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Freddy Aguasvivas Todas las Posibilidades El fascinante y estremecedor relato de uno de los escándalos político-financieros más grandes del mundo Título Original: Todas las posibilidades Autor: Freddy Aguasvivas ©Derechos Reservados por el autor. Primera edición: Abril de 2009 2,000 ejemplares ISBN: 000-0000-000-0 Diseño y diagramación: Jahjhdfhakaklaklalalalal Portada: Ahjlhapaskakk Sklajaapo Impresión: Editorial Impretur, S. A. Reservados todos los derechos por el autor. Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio impreso, electrónico, o de cualquier naturaleza, sin la debida autorización por escrito del autor. Para comentarios: todaslasposibilidades@gmail.com aguasvivas.freddy@gmail.com Dedicatoria: A Victoria Avril, definitivamente mi último retoño. A todos mis hijos y nietos, que son quienes me mantienen aferrado a la vida. Capítulo I El comienzo del fin Si Ramoncito no hubiese enviado esa carta al ministro de las Fuerzas Armadas, tres bancos importantes estarían aún funcionando y él, junto con otros banqueros y sus principales colaboradores, no estarían encerrados en la cárcel de Najayo. Por esta razón su mirada traspasaba el sólido techo de su celda para proyectarse nítida hacia un pasado tan reciente que parecía que podía borrarlo de un manotazo y volver a empezar. Tras la careta de tranquilidad que su rostro mostraba, un torbellino de recuerdos le perturbaban el espíritu, que empezaba a despertar del letargo narcótico que le había producido la realidad. En su andar divagando por los recuerdos, atrapado por los fantasmas de la soledad, en la pantalla virtual que había creado en su techo, rebobinaba con ansiedad los funestos vientos que trajeron esta tempestad. Se había propuesto ser fuerte. Asumir con hombría su desgracia y dar la cara erguida, por la abstracción que proviene del subconsciente. ¿Por qué he de avergonzarme de mi inconducta, si es la conducta habitual del concierto social? No he hecho nada que desafine con la costumbre... El envío de la carta lo atormentaba. Sólo enviar esa carta... provocar con ella a los demonios de la intolerancia política, por tener la miope concepción de que “es Pepe el que aprieta” y no su amo y señor. Sí, se había hecho a la idea de no derrumbarse, de mantener la frente en alto ante los demás. Pero los demás no lo incluía a él. Por eso sintió por primera vez cómo le venían encima los densos muros de su cárcel aprisionándolo y mientras el piso subía, el techo bajaba hasta exprimirle el cerebro y hacerle brotar los más negros recuerdos, que eran también el infausto contraste de aquellos momentos de derroche y boato, de poder y de gloria. De la felicidad sin fin. No, su máscara no era introspectiva, sólo era hacia afuera. Por eso penetró desnudo en su interior y auscultó a cada neurona reclamándole asumir el impacto de la caída. Adormecer la conciencia para condenarla a un sueño eterno que le anestesiara el espíritu, para no sucumbir ante el peso lacerante de un presente tan cruel y real. Ramón Buenaventura Báez y Figueroa era el presidente y propietario del noventa por ciento de las acciones del Banco Intercontinental, S. A. (Baninter), el cual, hasta el momento de la carta inoportuna, era la tercera institución financiera más poderosa de la República Dominicana. Por lo menos en los libros oficiales, porque los hechos que fueron descubiertos, detectaron activos y pasivos que prácticamente superaban el volumen de los dos bancos más grandes del país en conjunto. Su pantalla virtual empezó a funcionar: El presidente de Baninter llamó a su despacho a Marcos Báez Cocco y a doña Vivian Lubrano de Castillo. Era muy frecuente que los requiriera para consultarlos sobre algunos temas de su interés. Los dos vicepresidentes se acomodaron en las butacas frente al escritorio de Ramoncito. Éste les fue directamente al grano:
Marcos Báez Cocco, mirándolo directamente a los ojos, le dijo:
