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Los lisiados por el pasado pueden darnos lecciones

Cuando murió el padre de Richard, su madre desapareció. No se tra­taba de que hubiese abandonado a sus hijos, sino de que, cuando se tie­nen ocho, es preciso salir muy temprano por la mañana para hacer todo lo que la casa necesita, y al regresar por la noche se encuentra una ago­tada. Así que tuvo que ser la hermana mayor la que debió ocuparse de llevar la casa durante el día. Una vez que se habían atendido los pagos mayores como el alquiler o la ropa, la cena dejaba de estar asegurada. La única solución que encontró esta mujercita de catorce años fue la de organizar un coro. Toda la familia, antes de caer la noche, salía a cantar

en los patios de los edificios del distrito XX de París. La coral caía sim­pática y los más pequeños se precipitaban para recoger las monedas que iban a permitir la cena. Cuarenta años más tarde, la hermana mayor se ha convertido en una gran dama que se muere de risa al recordar el suceso. Los niños conservan el recuerdo de una circunstancia festiva, pero hay una hermana que, aún hoy, sufre por la humillación de haber­se visto obligada a mendigar pese a que su madre se matara trabajando.

Sería interesante comprender de qué modo la historia de cada uno de estos dos niños, el desarrollo de su personalidad, ha podido utilizar un mismo hecho para desembocar en representaciones tan distintas.

Elaborar un proyecto para alejar el propio pasado, metamorfosear el dolor del momento para hacer de él un recuerdo glorioso o diverti­do, explica sin duda el trabajo de la resiliencia. Este alejamiento emo­cional se hace posible mediante mecanismos de defensa costosos pero necesarios, como por ejemplo:

  • la negación: «No creáis que he sufrido»;

  • el aislamiento: «Me acuerdo de un acontecimiento que se encuentra despojado de su afectividad»;

  • la huida hacia adelante: «Vigilo constantemente para impedir que se repita mi angustia»;

  • la intelectualización: «Cuanto más intento comprender, más domi­no la emoción insoportable»;

  • y, sobre todo, la creatividad: «Experimento la indecible gracia de la recompensa de la obra de arte».

Todos estos medios psicológicos permiten regresar al mundo cuan­do uno ha sido expulsado de la humanidad. La tentación de la aneste­sia disminuye el sufrimiento, pero aletarga nuestro modo de ser huma­nos; no es más que una protección. Basta con encontrar una sola vez a alguien que signifique algo para que se avive la llama y pueda uno re­gresar con los hombres a su mundo, palpable, dotado de sabor y angus­tioso. Y es que regresar al propio hogar no es una vuelta al dulce hogar, es una prueba añadida. La vergüenza de haber sido una víctima, el sen­timiento de ser menos, de no ser ya el mismo, de no ser ya como los de­más, quienes, a su vez, también han cambiado durante el tiempo en que ya no pertenecíamos a su mundo. ¿Y cómo decírselo? A su regreso del gulag, Chalamov escribió a Pasternak: «¿Qué iba a encontrar? Aún

no lo sabía. ¿Quién era mi hija? ¿Y mi mujer? ¿Sabrían ellas compartir los sentimientos que me desbordaban y que habrían bastado para ha­cerme soportar otros 25 años de prisión?». 9

Se necesita mucho tiempo para estudiar la resiliencia. Cuando se observa a alguien durante una hora o cuando lo tratamos durante tres años, resulta posible predecir sus reacciones. Pero cuando se estudia el largo desarrollo de una existencia, se pueden predecir... ¡grandes sor­presas!

La noción de ciclo de vida hace posible la descripción de capítulos diferentes de una sola y misma existencia. Ser un bebé, no es ser un adolescente. En cada franja de edad somos seres totales que viven en mundos diferentes. Y sin embargo, el palimpsesto que despierta los vestigios del pasado hace resurgir los acontecimientos que considerá­bamos enterrados.

Nunca se consiguen liquidar los problemas, siempre queda una

huella, pero podemos darles otra vida, una vida más soportable y a veces incluso hermosa y con sentido.

