El examen de fin de carrera o extraordinario constará de cuatro preguntas cortas tipo ensayo y durará 1 hora y media




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METARREPRESENTACIÓN, SIMULACIÓN, SÍMBOLOS Y TEORÍA DE LA MENTE.

¿Qué función adaptativa puede tener esa ruptura con la representación literal de las cosas, que se da en el juego de ficción y, en cierto modo rudimentario, en todas las representaciones simbólicas? El niño cuando hace “como si” el palo de una escoba fuera un caballo, no cree, en el modo literal de representación, que lo sea. Si lo creyera, estaría en un error. En el error sólo existe una representación de algo, que no se corresponde a la realidad de ese algo. En la ficción se producen 2 representaciones simultáneas de algo. En la ficción se asigna al símbolo un nivel representacional que se sobrepone al literal, y al que Leslie denomina metarrepresentación.

Para Leslie es entre los 2-5 años, cuando se da el proceso de desacoplamiento, por el cual las metarrepresentaciones se diferencian de las representaciones literales. Este proceso de desacoplamiento sería el mecanismo subyacente tanto al desarrollo del juego simbólico que da pauta de ficción en el niño, como a su capacidad de emplear una forma relativamente elaborada de la actitud intencional. Capacidad que algunos investigadores denominan Teoría de la Mente. En el plano representacional se suspenden las relaciones ordinarias de verdad y referencia. Este desarrollo tan específico como el propio lenguaje, requeriría de la construcción de una maquinaria mental que suponemos importante para su desarrollo funcional.

La importancia de la existencia de un modo representacional obedece a varias razones:

  • El desarrollo metarrepresentacional juega un papel decisivo en la elaboración progresiva de un modo simbólico de ficción, en el ámbito de lo imaginario, que implica una ampliación de lo real cada vez más independiente de la imposición de los datos perceptivos inmediatos y de la tiranía de lo particular. El lenguaje además representar lo real, elabora lo ficticio.

  • La comprensión funcional del lenguaje, reside en que las metarrepresentaciones son los fundamentos de la Teoría de la Mente, y que esta es, a su vez, la base de destrezas comunicativas que son decisivas los usos lingüísticos.

Las adaptaciones sofisticadas y rápidas de los estados mentales de otros, que constituyen la raíz funcional de la conversaciones y otras modalidades lingüísticas, se derivan de la posesión y uso de la Teoría de la Mente. Ésta puede ser considerada una elaboración compleja de la estrategia intencional, que implica la capacidad de diferenciar los estados mentales propios de los ajenos. Presupone la habilidad de atribuir estados mentales y su posesión se manifiesta, con la máxima claridad, por ciertos criterios que se refieren al engaño.

Que los organismos poseen una Teoría de la Mente lo demuestran, principalmente, hechos como:

  • Su capacidad de engañar, es decir, crear intencionadamente en otros, estados de creencia que no se corresponden con sus propios estados de creencia verdadera con el fin de obtener beneficios.

  • Su capacidad de reconocer cuándo otro organismo es engañado, dándose cuenta de que la creencia de ese otro organismo no corresponde con la propia creencia verdadera.

  • La capacidad de reconocer cuándo otro organismo engaña o trata de engañar. Trata de crear un estado de creencia en otro, que no se corresponde con el que él mismo posee

La razón por la que el engaño constituye el indicador más claro de la Teoría de la Mente es que en él se expresa la capacidad de diferenciar los estados propios de creencia de los ajenos. Es fácil de comprender la enorme ventaja adaptativa que supone la destreza del engaño activo y el reconocimiento del engaño.
¿Por qué se llama a esa capacidad Teoría de la Mente? Premack y Woodruff usaron por 1ª vez esta denominación en el experimento con el chimpancé Sara. La usaron porque la atribución a otros de estados mentales implica emplear objetos teóricos tales como deseos, creencias e intuiciones (que no son en realidad fenómenos empíricos) con el fin de predecir la conducta de los organismos, de forma semejante a como las ciencias emplean objetos teóricos para predecir los fenómenos.

¿Hasta qué punto la capacidad de la Teoría de la Mente es específica de nuestra especie? Se ha visto que los antropoides superiores poseen un carácter deliberado y versátil que las hace merecedores de la atribución de una competencia de Teoría de la Mente, sin embargo, en un grado notablemente menor en comparación a los humanos.

Los niños normales desarrollan rápidamente su capacidad de Teoría de la Mente a lo largo de un periodo preoperatorio.

  • En el 2º año del niño, muchos juegos consisten en engañar y ser engañado.

