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23, Cf. por ejemplo, La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna, donde escribía Freud: "Podemos con justicia considerar a nuestra civilización respo"* sable del peligro de la neurastenia." (S. Freud, 1908a.)

24. Señala Maicuse que Freud dijo cómo la felicidad completa requiere la cabal manifestación de todos los instintos sexuales (que en el sentido freudiano significan3 particularmente los componentes pregenitales). (H. Marcuse, 1955.) Aparte de razón que tenga Freud en su opinión, Marcuse olvida el hecho de que lo esencial pa** Freud eran ías alternativas trágicas. Por eso no es nada freudiana la opinión de QueS objetivo deba ser la expresión irrestricta de todos los componentes del instínt0

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La contradicción entre el instinto de muerte y el Eros pone al hombre ante una alternativa real y verdaderamente trágica. Es real porque puede decidir atacar y guerrear, ser agresivo y manifestar su hostilidad, por preferir eso a enfermarse. Y no es necesario demostrar que es trágica, por lo menos en cuanto se refiere a Freud o cualquier otro humanísta.

Freud no intenta salirse por la tangente borrando las aristas del conflicto. Como ya mencionamos, en las Nuevas aportaciones al psicoanálisis escribe:

Y ahora nos sorprende la posibilidad de que Ja agresividad no puede hallar satisfacción en el mundo exterior porque se topa con obstáculos verdaderos. Si esto sucede, tai vez se retire e incremente la autodestructívidad que señorea en su interior. Ya veremos cómo así ocurre efectivamente y cuan importante es este proceso. (S. Freud, 1933.)

En Esquema del psicoanálisis escribía: "En general es insano contener la agresividad, y es causa de enfermedad." (S. Freud, 1938.) Después de haber trazado vigorosamente los lineamientos, ¿cómo reacciona Freud al impulso de no dejar los asuntos humanos en tan desesperada perspectiva y evitar ponerse de parte de quienes recomiendan la guerra como la mejor medicina para e¡ género humano?

Realizó efectivamente Freud varios intentos teóricos de hallar la salida al dilema entre el teórico y el humanista. Uno de sus intentos está en la idea de que todo instinto destructivo puede transformarse en conciencia. En El malestar en la cultura pregunta qué le sucede al agresor para hacer que se vuelva inocuo su deseo de agresión. Y responde así:

Algo muy notable, que jamás se nos hubiera ocurrido y sin embargo era de cajón. Su agresividad se introyecta, se interioriza; en realidad vuelve al lugar de donde salió ... o sea se vuelve contra su propio ego. Allí se encarga de ella una porción del ego que se vuelve contra el resto del ego en forma de superego y que ahora, en calidad de "conciencia", está dispuesta a obrar contra el ego con la misma ruda agresividad que al ego hubiera gustado aplicar a otros individuos ajenos. La tensión entre e! rudo superego y el ego que le está sometido es lo que llamamos sentido de culpa; se Manifiesta como necesidad de castigo. Por eso la civilización logra dominar el peligroso deseo que el individuo siente de agredir, debilitándolo y desarmándolo, y montando dentro de él un organismo para vigilarlo, como una guarnición en una ciudad conquistada. (S. Freud, 193O.)2

Antes bien, Freud -partidario de la civilización contra la barbarie- prefiere la opresión a su contrario. Además, Freud habló siempre de la influencia represora de la ctJ!tura sobre los instintos, y la idea de que eso suceda sólo en el capitalismo y no etlga por qué suceder en el socialismo es completamente opuesta a su pensamiento. as ideas de Marcuse al respecto padecen de un conocimiento insuficiente de tos dalles de la doctrina freudiana.