Durante el período de campaña electoral Hipólito Mejía manejó su tarjeta de Baninter sin ninguna dificultad. Utilizaban cerca de dos millones de pesos mensuales en gastos diversos del proceso. Si iban de viaje al extranjero hacían uso de los dólares asignados. Luis Matos recibía el estado cada mes, y como le habían indicado, sin pasarlo por los mecanismos correspondientes para las tarjetas de crédito, procedía a “pagar” los montos consumidos, dándole un crédito a la deuda y debitando la cuenta que en ese momento se estuviera utilizando para las borraduras. Cuando Hipólito ganó las elecciones, al documento crediticio se le eliminaron los límites y pasó a tener un poder de compra enorme, tan grande, que sería el comienzo de la perdición de uno de los bancos más grandes de la República Dominicana. El licenciado Luis Matos tenía más de un año manejando los estados de cuenta del documento, pero cada día se hacía más difícil y comprometedor estar lidiando con esa responsabilidad. Lo que estaba pasando con los gastos no le gustaba para nada y el tiempo que debía dedicar a esta tarea le restaba eficiencia al trabajo por el cual realmente le pagaban en el banco. Cuando Hipólito ganó las elecciones, Matos pidió a Báez Cocco que le relevara de esas funciones y que colocara a otra persona de su confianza. El vicepresidente de Baninter no se hizo rogar, casi lo esperaba. De inmediato le sugirió a Ramoncito que designara al señor Alberto Sebastián Torres Pezzotti para esa labor, quien se desempeñaba como gerente del Departamento de Suministro, Activos Fijos y Telecomunicaciones de Baninter. Torres Pezzotti era un hombre de la absoluta confianza de Báez Cocco. Es más, algunos llegaban a decir que era como su hijo. Éste había conquistado el corazón del experto banquero, por medio del hijo de Báez Cocco. Los dos eran grandes amigos, inseparables, hasta que la muerte sorprendió al joven Báez en un accidente en la carretera de Jarabacoa. Torres Pezzotti siempre estuvo a su lado, hasta el último momento. Más luego, pudo traspasar su cariño al padre de su gran amigo, ido a destiempo, y Marcos Báez Cocco, a su vez, consoló su desgracia dándole entrada al joven Pezzotti en el lugar más apreciado de su corazón. Con él mantenía muy de cerca los recuerdos del vástago perdido y le endosó su confianza. Esa cercanía sería vital para que los hechos relativos a la tarjeta de crédito del presidente, se descarrilaran por los senderos que finalmente tomaron. En realidad la tarjeta del presidente iba a ser manejada por Juancito Gilberto Núñez “El Almirantico”. Éste era un teniente de navío de la Marina de Guerra que sería ascendido a capitán de corbeta inmediatamente después que Hipólito asumió la presidencia, por recomendaciones de la dirigencia de La Vega, de donde era oriundo el joven y correcto militar. Su mote de “El Almirantico”, más que una burla, era un reconocimiento a destiempo de sus grandes condiciones militares. Era un joven diligente, capaz, bien presentado, que se conducía siempre con mucha corrección y tenía el don de la palabra. Cuidadosamente vestido, estaba presto y atento para servir. Esto le granjeó el aprecio y afecto del Primer Mandatario, quien lo hizo su edecán militar y en él empezó a depositar confianza. Hipólito Mejía había decidido que la tarjeta de crédito que Baninter le había concedido en cortesía, fuera manejada por éste joven oficial. Si así hubiese sido, la historia del presidente de la República, la del Baninter, y tal vez la del país, hubiesen sido distintas. Pero la ambición y las zancadillas políticas nunca están ausentes de los corrillos del poder. La brillantez y eficiencia del capitán de corbeta Juan Gilberto Núñez, sólo llegaron hasta que puso en peligro la influencia – y tal vez el puesto – del coronel del ejército Pedro Julio de Jesús Goico Guerrero, mejor conocido como Pepe Goico. Aprovechando un día de tranquilidad en el Palacio, Pepe Goico esperó el momento oportuno para abordar un ascensor junto al edecán del Presidente, y desde que estuvieron solos en el cubículo móvil, lo agarró con fuerza por la solapa, con las tenazas ardientes que tenía como manos...lo atestó contra la pared del elevador y le bramó, muy cerca de su cara:
Hasta ahí llego el brillo de la estrella del capitán de corbeta, que inició un proceso de retiro táctico y de bajo perfil, para conservar la cabeza sobre los hombros, donde le quedaba más cómoda. Las relaciones de Pepe Goico con el general Carlos Díaz Morfa, influyeron mucho en el hecho de que Pepe fuera adquiriendo poder dentro del círculo del Primer Mandatario. En realidad el coronel del ejército tenía un amplio rechazo en dos sectores fundamentales para Hipólito Mejía: su familia y su partido. Ninguno quería la presencia del militar cerca del presidente, debido a su historial, primero y por sus modales, después. La familia del Jefe de Estado se oponía con vehemencia a que Pepe fuera colaborador cercano del mandatario, pero Hipólito, al decir de algunos, terco como una mula, no se dejaba imponer directrices de familia. Era muy machista como para que su mujer y su hija lo dirigieran. Pepe Goico no pudo entrar a la casa de Hipólito en los primeros meses de mandato, hasta que el general Díaz Morfa, familiar cercano de doña Rosa, la Primera Dama, le logró una dispensa, para que pudiera pernoctar en momentos específicos en la sala de la vivienda del Jefe de Estado. Carlos Díaz Morfa se había destacado en su carrera militar por ser un oficial correcto, muy aplicado, con alto sentido del deber, actuando siempre con mucha responsabilidad. Era sumamente leal al presidente Mejía y salvo un incidente en el que actuó en defensa propia en San Pedro de Macorís, tenía una hoja de servicios intachable. El partido acudía con frecuencia donde el general Soto Jiménez para que convenciera a Hipólito de quitarse a Pepe de encima, por los expedientes previos. Para los fines políticos, el historial pasado de Pepe Goico le hacía mucho daño a la imagen del Presidente. Hipólito no lo entendía así y tendría que pagar las consecuencias, tal vez, con su separación del poder cuatro años antes de sus planes. Torres Pezzotti había sido enganchado como mayor de la Marina de Guerra por gestiones realizadas por Pepe Goico, quien originalmente le había pedido el favor al Jefe de las Fuerzas Armadas, teniente general Soto Jiménez. Cuando fracasó en esas gestiones logró la aceptación por medio del Jefe del Ejército, mayor general Carlos Díaz Morfa y con el mismo presidente Mejía, quien lo enganchó a la milicia a principios de enero del año 2002. A su vez, Pepe Goico intercambiaba sus funciones en la Avanzada Militar con la de asesor de seguridad bancaria de Baninter, función por la que el militar ganaba cuarenta mil pesos mensuales. Pepe mantenía vínculos muy cercanos con el presidente del Banco Intercontinental desde sus días de estudiantes del colegio La Salle, cuando el grandulón y bocón servía como “seguridad” de Ramoncito, ante cualquier agresión que pudiera recibir el enclenque “hijo de papi”, de muy poca contextura física. Para Torres Pezzotti lo que empezó como una rutina, se fue convirtiendo en una obsesión. Recibía religiosamente el estado de cuenta de la tarjeta de crédito del Presidente, aunque todos sabían que se trataba de plásticos a nombre de Pepe Goico y de su padre o hijo homónimos. Pero era impresionante tener que supervisar el nivel de gastos y el derroche que estaba sucediendo en torno a ese crédito. Cada mes la tarjeta traía mayor volumen, con gastos disímiles, onerosos, increíbles. El funcionario supervisor no podía concebir cómo se las arreglaban para hacer consumos tan variados y estrambóticos en un solo mes. Con la ironía incluida de que él revisaba los estados y tenía instrucciones de borrar esas cuentas como si no hubiesen ocurrido. Ahí encontró un terreno muy fértil para que naciera el gusanito de la ambición. Coño, pero yo soy que reviso los estados y los “pago” sin ninguna supervisión, si yo me meto en el juego, nadie más podrá darse cuenta que esos gastos no son del presidente... ¿cómo lo van a saber, si soy yo quien maneja todo el esquema de pago? Esos pensamientos ocasionarían la desgracia del mismo Torres Pezzotti y de su jefe inmediato. Con la habilidad