desarrollo: «Los organismos –escribe se desarrollan según un preciso programa que especifica su plano corpóreo con un gran detalle y determina además la secuencia y la temporización de los eventos epigenéticos. Esta información está dibujada en la secuencia nucleótida del DNA [...]. El programa de desarrollo consiste en un determinado cuadro espacio-temporal de expresión de los genes estructurales que forman la base del desarrollo. El desarrollo normal exige la expresión coordinada de miles de estos genes en una modalidad concertada. Puesto que el control independiente de los genes estructurales singulares conduciría aun desarrollo caótico, podemos predecir que son genes de control que regulan la actividad coordinada de grupos de genes estructurales»15.
2.2.2.4.     La respuesta

Es evidente que las tres propiedades recordadas, para una consideración apasionada, satisfacen perfectamente los criterios esenciales establecidos por una reflexión meta-biológica para la definición de un «individuo».

Por eso la inducción lógica de los datos que suministran las ciencias experimentales conduce a la única conclusión posible, esto es, que aparte de alteraciones fortuitas en la .fusión de dos gametos un nuevo individuo humano real comienza su propia existencia, o ciclo vital, durante el cual -dadas todas las condiciones necesarias y suficientes- realizará autónomamente todas las potencialidades de las que está intrínsecamente dotado. El embrión, por tanto, desde el momento de la fusión de los gametos es un individuo humano real, no un individuo humano potencial.

Nosotros consideramos que la clara afirmación de la «Donum vitae», Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1987, es científicamente correcta. En ella se expresa: «Por las recientes adquisiciones [de] la biología humana [...] se reconoce que en el cigoto derivado de la fecundación está ya constituida la identidad biológica de un nuevo individuo humano»16.

2.2.3.     Objeciones: el tema de los primeros 14 días del embrión.

2.2.3.1.     Pre-embrión frente a individualidad

Una opinión que hoy tiene aceptación general es que hasta el 15º día de la fecundación o, al menos, hasta la implantación -que se inicia aproximadamente al 5º-6º día de la fecundación desde un punto de vista ontológico, el embrión humano no puede ser considerado un individuo. En favor de esta opinión se aducen cuatro razones principales.

La primera razón es que el embrión, en los primeros estadios del desarrollo y hasta el estadio del disco embrionario, sería simplemente un «amasijo de células genéticamente humanas», un «montón de células individuales y distintas», cada una de las cuales es una «entidad ontológicamente distinta en simple contraste con las otras»17. Obviamente, estas afirmaciones contrastan totalmente con los datos científicos de que disponemos, algunos de los cuales hemos recordado anteriormente. Esta objeción, por consiguiente no sólo carece de cualquier fundamento biológico, sino que simplemente la evidencia biológica la contradice.

La segunda razón la propuso inicialmente la reconocida investigadora de la embriología del topo, A. MacLaren. Ella considera que, hasta cerca del día 14º desde la fecundación, sólo tiene lugar una preparación de los sistemas protectores y nutritivos requeridos para cubrir las futuras necesidades del embrión. En efecto, sólo al 15º día tras la fecundación aparece la estría primitiva, que es una entidad espacialmente definida, llamada disco embrionario, que «puede desarrollarse directamente en un feto y después en un niño»18. Fue precisamente éste el motivo que la indujo a introducir el término «pre-embrión», para designar el embrión humano desde el momento de la fertilización hasta el 14º día del desarrollo.

Respuesta:  el disco embrionario es, en realidad, una estructura celular organizada que deriva de una diferenciación del embrioblasto, el cual está ya presente cuando el embrión en su totalidad provee, bajo el control genético, para una más rápida diferenciación de los derivados trofoblásticos, indispensables para un correcto y regular avance del proceso morfogenético. En efecto, tanto el trofoblasto como el embrioblasto, derivados ambos del cigoto, componen simultánea y globalmente el propio camino como un todo según un programa finamente orquestado. Una reflexión sobre estos datos no puede conducir más que a afirmar, como hacen D.J. Jones y B. Tefler, que «el embrión precoz (masa celular interna y tejidos extra-embrionarios) debe ser visto como un todo», y que «esto lleva a rechazar el término pre-embrión porque -escriben los dos autores- no estamos convencidos de que ello sirva para aclarar ni los aspectos científicos ni los éticos del inicio de la vida humana»19.