J'ai marché, les tempes brülantes Croyant étouffer sous mes pas Les voix du passé qui nous hantent Et reviennent sonner leglas. 10

(He caminado con las sienes ardiendo, Creyendo ahogar con cada paso Las voces del pasado que nos dan tormento Y regresan para tañer el fúnebre compás. )

Desde que cumplió los 14 años, en plena guerra, Barbara no ha deja­do de escribir. Recita sus poemas y ya canta bastante bien. 11 En plena clandestinidad, mientras la gente muere a su alrededor, la adolescente descubre algunos placeres minúsculos: «[... ] la partida de cartas, a es­condidas, en la habitación del fondo, y la excitación de tener que salir a toda prisa, de verse sacudida por los gritos de "que viene la Gestapo"». 12

Enfrentados a la misma situación, otros muchos se derrumbaron, quedaron marcados de por vida. ¿Por qué misterio pudo Barbara me­tamorfosear su magulladura en poesía? ¿Cuál es el secreto de la fuerza que le permitió recoger flores en el estiércol?

A esta pregunta, responderé que la confección precoz de las emocio­nes impregnó en la niña un temperamento, un estilo de comporta­miento que le permitió, al ser puesta a prueba, sacar fuerzas de sus re­cursos internos. En la época en que todo niño es una esponja afectiva, su entorno supo estabilizar sus reacciones emocionales. Su madre, sus hermanos y hermanas, y tal vez incluso su padre que, en esta fase del desarrollo de la chiquilla aún no se había vuelto un agresor, dieron al recién nacido unos hábitos de comportamiento, un estilo en sus rela­ciones que, en la adversidad, le permitió no dejarse desarbolar.

Tras los dos fracasos del incesto y la guerra, fue inevitable que la jo­vencita pusiese en marcha algunos mecanismos de defensa: ahogar con cada paso las voces del pasado que le dan tormento, robustecer la parte de su personalidad que el entorno acepta, fortalecer su alegría, su creatividad, su pizca de locura, su generosa pizca de locura, su aptitud para provocar el amor. Su sufrimiento ha de quedar mudo para no ha­cerse patente ante sus allegados. No es posible ser la que no se ha sido, pero es posible dar de uno mismo aquello que hace felices a los demás El hecho de haber sido herida la vuelve sensible a todas las heridas del mundo y la invita al lecho de todos los sufrimientos. 13

Avec euxj'ai eu mal Avec euxj'étais ivre.

(Con ellos sufrí,

Con ellos me emborraché. )

Esa fuerza que permite a los que viven la resiliencia superarlas pruebas confiere a su personalidad un tono particular, caracterizado por un exceso de atención a los demás y, al mismo tiempo, caracteriza­do también por el temor a recibir el amor que suscitan:

C'est parce queje t'aime Queje préfere m'en aller.

(Justamente porque te amo Prefiero marcharme.)

Estos heridos victoriosos experimentan un asombroso sentimiento de gratitud: «Todo se lo debo a los hombres, ellos me han parido>>

último regalo que puedo hacerles, es el don de mí misma y de mi aven­tura: «Salí bien parada, puesto que canto». 14

Los lisiados por el pasado pueden darnos lecciones. Pueden ense­ñarnos a restañar nuestras heridas, a evitar determinadas agresiones y quizás incluso a comprender cómo hay que hacer para conseguir que todos los niños se desarrollen risueños.

Hay que aprender a observar para evitar la venenosa belleza de las metáforas

El simple hecho de constatar que es posible salir bien parado nos in­vita a abordar el problema de otro modo. Hasta el momento, la cues­tión era lógica y fácil. Cuando la existencia asesta un violento golpe, podemos valorar las consecuencias físicas, psicológicas, afectivas y so­ciales. El problema de esta reflexión lógica es que recibe su inspiración del modelo de los físicos, del modelo que se encuentra en la raíz de to­da iniciativa científica: si aumento la temperatura, el agua hervirá; si golpeo esta barra de hierro y si la presión que ejerzo supera un deter­minado umbral, se romperá. Esta forma de pensar acerca de la existen­cia humana ha dado sobradas muestras de su validez. Durante la gue­rra de 1940, Anna Freud, al recoger en Londres a los niños cuyos padres habían sido destrozados por los bombardeos, ya había percibi­do la importancia de las alteraciones del desarrollo. Rene Spitz, por la misma época, había señalado que los niños, desprovistos de una es­tructura afectiva, dejaban de desarrollarse. Fue sin embargo John Bowlby quien, a partir de los años cincuenta, consiguió despertar las más vehementes pasiones al proponer que el paradigma de la relación entre la madre y su hijo viene definida en todos los seres vivos, ya sean humanos o anímales por el concepto de vínculo afectivo. En esa época, sólo la Organización Mundial de la Salud se atrevió a dar una pequeña beca de investigación para poner a prueba esta sorprendente hipótesis. En el contexto cultural de la época, el crecimiento de los niños se conce­bía con la ayuda de metáforas vegetales: si un niño crece y va ganando peso, ¡es señal de que es una buena simiente! Esta metáfora justificaba las decisiones educativas de los adultos. En realidad, las buenas si­mientes no necesitan familias ni sociedades para desarrollarse. El aire puro del campo y unos buenos alimentos bastarán. Y por lo que se re

