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Una madre que recibe apoyo afectivo y tiene sostén social puede ofrecer mejores brazos ¡La forma del campo sensorial que rodea al niño y lo moldea no sólo se explica por medio de las representaciones que realiza uno de los padres (es decir, por los modelos operatorios internos que pone en marcha), sino por las que despliegan ambos! De hecho, las representaciones maternas dependen sin duda de su propia historia vital: «Cuando vi salir al bebé de mi cuerpo, vi el rostro de mi padre entre mis piernas. Me maltrató mucho. Aún le tengo miedo, así que detesté inmediatamente a ese niño». Hay que repetir no obstante que la simple presencia del marido en el triángulo hace que se combinen los psiquismos de los dos miembros de la pareja, y que eso modifica las representaciones del bebé: «Cuando mi marido está junto a mí, me siento su mujer. Ya no veo a mi padre del mismo modo, y tampoco a mi hijo. Cuando juego a ser una niña con mi marido, veo a mi hijo de distinta forma, y ya no me da miedo». Lo que se impregna en el niño es la pareja que forman los padres, el modo en que los dos se asocian, la reunión de sus mundos psíquicos y no una serie de causalidades lineales. Así es como opera el triángulo, organizando entornos sensoriales y acciones de tipo cooperador, estresado, abusivo o desorganizado. 69 Entre 12 y 18 meses más tarde, estas parejas de padres con estilos diferentes habrán impregnado en el niño unos estilos de relación más o menos resilientes. En caso de pérdida o de desgracia, ciertos niños habrán aprendido a ir por propia iniciativa en busca de los sustitutos afectivos necesarios para la continuación de su desarrollo. Por el contrario, una madre sola o desesperada por su pasado, por su marido o por su entorno social podrá empujar al niño, sin pretenderlo, al aprendizaje de un estilo de relación de evitación, ambivalente o embrutecido. Cuando sobrevienen los accidentes de la vida, cuando los lazos se desgarran, estos niños tienen dificultades para encontrar en su nuevo medio los elementos necesarios para reanudar su desarrollo. Necesitan encontrar a unos adultos con el suficiente talento como para ten derles una mano a pesar de lo difícil que les resulta a esos niños establecer un vínculo afectivo. En ocasiones es preciso que algunas perso-¿as'respohsables adquieran una formación profesional que les capacite para entrar en el mundo de estos niños difíciles y permitirles tejer al menos una resiliencia. La última corrección importante que es preciso introducir en esta noción de impregnación de los temperamentos, consiste en recordar que, por el simple hecho del empuje vital, los niños no pueden no cambiar. En cada etapa de su desarrollo, se vuelven sensibles a. nuevas informaciones. Por consiguiente, las guías de resiliencia, cambian de naturaleza: tras haber sido de carácter sensorial en el bebé, se convierten en guías de tipo ritual en la edad de la guardería, y se transforman por completo con la aparición de la palabra. Esta es la razón de que la fuerza de la asociación entre las representaciones maternas y la adquisición por parte del niño de un particular estilo de vínculo afectivo disminuya al llegar la edad escolar. 70 En este estadio de su desarrollo se incorporan las guías exteriores a la familia. Por el simple efecto de la maduración de su sistema nervioso y de la adquisición de la palabra, el mundo del niño se amplía. Se vuelve capaz de ir a buscar a lugares más alejados las informaciones necesarias para su plena expansión. Comienza a escapar al mundo de lo sensorial confeccionado por los padres, y se muestra dispuesto a ir en busca de otros elementos determinantes. Este proceso de alejamiento no puede producirse mientras el niño se encuentra prisionero de su madre, de su padre o de una institución. Cualquier desgarro será difícil de reparar si el sufrimiento de la madre la hace incapaz de brindar seguridad al niño, si la psicología del padre hace imperar el terror, o si una sociedad petrificada transforma en estereotipos los comportamientos que se dirigen al niño. Si la madre está enferma, se siente alterada o se encuentra prisionera de un marido o de una sociedad rígida, los niños adquirirán unos estilos de vínculo afectivo que los vuelvan inseguros o que resulten embrutecedores. 