La muerte en el centro de lo vivo




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JEAN-CLAUDE AMEISEN

La muerte en el centro de lo vivo1

(Traducción : José María Franco Vicario y Cristina Rolla)

Habla…

Pero no separes el No del Sí

Da a tu palabra también el sentido

dale sombra.
Dale bastante sombra,

dale tanta,

que alrededor tuyo te sepas dividido entre

Medianoche y Mediodía y Medianoche.

Mira alrededor:

ves, como esto se vuelve vivo a su vez -

Después de la muerte! Vivo!

Dice Verdad el que habla la Sombra.

Paul Celan. Sprich auch du.
Cuando leí « Más allá del principio del placer », no dejaba de extrañarme y de maravillarme.

Primeramente una sucesión de precauciones y de restricciones…

<>. (Se trata aquí de mi propia torpe traducción a partir de la traducción inglesa de su obra).

Y más adelante: << La conclusión puede dar una impresión de misticismo o de profundidad ficticia; pero nos sentimos inocentes de haber tenido este punto de mira a la vista…>>

Incluso: <>

Y finalmente:<<…Algunas palabras de reflexión crítica. Se podría preguntar si, y hasta qué punto, estoy yo mismo convencido de la verdad de las hipótesis que se han desarrollado en estas páginas. Mi respuesta sería que no estoy yo mismo convencido y que no busco convencer a otras personas para que crean. O, más precisamente, no sé hasta qué punto yo mismo creo. >>

Y entre estas precauciones y restricciones, hay interesantes deslizamientos sucesivos, de tema en tema, de idea en idea, donde, a través de lo que parecen ser rodeos, se construye en la sombra una hipótesis contra-intuitiva, de una sorprendente modernidad, que muchos rechazarán…<>, escribió Freud, cuyo objeto, anunciado en la última línea de la nota al pié de página que concluye la obra, descubre no ser otra cosa que <>.

1. 4º Coloquio de la Asociación Internacional de Psicosomática Pierre Marty. <>.

Rev. franç. Psychosom., 32/2007



¿De qué se trata?

Freud comienza abordando el principio del placer. Después discute la <>.


Luego, <
> para pasar al <>.


Freud discute sobre la conciencia y los procesos inconscientes pasando por una reflexión en la que hace a menudo mención de una representación de <>.

Más tarde discute la <>.

Y la cuestión del <>.
<>

Luego: <>

Y de pronto, la siguiente frase: <>

<>

<>

Entonces aparece el señalamiento que cité más arriba: <
> Y después hace un giro: <>


Después, algunas líneas más lejos: <>

Y: << Si procedemos así, estaremos sorprendidos de descubrir hasta qué punto existe poco acuerdo entre los biólogos sobre el tema de la muerte natural, y por el hecho de que el concepto mismo de muerte se funde y desaparece entre sus manos. >>



Freud discute entonces la cuestión de las relaciones entre la vida y la muerte en los organismos unicelulares ancestrales, y el estado de conocimientos de la época, en particular los trabajos y las ideas de August Weismann, según el cual <>

Esta cuestión que Freud aborda en 1920 es la cuestión que, bajo una u otra forma, iba a abordar yo sesenta años más tarde, cuando me interrogaba sobre los orígenes posibles, en el curso de la evolución de lo vivo, de la capacidad de autodestrucción que poseen las células que nos componen.
<< La biología, concluye Freud, es verdaderamente un espacio de posibilidades ilimitadas. Podemos esperar que nos dé las informaciones más sorprendentes, y no podemos adivinar qué respuestas aportará en algunas docenas de años a la cuestión que hemos planteado…>>
¿Qué sabemos hoy, o creemos saber, en el terreno de la biología, acerca de la naturaleza de las relaciones que la vida mantiene con la muerte?

Una de las más grandes revoluciones científicas de los últimos ciento cincuenta años, que precede en más de medio siglo la aparición de “Más allá del principio del placer”, fue probablemente la teoría darwiniana de la evolución. La publicación del “Origen de las especies” de Charles Darwin expone la idea de que el conjunto del universo vivo que nos rodea y nos incluye es emergencia, devenir, transformación-metamorfosis. Que evolucionó a partir de una mezcla de contingencias y de obstáculos, de relaciones de causalidad, a las que damos el nombre de leyes de la naturaleza.