fiere a las malas simientes, es preciso arrancarlas para que la sociedad recupere su virtud. Desde la perspectiva de semejante estereotipo cul­tural, el racismo resultaba fácil de concebir. Los nacientes círculos fe­ministas se indignaban con la teoría de los vínculos debido a la cerca­nía que establecía entre las mujeres y los animales, mientras que la gran antropóloga Margaret Mead se oponía a esta hipótesis sostenien­do que los niños no tenían necesidad de afectividad para crecer, y que «los estados de carencia se relacionan sobre todo con el deseo de impe­dir que estas mujeres trabajen». 15

La existencia de una causalidad lineal es no obstante incontestable: maltratar a un niño no le hace feliz. Sus desarrollos se detienen cuando es abandonado. Alice Miller, 16 Pierre Strauss y Michel Manciaux17 fue­ron los pioneros de la iniciativa tendente a demostrar algo que hoy nos parece evidente, cuando lo cierto es que hace treinta años provocaba in­credulidad e indiferencia. Los estudios sobre la resiliencia no refutan en modo alguno estos trabajos, que aún hoy en día son necesarios. De lo que se trata en la actualidad es de introducir observaciones de largo al­cance, ya que los determinismos humanos se producen a corto plazo. Sólo en éste se pueden constatar causalidades lineales. Cuanto más lar­go es el plazo de observación, tanto más probable será que la interven­ción de otros factores venga a modificar los efectos observados.

Nos pasamos la vida luchando contra los fenómenos de la Natura­leza, quebrando nuestro sometimiento a lo real, y llamamos «cultura», «trascendencia» o «metafísica» a nuestra tarea de liberación. ¿Por qué en el Hombre habría de ser el determinismo una fatalidad? Un golpe de la fortuna es una herida que se inscribe en nuestra historia, no un destino.

Esta nueva actitud amenaza con trastornar por completo «las con­cepciones mismas de la psicología infantil, de nuestros modos de ense­ñanza y de investigación, de nuestra visión de la existencia». 18 En el pa­sado fue necesario evaluar los efectos de los golpes, hoy en día es preciso analizar los factores que permiten que un determinado tipo de desarrollo se reanude. La historia de las ideas en psicología ha sido concebida de tal modo que partimos de lo orgánico para avanzar hacia lo impalpable. Aún hay personas entre nosotros que piensan que el su­frimiento psíquico es un signo de debilidad, una degeneración. Si cree­mos que sólo los hombres de buena factura pueden superar los golpes de la fortuna mientras que los cerebros débiles han de sucumbir a ellos,

nos encontraremos con que la actitud terapéutica que semejante repre­sentación justifique consistirá en reforzar el cerebro mediante sustan­cias químicas o descargas eléctricas. Pero si concebimos que un hom­bre no puede desarrollarse más que tejiéndose con otro, entonces la actitud que mejor contribuirá a que los heridos reanuden su desarrollo será aquella que se afane por descubrir los recursos internos que im­pregnan al individuo, y, del mismo modo, la que analice los recursos externos que se despliegan a su alrededor.

El simple hecho de constatar que un cierto número de niños trau­matizados resisten a las pruebas que les toca vivir, utilizándolas incluso en ocasiones para hacerse más humanos, no puede explicarse en términos de superhombre o en términos de invulnerabilidad, sino asociando la adquisición de recursos internos afectivos y de recursos de comportamiento durante los años difíciles con la efectiva disposi­ción de recursos externos sociales y culturales.