25. El concepto freudiano de una conciencia puramente punitiva es seguramen-

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La transformación de la destructividad en una conciencia autopunitiva no parece tan ventajosa como Freud da a entender. Según su teoría, la conciencia tendría que ser tan cruel como el instinto de muerte, ya que está cargada de sus energías y no da razón alguna para que quede "debilitado" y "desarmado" el instinto de muerte. Parecería antes bien que expresara las consecuencias verdaderas del pensamiento freudiano de modo más lógico la analogía siguiente: una ciudad gobernada por un enemigo cruel lo vence con ayuda de un dictador que después monta un sistema tan cruel como el del enemigo vencido. ¿Cuál ha sido así la ganancia?

Pero esta teoría de la conciencia estricta como manifestación del instinto de muerte no es el único intento que hace Freud de mitigar su concepto de una alternativa trágica. Otra explicación menos trágica es ésta: "El instinto de destrucción, moderado y domado y como quien dice inhibido en su objetivo, al dirigirse a los objetos tiene que proporcionar al ego la satisfacción de sus necesidades vitales y el poder sobre la naturaleza." (S. Freud, 1930.) Éste parece ser un buen ejemplo de "sublimación";26 el objetivo del instinto no se debilita sino que se dirige hacia otros fines socialmente válidos, en este caso el de "dominar a la naturaleza".

Ciertamente, esto parece una solución perfecta. El hombre se libera de la trágica elección entre aniquilar a los demás o a sí mismo, porque la energía del instinto destructor se emplea para vencer a la naturaleza. Pero podemos preguntarnos si efectivamente puede ser así. Si puede ser cierto que la destructividad se transforme en constructividad. ¿Qué puede significar el "vencer" o "dominar11 a la naturaleza? Domar y criar animales, recolectar y cultivar plantas, tejer telas, construir chozas, fabricar alfarería y otras muchas actividades, como construir máquinas, vías férreas, aeroplanos, rascacielos. Todos estos actos son de construcción, edificación, unificación, sintetización, y si uno tuviera que atribuirles uno de los dos instintos básicos, verdaderamente podría considerarse que los motiva Eros y no el instinto de muerte. Con la posible excepción de matar animales para consumirlos y de matar hombres en la guerra, que pueden considerarse

te muy estrecho y sigue la tradición de ciertas ideas religiosas; es el de una conciencia "autoritaria", no humanista. Cf. E. Fromm (1947).

26. Freud no empleó en general la palabra "sublimación" en relación con el instinto de muerte, pero me parece que el concepto en que se ocupa el párrafo siguiente es el mismo que aquel que llama Freud sublimación a propósito de la libido. Sin embargo, es cuestionable el concepto de "sublimación", aun cuando Freud lo aplica a lo sexual y en especial a los instintos pregenitales. De acuerdo con la teoría antigua, era muy conocido el ejemplo del cirujano, que emplea la energía sublimada de su sadismo. Pero, ¿es verdaderamente así? Después de todo, el cirujano no sólo corta, y es muy probable que a los mejores cirujanos no los motive el sadismo sublimado sino otros muchos factores, como la destreza manual, el deseo de curar mediante una acción inmediata, la capacidad de tomar decisiones rápidas, etc.

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ambas arraigadas en la destructividad, la producción material no es destructiva sino constructiva.

Freud hace otro intento de suavizar la aspereza de su alternativa en su respuesta a la carta de Einstein sobre el tema de ¿Por qué la guerra? Ni siquiera en esta ocasión, puesto frente a la cuestión de las causas psicológicas de la guerra por uno de los científicos y humanistas más grandes del siglo, trató Freud de ocultar o mitigar la rudeza de sus alternativas anterioras, y escribía con toda claridad;