71 En caso de accidente, estos niños son vulnerables. Sólo pueden tejer una resiliencia si encuentran a unos adultos motivados y formados para este trabajo, cosa que depende esencialmente de quienes han de tomar las decisiones políticas. Efectivamente, los niños que han establecido con facilidad un vínculo afectivo no tendrán ninguna dificultad en pasar a la siguiente fase de su andamiaje psíquico, debido a que es agradable quererlos y a que se han convertido ya en autores de su vínculo. Este estilo temperamental es una forma de amar que facilita el tejido de ulteriores vínculos afectivos: los que se establecerán en la guardería y con los adultos que no le resulten familiares, adultos a los que los niños preverbales saben transformar en base de seguridad. De este modo, se consolida una estabilidad interna con la complicidad inconsciente de los adultos que, atraídos por estos niños, robustecen más aún a los que ya eran fuertes. Lo que corre el riesgo de instalarse en el caso de los niños impregnados con un vínculo afectivo generador de inseguridad es una espiral de signo opuesto. Un niño con vínculo de evitación no gratifica a un adulto, un niño ambivalente lo exaspera, y un niño embrutecido le desanima, todo lo cual agrava sus dificultades de relación. Sin embargo, los estudios diacrónicos, los que hacen un seguimiento de los niños durante varias décadas, observan que es en esta categoría de los vínculos productores de fragilidad donde con más frecuencia se producen las metamorfosis. La memoria del niño se impregna con un vínculo afectivo frágil cuando es imposible salir de la diada madre-hijo porque el observador se niega a ello -bien por consideraciones de método, bien por alguna cuestión de ideología-, y cuando la madre se aisla por razones que emanan de su propia historia o a causa de las obligaciones sociales. Sin embargo, en este estadio del desarrollo la memoria es muy viva y el menor cambio de contexto modifica las adquisiciones del niño. Las relaciones conyugales evolucionan, los miembros de la pareja no son inmutables, las madres mejoran tan pronto encuentran un apoyo, y también puede suceder que quienes han de tomar las decisiones políticas dejen de provocar la desesperación de la familia impulsando la economía o creando instituciones sociales y culturales capaces de proponer nuevas guías a estos niños frágiles. Se constata entonces que el simple hecho de disponer en torno al niño una serie de informaciones cada vez más lejanas, primero sensoriales, más tarde verbales, y finalmente sociales y culturales, facilita su plena expansión, ya que de este modo se promueve la apertura de su conciencia. Un entorno constituido por varios vínculos afectivos aumenta los factores de resiliencia del chiquillo. Cuando la madre falla, el padre puede proponer al niño unas guías de desarrollo que serán diferentes a causa de su distinto estilo sexual, pero que poseerán no obstante la su ficiente eficacia como para darle seguridad y estímulo. 72 Y si el padre llega a fallar también, los demás miembros del grupo doméstico, las familias de sustitución, las asociaciones de barrio, los clubes de deporte, los círculos artísticos o de compromiso religioso, filosófico o político pueden a su vez proporcionar apoyo al niño. 73 Esto equivale a afirmar que en el transcurso de los dos primeros años, la apertura de la conciencia del niño por efecto de una serie de informaciones cada vez más alejadas de una base de seguridad, así como la puesta en marcha, en torno a él, de un sistema protector compuesto por varios vínculos, favorece la probabilidad de que se produzca una resiliencia. Sin embargo, pese a ser cierto que una madre con apoyo afectivo y social ofrece mejores brazos a su hijo, y que una familia robustecida por las decisiones económicas y culturales dispone alrededor del pequeño unas mejores guías de resiliencia, también hay que tener en cuenta que este proceso muestra que una pulsión que en principio es únicamente biológica ha de recibir, tan pronto se manifiesta, su correspondiente contenido histórico. Cuando los gemelos no tienen la misma madre La situación de los gemelos va a permitirnos trabajar esta idea. Se concibe sin dificultad que los mellizos, al haber sido concebidos a partir de óvulos distintos y presentar una morfología y un temperamento diferentes, provoquen en los padres sensaciones y sentimientos dispares. En el caso de los monocigóticos, o gemelos idénticos, este razonamiento sigue siendo pertinente. En la época en que no existía la ecografía, era frecuente que las mujeres acogieran con alegría al primer bebé y que su primera frase predijera