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UPI-Conf-Darwinismo-0209 Darwinismo y evolucionismo en la antropología. Por: Jorge Gasché, antropólogo y lingüista, IIAP/Programa SOCIO-DIVERSIDAD, Iquitos. Como el tema, sobre el cual les voy a exponer hoy, nunca ha sido parte de mis investigaciones personales, me limitaré en esta conferencia a compilar informaciones e interpretaciones recientes y a sacar unas conclusiones sobre qué pueden significar estas interpretaciones recientes del darwinismo para la comprensión de la situación social y su futuro en la Amazonía. En esta última parte, sí, entrarán resultados de investigaciones recientes que realizó un pequeño equipo de investigadores, bajo mis orientaciones, en el IIAP en el marco de un proyecto llamado “Sociodiversidad”, que, este año, se ha constituido en un programa institucional del IIAP. Constatemos al inicio de nuestras reflexiones que el ser humano, desde que se ha manifestado como un ser social creador de cultura y en todas partes de globo terrestre, se hecho ideas sobre la creación y el origen de este mundo y sobre la creación de él mismo. Y en todas estas ideas, manifiestas en las primeras escrituras inventadas en Mesopotamia, Egipto y el Valle del Indus y en las tradiciones orales de los pueblos, podemos descubrir también la idea de evolución, es decir, la idea que al origen, en el momento de su creación, el mundo era distinto de lo que es hoy en día, que, desde luego, el mundo ha pasado por distintas fases hasta llegar a ser lo que es actualmente. Podemos afirmar, entonces, que el origen y la evolución del mundo ha sido una preocupación constante del ser humano desde su emergencia como ser social y cultural. Recordemos unos hechos. La Biblia habla de la creación del mundo por dios en forma de un paraíso: un mundo perfecto y pacífico, sin necesidad de trabajo, sin mal, sin vergüenza, sin pecado. Fue la desobediencia del ser humano a una orden divina que constituyó el primer pecado, el cual fue castigado expulsando a la parejo original del paraíso a este mundo de hoy que es pecaminoso y vergonzoso – la humanidad está afligida por el pecado hereditario –, penoso, por exigir trabajo, y hostil, pues hay animales carnívoros y guerra. En esta visión bíblica, que ha marcado siglos de nuestra civilización occidental y de la islámica, la degeneración del mundo paradisiaco original se debe al ser humano. El mismo ser humano – por su naturaleza pecaminosa – es responsable de que vive ahora en un mundo imperfecto, donde sufre y que es para él, en una terminología más tardía, un Valle de Lágrimas. La antigüedad clásica, griega y romana, hablaba de tres edades: la edad de oro, la edad de plata y la edad de hierro, que es la actual. El poeta romano Ovidio ha dado la más alta expresión poética a esta visión en su obra Metamorfosis (“Transformaciones”). Esta visión también contempla un proceso de degeneración. Desde un mundo con una humanidad semejante a los dioses, éste evoluciona a un mundo de los héroes y, luego, a partir de la guerra troyana, al mundo actual con sus desigualdades, sus injusticias, sus sufrimientos, su trabajo penoso etc. El mundo y el ser humano, perfectos en el momento de su creación, han devenido en el mundo y la humanidad imperfectos de la realidad actual. En contraste con estas visiones pesimistas que valoran negativamente el mundo actual y, en las tradiciones judías, cristianas e islámicas, prometen al ser humano el retorno al paraíso después de la muerte, a condición, precisamente, que el hombre remedie durante su vida terrestre a su naturaleza pecaminosa – regla que ha justificado la imposición a las conductas humanas de las disciplinas más raras y, sobre todo, hostiles al gozo del cuerpo –, en contraste a esta visión, menciono una visión propiamente amazónica del origen y la evolución del mundo y la humanidad, la de los Huitoto. Según ellos, el creador ha buscado, en un largo esfuerzo de pensamiento y discurso, a crear el mejor de los mundos. Este objetivo no lo ha alcanzado en su primer ensayo, pues la primera humanidad que creó no le respetaba, pretendía ser igual o más poderosa que él, se ufanaba. Por eso, la convirtió en lo que hoy