descargar 415.9 Kb.
|
Tiempos de resabios entre conflictos más antiguos Siete Encyclicas, que van desde el año de 1796 al de 1801, son comunicaciones a los padres conversores sobre correspondencia que el P. Prefecto ha recibido de alguna autoridad civil. Las anotamos con los subtítulos del mismo P. Antonio Comujoncosa:
Las noticias que se pueden colegir cubren el espacio de cinco años. En ellos sobrevinieron acontecimientos de insurrección, empezados en el año de 1796, desarrollados más dramáticamente en 1799, y terminados, el 5 de julio de 1.800. La fecha de 1801 es de la reconstrucción de las reducciones de Parapití, Obaíg, Pirití Igüirapucuti, Taquaremboti y Tapuitá. La primera carta nos informa que el comandante del fuerte de San Carlos, sito en Saypurú, pide y se le envíen indios flecheros de las misiones más al Norte para controlar la insurrección en las del Sur. La quinta es indicación de las discordias entre los padres conversores y los soldados de Saypurú. La cuartadécima es del año de 1799, cuando con más violencia sigue la sublevación, y se invita a los franciscanos a no imponer castigos a los indios. La carta dieciséis, está fechada al año de 1801, que es tiempo de aseveración de responsabilidades. En ella, los franciscanos son indicados culpables, directa e indirectamente, de la sublevación. La acusación está ligada al nombre de la india Tambora y sus hijos, de la reducción de Cabezas. El P. Antonio Comajuncosa pone siete puntos de obligación a los frailes: 1) Ningún religioso castigue por sí mismo. 2) No se impondrá ningún castigo sin la “expresa orden” del Padre Conversor principal. 3) El castigo se podrá dar cuando el acusado haya recibido tres avisos y no quiera enmendarse. 4) En el acto del castigo ningún religioso mostrará hazaña, más bien operará para que la pena sea suave. 5) No se castigará a ningún “Bárbaro de la Infidelidad” y, en caso de daño recibido, se recurrirá al Comandante del Fuerte o al Prefecto de Misiones. 6) No se ejecutará públicamente el castigo de corte de cabello u otros, a mujeres; al caso, el castigo se realizará en la escuela de las muchachas, con intervención de la maestra u otra mujer. 7) Ningún religioso llevará armas; y en caso de necesitarlas, serán llevadas por el seglar que lo acompañare. Las otras cartas que hemos señalado, insisten en el respeto al comandante del fuerte y del traslado de ganado desde las reducciones del norte a las reconstruidas; en otra más se indica que lo sobrante de los sínodos debe ser revertido a la misión. Los acontecimientos vislumbrados en las cartas, tienen una más amplia explicación en el libro Manifiesto… del P. Antonio Comajuncosa. Para tiempos de rendición de cuentas, queda desproporcionada la relación entre “castigo” y “sublevación”, ostentada por las autoridades coloniales. No se trata, evidentemente, de no buscar culpables, sino construir una argumentación para hacer entender otra; y la otra tiene el trasfondo de la polémica entre franciscanos y el Intendente y Gobernador Francisco de Viedma y demás autoridades, estacionadas en Santa Cruz de la Sierra. Las cartas del P. Antonio sobre el argumento se limitan a trasmitir “comunicaciones”, exhortando a los religiosos a mantener siempre un ideal de virtudes como misioneros y conversores. ¿Un nivel de prudencia frente a enemigo inconmensurablemente grande y escondido? La verdad de los hechos la redactará en el Manifiesto y en otra documentación, que enviará a las autoridades del Colegio y hasta el Virrey de Buenos Aires. Su explicación de los acontecimientos tiene la siguiente lógica. Las reducciones, mayormente involucradas en la sublevación, son las de más reciente fundación, por la cual es posible encontrar debilidad de asunción de responsabilidades reduccionales; y además una verdad anterior. “… su fin principal, y tal vez único, que tuvieron para solicitar a admitir Misión, no fue otro que la seguridad de sus personas en el tiempo de guerra y las comodidades temporales que se disfrutan bajo la dirección de ministros caritativos”;… pidieron se le fundase misión, no para dar vida a sus Almas sino para matar el hambre que tenían en sus cuerpos”. Queda siempre, sin embargo, la fuerza de una cultura ancestral, muy presente en la reducción, por lo cual “la cabra siempre tira al monte”76. La reacción empieza en la reducción de Pirití, el 28 de febrero 1796. Los propósitos declarados son que “querían matar a los Padres y a los soldados