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LOS ACTOS DEL HABLA Con el lenguaje realizamos ciertos tipos especiales de actos, los actos de habla, que:
Veámoslo con la siguiente frase: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? En la frase anterior lo primero que se produce es la realización de una locución. Según el filósofo John Austin se realiza un acto locutivo. Al mismo tiempo, en un cierto plano diferente de descripción, podemos afirmar que también se hace otra cosa: pedir. Pedir, solicitar, rogar, no son actos que correspondan al plano descriptivo locutivo, sino que se producen al realizar locuciones. No son cosas que se realicen en el hablar, sino más bien al hablar. A estos actos, que se realizan al hablar (en tanto que hablar consiste en realizar una actividad comunicativa) los denomina actos ilocutivos. Hay algo más que se realiza al decir eso: se afecta a alguien. A estos efectos que se producen por el hecho de decir, les llama actos perlocutivos. Son actos perlocutivos o subproductos, que se desprenden de decir ciertas palabras en un determinado contexto, desde el momento en que tales palabras afectan a los estados internos de alguien. Cuando el lenguaje se toma como actividad, resulta posible definir en esa actividad 3 planos o niveles descriptivos diferentes. Estos planos no surgen simultáneamente en el desarrollo de la comunicación:
Como han destacado Searle y Austin, muchos lenguajes naturales poseen numerosos verbos o frases verbales para referirse a la clase de los actos ilocutivos. Los diferentes lenguajes pueden servirse de recursos diversos para marcar lo que Austin y Searle denominan “fuerza ilocucionaria” de los enunciados, es decir, el tipo de intenciones que definen. Por ejemplo: los moldes prosódicos de las emisiones (entonaciones de las frases), y en ocasiones recursos léxicos, sintácticos o morfológicos. Sin embargo, es frecuente que no se empleen, en los usos lingüísticos cotidianos, marcadores específicos de los actos ilocutivos, y que la fuerza ilocutiva de los enunciados sea inferida por los interpretes del lenguaje, al relacionar emisiones y contextos. Además, puede suceder que los indicadores superficiales de fuerza ilocutiva no coinciden con la intención subyacente a los actos del habla, que es la que define el núcleo de esa fuerza. Ello permite la generación de actos de habla indirectos, en el que el significado literal es sólo una vía indirecta para acceder al intencional. Ej.: ¿Sabes qué hora es? No conlleva la intención de obtener una respuesta literal: “sí, la sé” o “no, la desconozco”, sino que se usa frecuentemente como petición o mandato. De este modo el lenguaje permite conjugar diversos planos intencionales en una emisión, graduando su fuerza ilocutiva, con finalidades tales como las de “ser educado”, “sugerir”, etc. El potencial de indirección de todos los lenguaje naturales es, al mismo tiempo, un síntoma importante de su papel clave en la estrategia intencional de relación entre humanos, y recurso importante para el cumplimiento, por parte del lenguaje, de complejas funciones sociales. Los actos ilocucionarios pueden entenderse como las unidades mínimas de la comunicación lingüística. Estas unidades no deben verse sólo como ideas o proposiciones, sino como proposiciones que están cualificadas en términos intencionales. Searle ha analizado la naturaleza de los actos ilocucionarios y establecido una taxonomía de ellos. Su análisis se centra en la noción de intención y se basa en la definición de significado (intencional) del filósofo Paul Grice, en términos de proceso por el cual alguien trata de producir un efecto en otra persona, haciendo que ésta reconozca su intención de producirlo. Los actos ilocucionarios se definen por un conjunto de condiciones y reglas que determinan su naturaleza. Searle define varias de estas condiciones:
Por ejemplo: El acto ilocucionario de pedir.
