Ninguna práctica depurativa podrá resultar efectiva si no rectificamos los hábitos nocivos que nos atiborran de tóxicos y nos privan de sustancias esenciales




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fecha de publicación29.10.2016
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Respetando el diseño biológico
Como veremos, es sencillo confirmar objetivamente la visión de Seignalet: el ensuciamiento y el colapso tóxico están generados por la moderna alimentación. Por ello resulta clave entender para qué alimento ha sido diseñado originalmente nuestro organismo.
Siguiendo con el ejemplo del automóvil, cuando adquirimos un vehículo, recibimos las indicaciones del combustible para el cual ha sido diseñado y construido el motor. A nadie se le ocurriría colocar nafta en un motor diesel, o kerosén en lugar de nafta, ya que el motor comenzaría a fallar y se carbonizaría.
Pero frecuentemente, por falta de un “manual de instrucciones”, hacemos eso con nuestro cuerpo… y con un agravante. Si usamos el vehículo con combustible inadecuado, nos damos cuenta rápidamente: hacemos limpiar el motor, cambiamos el combustible y entonces todo vuelve a la normalidad. En cambio con el cuerpo, no relacionamos las fallas con el combustible incorrecto, y seguimos…
Podemos afirmar que un alimento fisiológico es aquel que nutre, vitaliza y depura, sin generar ensuciamiento. Seignalet lo definía como aquel alimento adaptado a nuestro sistema digestivo originario. En este sentido se hace necesario comprender a que diseño original corresponde nuestra fisiología.
En la naturaleza terrestre existen animales con diferente estructura alimentaria: carnívoros (felinos), herbívoros (vacas), frugívoros (chimpancés), omnívoros (cerdos)... En cada caso, los organismos están naturalmente adaptados para el procesamiento de su alimento básico y natural. Estructura dentaria, tipo de estómago, longitud intestinal, fluidos digestivos, enzimas… todo obedece a una razón de perfecto diseño evolutivo.

SOMOS MONOS ADAPTADOS
Respecto a los animales antes mencionados, los modernos estudios de secuencia genómica han confirmado una relación tan estrecha entre chimpancés y humanos, que los investigadores piden que se reclasifique al chimpancé como parte de la familia del humano, en el género homo. Apenas el 1% de los genes nos diferencian del mono, aunque recientes estudios consideren alguna diferencia mayor, lo cual no invalida nuestra similitud fisiológica.
Ahora bien, los monos poseen una incuestionable naturaleza frugívora. La dieta fisiológica de los chimpancés se basa en frutas, hojas, semillas, raíces, tubérculos, insectos…, todo crudo. Para estos alimentos están diseñados su sistema digestivo, sus secreciones gástricas, sus enzimas, sus mucinas intestinales...