<>, escribió el psicólogo Adam Philips.
Si lo vivo es naturaleza, y la naturaleza natura, literalmente << lo que está naciendo>>, hace alrededor de tres o cuatro millones de años que lo vivo empezó a nacer y a metamorfosearse, haciendo emerger según las palabras de Charles Darwin, <>, el crecimiento << sin fin de las formas más bellas y las más maravillosas>>. Y, desde su origen, la vida nunca cesó, nunca desapareció, jamás se interrumpió. La vida, como tal, no murió nunca.

Pero sabemos también que este extraordinario viaje a través del tiempo se desarrolló sobre un fondo incesante de hecatombes, que cada uno de nuestros antepasados está muerto después de haber dado nacimiento a una descendencia, y que más del 99 % de las especies que un día aparecieron en nuestro planeta desaparecieron para siempre. La trama de la continuidad de la vida está tejida por innombrables discontinuidades: de una sucesión de fines del mundo del que somos, hoy, con todos los seres vivos que nos rodean, los únicos testigos y los únicos supervivientes.

¿Cuál es la naturaleza de las relaciones que la vida mantiene con el tiempo y con la muerte?

Esta cuestión entra en resonancia con nuestros interrogantes más íntimos. Atraviesa la historia de las ciencias de lo vivo.

Hace más de dos siglos, el fisiólogo Xavier Bichat definía la vida como: <>. Y más cerca de nosotros, el filósofo Vladimir Jankélévitch continuaba esta idea de oposición radical escribiendo:
Respecto a la muerte, ella no implica ninguna positividad de ningún tipo: lo vivo está en conflicto con la estéril y <>.
¿Esta antinomia traduce por ella en sí misma este enmarañamiento de continuidad y de discontinuidad que caracteriza la vida?

¿De quién y de qué hablamos cuando hablamos de <> vida y <> muerte. ¿De qué y de quién se trata? ¿Cuál es el sujeto que atribuimos al verbo vivir y al verbo morir? ¿Podría ser que la elección de un sujeto particular, más bien que de otro, pudiera influir en la percepción que tenemos de las relaciones entre la vida y la muerte?

Si el sujeto del verbo vivir y del verbo morir es una persona humana-si se trata de nosotros- es nuestra consciencia la que define nuestra existencia. Lo testimonia el hecho del cese de toda actividad mental detectable, de toda actividad cerebral detectable que hoy día define la muerte de una persona. Existe aquí como un contrapunto extremo al cogito ergo sum de René Descartes, <<pienso luego existo>>, cuya formulación sería: <>, formulación imposible que se traduce de la manera siguiente: <>. ¿Pero cuando se trata de un ser vivo al que no prestamos ninguna consciencia, como un animalito pequeño o una planta, un árbol o una flor? ¿Estamos siempre absolutamente seguros que lo que desaparece de una flor es tan radicalmente diferente de lo que persiste?-una nueva flor-, que esta transformación merece el término de muerte más que el de transformación o metamorfosis? ¿No proyectamos en el conjunto del mundo vivo, en una visión antropomórfica, una noción de identidad, de consciencia y de individualidad que se refiere a la nuestra? Desde luego, la reproducción sexuada introduce una diferencia en los descendientes y los padres. Pero, ¿cuando se trata de reproducción clonal, asexuada, de partenogénesis, como en ciertas plantas y en algunos animales pequeños, donde la identidad genética de los descendientes permanece sin cambios respecto a la de sus padres, estamos siempre tan seguros del carácter radical de la frontera que trazamos entre las generaciones?

<

Y nada debajo del cielo se ve de nuevo;

Pero la forma se cambia, por otra nueva

Y este cambio, Vivir, en el mundo, se llama,

Y Morir cuando la forma en otro se va>>,
cantaba Pierre de Ronsard en su Himno de la Muerte. ¿Estamos siempre absolutamente seguros de poder distinguir claramente si una forma viva se cambió por otra nueva o si en otra forma desapareció?