el modo en que se disponían a organizar la esfera de los comportamientos dirigidos al niño. Con frecuencia, el anuncio del segundo gemelo representaba una conmoción para estas mujeres exhaustas que ya creían haber terminado el parto. La idea de tener que seguir sufriendo, justo cuando ya se consideraban liberadas, las llevaba a reclamar, en la mayoría de los casos, la anestesia que no habían querido aceptar en el parto del primer gemelo. Este segundo bebé, pese a sus semejanzas con el primero, adquiría casi siempre el significado del que está de más. En los días inmediatamente posteriores, una minúscula diferencia de morfología o de comportamiento per mitía a la madre diferenciarlos y dirigir a cada uno de ellos gestos, mímicas y palabras capaces de construir entornos sensoriales distintos. En nuestros días, la ecografía suprime la conmoción de ese anuncio, 74 pero no suprime la génesis de entornos diferentes. Con tres meses de edad, dos gemelos dicigóticos, a los que llamaremos Mocoso y Mocosa, recibían ambos su comida en sendas sillas para bebés colocadas sobre la mesa de la cocina. A su alrededor reinaba una gran agitación. El padre, la madre, la abuela y el abuelo se atareaban para ir introduciendo cucharadas de puré en la boca de los niños. Mocoso, con triple papada y sin una sola sonrisa, comía concienzudamente. Mientras tanto, Mocosa hacía gala de un temperamento muy distinto, siempre alerta. De pronto, Mocosa, estimulada por algún ruido o algún gesto inesperado, se echa a reír ruidosamente, mientras Mocoso, insensible a esta información, continúa masticando. Los cuatro adultos perciben la carcajada de la niña, pero será la madre la que dé un significado a algo que, sin su intervención, no habría pasado de ser una sonora risotada. Dice la madre: «¡Caramba, ésta va a ser una cruz para los hombres!». Contando la niña únicamente tres meses de edad, cabía esperar que los hombres dispusiesen aún de algunos años de tranquilidad. Sin embargo, lo que ha cambiado en ese mismo instante, por efecto de la interpretación de la madre, es la «estructura de atención». Nada más pronunciarse la frase, los cuatro adultos empezaron a concentrar su atención en la niña. Le sonreían, la acariciaban y le hablaban, mientras Mocoso, solo junto a ella, continuaba mascando. Veinte años más tarde, al someterse a unas sesiones de psicoterapia, la joven dirá: «Nuestros padres nos agobiaban con su cariño». Mientras el joven, por su parte, protesta extrañado: «¿Qué estás diciendo? Siempre estábamos solos». Y los dos tendrán razón, porque la interpretación de la madre, emanada de su propia visión de la dulce guerra de los sexos, había fraguado dos universos sensoriales distintos. A veces, el simple comportamiento de un lactante conmueve a la madre porque evoca un punto sensible de su propia biografía. Cuando vinieron al mundo Lou y Cloclo, dos gemelas dicigóticas, pronto so hizo patente que poseían un carácter muy distinto. Una era dulce v sonreía con gran delicadeza, mientras que la otra, extremadamente vivaracha, se echaba a reír, a llorar o a brincar desde los primeros días de su vida. De hecho, la atribución de nombres de pila correspondía al estilo de temperamento de las niñas. Una había recibido el nombre de «Lou» en vista de la dulzura de sus ademanes, mientras que a «Cloclo» se le había puesto un nombre divertido porque se la consideraba divertida. Y si las primeras frases expresaban el significado que los padres atribuían al niño recién nacido, la elección del nombre de pila obedece a una influencia de afiliación. En una cultura donde la esfera social organiza la afiliación, es frecuente que el recién nacido reciba el nombre de un gran hombre. Sin embargo, en una cultura donde la persona es un valor, el nombre que se da a un niño revela el sentimiento que provoca en el mundo íntimo de sus padres. En este sentido, la similitud morfológica de los gemelos explica la frecuencia con la que estos niños reciben nombres de fonética similar, como Marie-Claire y Marie-Claude, o como Thomas y Mathieu. 