Después de especular un poco hemos llegado a suponer que este instinto opera en toda creatura viviente y se empeña en aniquilarla y en hacer volver la vida a su condición original de materia inanimada. Ivíerece por ello perfectamente el título de instinto de muerte, al par que los instintos eróticos representan el afán de vivir. El instinto de muerte se vuelve el instinto destructor cuando, con ayuda de órganos especiales, se dirige hacia el exterior, hacia los objetos. El organismo conserva su vida propia, por decirlo así, aniquilando una ajena. Pero alguna parte del instinto de muerte sigue operante dentro del organismo, y hemos tratado de atribuir bastantes fenómenos normales y patológicos a esta interiorización del instinto destructor. Hemos sido también culpables de herejía al atribuir el origen de ¡a conciencia a esta desviación hacia dentro de la agresividad. Advertirá usted que tiene gran importancia el que este proceso llegue muy lejos, porque es positivamente insano. Por otra parte, si estas fuerzas se orientan hacia la destrucción del mundo exterior, el organismo queda aliviado y el efecto tiene que ser benéfico. Esto serviría de justificación biológica para todos los impulsos repugnantes y peligrosos contra los cuales luchamos. Debe reconocerse que están más cerca de Natura que nuestra resistencia a ellos, a la cual siempre necesitamos hallar explicación, (S. Freud, 1933a. Subrayado mío.)

Después de esta clara y rotunda declaración, que resumía sus opiniones anteriormente expuestas acerca de) instinto de muerte, y después de haber declarado que le era difícil creer los cuentos acerca de aquellas felices regiones donde hay razas "sin coerción ni agresión", Freud trataba al final de la carta de ilegar a una solución menos pesimista de lo que el principio parecía presagiar. Funda su esperanza en varias posibilidades; "Si la voluntad de guerrear obedece al instinto destructor, el plan más lógico es poner en acción a Eros contra ella. Todo cuanto favorezca la formación de vínculos emocionales entre los hombres debe operar contra la guerra." (S. Freud, 1933a.)

> Es digno de nota y conmovedor el que Freud, humanista y como él Misino se denomina, "pacifista", trata aquí casi frenéticamente de escapar a las consecuencias lógicas de sus propias premisas. Siendo el instinto de fuerte tan poderoso y fundamental como no deja de proclamar Freud, ¿cómo podría reducirse considerablemente por la acción de Eros, si se c°nsidera que ambos están en todas las células y que son propiedad irreducible de 3a materia viva?

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El segundo argumento de Freud en favor de la paz es aún más fundamental. Dice al final de su carta a Einstein:

Actualmente la guerra está en la más crasa oposición a la actitud psíquica que nos impone el proceso de la civilización, y por esa razón tenemos que sublevarnos contra ella; sencillamente, ya no nos es posible sufrirla. No es esto un repudio meramente intelectual y emocional; nosotros los pacifistas tenemos por naturaleza una intolerancia a la guerra, una idiosincracia magnificada, como quien dice, al grado máximo. Por cierto que parece como si la reducción de las normas estéticas en la guerra apenas tuviera menor parte en nuestra rebeldía que sus crueldades. ¿Y cuánto tendremos que esperar antes de que el resto de la humanidad se haga también pacifista? Quién sabe. (S. Freud, 1933a.)

Y al final de su carta toca Freud un pensamiento que a veces se halla en su obra:2 7 el de que el proceso de la civilización es un factor que conduce a una represión duradera y como quien dice "orgánica " de los instintos.

Freud había ya expresado esta opinión mucho antes, en Una teoría sexual, cuando hablaba del agudo conflicto entre instinto y civilización: "Tiene uno con los niños civilizados la impresión de que la construcción de esos diques es producto de la educación y sin duda, la educación tiene mucho que ver en ello, Pero en realidad, esta evolución está determinada orgánicamente y fijada por herencia, y a veces puede producirse sin ninguna ayuda de la educación." (S. Freud 1905. Subrayado mío.) En £7 malestar en la cultura, Freud proseguía con esta línea de pensamiento hablando de una "represión orgánica", por ejemplo en el caso del tabú relacionado con la menstruación y el erotismo anal, preparando así el camino para la civilización. Hallamos ya en 1897 que Freud se expresa a sí mismo en una carta a Fliess (14 de noviembre de 1897; carta 75) diciendo que "algo orgánico desempeñaba una parte en la represión". (S. Freud, 1897.)2 8

Las diversas declaraciones aquí citadas muestran cómo la confianza de Freud en una intolerancia "por naturaleza" a la guerra no era sólo el intento de trascender la trágica perspectiva de su concepto del instinto de muerte producido ad hoc, como quien dice, sino que estaba de acuerdo con una línea de pensamiento que, sí bien nunca predominó, se hallaba en el fondo de sus pensamientos desde 1897.

