Para que el cultivo de la historia de la ciencia ad­quiera cabal sentido y rinda todos los frutos que promete, se impone el examen de ciertas coyun­turas




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status de paradigma, una teoría científica se de­clara inválida sólo cuando se dispone de un candi­dato alternativo para que ocupe su lugar. Ningún proceso descubierto hasta ahora por el estudio histórico del desarrollo científico se parece en nada al estereotipo metodológico de la demostra­ción de falsedad, por medio de la comparación directa con la naturaleza. Esta observación no significa que los científicos no rechacen las teo­rías científicas o que la experiencia y la experi­mentación no sean esenciales en el proceso en que lo hacen. Significa (lo que será al fin de 128

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cuentas un punto central) que el acto de juicio que conduce a los científicos a rechazar una teo­ría aceptada previamente, se basa siempre en más de una comparación de dicha teoría con el mun­do. La decisión de rechazar un paradigma es siempre, simultáneamente, la decisión de aceptar otro, y el juicio que conduce a esa decisión in­volucra la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y la comparación entre ellos.

Además, existe una segunda razón para poner en duda que los científicos rechacen paradigmas debido a que se enfrentan a anomalías o a ejem­plos en contrario. Al desarrollarlo, mi argumen­to, por sí solo, delineará otra de las tesis princi­pales de este ensayo. Las razones para dudar que antes bosquejamos eran puramente fácticas; o sea, ellas mismas eran ejemplos en contrario de una teoría epistemológica prevaleciente. Como tal, si mi argumento es correcto, pueden contri­buir cuando mucho a crear una crisis o, de ma­nera más exacta, a reforzar alguna que ya exista. No pueden por sí mismos demostrar que esa teoría filosófica es falsa y no lo harán, puesto que sus partidarios harán lo que hemos visto ya que hacen los científicos cuando se enfrentan a las anomalías. Inventarán numerosas articula­ciones y modificaciones ad hoc de su teoría para eliminar cualquier conflicto aparente. En reali­dad, muchas de las modificaciones y de las cali­ficaciones pertinentes pueden hallarse ya en la literatura. Por consiguiente, si esos ejemplos en contrario epistemológicos llegan a constituir algo más que un ligero irritante, será debido a que contribuyen a permitir el surgimiento de un aná­lisis nuevo y diferente de la ciencia, dentro del que ya no sean causa de dificultades. Además, si se aplica aquí un patrón típico, que observare­mos más adelante en las revoluciones científicas,

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esas anomalías no parecerán ya hechos simples. A partir de una nueva teoría del conocimiento científico, pueden parecerse mucho a tautologías, enunciados de situaciones que no pueden conce­birse que fueran de otro modo.

Por ejemplo, con frecuencia se ha observado que la segunda ley del movimiento de Newton, aun cuando fueron necesarios varios siglos de di­fícil investigación, teórica y fáctica para llegar a ella, desempeña, para los partidarios de la teoría de Newton, un papel muy similar al de un enun­ciado puramente lógico, que ningún número de observaciones podría refutar.1 En la Sección X veremos que la ley química de las proporciones constantes, que antes de Dalton era un descubri­miento experimental ocasional, de aplicación ge­neral muy dudosa, se convirtió, después de su trabajo, en un ingrediente de una definición de compuesto químico que ningún trabajo experi­mental hubiera podido trastornar. Algo muy simi­lar puede suceder también con la generalización de que los científicos dejan de rechazar los para­digmas cuando se enfrentan a anomalías o ejem­plos en contrario. Pueden no hacerlo así y, no obstante, continuar siendo científicos.