que caracteriza a los que tienen abundancia de testosteronas para delinquir, el mayor de la Marina de Guerra y Gerente de Suministro, Activos Fijos y Telecomunicaciones, se suministró a sí mismo un clon de la tarjeta del presidente, a través de la emisión de un plástico adicional a nombre de la señora Antonieta Rodríguez Solano de Goico, esposa del coronel Goico Guerrero, la que en realidad sería manejada por la esposa de Torres Pezzotti, Mireille Elízabeth Fernández Pineda de Torres. Desde ese momento, toda la madeja que se entretejió con lo que se llamaría el caso de la Pepe Card, envolvería a un grupo insospechado de participantes, haciendo un festín de grandes proporciones, con el dinero de los ahorrantes del Banco Intercontinental. Pero había otro entuerto incluido. Hay quienes sostienen que Marcos Báez Cocco también habría sugerido a Torres Pezzotti clonar las tarjetas del Presidente para dotar a sus respectivas esposas de ese poder de compra. Además del clon a nombre de la señora de Pepe Goico, Además del plástico de la tarjeta de la esposa, Alberto Torres Pezzotti imprimió una adicional a su nombre, asegurando mil veces que lo hizo por instrucciones del coronel del ejército, para fines de facilitar la operatividad en conjunto de ambos. Para ubicar los gastos de uno y otro y documentar sus inicios, había que discernir muy bien entre un grupo de gastadores empedernidos y compulsivos que compraban de todo, en todos los lugares y a cada hora. ¿Quién sacaba veinticinco mil dólares de cajeros automáticos en Miami, mientras otro gastaba sin parar en grandes joyerías de París o Madrid y el tercero compraba una jepeta de lujo para el jefe del Ejército? Era imposible saber quién era quien en cada caso, pero tres o cuatro plásticos sin límites circulaban por el mundo, con un nivel tan escandaloso de gastos que dispararon las alarmas del imperio del norte y entonces empezó la debacle. La fiesta de los tres era en grande, mientras que Ramoncito, el dueño de la orquesta, no tenía idea que personas tan cercanas, dentro de su banco, estaban aprovechándose al máximo de esta facilidad. El teniente general José Miguel Soto Jiménez despachaba unos documentos de oficiales que serían enviados a estudiar al extranjero, cuando le interrumpió su asistente:
El Primer Mandatario de una nación democrática y soberana, había viajado a la XI Cumbre iberoamericana de Jefes de Estado y Presidentes, celebrada en Lima, Perú, y ahora estaba atascado allí, porque andaba de limosna con una tarjeta donada por un banco comercial privado. Desde todos los puntos de vista, esto sería un escándalo en cualquier país del mundo, por la variedad de aristas que contenía: la dignidad de la Nación, insolvencia, inmoralidad, en fin, hasta corrupción, si se quiere. El país quedaba a expensas de que un banquero se jactara de que sin él las autoridades no podían moverse y que las podía poner a hacer el ridículo ante el mundo. Pero además, ¿Hasta dónde había llegado el poder del hombre de las finanzas, que se atrevía a desafiar de una manera tan infeliz al Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional? Este hecho era digno de estudio. La tarjeta de crédito que usaba el mandatario contenía una buena cantidad de lados oscuros. Es de imaginar que la seguridad de Perú, que tenía una programación cronométrica para el cuidado de su invitado, estaría perpleja por la imposibilidad de cumplir con ese estricto protocolo en tiempo y espacio, porque el Presidente no había cancelado el hotel. El primer deber del jefe de seguridad de los dignatarios extranjeros, sería avisar al presidente Toledo, que su homólogo dominicano no había salido porque no tenía dinero para pagar la cuenta... Por ahí comenzaría una cadena de informes que provocarían el desprestigio internacional y en grandes proporciones de la dignidad de los dominicanos, por la falta de visión del mandatario y su séquito, sobre los alcances de la institucionalidad del Estado. El Secretario de las Fuerzas Armadas, por su acceso a las fuentes de inteligencia, tenía seria