Ahora voy a cambiar de perspectiva y tomar por sujeto de los verbos vivir y morir, no la vida en tanto que tal, las especies vivas, una persona humana, un animal, una planta, sino, un poco a la manera de Freud en Más allá del principio del placer, los componentes más elementales y más universales de lo vivo-las células-. Desde su origen, lo vivo se propaga a través del tiempo bajo la forma de células. Y nosotros sólo representamos una de las innombrables variantes que las células realizaron sobre el tema de la complejidad. La verdadera genealogía que sostiene la continuidad de los vivo es una genealogía celular. La vida es genealogía. Pero cada cual de nosotros es él mismo una genealogía, una sucesión de generaciones, <>, escribía Charles Darwin, un pequeño universo, constituido de una multitud de organismos que se reproducen, increíblemente pequeños, y tan numerosos como las estrellas del cielo>>. Nosotros nacemos, cada cual, de una célula única-la célula huevo-, que a su vez nace de la fusión de dos células, un espermatozoide y un óvulo, y nos transformamos progresivamente, en una constelación viva, constituida de varias decenas de millares de billones de células, cuyas interacciones engendran nuestro cuerpo y nuestra mente. Y por esta razón, toda interrogación sobre la vida y la muerte, sobre nuestra vida y nuestra muerte, nos reenvía también a una interrogación sobre la vida y la muerte de las células que nos componen.

Una idea largo tiempo predominante en biología fue que la desaparición de nuestras células- como nuestra propia desaparición como individuos- sólo podía resultar de agresiones del entorno, de accidentes, de destrucciones, de hambrunas, de una incapacidad intrínseca para resistir al paso del tiempo, al desgaste y al envejecimiento. Pero, a lo largo de ciento cincuenta años de interrogantes, de perplejidad y de investigaciones, la realidad se reveló de una naturaleza más compleja y más paradójica. Hoy en día sabemos que, en todo momento, todas nuestras células poseen la capacidad de desencadenar su autodestrucción, su muerte prematura, antes que, desde el exterior, nada les destruya. Nuestras células producen los <> moleculares capaces de precipitar su fin, y los <
> capaces durante un tiempo de neutralizar estos ejecutores, a partir de sus genes, de nuestros genes, los que determinan nuestra herencia. Y la supervivencia de cada una de nuestras células depende, día tras día, de la naturaleza de las interacciones provisionales que es capaz de realizar con otras células de nuestro cuerpo, interacciones únicas que les permiten reprimir el desencadenamiento de la autodestrucción. Una célula que ha vivido un día, un mes o un año en nuestro cuerpo es una célula que consiguió durante un día, un mes o un año encontrar en su entorno las moléculas, fabricadas por otras células, que le permitieron reprimir su autodestrucción. Una célula que comienza a morir en nuestro cuerpo es, la mayoría de las veces, una célula que por primera vez al cabo de un día, un mes o un año, cesó de encontrar en su entorno las moléculas necesarias para la represión de su autodestrucción.


Estos datos comenzaron a modificar la noción de muerte. A la antigua imagen de la muerte como una guadaña, que surge desde fuera para destruir, se superpuso, al menos a nivel celular, una nueva imagen, la de un escultor, en el corazón de lo vivo, trabajando en la emergencia de su forma y de su complejidad. Y estos datos comenzaron también a modificar la noción misma de la vida, al menos al nivel de las células que nos componen. Percibimos habitualmente la vida como un fenómeno positivo, ni que decir tiene, pero estas nociones que acabo de evocar sugieren que resulta de la negación continua de un acontecimiento negativo, de la represión continua de la auto destrucción. Percibimos habitualmente la vida como un fenómeno individual- una célula vive- , pero las nociones que acabo de evocar sugieren que la vida tiene también una dimensión colectiva. En otros términos, cuando observamos una célula y nos preguntamos cuáles son los elementos a la vez necesarios y suficientes para su supervivencia, no podemos realmente responder si olvidamos que una parte de la respuesta es <>. Somos sociedades celulares en las que cada uno de sus componentes vive en prórroga, y por tanto ninguna puede sobrevivir sola. Y es de esta misma precariedad, de esta fragilidad, de esta vulnerabilidad y de la interdependencia absoluta de la que ellas van a nacer que depende nuestra existencia como individuos.