Aunque es improbable que la historia recuerde sus nombres, es indudable que algunos hombres han sido impulsados a abandonar la ciencia de­bido a su incapacidad para tolerar la crisis. Como los artistas, los científicos creadores deben ser capaces de vivir, a veces, en un mundo desorde­nado; en otro lugar, he descrito esta necesidad como "la tensión esencial" implícita en la inves­tigación científica.2 Pero este rechazo de la cien-

  1. Véase sobre todo la discusión en Patterns of Disco-
    very, de N. R. Hanson (Cambridge, 1958), pp. 99-105.

  2. T. S. Kuhn, "The Essential Tensión: Tradition and
    Innovation in Scientific Research", en The Third (1959)

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cia en favor de alguna otra ocupación es, creo yo, el único tipo de rechazo de paradigma al que pueden, por sí mismos, conducir los ejemplos en contrario. Una vez descubierto un primer para­digma a través del cual ver la naturaleza, no existe ya la investigación con ausencia de para­digmas. El rechazar un paradigma sin reemplazar­lo con otro, es rechazar la ciencia misma. Ese acto no se refleja en el paradigma sino en el hombre. De manera inevitable, será considerado por sus colegas como "el carpintero que culpa a sus he­rramientas".

A la inversa puede llegarse al mismo punto, con una eficiencia, al menos, similar: no existe la investigación sin ejemplos en contrario. ¿Qué es lo que diferencia a la ciencia normal de la ciencia en estado de crisis? Seguramente, no el hecho de que la primera no se enfrente a ejem­plos en contrario. A la inversa, lo que hemos llamado con anterioridad los enigmas que consti­tuyen la ciencia normal, existen sólo debido a que ningún paradigma que proporcione una base para la investigación científica resuelve comple­tamente todos sus problemas. En los pocos casos en que parecen haberlo hecho (p. ej. la visión geométrica), pronto han dejado de constituir pro­blemáticas para la investigación y se han con­vertido en instrumentos para el trabajo práctico. Con excepción de aquellos que son exclusivamen­te instrumentales, todos los problemas que la ciencia normal considera como enigmas pueden, desde otra perspectiva, verse como ejemplos en

University of Utah Research Conference on the Identifi­cation of Creative Scientific Talent, ed. Calvin W. Taylor (Salt Lake City, 1959), pp. 162-77. Sobre un fenómeno comparable entre los artistas, véase "The Psychology of Imagination", de Frank Barron, Scientific American, CXCIX (Septiembre de 1958), 151-66, sobre todo 160.

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contrario y por consiguiente como fuentes de cri­sis. Copérnico consideró ejemplos en contrario lo que la mayor parte de los demás seguidores de Tolomeo habían considerado como enigmas en el ajuste entre la observación y la teoría. La-voisier vio como un ejemplo en contrario lo que Priestley había considerado como un enigma re­suelto con éxito en la articulación de la teoría del flogisto. Y Einstein vio como ejemplos en con­trario lo que Lorentz, Fitzgerald y otros habían considerado como enigmas en la articulación de las teorías de Newton y de Maxwell. Además, ni siquiera la existencia de una crisis transforma por sí misma a un enigma en un ejemplo en con­trario. No existe tal línea divisoria precisa. En lugar de ello, provocando una proliferación de versiones del paradigma, la crisis debilita las re­glas de resolución normal de enigmas, en modos que, eventualmente, permiten la aparición de un nuevo paradigma. Creo que hay solamente dos al­ternativas: o ninguna teoría científica enfrenta nunca un ejemplo en contrario, o todas las teo­rías se ven en todo tiempo confrontadas con ejemplos en contrario.

¿Cómo podía parecer diferente la situación? Esta pregunta conduce, necesariamente, a la elu­cidación histórica y crítica de la filosofía y esos tópicos quedan fuera de este ensayo. Pero, al menos, podemos señalar dos razones por las que la ciencia parece haber proporcionado un ejemplo tan adecuado de la generalización de que la ver­dad y la falsedad se determinan únicamente y de manera inequívoca, por medio de la confron­tación del enunciado con los hechos. La ciencia normal se esfuerza y deberá esforzarse continua­mente por hacer que la teoría y los hechos vayan más de acuerdo y esta actividad puede verse fácil­mente como una prueba o una búsqueda de con-