La tercera razón es el fenómeno de los gemelos monocigóticos20. Este fenómeno, mostraría que el propio cigoto tiene la capacidad de llegar a ser dos individuos. Ésta parece ser la razón más sólida para que, sobre todo por los filósofos, sea negada la individualidad al embrión, por lo menos hasta el término del período de la posible separación de los gemelos. Esta objeción muestra que, cuando las objeciones se basan en procesos biológicos, para llegar a la correcta interpretación de un fenómeno dado debe apoyarse en amplias y en cuidadosas observaciones: en estos casos no se puede formar un juicio sobre una base simplemente metafísica o especulativa. En nuestro caso, y con los datos actualmente disponibles, la objeción derivada del fenómeno de los gemelos monocigóticos aparece como inconsistente…

Antes que nada, el fenómeno es una excepción real: el 99-99,6% de los cigotos se desarrollan como un único organismo21. Esto lógicamente significa que el cigoto está por sí determinado a desarrollarse como un único individuo humano. Lo que ocurre parece ser22 que en cualquier parte del embrioblasto, a causa de cualquier error -por ejemplo, un retraso cromosómico en la anafase o un crossing-over mitótico23-  acaecido entre el cuarto y el séptimo día tras la fecundación, se determina un nuevo e independiente plano de desarrollo, de modo que un nuevo individuo inicia su propio ciclo vital. Parece, por esto, muy razonable afirmar que hay un primer ser humano del que se origina un segundo ser humano.

Al contrario, parece incorrecto afirmar -como sostienen los objetantes que un sistema indeterminado llega a ser dos sistemas determinados. Por lo demás, el propio concepto de «sistema indeterminado» está, desde el punto de vista biológico, privado de significado.

Finalmente, la afirmación de que hay un primer ser humano, que continuará su camino epigenético, y un segundo ser humano, que se origina del primero y que seguirá después su proceso de desarrollo independiente, encuentra una seria confirmación -casi se podría decir una prueba- en muchas observaciones recientes24. Los casos más significativos son aquellos en los que uno de los gemelos tiene un cariotipo con 47 cromosomas y está afectado de síndrome de Down, mientras que el cogemelo tiene un cariotipo normal con 46 cromosomas. El primer sujeto—el cigoto-podría ser, desde un punto de vista cromosómico, normal o trisómico-21. Una segregación anómala muy precoz del cromosoma 21 podría originar una línea trisómica-21 en el primer caso, o a una línea normal en el segundo. Es evidente que en ambos casos el primer individuo continúa su propio curso de desarrollo, mientras que el segundo inicia su propio ciclo vital en cuanto el nuevo plano llega a ser independiente del primero.

La cuarta razón para negar el estatuto de individuo al cigoto y al embrión precoz, al menos hasta la implantación, es que la coexistencia embrión-madre sería una condición necesaria para que un embrión perteneciente a la especie humana pueda adquirir el carácter de individuo humano y llegar a ser un miembro de la comunidad humana25. Esta condición, según algunos autores, se puede verificar sólo en la implantación.

Este argumento no tiene fundamento. Es bien sabido que la coexistencia del embrión con la propia madre se inicia mucho tiempo antes de la implantación, esto es, desde el momento en el que inicia su camino a lo largo de la trompa. Además, muchos descubrimientos recientes muestran que tal coexistencia es conveniente y sabiamente preordenada, pero no necesaria. Para probar esto, sería suficiente recordar que el desarrollo del embrión in vitro puede proseguir bien fuera del estadio de implantación y que el embrión de topo implantado bajo la cápsula renal del macho puede alcanzar el estado fetal26.
2.2.3.2.  Totipotencialidad frente a individualidad

La manipulación experimental de los embriones mediante procedimientos de microcirugía ha demostrado que al inicio del desarrollo embrionario hay un intervalo de tiempo, que varía según la especie, en el que las células embrionarias son totipotentes, es decir, tienen la «gama completa de capacidad de desarrollo», pudiendo no sólo diferenciarse de modo distinto en varios ambientes, sino también dar origen a individuos completos.