MAMIFEROS

CARNIVOROS

OMNIVOROS

HERBIVOROS

FRUGIVOROS

Ejemplos

Tigre, león

Cerdo, jabalí

Elefante, vaca

Chimpancé, hombre

Alimento fisiológico

Carne

Carne, raíces, granos, vegetales

Hierbas

Frutas, semillas, raíces, vegetales

Características

Agresivos, veloces, vista y oído agudos, cazadores habituados a la sangre

Agresivos

Fuertes, robustos, pasivos

Ágil, no es veloz, vista y olfato poco desarrollado, se impresiona con la sangre

Ojos

Laterales

Laterales

Laterales

Frontales

Garras

Garras desarrolladas

Uñas fuertes y agudas

Uñas chatas

Uñas chatas, manos para recoger frutos y semillas

Dentadura

Caninos y molares agudos, para desgarrar carne

Caninos agudos, molares rugosos

Sin incisivos ni caninos filosos y puntiagudos, molares planos

Incisivos fuertes, caninos no desarrollados, molares planos para triturar granos

Mandíbulas

Fuertes, puede moler huesos, no mastica

Fuertes, puede moler huesos, mastica

Fuertes, mastica

Débiles, mastica

Glándulas salivares

Poco desarrolladas, saliva ácida

Robustas, saliva ácida

Desarrolladas, saliva alcalina

Muy desarrolladas, saliva alcalina

Estómago

Sencillo, potente, fuertemente ácido

Sencillo, potente, fuertemente ácido

Complejo, cuba fermentativa

Con duodeno, débil, poco ácido

Tubo digestivo

3 veces el tronco

8/10 veces el tronco

20 veces el tronco

10/12 veces el tronco

Tránsito intestinal

2-4 horas, su bolo alimentario no aporta estímulo peristáltico

6-10 horas

40 horas

15-18 horas, necesita estimulo peristáltico del bolo alimentario

Intestino grueso

Ambiente alcalino

Ambiente alcalino

Ambiente ácido

Ambiente ácido

Evacuaciones

Escasas, malolientes

Reducidas, malolientes

Abundantes, no malolientes

Abundantes, no malolientes

Piel

Sin poros, no transpira

Parcialmente porosa, transpiración escasa

Piel porosa, transpiración abundante

Piel porosa, transpiración abundante



Investigaciones sobre glándulas del tubo digestivo (Sappey) e intestinos (Metchnikoff) confirman la similitud fisiológica entre nuestro organismo y el de los “hermanos” chimpancés. Por ello resulta obvia nuestra naturaleza frugívora.
Es obvio que fisiológicamente no somos omnívoros o carnívoros. Estos animales están dotados de fluidos digestivos especiales (saliva ácida, secreciones gástricas 10 veces más abundantes, más enzimas hepáticas detoxificantes) e intestinos cortos (3 veces el tronco) para desprenderse velozmente de los desechos tóxicos que genera su alimento natural y fisiológico (la carne), rápidamente putrescible. Tienen un aparato mandibular capaz de moler huesos: el carbonato de calcio y el magnesio allí presente, les permite neutralizar la acidez de la carne y sus residuos tóxicos.
Los humanos no tenemos colmillos ni garras, por lo cual somos incapaces de cazar grandes presas sin el auxilio de armas. Es por ello que los animales “proveedores” de carne no temen a un humano desarmado, al no considerarnos naturales predadores. No somos veloces sino más bien ágiles, no tenemos vista y olfato desarrollados, y naturalmente nos impresiona la sangre.

Tampoco disponemos de las características digestivas de los granívoros (buche y estómago molturador) que les permite consumir cereales crudos. Al recurrir a la cocción como mecanismo para convertir el indigesto almidón en azúcares simples asimilables, generamos la inevitable pérdida del paquete enzimático que naturalmente acompaña al almidón en el interior del grano. Esta carencia debe ser compensada por el aporte de enzimas orgánicas, lo cual estresa al páncreas cuando la demanda es cotidiana y abundante.
Además, cuando los pájaros ingieren granos amiláceos, ponen en marcha mecanismos fisiológicos adecuados al torrente de azúcar que circulará en sangre. En primer lugar las aves hacen un gran consumo de energía en actividades exigentes como el vuelo. Por otra parte, disponen de una estructura cardiopulmonar de alta eficiencia, que les permite resolver dos cuestiones básicas: mantener semejante cantidad de azúcar en movimiento y atender la elevada demanda gaseosa del metabolismo de los hidratos de carbono.
El ser humano es sedentario y no realiza (menos hoy día) esfuerzos que por intensidad y duración demanden tanta energía como el vuelo de las aves. Esto trae aparejada la necesidad de disipar el exceso de azúcar circulante, por lo cual se advierte abundante calor en el cuerpo tras su consumo. Esto acarrea hiperactividad del páncreas, que debe poner en marcha, con el auxilio del hígado, un mecanismo para convertir rápidamente el azúcar simple en glucógeno de reserva. Este proceso debe invertirse nuevamente en caso de necesidad, volviendo a convertirse el azúcar de reserva (glucógeno) en azúcar simple (glucosa).
El carbono y el hidrógeno que componen las cadenas de los azúcares, terminan convirtiéndose (por oxidación) en dióxido de carbono (CO2) y agua (H2O). La cantidad de oxígeno necesaria para llevar adelante el metabolismo gaseoso, exige al sistema respiratorio de manera continua. Por esa razón los pájaros están dotados de los sacos aéreos, especies de estructuras suplementarias de los pulmones, que les permiten almacenar e insuflar el suplemento de oxígeno necesario para la oxidación del abundante volumen de carbono e hidrógeno circulante en sangre.
También las aves disponen de un órgano eficaz y resistente para hacer circular con rapidez y durante largo tiempo la sangre rica en azúcar. Nos referimos a la bomba cardiaca, que alcanza en el caso de la paloma, al 10% de su peso. Es como si un ser humano de 70kg tuviese un corazón de 7kg.
Tampoco podemos considerarnos herbívoros, ya que el exclusivo consumo de hojas requiere un aparato digestivo especializado en el procesamiento vegetal (cuba de fermentación, estómago con cuatro cavidades, capacidad de rumear, 40 hs de tránsito intestinal, etc). Dicha estructura la poseen animales como la vaca, pero no los humanos.
En cambio poseemos características propias de animales frugívoros: manos para recoger frutos, mandíbulas débiles, caninos poco desarrollados, incisivos para morder frutos, molares para moler semillas y granos, saliva alcalina para desdoblar almidones, estómago débil y poco ácido, ausencia de enzimas para neutralizar sustancias provenientes de la descomposición de animales muertos (cadaverina, putrescina) y sangre ligeramente alcalina.
A nivel intestinal, nuestro diseño biológico prevé un intestino grueso de gran capacidad, que recoge los desechos de difícil digestión (celulosa, lignina) para su aprovechamiento final en un ambiente naturalmente ácido. Justamente los desechos de granos, raíces, frutos y semillas, que estimulan el movimiento peristáltico del bolo alimentario, generan ácidos (carbónico, láctico, acético).
En cambio, la carne no tiene fibra (el intestino de los carnívoros no requiere estímulo peristáltico por parte del bolo) y no deja residuos indigeribles: su transformación microbiana genera compuestos alcalinos (amoníaco y otras bases). Las deposiciones de los carnívoros son escasas y malolientes, mientras que los frugívoros tienen evacuaciones abundantes e inodoras.