vemos como bosque: en animales y árboles. Los mitos huitoto cuentan los hechos de los héroes poderosos que constituían esa primera humanidad, cuyos poderes siguen presentes en los seres animales y vegetales, pero ahora en beneficio de la nueva humanidad, la actual, la buena, la que practica la palabra del creador en sus fiestas, en las que se manifiestan todos los actores y las relaciones sociales constitutivas de la sociedad huitoto. Y tal como el Creador pasó por una creación mala a una creación buena, el dueño de una fiesta debe ser capaz de convertir el mal en bien, cuando, durante la celebración de una fiesta, se manifiestan soberbia, irrespeto y agresividad que podrían convertir la fiesta en guerra. Tenemos aquí, pues, una visión optimista de la evolución que aprecia el mundo actual como el mejor y como el resultado de una lucha del Creador que pasó por un ensayo abortado hasta alcanzar el mejor de los mundos que es él en que vivimos actualmente. Las nociones de creación y evolución, desde luego, siempre han suscitado especulaciones y explicaciones en todas las sociedades humanas y estas especulaciones y explicaciones siempre estaban vinculadas a reglas de conductas sociales. El miembro de una sociedad debía conducirse conforme a las reglas morales contenidas en la historia de la creación. O al revés: la historia de la creación justificaba las reglas de conducta social. Veremos más adelante, cuando hablaremos del darwinismo social, que este vínculo entre explicación del origen y de la evolución y reglas o valores sociales no es propio a sociedades primitivas o arcaicas, sino es también un componente de nuestra sociedad moderna, científica, industrial y post-industrial, capitalista, liberal y neo-liberal. Estaríamos siguiendo en este nivel ideológico del debate sobre creación y evolución si no hubiera ocurrido, en el siglo XVI, un cambio cualitativo significativo en la relación del hombre al mundo. En ese siglo surgió lo que llamamos el pensamiento científico que raciocinaba y explicaba lo que ocurre en la naturaleza en base a hechos observados y medidos, independientemente de las creencias religiosas y los valores morales imperantes. Copérnico, Kepler, Galileo Galilei, luego, en el siglo XVII, Newton son los hombres que han fundado el sistema heliocéntrico y las primeras leyes de la física y de la mecánica celeste, gracias a nuevos instrumentos de observación y medición como el telescopio etc. Como estos descubrimientos científicos estaban en contradicción con las creencias derivadas de la Biblia, sustentadas por ella (por ejemplo, la visión geocéntrica del mundo) e institucionalizadas por la iglesia católica, los descubridores pasaron por herejes y, como se sabe, Galileo Galilei tuvo que renegar sus convicciones científicas ante la Inquisición, si quería salvar su vida. Es el mérito de Darwin haber descubierto las leyes naturales que explican, a la vez, el origen unitario de la vida y su diversificación mediante la formación de las especies adaptadas a diversos medios naturales a través del proceso de selección natural. Es menester de mencionar, sin embargo, que paralelamente a Darwin, el naturalista inglés Alfred Russel Wallace (que dejó un relato de su viaje por la Amazonía) descubrió en los mismos años la misma ley de la selección natural para explicar la diversidad de las especies, como lo atestigua una carta de Wallace a Darwin. Por eso, también se habla a veces de la llamada “teoría de Darwin-Wallace”. Gracias a estos investigadores y libre pensadores, la explicación del origen y la evolución de las especies, es decir, la diversidad de la naturaleza, recibió por primera vez en la historia de la humanidad un fundamento científico, es decir, basado exclusivamente sobre la observación de los hechos naturales y un pensamiento lógico, sin hacer intervenir fuerzas sobre-naturales o principios metafísicos. Este descubrimiento contradecía nuevamente la Biblia y la doctrina cristiana, pues la naturaleza no fue creada desde el inicio por el Creador en toda su diversidad, sino es el resultado de un largo proceso de evolución diversificadora que tiene su origen en el primer ser vivo (origen unitario) y que sigue