  • Entre los 4 - 5 años son capaces de reconocer cuándo un personaje tiene una creencia falsa que no se corresponde con un estado de hechos.

Una pista evolutiva importante para comprender las relaciones entre las competencias metarrepresentacionales, la Teoría de la Mente, el juego simbólico, y el lenguaje, es que desde ya el 2º año de vida, los niños desarrollan un vocabulario muy rico en verbos mentales como: querer, creer, saber, etc. Este vocabulario lo van refinando progresivamente mediante distinciones somáticas muy sutiles tales como la que existe entre “saber” y “adivinar” a lo largo de su periodo crítico de adquisición del lenguaje y en fases posteriores. Este vocabulario mentalista incluye tanto verbos epistémicos (de conocimiento) como emocionales, y los niños los emplean en la realización de inferencias cada vez más complejas acerca de los estados mentales de otros.

El desarrollo del lenguaje se fundamenta en la existencia previa de un mundo intersubjetivo compartido, sin el cual no sería posible imputar sentido a las emisiones, este principio confirma el hecho de que ninguna explicación conductista de la adquisición del lenguaje explica la adquisición de este vocabulario mental cuyos referentes no son externos sino privados.

Una clase muy significativa para comprender la relación entre la Teoría de la Mente y la Ficción que se produce en las pautas infantiles del juego simbólico, es el hecho de que existe un “isomorfismo profundo” entre enunciados que contienen los verbos mentales y ciertas propiedades de esas pautas de juego. Refieriéndose a esto, Leslie señala que los enunciados que contienen verbos mentales (que se refieren al pensamientos o al lenguaje) poseen una propiedad lógica a la que se denomina intensionalidad, por la cual se dice que son referencialmente opacos.

La intensionalidad consiste en que la verdad de un enunciado que contiene un verbo mental de pensamiento o lenguaje “no compromete” con la verdad de la expresión subordinada a ese verbo. Es más, cuando un enunciado intensional es verdadero, ello no implica siquiera que exista el objeto al que refiere el enunciado. Todo esto significa que los enunciados que contienen verbos intensionales son lógicamente peculiares, en el sentido de que no comprometen con la verdad de enunciados sinónimos (opacidad referencial), ni con la verdad de enunciados subordinados (intensionalidad), ni con la existencia de los objetos contenidos en éstos o de las propiedades incluidas en ellos.

Leslie desvela que estas propiedades lógicas son semejantes a ciertas propiedades que tienen los juegos de ficción infantiles:

  • Procesos de sustitución  Convertir una escoba en un caballo.

  • O incluso simular objetos que no existen.

Así, para Leslie hay un paralelismo claro entre la opacidad referencial de los contextos intensionales y el mecanismo simbólico de sustitución de objetos, que se manifiesta:

  • entre el no compromiso de verdad o falsedad de los objetos y la atribución simbólica de propiedades,

  • y entre el no compromiso de los objetos incluidos en clausulas intensionales verdaderas y la simulación imaginaria de objetos.

Esto se explica, según Leslie, porque la enunciación de estados mentales y la ficción son actividades que dependen cognitivamente de la misma forma especializada de representación mental, y por consiguiente, heredan sus propiedades semánticas. Esa forma específica es la metarrepresentación, que implica un desacoplamiento con relación a las propiedades primarias, y permite tanto la constitución del mundo simbólico, como la atribución simbólica de estados mentales a otros.

Sin embargo, Perner ha cuestionado que las primeras formaciones simbólicas de los niños requieran metarrepresentaciones en un sentido estricto. Para Perner la competencia representacional y las habilidades de la Teoría de la Mente, podrían ser desarrollos relativamente tardíos de otras competencias previas de simulación, intuición intencional y comunicación.

Sea lo que fuere, hay un amplio conjunto de datos que demuestran que el desarrollo estructural explosivo del lenguaje tiene durante el periodo preoperatorio no se produce en el vacío, sino más bien en el contexto de otros desarrollos muy estrechamente relacionados y que juegan un papel decisivo en la construcción de las funciones del propio lenguaje.

Esto se ve mejor:

  • Primero por el hecho de que entre los 18 meses y los 5 ó 6 años –periodo crítico- los niños necesitan crear simulaciones de la realidad.

  • Segundo por que esos mismos niños se hacen cada vez más capaces de comprender las intenciones, creencias, deseos y, en general, los estados mentales de los que les rodean.

Para algunos investigadores, las competencias que subyacen a estos procesos de acomodación mental son tan específicas de nuestra especie, y al mismo tiempo tan autónomas con relación a otras funciones mentales más generales, como lo es el propio lenguaje en sus aspectos más estructurales.