ADAPTACIÓN NO ES NORMALIDAD
A causa de cambios ambientales y por cuestiones de supervivencia, el hombre en su evolución tuvo que aprender a convivir con alimentos de origen animal y con la cocción de los alimentos. Sin embargo esta experiencia es tan reciente en términos evolutivos, que no ha habido tiempo de generar los necesarios cambios en nuestra fisiología corporal. Y por tanto no podemos hablar de normalidad. Es como considerar “normal” al canibalismo, porque ciertos grupos pudieron sobrevivir gracias a sus pares.
El ser humano está inmerso en un proceso evolutivo y de aprendizaje. Simplificar, pensando que antes todo era mejor, es poco sensato. Es cierto que en el pasado no había problemas tecnológicos y el hombre tenía acceso a alimentos más puros y naturales. Pero también había carencias, excesos y desconocimiento.
Las antiguas escuelas griegas, egipcias, chinas e hindúes, y luego la vieja escuela naturista, tuvieron conceptos claros respecto al tratamiento de los problemas de salud. Enfermedades y pandemias no son exclusividad de nuestro modernismo. La longevidad y la buena calidad de vida no era moneda corriente y se limitaba a pocas personas, a ciertas culturas y a determinados estratos sociales.
La historia recoge, tanto testimonios de pueblos con baja expectativa de vida, como de etnias que superaban regularmente la centuria en óptimo estado. Generalmente la bonanza económica nunca iba de la mano con la salud y la longevidad. Incluso hay algo nuevo que estamos experimentando como especie. Es algo sin precedentes y con terribles consecuencias: la moderna alimentación industrializada.

UNA EXPERIENCIA INEDITA Y FUGAZ
Somos las primeras generaciones que nos vemos enfrentadas a una experiencia inédita y fugaz en el proceso evolutivo del ser humano. Por tanto, estamos obligados a comprender en profundidad lo que nos está ocurriendo globalmente, a fin de de bucear en nuevos abordajes que nos brinden soluciones coherentes, efectivas y evolutivas. Al referirnos a la América precolombina, cinco siglos pueden parecer mucho tiempo; sin embargo veremos que son lapsos exiguos en el contexto evolutivo humano.
Estimativamente, hace unos 5 millones de años aparecen los homínidos sobre la faz del planeta y allí se inicia un largo camino evolutivo que nos conduce hasta nuestros días. En semejante proceso, ¿qué puede ser considerado lejano o fugaz? ¿Qué es antiguo o moderno?
Por cierto, resulta difícil visualizar y concebir un período de tiempo tan extenso. Tal vez pueda ayudarnos el hecho de relacionar el proceso evolutivo humano con un año calendario de 12 meses, o sea los 365 días que manejamos cotidianamente.
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