preocupación por los rumores que circulaban en torno a la famosa tarjeta de Baninter. Sus mecanismos de investigación ya habían detectado a más de veinte generales de las Fuerzas Armadas exhibiendo muy orondos sus jepetas del año, compradas con la facilidad que había otorgado Baninter al Presidente o por obsequios directos del dueño del banco a los altos oficiales. Soto Jiménez no entendía eso. Hasta el mismo Jefe del Ejército Nacional circulaba en un vehículo adquirido por esa vía. Pero los acontecimientos no se quedaban ahí y había tenido que soportar el surgimiento de unas pequeñas fuerzas armadas, manejadas por personas con tanto poder como él mismo, funcionando en torno al Cuerpo de Ayudantes Militares y la Avanzada Militar del Presidente. De hecho, el coronel Pepe Goico hacía negocios violando todos los procedimientos de controles establecidos en las Fuerzas Armadas para hacer adquisiciones. Por una larga tradición, para comprar cualquier bolígrafo, los guardias tenían que gastar dos resmas de papel en solicitudes, informes, aprobación, contabilidad, auditoría, contraloría, despacho; en fin, era una odisea el proceso de compras en las Fuerzas Armadas dominicanas, las cuales debían incluir cinco cotizaciones de empresas diferentes, para hacer los pedidos y ser validados. Sin embargo, el coronel Pepe Goico iba a una empresa cualquiera y adquiría todo lo que necesitaba para su avanzada militar o para el Cuerpo de Ayudantes Militares, pasaba la tarjeta de crédito y colorín colorado, cuento acabado. Eso molestaba a la jerarquía institucional de las Fuerzas Armadas. El descalabro era tal, que sin previa autorización de los jefes, el coronel Pepe Goico ordenó hacer una calcomanía con el logo del Cuerpo de Ayudantes Militares y la colocaba en el avión Jetstream, el cual había sido comprado con la famosa tarjeta de crédito, para hacer viajes a nombre de ese departamento de la institución militar, sin que nadie estuviera enterado. Las veces que el Secretario de las Fuerzas Armadas intentó abordarle el tema al presidente Mejía, éste reaccionaba de manera extraña y no tomaba ninguna medida para evitar el irrespeto. Era el pleito del huevo y la piedra. Había que actuar con entereza, pero con algún grado de prudencia. Tampoco Soto Jiménez encontraba a Ramón Báez Figueroa, ni a ninguno de los otros ejecutivos del banco que tomaban decisiones. Entonces acudió a su gran amigo Juancho López, de la empresa fotográfica Fujifilm, que siempre sabía cómo localizar al banquero, y le pidió ayuda. Juancho le prometió que investigaría, para ver cómo los ponía en contacto. Al poco tiempo devolvió la llamada:
Por fin, terminaba el impasse del Primer Mandatario en Sudamérica pero el conversatorio le había dejado un profundo vahído en el estómago. Ser testigo de primera mano de las grandes carencias institucionales, de los vacíos del sistema democrático, del conflicto de intereses al más alto nivel, le descomponían el alma. ¿Podíamos llamar a esto Democracia? ¿Alguien tenía alguna idea de la palabra Institucionalidad? Definitivamente Juan Bosch tenía razón: aquí no existe clase gobernante. El Secretario de las Fuerzas Armadas llamó al Presidente y le informó sobre la solución, sin entrar en mayores detalles, a considerar que el teléfono no era la mejor vía para comentar sus preocupaciones e inquietudes, ya que debía estar intervenido por varias vías. Este cúmulo de informaciones afectó él ánimo del más alto jefe militar del país. Lo que estaba sucediendo con la famosa tarjeta, si se tratara sólo de un problema político, no se metería en él y lo dejaría tomar su curso sin intervenir. Pero los que estaban siendo más afectados, positiva o negativamente con la famosa facilidad crediticia eran los guardias. El militar es un preso del peso. Había que resolver el problema. Por eso, en su primera visita al presidente, luego de su regreso, le saludó con una frase tajante:
Hipólito no le prestó la debida atención, no obstante guardaría el incidente de Perú en el rinconcito de sus recuerdos que tiene asignado para las venganzas. |