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Prólogo a la edición revisadaLa serpiente celeste, de John Anthony West, es un libro auténticamente importante y que merece leerse. Cuando lo vi por primera vez, hace más de diez años, me impresionó la profundidad y amplitud tanto de su erudición como de sus ideas, además de su claro y vivido estilo. Ahora que he tenido la ocasión de leer nuevamente esta emocionante narración, me siguen impresionando sus virtudes, y encuentro el libro aún más estimulante que antes. Escribo este prólogo a la nueva edición con gran placer, y con la esperanza de que llegue a un gran número de lectores. En su prólogo a la primera edición, Peter Tompkins resumía el contenido del libro y proporcionaba una información necesaria sobre su contexto. Trataré de repetirla lo menos posible. En esta nueva edición, West añade una descripción de la controvertida historia de su libro, y anuncia un auténtico bombazo: la evidencia científica —aparentemente muy firme— de que la Gran Esfinge de Gizeh es varios miles de años más antigua de lo que creen la mayoría de los egiptólogos. Muchos autores habían sostenido que la Esfinge precedía a la civilización egipcia tal como la conocemos, entre ellos West. Pero ha sido éste, junto con su equipo de investigadores científicos, quien ha proporcionado una evidencia que posiblemente exigirá una importante revisión de la historia humana. La serpiente celeste analiza la obra, revisionista y (cuando se conoce un poco) extremadamente controvertida, del difunto filósofo egiptólogo alsaciano R. A. Schwaller de Lubicz. Basándose en muchos años de meticuloso estudio de los templos antiguos y de la civilización egipcia en su conjunto, De Lubicz presentó al mundo la evidencia de un Egipto que puede resonar libre y orgullosamente en nuestra mente, n nuestro corazón y en nuestro espíritu. Se trata, obviamente, de lo que la mayoría de nosotros hacemos de manera espontánea cuando nos hallamos frente a las maravillas que el antiguo Egipto nos ha legado: diosas y dioses, la Esfinge y las pirámides, los templos, la magia y los misterios, y todo lo demás. En realidad, los artífices de esas imágenes y símbolos maravillosos, obras de arte y metapsicologías, trataban de suscitar exactamente dicha resonancia, y es evidente que sabían cómo crear lo que pretendían. Y, sin embargo, admirablemente, tenemos una profesión denominada «egiptología», cuyos practicantes parecen totalmente ciegos o indiferentes a lo que conmociona a tantos de nosotros. Arraigados en un impenetrable materialismo, insisten en la visión de un Egipto sin alma y casi sin discernimiento, atrapado sin esperanza en la ignorancia y la superstición. Debido precisamente al hecho de que los descubrimientos de De Lubicz contradicen estas ideas su obra ha sido ignorada o denunciada por la ortodoxia profesional. El trabajo más importante de De Lubicz se puede encontrar únicamente en su monumental Le Temple de l'Homme, una obra en varios volúmenes difícil de leer y cuya sola magnitud ya resulta desalentadora. Uno de los mayores logros de West ha sido el de presentar la obra de De Lubicz con admirable claridad, aunque reforzándola con su propia lucidez, su erudición y su fina capacidad de razonamiento. Como persona nada predispuesta a sufrir necedades, West se arma con el ingenio y la lógica despiadada de un hábil acusador, apuntando uno tras otro a los empolvados «expertos» que han venido a presidir el sombrío mundo de la egiptología políticamente correcta. West considera Le Temple de l'Homme «... la obra de erudición más importante de este siglo». Asimismo, toma nota de toda una serie de coincidencias, casi extrañas, entre el conocimiento que De Lubicz manifiesta de la antigua ciencia y filosofía de Egipto, y los conocimientos y enseñanzas del piadoso místico y mago G. I. Gurdjieff. De hecho, lo que De Lubicz aprendió sobre el antiguo Egipto a través del estudio de sus obras, Gurdjieff parece haberlo aprendido de alguna otra fuente. Otro ejemplo de visible penetración en la mente y el espíritu del antiguo Egipto es el del curioso