Esta idea plantea la posibilidad de que el lenguaje no sólo sea específico, en sus aspectos más estructurales, sino también en sus raíces funcionales.

Estas raíces parecen hundirse en competencias intersubjetivas muy precoces en los miembros de nuestras especie.

Las pruebas que aporta la patología sugieren que sólo es posible adquirir adecuadamente un lenguaje cuando, hasta cierto punto, se comparte el mundo interno de las otras personas.


DESARROLLO DE LA COMUNICACIÓN Y ORIGEN DE LOS SÍMBOLOS

La Concepción Interaccionista de los Símbolos

Los símbolos son, en realidad, conductas sociales elaboradas y el lenguaje es la forma de relación social más específica y, quizá, más compleja de los humanos. Por eso los orígenes de los símbolos y del lenguaje en lo que se refiere a sus aspectos funcionales, debe buscarse en el desarrollo de la conducta social del niño.

La importancia de las raíces sociales de los símbolos ha sido destacada por psicólogos interaccionistas como Vygotsky, Mead, y sus seguidores en el enfoque al que se ha denominado interaccionismo simbólico. La perspectiva de estos investigadores permite comprender para qué se realizaron símbolos (y lenguaje) y no sólo en qué consisten. La idea de que el origen de los símbolos reside en el desarrollo social y comunicativo, y no solo en el de las competencias cognitivas generales, establece una diferencia entre la perspectiva interaccionista y las posiciones mantenidas por Piaget.

El punto central de esta polémica nos permitirá comprender la naturaleza real de los símbolos:

  • Piaget identifica, en gran parte, las nociones de función simbólica y representación. Establece como criterio esencial de la representación, la capacidad de establecer un mundo objetivo: o sea, objetos que tengan una consistencia permanente, independiente de la percepción inmediata y de las versátiles apariencias (desapariciones) de los estímulos que nos brindan los sentidos. Establece el importante requisito para el desarrollo de la función simbólica, que es la capacidad de evocar lo ausente (los símbolos son la unión entre significado y significante, de cuyo significado podemos evocar los objetos ausentes). Sin embargo esto no permite desvelar para qué aparecen los símbolos.

  • ¿Para qué usan los niños sus símbolos enactivos? ¿Para qué aparecen los símbolos? Es evidente que las conductas que dan lugar a un símbolo, o a un símbolo enactivo, sólo adquieren sentido cuando se realizan con fines comunicativos y por alguien que percibe que hay una mente capaz de interpretarlos. Esto requiere una intuición mentalista en sus productores. Así, aunque hay otras especies animales que utilizan símbolos para la comunicación en los humanos la maduración, genéticamente determinada, va a la par de la formación de un mecanismo simbólico general, común al lenguaje y a otras formas simbólicas, y que se deriva de funciones sociales y destrezas mentalistas. Argumentos que favorecen esta idea son:

  • la diversidad de los códigos simbólicos humanos

  • la simultaneidad de los periodos críticos de desarrollo del lenguaje y otras formas simbólicas como el juego, las formas complejas de imitación diferida.

Un ejemplo simple, que permite entender que todos los símbolos humanos, y no sólo el lenguaje poseen un origen comunicativo y están al servicio de funciones sociales, es el caso de los “niños salvajes”. Cuando son encontrados y sometidos a observación, se encuentra sistemáticamente que no producen símbolos. Y es natural que así sea, ¿Para qué y para quién habrían de producirlos?, si tales conductas no poseían en su contexto ningún valor adaptativo.

Los símbolos son pues “representaciones de representaciones”. Inicialmente representaciones externas, que cumplen fines comunicativos. En el desarrollo humano sufren un proceso de interiorización por el cual los significantes se condensan y “mentalizan”, haciéndose instrumentos de autocomunicación, que cumplen funciones cognitivas importantes y definen el plano de la conciencia de “Segundo Orden” (conciencia de sí mismo) tan característico en el hombre.

Vygotsky, de postura interaccionista insiste al tiempo en la naturaleza comunicativa de los símbolos y en el carácter semiótico de la conciencia humana. En esta perspectiva se acentúa la naturaleza funcional de los símbolos y se definen sus orígenes no solo en el desarrollo de capacidades cognitivas generales, o en la evolución de los mecanismos específicos de procesamiento formal del lenguaje, sino también en el desarrollo social del niño.