75 Para la madre de Lou, la dulzura evocaba un recuerdo casi doloroso de su propia historia: «Mi madre detestaba la dulzura de carácter. Me llamaba "Malvavisco". Quería que yo me sublevase. A mí, en cambio, la dulzura de Lou me llega muy dentro. Yo sabré comprender a una niñita dulce. Y en cuanto a Cloclo, ésa siempre sabrá arreglárselas». El temperamento de cada niña, al tocar determinados puntos sensibles y evocar recuerdos dolorosos en la historia de la madre, provocaba unas respuestas diferentes capaces de organizar mundos distintos en torno a cada niña: un mundo muy próximo en el caso de Lou, y algo más distante en el caso de la espabilada Cloclo. Transcurridos 18 meses, Lou se había convertido en una mocita apacible, fácil de consolar, mientras que la divertida Cloclo chillaba de desesperación cada vez que se sepataba de sus figuras de vínculo o, simplemente, cuando se le caía al suelo el osito de peluche. Cuando los gemelos son monocigóticos y manifiestan un temperamento similar, el menor indicio morfológico sirve de soporte para un significado. «Éste se llamará Mathieu y este otro Thomas», nos decía la señora Martin. «¿Cómo consigue usted diferenciarlos?», preguntamos. «Pues bien», contestó, «Mathieu tiene la cabeza más redondeada y Thomas la tiene un poco más alargada». Nosotros no lográbamos apreciar ninguna diferencia. Los brazaletes con la inscripción de sus respectivos nombres nos ayudaban a no confundirlos. Muy pronto, la señora Martin era ya incapaz de despistarse. Según nuestra teoría, era preciso interpretar qué significaba para ella ese indicio morfológico, y también había que establecer las respuestas de comportamiento que la diferencia craneal generaba en torno a cada niño. 76 «Me abandonaron a la edad de 18 meses», nos explicó entonces la señora Martin. Sufrí tanto que me juré a mí misma que me convertiría en una madre perfecta. Ahora bien, un bebé de cabeza redonda seguirá siendo un bebé durante más tiempo; el otro se parecerá muy pronto a un adulto. » La identidad narrativa de la señora Martin la había vuelto sensible a un índice craneal que para ella significaba lo siguiente: «Al seguir siendo bebé durante más tiempo, me permitirá ser madre durante más tiempo». Durante los meses que siguieron, la señora Martin hablaba con más frecuencia con ese bebé que con el otro. Era también ese el bebé al que primero cogía en brazos, y a él al que más sonreía. Interactuaba con el bebé de cabeza redonda mucho más que con el bebé de cabeza alargada porque su historia había atribuido un sentido privado a ese indicio morfológico. Dos meses más tarde, el señor cabeza redonda se dormía apaciblemente y se despertaba sonriendo, mientras que el señor cabeza larga, pese a tener la misma dotación genética, tenía dificultades para conciliar el sueño y se despertaba haciendo muecas de disgusto. ¡Ahora bien, si un bebé se despierta sonriente, provocará la sonrisa de la madre, y si se despierta huraño, no la verá regocijarse! Por consiguiente, cada uno de los niños, de forma inconsciente, se había vuelto cómplice de lo que podía ver en el otro. La madre, para quien el señor cabeza larga significaba «me abandonará demasiado pronto y me privará del placer de ser madre», se ocupaba de ese niño con cierto distanciamiento. El entorno sensorial, menos estimulante en su caso, modificaba la estructura de su sueño y las secreciones neuroendocrinas que se asocian al sueño. Al ver su malhumorado despertar, la madre obtenía la «prueba» de que ese niño era menos bueno que el otro. El señor cabeza larga se tenía que relacionar con una madre arisca, mientras que el señor cabeza redonda disfrutaba de una madre siempre sonriente. 77 Cada uno de los miembros de la relación veía en el otro lo que él mismo o ella misma había puesto. Con todo, es importante subrayar que ningún bebé es responsable de su madre, del mismo modo que ninguna madre es responsable de su historia. Al tener que desarrollarse en un medio sensorial provisto de un sentido diferente en virtud de la historia de la madre, la idéntica dotación genética de los gemelos se iba estructurando en direcciones opuestas. Hacia la edad de 18 meses, la delicada Lou y el señor cabeza redonda se habían convertido en los elementos dominantes de sus respectivas parejas de gemelos. Ellos eran los que tomaban la iniciativa en jas interacciones, en los actos de exploración, en los juegos y en el empleo de las palabras. Su sueño era de mejor calidad y su despertar más lozano. Esta epigénesis, este modelado de la biología por efecto las presiones del entorno, explica por qué el 80% de las parejas de gemelos diagóticos y el 75% de las de monocigóticos suscitan la aparición de un gemelo dominante. 78 El efecto diferenciador ya no proviene de la genética sino que emana del carácter sensorial al que dotan de sentido las representaciones de los padres y las respuestas temperamentales del niño. |