La idea de que los estados mentales intencionales (creer algo, desear algo, etc.) constituyen las condiciones de sinceridad de los actos ilocucionarios, es una elaboración del principio esencial que establece que el lenguaje es un instrumento para compartir estados mentales. Otra dimensión básica, junto a los estados mentales y las condiciones esenciales constituyen los criterios principales para definir diversas clases de actos ilocutivos es lo que Searle llama: “La dirección de ajuste entre las palabras y el mundo”: algunas ilocuciones tratan de lograr que el mundo se ajuste a las palabras, mientras que otras buscan lo contrario, que las palabras se ajusten al mundo. Ej.: cuando pedimos algo, tratamos que el mundo se ajuste a las palabras. Cuando aseveramos algo, tratamos que las palabras se ajusten al mundo. Esta dimensión parece ser muy temprana en el desarrollo de la comunicación, y establece una distinción entre las pautas protoimperativas y protodeclarativas. A parte de esas 3 dimensiones esenciales: Objeto ilocucionario o condición esencial, Dirección de ajuste y Condición de sinceridad o estados mentales intencionales. Hay otras dimensiones que también tienen un papel en la definición de las distintas clases de actos ilocucionarios
Searle utiliza las dimensiones esenciales para establecer la taxonomía final de actos ilocucionarios:
En un sentido esencial se puede ver que las funciones son muy pocas, si bien la complejidad, cantidad y diversidad de los verbos que significan actos ilocucionarios, constituyen pruebas indirectas del refinamiento con el que el lenguaje puede hacer ese limitado número de funciones que define Searle. EL PAPEL REGULADOR DEL LENGUAJE Y LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA. Los verbos referidos a actos ilocutivos o perlocutivos poseen la propiedad de que pueden decirse de forma refleja: podemos aseverarle algo a alguien, o aseverárnoslo a nosotros mismos. Actúan entonces sobre un contexto completamente interno, como cuando uno se sirve del lenguaje para pensar. El lenguaje adquiere pues una nueva función a lo largo del desarrollo, la de ser un instrumento del pensamiento y del control metacognitivo. Susana López Ornat ha analizado las importantes funciones cognitivas que cumple el lenguaje interior:
El proceso a través del cual el lenguaje adquiere esas importantes funciones cognitivas se relaciona con una nueva función, que se sobrepone a sus funciones comunicativas y representacionales primeras: la función de regulación estudiada especialmente la Escuela de Moscú. Vygotsky y Luria han destacado la contribución del lenguaje al proceso de formación de la acción voluntaria, que se relaciona con el poder regulador que el propio lenguaje adquiere progresivamente. Solo es entre los 3 y 4 años cuando las regulaciones verbales comienzan a liberarse de la influencia de la experiencia interna. El desarrollo de esa nueva función cognitiva del lenguaje no implica un abandono de las funciones comunicativas que éste tiene, sino una elaboración reflexiva de esas funciones, a través de la cual llegan a ser autocomunicativas. Al ámbito autocomunicativo en el que las personas nos relacionamos con nosotros mismos se le suele dar el nombre de “conciencia”. Y en efecto, hay un plano de la conciencia humana, el más complejo y específico, que está hecha de lenguaje. Esto permite ver que el lenguaje no sólo sirve para representar la realidad y comunicarse con los demás, sino que tiene un papel constitutivo de la propia organización mental del hombre. El lenguaje no es sólo algo que los hombres hacen, sino algo que hace al hombre en sentido muy real. El proceso por el cual el lenguaje llega a desarrollar esas funciones reflejas y autocomunicativas plantea muchas preguntas sobre su significación, naturaleza y desarrollo. Desafortunadamente las investigaciones sobre la naturaleza y desarrollo del lenguaje interno, sobre sus funciones y posibles modalidades, han sido muy escasas en los últimos años. Ello se debe a 2 razones principales:
Las investigaciones psicofisiológicas, de manera indirecta, han demostrado que el uso del lenguaje interno se acompaña de cambios en registros electromiográficos que detectan movimientos de baja amplitud en los órganos de fonación. Estas investigaciones confirman las hipótesis intuitivas acerca del papel funcional del lenguaje en el pensamiento, pero están lejos de delimitar con claridad los mecanismos mentales, rasgos, estructurales, y significación cognitiva del lenguaje interno. Sin duda las concepciones más lúcidas del desarrollo, la estructura y las funciones del lenguaje interno siguen siendo las propuestas originalmente por Vygotsky en su obra clásica “Pensamiento y Lenguaje” (1934). En contraposición al elementarismo reduccionista de la psicologías objetivas, como al idealismo de los enfoques introspectivos, Vygotsky consideraba que el desarrollo humano posee un origen social. La formación de las funciones superiores en el hombre se deriva del proceso de incorporación e interiorización de instrumentos, en especial de signos (como instrumento). Las funciones superiores se constituyen 2 veces: primero se dan como relaciones entre personas, y luego dentro del propio niño. Poseen un origen interpersonal, y llegan a convertirse en funciones intrapersonales (ley de la doble formación de las funciones superiores). Los signos aportados por la cultura y la historia a través de los procesos de interacción de los niños con los adultos, llegan a convertirse en los instrumentos principales del pensamiento, y en los constituyentes de la conciencia reflexiva a través de un proceso de interiorización Vygotsky consideraba que la unidad principal de análisis de las funciones superiores humanas y de la conciencia, era la actividad instrumental por la cual transforma el medio. Su concepto de actividad estaba relacionado con el de mediación, siendo los instrumentos mediaciones en la relación del hombre con el mundo. Los signos son mediadores especiales, instrumentos con una función específica: la regulación de la conducta de los demás y de la propia. Son utensilios por los que se modifica el medio interno o mental del hombre, y no, como los instrumentos materiales utensilios de transformación. Los principios que condensan los puntos esenciales de la posición de Vygotsky son:
Polémica Piaget vs Vygotsky: Con respecto al desarrollo y la función de los monólogos que los niños en edad preescolar producen característicamente durante sus juegos y otras actividades:
Vygotsky pensaba que el aspecto más esencial del desarrollo es el hecho de que en él se modificaba la estructura interfuncional de la conciencia, es decir las relaciones entre las diversas funciones psicológicas. Así aunque el pensamiento y el lenguaje tienen raíces genéticas diferentes, posteriormente se sintetizan dialécticamente en el desarrollo, implicando transformaciones estructurales y funcionales en ambas funciones. El pensamiento, al hacerse lingüístico sufre transformaciones ontogenéticas y monogenéticas al verse constreñido a la temporalidad del lenguaje. Pero el lenguaje también sufre transformaciones de estructura y función al hacerse pensamiento. En el aspecto funcional hay que establecer una distinción entre la función objetiva y la subjetiva de los monólogos infantiles:
A lo largo del desarrollo el monólogo se sumerge, se interioriza y se convierte en el lenguaje privado, que es el instrumento principal del pensamiento humano. Este proceso implica cambios esenciales en la estructura del lenguaje, que al ser lenguaje para uno mismo, se modifica en todos sus componentes.
En realidad los monólogos infantiles se hacen cada vez más predicativos, elípticos, idiosincráticos e indescifrables a medida que se acercan al momento de interiorización. Al hablarnos a nosotros mismos, hacemos explícito lo tácito, transformándolo y sometiéndolo a mecanismos racionales de categorización e inferencia, convirtiéndolo en conciencia. Al hablar nos servimos de la herramienta más útil para acceder a los mundos internos que nos rodean y a nuestro propio mundo interno. Convertimos en una palabra, representaciones implícitas del mundo en signos, y así en estructuras complejas de conciencia intencional. Así para Vygotsky cada palabra es un microcosmos de conciencia humana. UNA NOTA SOBRE LAS DOS NOCIONES DE SÍMBOLO EN LA PSICOLINGÜÍSTICA CONTEMPORÁNEA. Hemos supuesto en este capítulo que los símbolos son en su origen genético ciertas acciones. Las palabras mismas, desde la perspectiva funcional, pueden considerarse como ciertos tipos de actos, que a su vez tiene dimensión locutiva, otra ilocutiva y otra perlocutiva. Los símbolos que hacen los niños a los 2 ó 3 años son acciones que luego se interiorizan y se constituyen en materiales esenciales en la constitución de un plano de conciencia específicamente humano, aquel en