poeta, erudito y visionario del siglo xix Gerald Massey. En tres monumentales obras, todas ellas de varios volúmenes —Book of the Beginnings, Natural Génesis y Ancient Egypt—, Massey presentaba un Egipto similar en muchos aspectos (y, en ocasiones, aparentemente idéntico) al presentado por De Lubicz. Este es el caso especialmente de la última obra de Massey, Ancient Egypt, publicada casi al final de su vida, en 1907. Los escritos y enseñanzas de estos tres titanes —De Lubicz, Gurdjieff y Massey— merecen una exhaustiva comparación. Se trata de un reto apropiado para el autor de La serpiente celeste. De Lubicz había observado que las marcas de erosión por el agua que presenta la Esfinge de Gizeh no se observan en ninguna otra estructura de Egipto. West, con la ayuda de su equipo de científicos, lo ha confirmado. Tal como aquí explica con detalle, la conclusión a la que llevan sus descubrimientos es que la Esfinge precede al Egipto dinástico. Asimismo, reúne muchas otras evidencias que respaldan su creencia, y la de De Lubicz, de que la civilización egipcia constituía una herencia, y no una creación derivada de un desarrollo. Esto lleva directamente a la antigua leyenda de la Atlántida, mencionada por Platón, y que aparece de una forma u otra en los mitos de muchas épocas y en numerosos lugares. Es decir: alguien enseñó a los egipcios lo que éstos sabían, y se trataba de un conocimiento portentoso: una integración sin precedentes de ciencia y arte, de filosofía y religión. El resultado fue una civilización que destacó por su potenciación de la conciencia y la realización de sus potenciales más allá de lo que conocemos. Todo esto se presenta aquí de forma magistral. Massey, basándose en su conocimiento del uso egipcio de los números y la astronomía / astrología, sitúa la antigüedad de la Esfinge en unos trece mil años, mucho antes de la I dinastía. Curiosamente, el médium norteamericano Edgar Cayce propuso la misma cifra. En mis propias investigaciones para mi obra The Goddess Sekhmet, llegué a la conclusión de que la Esfinge, como la diosa Sejmet, es mucho más antigua que Egipto. Está claro que ambas se hallan relacionadas: Sejmet tiene cabeza de leona y cuerpo humano; la Esfinge, cuerpo de leona y cabeza humana. La tradición antigua las vincula, y también proclama su antigüedad, ya que Sejmet se conoce entre los egipcios como la «Señora del lugar del principio del tiempo», y la «Única que era antes de que fueran los dioses». Con frecuencia he meditado sobre el hecho de que la Esfinge se construyera en lo que sólo miles de años después se convertiría en un lugar cercano al principal centro del culto a Sejmet en Menfis. Así, es posible que la civilización egipcia se planificara y elaborara miles de años antes de que se convirtiera en realidad. ¿Acaso esto podría significar que el destino de la «Atlántida» se conocía desde mucho antes de que ocurriera? La serpiente celeste es un libro maravillosamente fecundo. Una página tras otra, conmueve la imaginación del lector y estimula su pensamiento creativo. La descripción de la civilización egipcia resulta estimulante, y ofrece un rayo de esperanza de que, aún hoy, nuestro mundo, gravemente herido y —cuando menos— medio enloquecido, será capaz de recurrir a lo que un día fue para poder darse cuenta de lo que debería ser. El ser humano posee unas impresionantes capacidades latentes, hoy escasamente explotadas y apenas reconocidas, especialmente por quienes ostentan el poder. De Lubicz y West confirman que es posible tener una sociedad en la que se fomente y se permita florecer el potencial humano. Defienden la idea de que Egipto, durante mucho tiempo, poseyó los conocimientos necesarios para despertar y utilizar dicho potencial; y, lo que es más, de que en las obras de Egipto que han sobrevivido pueden hallarse aún los medios para adquirir de nuevo dichos conocimientos. Todos tenemos una deuda con R. A. Schwaller de Lubicz y con John Anthony West por haberse dado cuenta de que eso es posible y por haber trabajado para lograrlo. ROBERT MASTERS |
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