de Zaypurú”. El Conversor, P. Rodríguez Carro, para silenciar a los opositores proclama que vendrían “los españoles, que precisamente los sujetarían y castigarían, si no se mantenían quietos”. El resultado es lo contrario: multiplican sus fuerzas y rápidamente en los meses se sublevan las reducciones de Obaíg, Igüirapucuti, Tacuaremboiti y después de Parapití, Tapuitá, Iti y Tayerenda, amenazando atacar también los pueblos de españoles de Sauces y La Laguna. La primera tentativa del P. Antonio Comajuncosa es la de enviar a Fray Francisco del Pilar. “Obedeció prontamente exponiendo su vida para el bien de la paz; pasó por todas ellas, exhortó a los Indios, los amonestó, los acarició, los regaló, pero después de todo esto escribió a dicho superior que los indios estaban muy malos, que no querían aplacarse y que no era libre de salir de la Misión de Pirití, porque sospechaban que les quería hacer traición. Frustrada esta diligencia no se presentaron otros recursos que pedir más tropas para resistir y castigar a los rebeldes”77. Pero la sucesión más dramática de los acontecimientos se realiza en el año de 1799. Las misiones cercanas a la orilla del Parapetí, que permiten una fácil coordinación con los guaraníes del “monte” del lado de Charagua y Ingre, son atacadas por los sublevados. Se recurre a dos expediciones militares desde Santa Cruz, con flecheros, y nuevamente a los militares y por último aparece don Francisco Viedma con 2000 soldados. Con el castigo dado a algunos capitanes, los rebeldes se aquietan e inicia la campaña de la reconstrucción, muy solicitada por Viedma. A los Padres, encargados “no les dieron más que cuatro reses flaquísimas y un pan de sal a cada uno, los Indios que no habían sembrado no tenían un grano de maíz; aquel año no se les dio el sínodo acostumbrado ni otro socorro, hasta que saliendo de la expedición, les repartieron algunas reses y cuatro chucherías, de lo que participó también el dicho hermano Pilar; y con esto, lo dejaron en manos de la Providencia y de sus industrias”78. Ayudó sólo la caridad de los bienhechores y el ir de limosna en Potosí. “…el Comisario Prefecto de Misiones, que en esta revolución se hallaba haciendo misiones en las ciudades de Salta y Jujuy, al tener esta lamentable noticia caminando para Potosí, resolvióse a quedarse en esta Villa Imperial para predicar las ferias de la iglesia, que fue de los Padres de la Compañía de Jesús, y después de ellas, ir de puerta en puerta pidiendo limosna para las restauración de estas seis Misiones; y en estas diligencias, recogió 679 pesos y 2 reales, que juntos con el legado pío del dicho Señor Maestre Escuela (Dr. don Carlos de San Martín), ascendieron a 3.029 pesos 6 reales”79. VI.- DOS DESTINOS: DIVERGENCIAS ENTRE FRANCISCANOS DE TARIJA Y DON FRANCISCO VIEDMA En páginas anteriores hemos afirmado que las divergencias entre los franciscanos de Tarija y Viedma eran de orden político. Lo que quiere decir que era diferente la proyección de las decisiones de los frailes respecto a las del Intendente de Cochabamba y Gobernador de Santa Cruz de la Sierra. De parte de los religiosos se insistía siempre en “aquellos pobres indios”, actitud, que fue ampliada a la “identidad y cultura de nación” de los guaraníes de la Frontera de Chuquisaca, región del Guapay y del Parapetí. El todo se organizaba en el espacio de la “reducción”, implantado por los franciscanos como modelo de un proceso de cambio, que salvaguardara unidad, identidad y proyecciones de futuro desde la herencia colonial. Por tanto, la prefiguración última era un sistema de interculturalidad entre las tantas naciones de la composición charqueña. La definición del sistema reduccional, dada por el P. Antonio Comajuncosa, incluía su dimensión organizativa y propósitos. La escribió en el año de 1800 y la repitió textualmente en el año de 1811. Esa repetición no era una reproducción de palabras antiguas sino del marco que guió las decisiones de los franciscanos. Y tal definición estaba anotada, precisamente, en la especificación de “Gobierno político” de las reducciones. En nuestro escrito hemos venido delineando los aspectos generales del modelo reduccional, que fueron relacionados entre sí por el P. Antonio Comajuncosa. “Siendo las misiones unas escuelas, en que los Padres Misioneros enseñan a sus Indios, no sólo los artículos y preceptos de la Religión, y las reglas prácticas de una buena economía, sino también el método