que la conciencia consiste en una estructura semiótica de relación con uno mismo. Desde esta perspectiva, el símbolo tiene que poseer una cierta presencia fenomenológica, en tanto que constituye una acción para otro en su origen comunicativo o una “acción interna para uno mismo”, en su presencia autoconsciente una vez que se ha interiorizado. Sin embargo, en una perspectiva más microgenética, es preciso que ampliemos la noción de símbolo. Esta ampliación implica, ante todo, despojar a la noción de símbolo de cualquier clase de implicación fenomenológica. Esa desvinculación entre las nociones de símbolo y acción o conciencia es necesaria para comprender la idea de que el lenguaje depende de mecanismos mentales de cómputo, que dan cuenta de su microgénesis. Así nuestro sistema mental de procesamiento emplea un cierto lenguaje simbólico, que no debe confundirse con el lenguaje natural, y que permite que éste se comprenda y se produzca. Puede decirse que ese lenguaje es simbólico en tanto que implica estructurales mentales (pero no conscientes), formalmente definidas, que corresponden a reglas precisas de formación y representan un cierto conocimiento implícito del lenguaje. En la psicolingüística actual, es importante diferenciar bien las 2 nociones de símbolo: los símbolos como acciones significantes, y los símbolos como estructuras mentales que son computadas y que permiten que tales acciones sean precisamente acciones significantes. Los símbolos como fenómenos evidenciados ante la percepción y la conciencia, frente a los símbolos como formas internas del sistema de cómputo mental, que no están presentes a la conciencia ni se muestran –a no ser de forma indirecta— como acciones externas. Estrategia Intencional: tendencia fundamental en el sistema cognitivo humano, a predecir y explicar la conducta de los congéneres sirviéndose de un instrumento psicosocial tal como atribuir y atribuirse creencias y deseos, es decir, estados mentales internos e intencionales. Toda la razón de ser del Lenguaje se basa en el empleo de esta estrategia, y las mismas funciones del Lenguaje no pueden comprenderse sin ella. Pragmática: Estudio de la Lengua desde prismas que enfocan fundamentalmente su utilización: motivaciones psíquicas de los interlocutores, presupuestos, reacciones, objetivos y condicionamientos comunicativos de todo tipo. Se opone a los enfoques sintácticos, que se ocupan de las propiedades formales de las construcciones lingüísticas, o a enfoques semánticos, que estudian las relaciones entre las entidades lingüísticas y el mundo real o de las ideas. Verbos epistémicos: Verbos que expresan conocimiento: saber, adivinar, creer, etc. TEMA 4 LA PERCEPCIÓN DEL LENGUAJE INTRODUCCIÓN El lenguaje consta de 2 clases de fenómenos, unos públicos (observables y medibles) y otros privados (inferidos y supuestos por el observador). En la dimensión pública y observable, el lenguaje natural es un estímulo físico compuesto por sonidos percibidos auditivamente o trazos percibidos visualmente. En la dimensión privada, es una representación mental dotada de significado. Para que la comunicación lingüística entre dos interlocutores sea posible, la primera tarea que un oyente o lector tiene que llevar a cabo en la comunicación verbal es la de transformar los estímulos físicos de habla o escritura que recibe, en una representación de los sonidos o las letras que componen la emisión verbal. La percepción del lenguaje oral o escrito es un proceso que se realiza sin apenas esfuerzo consciente por parte del perceptor, incluso en condiciones en que la señal física nos llega distorsionada (ej. habla distorsionada, teléfono, etc.). Por otra parte, la percepción del lenguaje se mantiene relativamente constante aun cuando ciertas propiedades físicas de la estimulación varíen. Estas observaciones nos dan a entender que el sistema humano de percepción del lenguaje tiene que ser un sistema altamente flexible y adaptativo, a la vez que considerablemente automático. Por otra parte, hay que subrayar que la percepción del lenguaje oral y escrito presentan diferencias importantes. La más obvia es que cada una de ellas afecta a un órgano sensorial distinto: audición y visión respectivamente. Además, la percepción del habla tiene que hacer frente a unas limitaciones temporales. Dado que el estímulo auditivo del habla se desvanece de forma inmediata, no podemos tener un acceso permanente a él, por lo que se