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filmación o falsedad. En lugar de ello, su objeto es resolver un enigma para cuya existencia mis­ma debe suponerse la validez del paradigma. El no lograr una solución desacredita sólo al cien­tífico, no a la teoría. En este caso, todavía más que en el anterior, se aplica el proverbio de que: "Es mal carpintero el que culpa a sus herramien­tas". Además, el modo en que la pedagogía de la ciencia embrolla la discusión de una teoría con observaciones sobre ejemplos de sus aplicaciones, ha contribuido a reforzar una teoría de confir­mación extraída principalmente de otras fuentes. Si tiene la menor razón para hacerlo, el hombre que lea un texto científico podrá llegar con faci­lidad a considerar las aplicaciones como la prueba de una teoría, como las razones por las cuales debe creerse en ella. Pero los estudiantes de cien­cias aceptan teorías por la autoridad del profesor y de los textos, no a causa de las pruebas. ¿Qué alternativas tienen, o qué competencia? Las apli­caciones mencionadas en los textos no se dan como pruebas, sino debido a que el aprenderlas es parte del aprendizaje del paradigma dado como base para la práctica corriente. Si se avanzaran las aplicaciones como pruebas, entonces el fra­caso de los textos para sugerir interpretaciones alternativas o para discutir problemas para los que los científicos no han logrado producir solu­ciones paradigmáticas, acusarían a los autores de parcialidad extrema. No existe ninguna razón para semejante acusación.

Así pues, volviendo a la primera pregunta, ¿cómo responden los científicos a la percepción de una anomalía en el ajuste entre la teoría y la natura­leza? Lo que hemos dicho indica que incluso una discrepancia inconmensurablemente mayor que la experimentada en otras aplicaciones de la teoría no debe provocar necesariamente cualquier res-

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puesta profunda. Hay siempre ciertas discrepan­cias. Incluso las más tenaces responden usual-mente, al fin, a la práctica normal. Con mucha frecuencia, los científicos se sienten dispuestos a esperar, sobre todo si disponen de muchos otros problemas en otras partes del campo. Por ejem-plo, ya hemos hecho notar que, durante los sesenta años posteriores al cálculo original de Newton, el movimiento anticipado del perigeo de la Luna continuaba siendo todavía la mitad del observado. Mientras los mejores físicos y matemáticos de Europa continuaron ocupándose sin éxito del pro­blema, se hicieron proposiciones ocasionales para una modificación de la ley del inverso del cua­drado de Newton. Pero nadie tomó muy en serio esas proposiciones y, en la práctica, esa paciencia con una anomalía importante resultó justificada. En 1750, Clairaut logró demostrar que sólo las matemáticas usadas en la aplicación habían es­tado en un error y que la teoría de Newton po­día continuar como antes.3 Incluso en los casos en que no parece posible que se produzcan erro­res simples (quizá debido a que las operaciones matemáticas involucradas son o más sencillas o de un tipo familiar y con buenos resultados en todos los los demás campos), una anomalía reco­nocida y persistente no siempre provoca una cri­sis. Nadie puso seriamente en duda la teoría de Newton a causa de las discrepancias, reconocidas desde hacía mucho tiempo, entre las predicciones de esa teoría y las velocidades tanto del sonido como del movimiento de Mercurio. La primera discrepancia fue finalmente resuelta y de mane­ra inesperada, por medio de experimentos sobre el calor, los que habían sido emprendidos con

3 W. Whewell, History of the Inductive Sciences (ed. rev.; Londres, 1847), II, 220-21.

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otro fin muy diferente; la segunda desapareció al surgir la teoría general de la relatividad, des­pués de una crisis en cuya creación no había tomado parte.4 Aparentemente, tampoco había pa­recido lo suficientemente importante como para provocar el malestar que acompaña a las crisis; pudieron reconocerse como ejemplos en contrario y, no obstante, ser relegados para un trabajo posterior.

De ello se desprende que para que una anoma­lía provoque crisis, debe ser algo más que una simple anomalía. Siempre se presentan dificulta­des en alguna parte en el ajuste del paradigma con la naturaleza; la mayoría de ellas se resuel­ven tarde o temprano, frecuentemente por medio de procesos que no podían preverse. Es raro que el científico que se detenga a examinar todas las anomalías que descubra pueda llevar a cabo al­gún trabajo importante. Debemos por consiguien­te preguntarnos qué es lo que hace que una anomalía parezca merecer un examen de ajuste y para esta pregunta es probable que no exista una respuesta absolutamente general. Los casos que ya hemos examinado son característicos, pero raramente prescriptivos. A veces, una anomalía pondrá claramente en tela de juicio generaliza­ciones explícitas y fundamentales de un paradig­ma, como lo hizo el problema del arrastre del éter para quienes aceptaban la teoría de Max­well. O como en la revolución de Copérnico, una anomalía sin aparente importancia fundamental, puede provocar crisis si las aplicaciones que in-