operando en la actualidad, haciendo desaparecer especies (como lo comprueban los fósiles y la paleontología) y haciendo aparecer nuevas. De ahí que una especie botánica o animal no es fija (como lo quería la doctrina fijista creacionista), sino susceptible de modificarse y dar nacimiento a nuevas especies a través de la selección natural, que favorece la supervivencia y reproducción de los individuos mejor adaptados a su medio natural, en desmedro de los individuos menos “adaptados”. Recordamos que el libro de Darwin El origen de las especies fue publicado en 1859 (hace exactamente 150 años), El origen del hombre y la selección en relación al sexo, en 1871, y La expresión de las emociones en el hombre y los animales, en 1872. En estos mismos años aparecieron lo que podemos considerar como las primera obras de la antropología: 1861 Bachofen: Das Mutterrecht; 1861 Sumner Maine: Ancient Law; 1865 Mac Lennan: Primitive Marriage; 1865 Tylor: Researches into the early history of mankind and the development of civilization; 1871 Tylor: Primitive Culture; 1877 Morgan: Ancient Society. Se califican las teorías interpretativas de estos primeros antropólogos de la segunda mitad del siglo XIX generalmente como “evolucionistas”, pero esta calificación no tiene relación alguna con la teoría evolucionista de Darwin; más bien se observa un uso diferente y paralelo de la noción de evolución en el ámbito de las ciencias naturales y en el ámbito de la naciente antropología. Sin poder entrar en los detalles y variaciones de los puntos de vistas y teorías de estos primeros autores antropológicos, resumiremos las ideas evolucionistas predominantes de esta primera antropología que pretendía ser científica. En ésta, observamos – al contrario de lo que dijimos de la visión pesimista judía, cristiana e islámica – una visión optimista de la evolución – no del mundo natural – sino de la sociedad y de la cultura humanas, pues a estos aspectos se refiere la teoría evolucionista antropológica de ese siglo. Y esta visión optimista se funda en la noción de progreso social, cultural, científico, técnico etc. El siglo XIX y la civilización europea se encuentran entonces en la cumbre del progreso y representan el estado de evolución máximo llamado “civilización” que empezó, hace siglos, con la invención de la escritura. El estado de evolución llamado “barbarie” abarca todas las sociedades y culturas humanas que saben fabricar cerámica y practican la ganadería o agricultura, pero que no conocen la escritura. El primer estado de evolución cultural del género humano es llamado “salvajismo” y engloba todas aquellas sociedades y culturas que no han llegado todavía a la fabricación de cerámica (mayormente son los nómadas cazadores y recolectores). Las tesis (los “postulados”) del evolucionismo unilineal tal como las formula Lewis Morgan son las siguientes: (1) los grupos que componen la humanidad pasan todos por una serie de fases comparables entre ellas; (2) la evolución se hace de manera unilineal (para cada grupo) y, hablando globalmente, la evolución de la humanidad también es unívoca (unidireccional); (3) es posible de definir paralelas culturales y de compararlas, los grupos “atrasados” atestiguan un estado antiguo que, anteriormente, también han conocido los grupos “avanzados”, (4) los mismos impulsos fundamentales obran en el seno de todas las culturas por diversas que sean. Frente al evolucionismo unilineal, se manifestó el evolucionismo cultural plurilinear y no uniforme del alemán Adolf Bastian que toma en cuenta los factores de tiempo, lugar y medio natural. Bastian publica en 1860 Der Mensch in der Geschichte (“El hombre en la historia”): (1) que toma en cuenta los efectos de los préstamos (difusionismo) sobre la evolución de las culturas (hablando de provincias geográficas de culturas). (2) que pretende que las ideas elementales comunes a toda la humanidad se realizan en construcciones culturales diferentes en función de las condiciones de tiempo, de lugar y del medio que encuentran. En 1899 Friederich Ratzel, otro alemán, publica Anthropogeographie que analiza las relaciones que existen entre un grupo humano y su medio natural. En esta fase de