27. Cf. S. Freud (1930), así como las-fuentes citadas en la introducción a ese trabajo por su "editor".

28. Reconozco agradecido la gran ayuda del resumen que de todas las opinit>neS freudianas sobre la "represión orgánica" hace James Strachey en la Standard edition< en su introducción a El malestar en la cultura. (Fieud, 1930.) Extiendo este reconocí miento a todas sus otras introducciones, que permiten al lector, aunque conozca bien ta obra de Freud, localizar más rápidamente una cita que busque y además records1 citas inaccesibles y olvidadas. No es necesario decir que para el estudioso men°s familiarizado con la obra de Freud son lambién una guía sumamente útil.

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Si fueran ciertos los supuestos freudianos de que la civilización produce represiones "constitucionales" y hereditarias, o sea que en el proceso de la civilización se debilitan efectivamente ciertas necesidades instintuales, habría hallado ciertamente la salida al dilema. Entonces, el hombre civilizado no sería impulsado por ciertas exigencias instintuales contrarias a la civilización en el mismo grado que el hombre primitivo. Siguiendo ess modo de pensar se llegaría a especular también que ciertas inhibiciones contra el dar muerte podrían haberse formado durante el proceso de la civilización y fijado hereditariamente. Pero aunque uno pudiera descubrir esos factores hereditarios en general, sería en extremo difícil suponer su existencia en el caso del instinto de muerte.

Según el concepto freudiano, el instinto de muerte es una tendencia inherente de toda sustancia viva; parece una proposición teóricamente difícil suponer que esta fuerza biológica fundamental podría debilitarse en el curso de la civilización. Con la misma lógica podríamos suponer que Eros se irá debilitando constitucionaimente y semejantes supuestos conducirían a la suposición más general de que la naturaleza misma de la sustancia viva podría alterarse por el proceso de la civilización mediante una represión orgánica .

Sea como quiera, hoy parece uno de los más importantes asuntos a investigar el tratar de descubrir la verdad de los hechos en relación con este punto. ¿Hay pruebas suficientes para demostrar que ha habido una represión consíJíucionaS, orgánica, de ciertas exigencias instintuaíes en eí curso de la civilización? ¿Es esta represión diferente de la represión en el sentido sólito freudiano, en cuanto debilita las exigencias instintuales en lugar de apartarlas de la conciencia o desviarlas hacia otros fines? Y más concretamente, ¿se han debilitado los impulsos destructores dei hombre en el curso de la historia, o se han formado impulsos inhibidores que ahora estén fijados por la herencia? Para responder a esta cuestión se necesitarían amplios estudios, sobre todo de antropología, sociopsicología y genética, t Contemplando retrospectivamente los diversos intentos hechos por Freud para atenuar la dureza de esta alternativa fundamental -aniquilara los demás o a sí mismo- sólo podemos admirar su persistencia en buscar la salida y al mismo tiempo su sinceridad, que no le permitió creer que había hallado una solución satisfactoria, Y así en el Esquema ya no menciona los factores que limitan ei poderío de la destructividad (salvo el papel del superego) y concluye el asunto diciendo: "Éste es uno de los peligros que Para la salud de los humanos se alzan en el camino del desarrollo cultural. La represión de la agresividad es en general insana y conduce a enfermedades (a la mortificación).11 (S. Freud, 193S.)30
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