Se plantea entonces la pregunta sobre si la presencia de estas células totipotentes, que aún son capaces de dar origen aun nuevo individuo si fueran separadas del embrión en desarrollo, nos constriñe a negar la individualidad del propio embrión precoz al que pertenecen y del cigoto o, por el contrario, nos lleva a considerar el embrión como un agregado de individuos como máximo potenciales, y el cigoto como una célula indeterminada.

La totipotencia, obviamente presente en el cigoto, no significa indeterminación, sino, tal y como se ha expuesto, una capacidad actual de ejecutar un plan de acuerdo con un programa determinado. Cuando este plan se ejecuta según el programa, esto es, sin interferencias disturbadoras, la unidad morfofuncional en la totalidad fenotípica autoorganizadora es la señal evidente de una existencia individual y por eso de un individuo que, en este caso específico, está construyéndose a sí mismo; y cada célula, cualquiera que pueda ser su potencialidad, está en su lugar correcto según el proyecto preparado y resulta implicada en un proceso ordenado, único y coordinado. En este proceso la totipotencialidad inicial del cigoto se produce cada vez de manera siempre más restringida, según la exigencia del plano de diferenciación.

En un embrión precoz hasta el cuarto o quinto ciclo celular, tan sólo un error o un acontecimiento mutante podrían llegar a aislar aquella eventual célula o grupo de células en las que el genoma, según el plan de diferenciación, no tiene todavía restricción experimentada. En tal caso, estas células podrán ser capaces -puestas las condiciones necesarias- de iniciar su ciclo vital. Ahora, y tan sólo ahora, esta célula o este grupo de células podrán considerarse como un nuevo individuo; mientras que antes tan sólo era una célula o un grupo de células perteneciente a otro individuo, en su preciso estadio de desarrollo.

Por eso, la totipotencia no se opone a la individualidad. Células totipotentes pueden ser parte de un individuo sin destruir su individualidad.
2.2.3.3.      Quimera frente a individualidad

Los estudios experimentales sobre el desarrollo implican generalmente la agregación de dos o más embriones todavía separados al estadio de blastocisto; por ejemplo, un embrión de dos células se funde con un embrión, de la misma especie o de otra, que se encuentra en un estadio de desarrollo que va del de célula al de mórula. Otra técnica de agregación consiste en la inyección en un blastocisto de una masa celular interna (ICM) proveniente de otro blastocisto.

Si bien la evidente rareza del fenómeno en la naturaleza debería sugerir mucha cautela al darle una interpretación, la aproximación experimental ha contribuido válidamente a su mejor comprensión. Los modelos experimentales son esencialmente de dos tipos.

En un modelo, células todavía dotadas de toda o gran parte de la potencialidad original se extraen de la masa celular interna de uno o más blastocistos «donadores» y se trasplantan, mediante inyección, en un blastocisto «receptor». Este procedimiento puede considerarse como un microtrasplante: en lugar de un órgano, tan sólo se toma un grupo de células del donante. Estas células, dada su todavía gran plasticidad y adhesividad, se mezclan con las de los blastocistos receptores y se implican en su plan y control del desarrollo. En este caso, prácticamente se destruye el blastocisto donante; el blastocisto receptor, en cambio, continuará su propio desarrollo, encauzando las células trasplantadas a lo largo de diversas vías en diferentes tejidos y órganos. En este modelo, no se cuestiona la individualidad del blastocisto receptor; por el contrario, las células singulares del blastocisto donante se implican en su proyecto de desarrollo, que continúa según sus propias directrices.