la historia de la antropología, más que de influencia darwiniana, conviene de hablar de tradiciones y preocupaciones intelectuales paralelas entre el planteamiento de Darwin que vincula estrechamente la evolución y la diversificación de las especies a la intensificación de su adaptación al medio natural, y las demostraciones de una antropología naciente que, siendo prisionera de su ideología evolucionista cultural que pone en la cumbre final la sociedad occidental, trata de explicar la diversidad cultural de la humanidad no sólo con el argumento de mayor o menor atraso o adelanto en la vía unilineal del progreso, sino también con sus diferentes formas de adaptación a los recursos naturales disponibles. Podemos decir entonces que ya en los inicios de la antropología la dimensión de la ecología humana estaba presente para explicar las variaciones socio-culturales. A partir del siglo XX y con la introducción de la práctica del trabajo de campo en las sociedades estudiadas, promovida por Boas y luego, principalmente, por Malinowski, el interés de los antropólogos se focalizó en la comprensión de las particularidades, funciones y estructuras internas de cada sociedad y en el estudio de la manera en que las diversas sociedades humanas responden a las diversas capacidades físicas, síquicas y morales del hombre. Visto de esta manera, todas las sociedades humanas satisfacen las necesidades ontológicas humanas, aunque cada una a su manera y privilegiando a menudo ciertos aspectos del potencial físico y síquico humano, como lo demostró la escuela antropológica llamada “cultura y personalidad” (Ruth Benedict, Kardiner, Margaret Mead, etc.). El estudio de las sociedades simples (para no decir ya “primitivas”) mediante la observación directa en el trabajo de campo, además, reveló que las sociedades no evolucionaban linearmente siguiendo el esquema de los evolucionistas del siglo XIX, sino que las evoluciones históricas eran procesos mucho más complejos que dependían tanto de las dinámicas internas de las sociedades como de las relaciones – pacíficas (intercambio, comercio) o guerreras – entre las sociedades; inclusive se observaban procesos aparentemente regresivos cuando una población de horticultores abandonó la horticultura y volvió a practicar el nomadismo con caza, pesca y recolección de productos silvestres. De esta manera, la antropología desarrolló, en reacción al evolucionismo cultural, la doctrina del relativismo cultural, que afirmaba los valores sociales sui generis de cada sociedad y que, al mismo tiempo, era una crítica del a priori ideológico que pretendía que el modelo europeo de sociedad y cultura era la cumbre de la evolución, que todas las sociedades restantes debían imitar, para alcanzar un mismo grado de civilización suprema, y que había justificado la expansión colonial europea con sus métodos de dominación y opresión económica, política y religiosa. Pero nuestra tarea aquí no es trazar la historia de la antropología. Si queremos evaluar el impacto de las teorías darwinianas sobre las ciencias sociales, debemos dirigirnos a otra ciencia social que fue constituida en el siglo XIX, la sociología, cuyo nombre se debe a Auguste Comte (1798-1857), quien fue su fundador y el creador de la filosofía positivista y quien, por su parte y antes de los primeros antropólogos, defendió su teoría de tres edades de la humanidad: (1) el fetichismo (caracterizado por la preponderancia del instinto y del sentimiento), el politeísmo (por la preponderancia de la imaginación) y el monoteísmo (de la actualidad: donde la imaginación es disciplinada por la razón, y se desarrolla el sentimiento que todo está sometido a leyes naturales e invariables). Recordemos que el lema del positivismo “orden y progreso” figura hasta hoy en día en la bandera del vecino país Brasil. Vemos, con estos ejemplos de teorías “evolucionistas” socio-culturales, que la visión de tres fases o edades de la humanidad tiene una larga tradición en el pensamiento europeo desde la antigüedad greco-latina, pero que de una visión pesimista del mundo pasó a ser una visión optimista, sustentada en los progresos científicos y técnicos del siglo XIX que daban a los europeos