Observar cómo se comporta un niño, no es etiquetarlo ni matemati­zarlo. Al contrario, es describir un estilo, una utilidad y una significa­ción. Describir cómo un niño en una etapa preverbal descubre su mun­do, lo explora y lo manipula como un pequeño científico, permite comprender «esa formidable resiliencia natural que todo niño sano manifiesta al tener que enfrentarse a los imprevistos que inevitable­mente deberá encontrar en el transcurso de su desarrollo». 19

Ya no tiene sentido hablar de degeneración cerebral, de detención del desarrollo en un nivel inferior, de regresión infantil o de inmadu­rez, se trata más bien de intentar comprender la función adaptativa momentánea de un comportamiento, así como la reanudación evoluti­va que sigue siendo posible cuando las guías internas y externas de la resiliencia se han planteado adecuadamente.

Es una ventaja razonar en términos de degeneración: implica que yo, neurólogo, no soy un degenerado puesto que tengo un título. Re­sulta reconfortante observar al otro desde la noción de inmadurez: quiere decir que yo, observador, soy un adulto maduro puesto que co­bro un salario. Estos puntos de vista técnicos reconfortan a Jos titula­dos y a los asalariados, pero descalifican las relaciones simplemente humanas, afectivas, deportivas y culturales, de tan elevada eficacia.

Por el contrario, si nos instruimos en un razonamiento efectuado en términos de «ciclo de vida», 20 de historia de una vida entera, 21 descu­brimos fácilmente que, en cada capítulo de su historia, todo ser huma

no es un ser total, terminado, con su mundo mental coherente, senso­rial, pleno de sentido, vulnerable e incesantemente mejorable. Sin em­bargo, en este caso, todo el mundo debe participar en la resiliencia. El vecino debe inquietarse por la ausencia de la señora mayor, el joven deportista debe ponerse a jugar con los chavales del barrio, la cantante debe reunir un coro, el actor debe poner sobre el escenario un proble­ma actual, y el filósofo ha de engendrar un concepto y compartirlo. Só­lo entonces podremos «considerar que cada personalidad avanza en el transcurso de la vida, siguiendo su propio camino, que es único». 22

Esta nueva actitud ante las pruebas de la existencia nos invita a con­siderar el traumatismo como un desafío.

¿Existe alguna alternativa que no sea la de aceptarlo?

Capítulo 1 LA ORUGA
Durante mucho tiempo me he preguntado contra qué podía rebe­larse un ángel si todo es perfecto en el Paraíso. Hasta el día en que com­prendí que se rebelaría contra la perfección. La existencia de un orden irreprochable provocaba en él un sentimiento de no vida. La justicia absoluta, al suprimir el aguijoneo de la indignación, le entumecía el al­ma. La orgía de pureza le repugnaba tanto como una deshonra. Era pues necesario que ese ángel cayera para poner de relieve el orden y la pureza de los habitantes del Paraíso.

El temperamento o la rebeldía de los ángeles

Hoy en día, la sombra que subraya se llama temperamento. «El temperamento es una ley de Dios grabada en el corazón de cada criatu­ra por la mano de Dios mismo. Debemos obedecerle, y le obedecere­mos a pesar de toda restricción o prohibición, venga de donde venga. 1»

Esta definición del temperamento fue dictada por el propio Satán, en 1909, al sugerírsela a un irónico Mark Twain. En aquella época, las descripciones científicas planteaban el desafío ideológico de reforzar las teorías inmovilistas, que afirman que todo revierte en un bien, que cada uno ocupa el lugar que le corresponde y que reina el orden. En se­mejante contexto social, la noción satánica del destino se cubría con una máscara científica.

La historia de la palabra «temperamento» siempre ha tenido una connotación biológica, incluso en la época en que la biología aún no existía. Hipócrates, hace 2. 500 años, declaraba que el funcionamiento de un organismo se explicaba por la mezcla en proporciones variables de los cuatro humores -la sangre, la linfa, la bilis rubia y la bilis negra-, moderadores, cada uno de ellos, de los demás. 2 Esta visión de un hom­bre movido por los humores ha tenido tal éxito que ha terminado por impedir cualquier otra concepción de la máquina humana. Todo fenó­meno extraño, todo sufrimiento físico o mental, se explicaba por el de

sequilibrio de las sustancias que bañaban el interior de los hombres. Esta imagen de un ser humano consumidor de una energía líquida se apoyaba en realidad en la percepción del entorno físico y social de la época. El agua, fuente de vida, difundía también la muerte por conta­minación o envenenamiento. Las sociedades jerarquizadas situaban en lo alto de la escala social a su soberano, por encima de los hombres, mientras que en la parte baja, «los campesinos y obreros, frecuen­temente esclavizados, víctimas condenadas en función de sus orígenes modestos3», sufrían permanentemente y morían de la viruela, de la malaria, de accidentes y de afecciones intestinales. ¡Dado que reina­ba el orden y que se trataba de un orden moral, aquellos que se encon­traban al pie de la escala social, pobres y enfermos, debían haber come­tido faltas extremadamente graves! La enfermedad-azote existía antes del judeocristianismo. Encontramos sus huellas en Mesopotamia, en los primeros textos médicos asirios.