de un gobierno político, para la perfecta morigeración, paz y quietud de sus pueblos; es preciso que desde los principios le vayan entablando una vida civil, que poco a poco los connaturalice con la sujeción y dependencia; reconociendo en los que gobiernan el pueblo una autoridad que sea capaz de reconciliarles respeto, veneración y obedecimiento. Procuran primeramente, inspirarles un conocimiento de la potestad regia, para que se reconozcan vasallos fieles de nuestro soberano, y obedezcan las sabias disposiciones de sus ministros. Para lograr esto, es menester combatir largos años con las densas tinieblas de su ignorancia y expugnar con mil ardides aquella brutal libertad, con que están connaturalizados. Los capitanes que los indios tenían en su gentilidad, conservan siempre su título y mando sobre sus soldados, y para más distinguirlos se les da bastón con puño de plata, y tienen en la Iglesia escaño distinguido. Este honor es hereditario, y faltando sucesión se congregan sus soldados delante del Padre Conversor, y a pluralidad de votos, se elige capitán, cuando alguno fallece”80. Retorno de los “profetas” En carta al Virrey Marqués de Avilés, el P. Antonio Comajuncosa refutó las acusaciones de don Francisco Viedma de que la sublevación hubiera sido provocada por los castigos o régimen de violencia contra los indios. La respuesta del Prefecto de Misiones fue que el origen del malestar vino, no de las reducciones, sino de los pueblos “bárbaros”. Otras causas más sobrevinieron. El obispo de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en 1773, condenaba una situación de intercambio desigual y de esclavitud de los guaraníes:
“Luego que se empezó a fundar la Misión del Piray, se movieron con más eficacia los indios, a solicitar se restituyesen a sus parientes a su origen”83 . Los Padres Pablo Joven y Fray Magín Matas contra los militares de Pirití y Zaypurú:
El P. Antonio Comajuncosa contra los estancieros:
A estas situaciones se deben agregar incertidumbres de cosechas y enfermedades. El malestar propiciaba la acción de los profetas. En la relación de los sucesos, el P. Antonio Comajuncosa, nos da a conocer los nombres del Capitán Guarey en el Parapetí, Tambora y sus hijos (el hijo Hermenegildo) en el Guapay, y Mandicuyo en la Frontera. La acción de guerra iniciaba siempre con “convites” nocturnos, con robos de ganado, con infundir miedo y elaborar una situación de revancha “mesiánica”. No debe extrañar la presencia de la mujer Tambora. Ya en 1778, describiendo al “dios fingido”, anotaba también la compañía de la mujer María Chesu “de la cual afirmaba que era la verdadera Virgen María y persuadía frecuentemente a los oyentes indios que las imágenes de María, que veneran los cristianos eran estatuas solamente de madera sin que digan respecto alguno a otro original, por no haber otra persona que la dicha María Chesu. Además de esta adjunta persona, acompañaba también…otro individuo igualmente desconocido, el cual decía a los bárbaros que era hermano del rey Inga y que por haber degollado a éste los españoles, venía él a recuperar sus caudales para enriquecer con ellos a los que se les sujetasen”87. Todos ellos fueron definidos como “grandes brujos”, “brujos poderosos” y “brujos famosos, que entre ellos son respetados, creídos y tenidos como dioses…”88. El atributo de “dioses” resultaba como manifestación del movimiento mesiánico. El retorno a la situación originaria, implicaba la acción de destrucción de las novedades reduccionales: “pues siendo éstos siempre contrarios o positivamente opuestos a la religión incesantemente predican a los pueblos que no hagan caso lo que dicen los Padres, retrayéndolos con sus embustes y amenazas de admitir reducción, y si ya viven en ella, de recibir el santo Bautismo, de asistir a la doctrina, de sujetarse los niños a la escuela, con otras maldades mayores. Finalmente, para que los religiosos Conversores obren con aquella libertad, expedición, gusto y empeño que el Apostólico Ministerio requiere en aquellas soledades, y entre unas gentes, cuyas importunidades, molestias y rusticidades son capaces de incomodar, aburrir y hacer desmayar al más fervoroso, es preciso que Vuestra excelencia (Marqués de Avilés, Virrey en Buenos Aires) comprima la furiosa porfía, con que el Gobernador Intendente de Cochabamba, don Francisco de Viedma, persiste en desacreditar la conducta de los Padres Misioneros para con todos los tribunales…”89. |