4 Sobre la velocidad del sonido, véase "The Caloric Theory of Adiabatic Compression", de T. S. Kuhn, Isis, XLIV (1958), 136-37. Sobre el desplazamiento del perihelio de Mercurio, véase: A History of the Theories of Aether and Electricity, de E. T. Whittaker, II (Londres, 1953), 151, 179.

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hibe tienen una importancia práctica particular, en este caso para el calendario y la astrología. O, como en la química del siglo XVIII, el desarro­llo de la ciencia normal puede transformar una anomalía que, anteriormente, había sido sólo una molestia, en causa de crisis: el problema de las relaciones de pesos tuvo un status muy dife­rente después de la evolución de las técnicas quí­micas neumáticas. Probablemente, hay todavía otras circunstancias que pueden hacer que una anomalía resulte especialmente apremiante y, or­dinariamente, se combinarán varias de ellas. Por ejemplo, ya hemos hecho notar que una de las causas de la crisis a que se enfrentó Copérnico fue la sola duración del tiempo durante el que los astrónomos se esforzaron, sin obtener resulta­dos, en reducir las discrepancias residuales del sistema de Ptolomeo.

Cuando por esas razones u otras similares, una anomalía llega a parecer algo más que otro enig­ma más de la ciencia normal, se inicia la transi­ción a la crisis y a la ciencia fuera de lo ordinario. Entonces, la anomalía misma llega a ser recono­cida de manera más general como tal en la profe­sión. Cada vez le presta mayor atención un número mayor de los hombres más eminentes del campo de que se trate. Si continúa oponiendo resisten­cia, lo cual no sucede habitualmente, muchos de ellos pueden llegar a considerar su resolución como el objetivo principal de su disciplina. Para ellos, el campo no parecerá ser ya lo que era antes. Parte de ese aspecto diferente es simple­mente el resultado del nuevo punto de enfoque del examen científico. Una fuente todavía más importante de cambio es la naturaleza divergente de las numerosas soluciones parciales a que se llega por medio de la atención concertada que se presta al problema. Los primeros intentos de re-

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solución del problema seguirán de cerca las reglas establecidas por el paradigma; pero, al continuar adelante sin poder vencer la resistencia, las ten­tativas de resolución involucrarán, cada vez más, alguna coyuntura menor o no tan ligera del pa­radigma, de modo tal que no existan dos de esas articulaciones completamente iguales, con un éxi­to parcial cada una de ellas ni con el suficiente éxito como para poder ser aceptadas como para­digmas por el grupo. A través de esta prolifera­ción de coyunturas divergentes (de manera cada vez más frecuente llegarán a describirse como ajustes ad hoc), las reglas de la ciencia normal se hacen cada vez más confusas. Aun cuando existe todavía un paradigma, pocos de los que practican la ciencia en su campo están completa­mente de acuerdo con él. Incluso las soluciones de algunos problemas aceptadas con anterioridad se ponen en duda.

Cuando es aguda, esta situación es a veces re­conocida por los científicos involucrados. Copér-nico se quejaba de que, en su tiempo, fueran los astrónomos tan "inconsistentes en esas investiga­ciones (astronómicas)... que no pueden ni si­quiera explicar u observar la longitud constante de las estaciones del año". "Con ellos", continuaba diciendo, "es como si un artista tuviera que tomar las manos, los pies, la cabeza y otros miembros de sus cuadros, de modelos diferentes, de tal modo que cada una de las partes estuviera perfec­tamente dibujada; pero sin relación con un cuer­po único, y puesto que no coinciden unas con otras en forma alguna, el resultado sería un monstruo más que un hombre."5 Einstein, limi­tado por el uso corriente a un lenguaje menos florido, escribió solamente: "Es como si le hu-

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