El equilibrio de las sustancias constituye la primera fase de una ini­ciativa médica que también realizaban los griegos, los árabes o los brahmanes que sucedieron a los sacerdotes védicos. Estos primeros balbuceos médicos y filosóficos atribuían a ciertos jugos ingeridos o producidos por el cuerpo, el poder de provocar emociones. 4 En el siglo xvm, Erasmus Darwin, abuelo de Charles, estaba completamente per­suadido de haber inventado una silla que giraba a gran velocidad con el fin de expulsar los malos humores de los cerebros deprimidos. 5 Phi­lippe Pinel, asombrosamente moderno, «consideraba que, no sólo la herencia, sino también una defectuosa educación, podían causar una aberración mental, al igual que las pasiones excesivas, como el miedo, la cólera, la tristeza, el odio, la alegría y la exaltación». 6

Esta ideología de la sustancia que atraviesa las épocas y las cultu­ras no expresa más que una sola idea: nosotros, pobres seres huma­nos, nos hallamos sometidos a la influencia de la materia. Sin embar­go, un grande de la tierra, sea quien sea, domina a los elementos sólidos. Lo que vemos en nuestros campos, en nuestros castillos, en nuestras jerarquías sociales y en nuestros humores es una prueba de su voluntad.

La palabra «temperamento» tiene por consiguiente distintas signifi­caciones según los contextos tecnológicos e institucionales. Entre los asirios y los griegos, su significación se hallaba muy próxima a la de nuestra palabra «humor». Entre los revolucionarios franceses, el térmi

no significaba: «emoción modelada por la herencia y la educación». Cuando el siglo xix hablaba de «temperamento romántico», evocaba en realidad una deliciosa sumisión a las «leyes» de la Naturaleza, justi­ficando así la cruel jerarquía social de la industria galopante.

Hoy en día, la palabra «temperamento» ha evolucionado. En nues­tro contexto actual, un contexto en el que los genetistas realizan unas hazañas asombrosas, en el que la explosión de las tecnologías constru­ye una ecología artificial, en la que los estudios neuropsicológicos de­muestran la importancia vital de las interacciones precoces, la palabra temperamento adquiere un sentido renovado.

Los estadounidenses le han quitado el polvo al concepto, adaptán­dolo al gusto de nuestros recientes descubrimientos. 7 Sin embargo, cuando la palabra inglesa temperament se traduce al francés, dando tempérament, se trata en realidad «casi de un falso amigo», lo que es in­cluso peor que un falso amigo, puesto que aún suscita menos nuestra desconfianza. * Para traducir realmente la idea anglosajona de tempe­ramento, deberíamos hablar de disposiciones temperamentales, de tendencias a desarrollar la propia personalidad de una cierta manera. Es un «cómo» del comportamiento, mucho más que un «porqué», una manera de construirse en un entorno ecológico e histórico, mucho más que un rasgo innato. 8

Hoy en día cuando se habla de temperamento evocamos más bien
un <9 una disposición elemental ante la experien­
cia de las cosas del mundo, ante la rabia o el placer de vivir. Ya no se
trata de un„destino o de una sumisión a unas «leyes» de la Naturaleza ¡
inventadas por unos cuantos industriales inmovilistas. Es una fuerza
vital carente de forma que nos empuja a encontrar algo, un carácter
sensorial, una persona o un acontecimiento. Es el encuentro que nos
forma cuando afrontamos el objeto al que aspiramos.

Desde que Satán dejó de inspirar el baile de las ideas, tuvo que co­menzar una psicoterapia porque se vio obligado a revisar su concepto de base, y para él eso es algo muy difícil.

* En gramática, se llaman «falsos amigos» a aquellas voces de un idioma que, por su semejanza fonética y formal con otra de otro idioma, pueden inducir fá­cilmente una equivalencia errónea, como sucede, por ejemplo, con la palabra francesa équipage (tripulación), la inglesa sensible (sensato), y muchas otras.

(N. d. t. )
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