ha de registrar y procesar a la mayor brevedad. Una tercera diferencia es que el habla es un estímulo continuo, con pocos cortes o silencios entre las unidades lingüísticas que el oyente tiene que descodificar, es decir, cada sonido, sílaba o palabra casi nunca va separado por pausas, mientras que la escritura se nos ofrece dividida en unidades, palabras. En este capítulo se examina cómo se realizan los procesos de percepción o reconocimiento del lenguaje humano, cuáles son los mecanismos sensoriales, cognitivos y lingüísticos implicados en el procesamiento de las señales físicas del lenguaje. Hay que tener en cuenta que el lenguaje no se percibe en forma de unidades fragmentadas, sino como una sucesión continua de elementos perceptivos. PRINCIPALES PROBLEMAS DE LA PERCEPCIÓN DEL HABLA La percepción del habla se puede definir como el proceso en virtud del cual un patrón de variación de energía acústica, que incide en los órganos receptores de la audición, se transforma en una representación mental de la configuración estimular. Desde el punto de vista físico, el habla, lo mismo que cualquier otro estímulo auditivo, se define como una onda sonora con propiedades acústicas (ej. frecuencia y amplitud) y temporales (ej. duración). Estas propiedades son producto de cambios o variaciones en la presión que se difunden en el espacio. La tarea del sistema perceptivo es extraer de estas variaciones unas constancias perceptivas que, en el caso del habla, corresponden a las unidades lingüísticas que llamamos fonemas. La tarea de percibir habla podría definirse, a primera vista, como la sucesiva transformación, de uno en uno, de segmentos de la onda sonora del habla en fonemas individuales. Se trataría, por consiguiente, de una tarea de reconocimiento de patrones. Nada hay sin embargo, más lejos de la realidad. La percepción del habla es una actividad bastante compleja. Para entender los fenómenos responsables de esta complejidad, es necesario examinar antes las propiedades físicas de los sonidos del habla. Mediante el procedimiento conocido como espectografía de sonidos es posible obtener una representación visual del habla, o espectrograma, que recoge la composición de frecuencias de la voz en unidades de tiempo. La percepción NO es un proceso de “traducción directa” de propiedades o claves acústicas a representaciones fonémicas, es decir, cada fonema de la lengua NO corresponde siempre al mismo conjunto de unidades acústicas. (fig. 8.1 pag. 322) Esta falta de correspondencia acústico-fonémica se manifiesta en 2 problemas distintos, aunque estrechamente relacionados: el problema de la segmentación, relacionado con el hecho de que la señal del habla es continua, mientras que los sonidos del habla se perciben como discretos o discontinuos. El problema de la ausencia de invarianza, relacionado con el anterior, se define como la falta de correspondencia biunívoca entre fragmentos de la señal acústica y fonemas discretos. Los segmentos de habla carecen, en su mayoría, de propiedades invariantes, ya que, a causa de la naturaleza continua del estímulo de habla, se ven influidos por el contexto acústico en que se encuentran. Los problemas de segmentación y de ausencia de invarianza tienen un mismo origen: las demandas “co-articulatorias” del habla. Cuando pronunciamos una secuencia de fonemas, no articulamos cada fonema por separado, sino que ajustamos la posición de nuestros órganos articulatorios (lengua, labios...) a las configuraciones que éstos han de adoptar. Así, al articular el fonema /n/, la posición de la lengua es más extendida y plana en “co/n/trario”, y se halla en reposo en “co/n/vocatoria” (hasta el punto de que el fonema que articulamos es más una consonante bilabial (m) que una alveolar (n)). En suma, los movimientos articulatorios efectuados en fonemas sucesivos se solapan en el tiempo, lo que origina diferencias acústicas en un mismo fonema, en función del contexto acústico-articulatorio en que éste se localiza. Estas demandas co-articulatorias, son también responsables de que el habla humana se emita a considerable velocidad, hasta tal punto que la tasa normal de emisión de fonemas por unidad de tiempo (oscila entre 10-15 fonemas por segundo, y puede alcanzar de 25- 30), superaría el poder de resolución del oído humano, si cada fonema estuviese realmente asociado a un conjunto de claves discretas y específicas. PROCESOS BÁSICOS DE LA PERCEPCIÓN DEL HABLA |