En el otro modelo experimental, dos o más sets de células embrionales de estadio de pre-blastocisto se agregan en conjunto dentro de la propia zona pelúcida (técnica de la agregación). El proceso epigenético procede así con la contribución de varios sets de células, terminando con la formación de un nuevo ser cuyo fenotipo es la expresión de dos genotipos originales. Cómo sucede la combinación y la integración de dos o más planes de desarrollo no se conoce todavía; por eso, toda interpretación no puede ser más que hipotética. Sin embargo, el hecho de que para el éxito del experimento se requiera una notable concordancia de los dos genomas y de los estadios de desarrollo de los dos embriones, sugiere que el individuo posiblemente predominante destruya la unidad del otro, cuyas células estarán ahora implicadas en el plan de desarrollo del primero; o bien que emerja realmente un nuevo plan de desarrollo inmediatamente después de la fusión de dos seres humanos homogenómicos y homofásicos, todavía totipotenciales o casi, los cuales pierden su propia individualidad mientras no aparezca una nueva, con la cual tiene inicio el ciclo vital de un nuevo individuo humano.

Estas consideraciones podrían parecer demasiado elementales, y ciertamente deberán ser revisadas a medida que se progrese en el conocimiento de este fenómeno curioso, que, sin embargo, permanece en los límites de una inducción biológica lógica.
2.2.3.4.                        Ausencia cerebral frente a individualidad

Según una opinión, sostenida principalmente por algunos filósofos y teólogos, ningún embrión humano tendría que ser considerado un individuo humano -y mucho menos una persona- hasta que el sistema nervioso central esté suficientemente formado, esto es, aproximadamente hasta la 6ª-8ª semana de gestación.

  1. Argumentos de tipo biológico:

Según J .M. Goldening, «la vida humana puede ser vista como un espectro continuo, entre el inicio de la vida cerebral (8ª semana de gestación) y la muerte cerebral. En todo momento [de la vida] pueden darse tejidos y órganos, pero sin la presencia de un cerebro humano funcional éstos no pueden constituir un ser humano, al menos en sentido médico»27.

Respuesta: Sin ninguna duda un cerebro que funciona tiene un rol esencial como «centro crítico de unidad» cuando el sujeto humano está formado. Pero la situación es totalmente diferente en el embrión. En efecto, durante el estadio embrionario hay una intensa relación entre las células, tejidos y órganos -sostenida también por un continuo, ordenado y coordinado aumento del número de células nerviosas-, que testimonia la unidad morfo-funcional. Durante el estadio embrionario nos encontramos frente a un proceso altamente dinámico, donde la ley ontogenética exige una gradual organización de todo el cuerpo y, por eso, también de las propias estructuras nerviosas y del cerebro, y donde la unidad y la individualidad están garantizadas por la ley intrínseca del desarrollo inscrita en el genoma.

  1. Argumento de tipo filosófico

J .F. Donceel, teólogo, considera que «no puede haber alma humana, y por consiguiente persona, en las primeras semanas de gestación», porque «lo mínimo que se puede exigir antes de admitir la presencia de un alma humana es la disponibilidad de un sistema nervioso, del cerebro y especialmente de la corteza»28. La razón fundamental que está detrás de la objeción de Donceel y de otros, es de naturaleza metafísica: el embrión sería todavía materia inadecuada para recibir el alma, puesto que el alma y el cuerpo deben ser proporcionales entre sí.

Se puede considerar simplemente que, sobre la base de los actuales conocimientos biológicos, se está constreñido a admitir las conclusiones a la que llega S.J. Heany al término de un riguroso análisis de los argumentos del Aquinate sobre los que se basan Donceel y otros tomistas. «Desde el momento de la fertilización el concebido es materia propiamente dispuesta para ser el sujeto de una forma como la de alma racional» --escribe Heany- «un concebido unicelular dotado de un específico genoma humano [...] es materia muy bien dispuesta para ser precisamente el sujeto tanto de un alma intelectiva como de un acto primero, materia para la cual tal alma es la forma sustancial»29.