No basta, aunque sea imprescindible, que el niño llegue a situarse en un mundo de objetos permanentes, ni es suficiente (aunque sí necesario) que desarrolle ciertos mecanismos de computo formal para que llegue a producir símbolos y lenguaje. Es necesario también, que el niño se sitúe en un mundo de seres sociales y de percibirlo así; como un ámbito de seres concebidos como sujetos, es decir, como entidades intencionales; un mundo de seres vivos capaces además de interpretar significantes.
Algunos Pautas Sociales en Bebés

Se han realizado investigaciones evolutivas con bebés para comprender el origen y la función social de los símbolos. Éstas han puesto de manifiesto el hecho de que los neonatos son, aunque rudimentariamente, seres sociales desde el principio, o al menos producen ciertas respuestas precursoras del desarrollo social posterior.

Mehler y Dupoux demuestran que los bebés atienden, desde los primeros días, más a los sonidos del habla que a otros tipos de sonidos, mostrando una preferencia visual por estímulos con las propiedades características del rostro. Están por así decir, presintonizados atencionalmente o perceptivamente hacia el rango estimular que proviene de las personas. Esta presintonización, parece especialmente poderosa en el caso de un cierto tipo de estímulos sociales: los de naturaleza lingüística. Además los neonatos producen respuestas armónicas con relación a los estímulos de origen social.

Dos son las categorías de respuestas que tiene relación con la preparación para lo social, y para el lenguaje:

  1. Ciertos patrones de movimiento, que producen los neonatos cuando se les habla, y que muestran una curiosa sincronía con respecto a los moldes prosódicos del habla. Este fenómeno es llamado “Sincronía Interactiva”, y sugiere la presencia de precursores muy precoces, que se emplean para defender la hipótesis innatista de las facultades lingüísticas.

  2. Otro fenómeno de armonización de gran importancia social es la imitación neonatal, que se observa en ciertas condiciones experimentales bien controladas, donde se demuestra que la presentación de modelos de gestos faciales y movimientos a neonatos se sigue de un aumento de su frecuencia en los propios bebés.

La imitación no es sólo un mecanismo de aprendizaje y desarrollo de la conducta, sino también una forma de expresión intersubjetiva. Esta formulación permite explicar por qué los trastornos graves en el desarrollo social y comunicativo suelen acompañarse de alteraciones en las pautas de imitación, y por qué existen en niños de 8 á 14 meses, una correlación significativa entre la imitación y las pautas comunicativas protodeclarativas –las cuales tiene una especial significación intersubjetiva.

La noción de intersubjetividad es esencial para comprender el origen funcional de los símbolos y del lenguaje.

Trevarthen la usa para explicar algunos fenómenos que se observan en bebés de 2 -3 meses, como que reproducen las mismas expresiones emocionales que les muestren los adultos que les rodean. Llama intersubjetividad primaria a una motivación esencial, en el desarrollo, que permite percibir de algún modo inicialmente indiferenciado, la “significación humana” de ciertas expresiones. Esta motivación, con fuerte determinación innata, definirá una vía esencial para el desarrollo posterior de los símbolos. Éstos son recursos de “intercambio mental”, resultado de la elaboración y evolución de las formas iniciales de relación mental, que los bebés de pocas semanas muestran ya, en la medida en que comparten las expresiones emocionales de otros. Los símbolos son, según Trevarthen, formas complejas de cooperación entre mentes, cuyas raíces últimas hay que buscarlas en su concentración emocional interna (o sea intersubjetividad primaria), tal como la expresan los bebés de 2 ó 3 meses que sonríen o lloran según la cara que les ponga un modelo. En esta perspectiva se supone que el acceso emocional al mundo interno de otros es previo (y requisito) a otras formas complejas y más cognitivas de acceso, tales como las que reflejan los bebés. Sin estas formas primitivas de acceso, las elaboraciones más complejas y cognitivas de interacción mental no podrían desarrollarse adecuadamente y los símbolos no contarían con ese sentido previo (dado por el motivo a compartir estados mentales). Así pues el origen de los símbolos no reside sólo en el desarrollo cognitivo de las capacidades de asimilación y representación del niño, si no también en el desarrollo afectivo y emocional.

Las pautas de reconocimiento social y apego, que comienzan a desarrollarse desde los 4 á 8 meses definen un complejo evolutivo relevante para el desarrollo simbólico posterior. Los efectos negativos de la deprivación temprana afectiva, sobre las capacidades simbólicas y lingüísticas están ampliamente documentados, lo que sugiere que son importantes, cuando menos, unas condiciones mínimas de desarrollo afectivo para que los símbolos y el lenguaje evolucionen adecuadamente.
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