Si la presencia de la colectividad que la rodea es necesaria para la supervivencia de cada célula, a menudo no es suficiente. Y la desaparición prematura de un gran número de células permite a nuestro cuerpo construirse. Desde los primeros días que siguen a nuestra concepción, mientras aún no somos más que una pequeña esfera que contiene un centenar de células, -las células madre originarias-, la muerte celular comienza a participar en las metamorfosis sucesivas de nuestro futuro cuerpo. Hace 150 años, en el momento en que empezó a extenderse la utilización de los microscopios de alta definición y donde emergió la <> según la cual todos los cuerpos de los animales y de las plantas estaban constituidos por células, y cada célula tenía como origen otra célula, se observó en numerosas especies animales fenómenos de muerte celular a menudo masivos que ocurrían durante el desarrollo de los embriones. Y este descubrimiento causó una gran perplejidad. En efecto, en la época se consideraba que la muerte solo podía ser debida a accidentes, a enfermedades, o al envejecimiento. ¿Qué sentido podían tener estos fenómenos de muerte que ocurrían en ausencia de toda enfermedad, en seres por definición jóvenes y que están, en la mayoría de las especies animales, protegidos de las agresiones del entorno?

Porque no se les encontraban explicación, estos fenómenos de muerte celular fueron descritos, considerados como inexplicables, después fueron olvidados, luego reescritos como si fuera la primera vez, más de una veintena de veces durante un siglo. Hasta que en 1950, un biólogo, Glücksman, propuso por vez primera, no una explicación de estos fenómenos, sino un papel en el desarrollo del embrión. Y, a partir del momento en que estos fenómenos tomaron un sentido, no fueron más olvidados: se convirtieron en objeto de investigaciones. El papel que se les propuso fue un papel en la emergencia de la forma, lo que más tarde se llamaría la <>.

Entonces la muerte celular esculpe nuestra forma interna y externa. Esculpe la forma de nuestros brazos y de nuestras piernas, luego la forma de nuestras manos y de nuestros pies que aparecen al principio bajo la forma de manoplas, al estar nuestros dedos unidos por tejidos interdigitales. Luego, la muerte elimina los tejidos que unen nuestros dedos de las manos y de los pies, individualizándolos. Si la muerte celular juega un papel esencial en las etapas que nos permiten en nueve meses desarrollarnos antes de nacer, probablemente ella jugó también un papel importante en otra escala de tiempo, en ciertas etapas de la evolución de lo vivo. En los embriones de mamíferos y de pájaros terrestres, el desencadenamiento de la muerte celular en los esbozos de las patas lleva a la individualización de los dedos, y en los embriones de mamíferos y de pájaros acuáticos, la ausencia o atenuación de estos fenómenos lleva a la formación de las patas con palmas. Así, la aparición de variaciones aleatorias en los mecanismos que desencadenan o que reprimen los fenómenos de muerte celular pudo jugar un papel importante en la aparición y la propagación de nuevas propiedades en el curso de la evolución, y por tanto en la emergencia de nuevas especies. Existen otras relaciones aún entre la muerte celular y la evolución de lo vivo. La muerte celular hace desaparecer en nosotros los vestigios de nuestros lejanos antepasados que aparecen inicialmente en nuestro cuerpo. Así aparece y después desaparece en el embrión humano el esbozo de la cola que compartimos con nuestros antepasados monos. Así, aparece y luego desaparece casi en su totalidad el esbozo de los riñones que compartimos con nuestros antepasados peces, no dejando subsistir más que una yema de donde emerge nuestro riñón de mamífero. <>. Para un astrónomo, mirar el cielo, no es únicamente sumergir su mirada en el espacio, sino también en el pasado. Una estrella cuya luz nos llega, puede haber desaparecido desde hace largo tiempo. Un biólogo que observa un embrión construyéndose, experimenta la emoción de asistir a la emergencia de un nuevo ser singular, pero al mismo tiempo percibe una huella lejana, fugaz y borrosa de la larga historia de las metamorfosis de los antepasados que, hace tiempo, nos engendraron.

<>, dijo Paul Éluard en “
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