2.2.4.    Necesidad de un estatuto del embrión.


La definición del estatuto ontológico del embrión humano es una cuestión urgente. Comités nacionales e internacionales y diversos gobiernos son muy conscientes de esta urgencia; pero todo esfuerzo por encontrar un consenso aunque sólo sea sobre algunos puntos fundamentales parece frustrarse.

El gran obstáculo para alcanzar tal definición, a fin de poder reconocer la dignidad y los derechos del embrión, lo constituye la posición contraria que fue originalmente tomada en el seno del Comité Warnock30, y que ha llegado a ser una norma generalmente aceptada y hoy profunda y fuertemente enraizada.

En el capítulo 11 del Informe final, donde se consideraba el problema de la experimentación sobre el embrión humano, se lee: «Mientras que, como se ha visto, la temporización de los diferentes períodos del desarrollo es crítica, apenas ha comenzado el proceso, no hay ninguna particularidad del proceso de desarrollo que sea ya más importante que otra; todo forma parte de un proceso continuo, y si cada período no sucede normalmente, en el tiempo justo y en la secuencia correcta, el desarrollo ulterior cesa»31. Sigue, entonces, una segunda aserción: «Por eso, biológicamente no se puede identificar en el desarrollo del embrión un estadio singular al margen del cual el embrión in vitro no debería ser considerado con vida»32. Evidentemente la lógica científica habría llevado a los miembros del Comité a nuestra misma conclusión: el ciclo vital de cada ser humano se inicia cuando los dos gametos se funden. Parecería entonces que el derecho a la vida del embrión hubiese sido reconocido desde el estadio de cigoto. y desde este estadio, en el que se inicia la vida de un nuevo ser humano, ésta no debería ser interrumpida.

No obstante esto, tras haber tomado en consideración un amplio espectro de opiniones sobre el problema de la investigación y de la experimentación sobre el embrión humano, el texto poco después prosigue así: «Sin embargo, se ha convenido que ésta es un área en la que se debe tomar alguna decisión precisa, a fin de calmar la preocupación del público». y la decisión, tomada por mayoría, se expresó así: «A pesar de nuestra división sobre este punto, la mayoría de nosotros recomienda que la legislación debería conceder que la investigación pueda conducirse sobre cualquier embrión obtenido mediante fertilización in vitro, cualquiera que sea su procedencia, hasta el término del día 14 de la fertilización»33. ¡La contradicción lógica con las afirmaciones precedentes es evidente! y fue entonces cuando se introdujo el término «pre-embrión», propuesto precisamente por un miembro del propio Comité, a fin de «polarizar la cuestión ética»34 a la cual no se podía sustraer. y es sobre este terreno donde se ha desarrollado el disenso, que ha contribuido a obscurecer los datos genéticos y embriológicos hasta ahora evidentes.

La ciencia y la medicina han abierto ciertamente nuevas y maravillosas oportunidades para una mejor comprensión del ser humano, desde el primer momento de su existencia, y para nuevas empresas de frontera para el tratamiento y/o prevención de las enfermedades. Sin embargo, quizá, ciencia y medicina, en su entusiasmo por el conocimiento y la acción dentro de una perspectiva empírica, han reducido el valor del ser humano a un puro valor biológico. Desde la observación del desarrollo humano se podría haber atribuido un valor diferente al cigoto, al embrión antes o después de la implantación, al feto en diferentes semanas de gestación, y hasta el neonato. Éstos, sin embargo, son valores cuantitativos, basados tan sólo sobre la valoración de la complejidad estructural del ser humano. Tales juicios de valor representarían, con respecto al hombre, un reduccionismo biológico, con todas sus graves consecuencias.

Tan sólo posteriores investigaciones interdisciplinares podrían conducir a los científicos y tecnólogos, por una parte, ya los filósofos y teólogos, por otra, a una comprensión más profunda del peculiar status ontológico y moral del ser humano a partir de su concepción, de modo tal que su dignidad sea honrada y sus derechos plenamente respetados desde aquel misterioso, pero ineludible primer acto de nuestra vida.

 
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