la conciencia de superioridad sobre todas las otras sociedades del mundo. Esta visión eurocéntrica del progreso no ha disminuido en el mundo contemporáneo y sirve de modelo de desarrollo a los líderes políticos de la mayoría de los países dichos “en vías de desarrollo”, - y eso, aunque el centro del “progreso”, se estima, se ha desplazado de Europa a Norteamérica. El fundador del darwinismo social, como se suele llamar la transposición de la ideas darwinianas de la selección natural como mecanismo de la evolución al campo social, era un contemporáneo de Darwin, el sociólogo inglés Herbert Spencer. Una evaluación reciente del darwinismo social (ver: Wikipedia) dice: “Sin embargo, a diferencia del mecanismo evolutivo propuesto por Darwin, el darwinismo social, que por su parte ni fue ideado, ni obtuvo el respaldo de Darwin, traslada la teoría biológica de la selección natural de dicho científico a los fenómenos sociales de la humanidad. De esta forma, propone que la supervivencia del más apto – una noción que inventó Spencer y que no es de Darwin – es un elemento inherente a las relaciones sociales, pasando por arriba de todos los aspectos que hacen la complejidad de las comunidades humanas. Por ello, los postulados que devienen de teorías relacionadas con el darwinismo social no son considerados válidos científicamente, siendo esta teoría definida como pseudociencia (ver por ejemplo: El gen egoísta de Richard Dawkins o La falsa medida del hombre de Stephen Jay Gould). Fuera del campo teórico, la ideología que se desprende de esta visión de la sociedad se encuentra a lo largo de la historia íntimamente relacionada con posturas sexistas, racistas y etnocéntricas, como también en la forma de justificativo para respaldar en el plano teórico situaciones de injusticia social, tales como la falta de derechos igualitarios entre mujeres y hombres, o entre clases sociales o etnias diferentes.” El mismo comentario sigue: “Formalmente, el principal proponente de la teoría del darwinismo social fue Herbert Spencer, contemporáneo de Darwin y muy popular en su época. Spencer interpretó la selección natural en términos de la "Supervivencia del más apto" y lo trasladó al campo de la sociología. El darwinismo social sugiere que las características innatas o heredadas tienen una influencia mucho mayor que la educación o las características adquiridas. El mismo Darwin parecía pensar que los instintos sociales o los sentimientos morales habrían evolucionado a través de la selección natural aunque nunca llegó a explicar cómo la presión evolutiva sobre diferentes individuos podía afectar al colectivo de una sociedad. Al mismo tiempo, Darwin se opuso a dar validez a esta teoría y sostenía opiniones políticas opuestas a la mayoría de los autores más destacados de la misma. El darwinismo social fue popular desde finales del siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Los proponentes del darwinismo social utilizaban esta teoría para justificar diferentes esquemas sociales imperantes durante este periodo de tiempo. Entre los sistemas sociales que se procuró justificar mediante esta corriente de pensamiento se encuentran el capitalismo u otros estados de desigualdad social. Entre sus influencias más extremas se citan el comienzo de la eugenesia (una doctrina que promueve políticas de control sobre la reproducción humana con el fin, dizque, de “mejorar” el acervo genético de una sociedad) y de las doctrinas raciales nazis. Muchos de los proponentes de la teoría la han utilizado para justificar posiciones de este tipo, desde la inevitabilidad del progreso hasta la justificación de doctrinas raciales y, en general, todo tipo de movimientos totalitarios.” Como las ideas del darwinismo social también han impregnado significativamente las élites latinoamericanas y promovido políticas de colonización con el objetivo de “mejorar la raza”, y como estas ideas, por su simpleza, siguen influenciando secretamente políticas actuales (recordemos la política de esterilización aplicada en el medio rural por el régimen de Fujimori), vale la pena citar una segunda evaluación, un poco más detallada, de esta corriente de pensamiento seudo-científico. |