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Pitágoras cabalga de nuevoEl desarrollo de la egiptología ortodoxa en su contexto históricoLas primeras noticias escritas que tenemos sobre la civilización egipcia proceden del historiador griego Herodoto, quien visitó Egipto en torno al año 500 a.C, cuando ya se hallaba en plena decadencia. Aunque muchas de las cosas que escribió se han demostrado ciertas, una gran parte de ellas son fantasías: Herodoto narra indiscriminadamente como verdades todos los relatos que oyó de boca de una especie de versión antigua de guías turísticos, a quienes interpretó erróneamente por sacerdotes de los templos. Como muchos otros viajeros posteriores, Herodoto se maravilló ante los monumentos más interesantes. Pero ni él, ni nadie después de él, tuvieron acceso a los responsables de su construcción. Así, a lo largo de toda la historia, quienes han visitado Egipto han consignado sus impresiones según su interpretación personal. Pero la naturaleza exacta de los conocimientos egipcios, ocultos en los impenetrables jeroglíficos, no podía sino seguir siendo un misterio. Los egiptólogos modernos insisten, con razón, en que hasta que no se descifraron los jeroglíficos no hubo ninguna posibilidad de comprender a Egipto. A finales del siglo xviii, Napoleón invadió Egipto no sólo con un ejército de soldados, sino también de eruditos, decidido a resolver el misterio además de construir un imperio. Las descripciones de sus descubrimientos, ilustradas con bellos dibujos cuidadosamente realizados, dieron a conocer la civilización egipcia por primera vez al público europeo, y el interés por ésta aumentó con rapidez cuando los eruditos empezaron a aplicar su ingenio a los jeroglíficos. Sin embargo, la clave para descifrarlos no se descubriría hasta 1822, cerca de treinta años después de la campaña de Napoleón. A los doce años de edad, Jean-Franc,ois Champollion estaba convencido de que lograría descifrar los jeroglíficos. Y se propuso dominar todas las lenguas, antiguas y modernas, que él creía que le llevarían a alcanzar su objetivo. La solución se la proporcionó la piedra de Rosetta, una reliquia tolemaica en la que aparecía grabada la misma inscripción en caracteres jeroglíficos, en demótico (una especie de forma abreviada o vernácula de los jeroglíficos) y en griego. Comparando el griego con los jeroglíficos, Champollion acabó por descubrir la respuesta; o, mejor dicho, una respuesta parcial. Había nacido la egiptología. Antes del descubrimiento de Champollion, muchos estudiosos habían partido del razonable presupuesto de que una civilización capaz de tales obras debía de poseer un elevado orden de conocimientos. Algunos de ellos realizaron atinadas observaciones, que posteriormente fueron olvidadas o ignoradas frente al carácter aparentemente jactancioso, repetitivo, banal e incoherente de los jeroglíficos traducidos. Las primeras traducciones mostraban un contraste tan notorio con las propias obras que resulta difícil creer que hubiera tan pocos eruditos que se detuvieran a plantearse aquella paradoja. Pero, obviamente, una obra maestra es algo que resulta imposible de «demostrar». Quienes la entienden, la entienden. Así, más que la ciencia, fueron diversos factores emocionales y psicológicos los que se combinaron para dar origen a la egiptología moderna. Las pirámides y la piramidologíaDe todos los monumentos de Egipto, las pirámides han provocado siempre el más vivo interés y las teorías más descabelladas. Varias generaciones de egiptólogos han declarado imperturbables que las pirámides se construyeron por los motivos más triviales y equivocados, que sus dimensiones y proporciones son accidentales, y que su enorme volumen no es más que un ejemplo de la egolatría faraónica. Sin embargo, todo eso sigue sin convencer al profano, y todo lo que huele a misterio sigue despertando interés. Las fuentes antiguas explicaban que las pirámides, y especialmente la Gran Pirámide de Keops, se construyeron para encarnar en sus dimensiones y proporciones una rica diversidad de RoNan, Lost Discoveries, MacDonald, 1973, p. 95. ¿ ![]() J. P. Lauer, Le probléme des pyramides d'Egipte, Payot, 1952, pp. 186 y 190. Desde un punto de vista astronómico, el único hecho incuestionable ... es el extremo cuidado que se ha tenido en la orientación. El resultado más extraordinario se encuentra en la pirámide de Keops, pero la precisión apenas es menor en las de Kefrén y Mikerinos ... Estos minuciosos cálculos, repetidos por numerosos constructores, no pueden ser accidentales, y dan testimonio de un cierto conocimiento astrológico... Desde el punto de vista matemático, el estudio de las pirámides, y especialmente de la gran pirámide, revela unas propiedades geométricas muy notables, así como unas relaciones numéricas que merecen atención. Pero el problema general que esto plantea es el de establecer hasta qué punto los constructores eran conscientes de dichas propiedades. datos astronómicos, matemáticos, geográficos y geodésicos (la geodesia es la rama de las matemáticas aplicadas que determina las cifras y áreas de la superficie de la tierra). Uno de los eruditos de Napoleón, Edmé-Franc,ois Jomard, estaba especialmente intrigado por esta teoría. Pero, aunque algunos de sus cálculos parecían corroborar la idea, había otros que no concordaban. Realizar una medición exacta del conjunto de la pirámide resultaba imposible debido a la arena y los escombros acumulados en torno a su base, y —como suele ocurrir en el ámbito científico— los datos que sustentaban la teoría ortodoxa predominante se conservaron, mientras que los que resultaban embarazosos se ignoraron. ![]() Sin embargo, en Gran Bretaña las ideas de Jomard hallaron eco en un astrónomo aficionado, matemático y fanático religioso, John Taylor, quien descubrió numerosas coincidencias sorprendentes entre las medidas y proporciones de las pirámides y las medidas de la Tierra, recientemente verificadas. No podía atribuirlas al azar. Sin embargo, como fundamentalista que era, Taylor creía en la verdad literal de la Biblia, y no podía optar por atribuir tales conocimientos a los antiguos egipcios, una raza especialmente maltratada en el Antiguo Testamento (aunque, según el relato bíblico, Moisés aprendió todo su saber en la corte del faraón). Así, dado su fundamentalismo, Taylor no tenía otra opción que apelar a una intervención divina directa, y de este modo nació la seudociencia de la «piramidología». Aunque inicialmente Taylor halló pocos devotos, sus ideas llegaron hasta el astrónomo real de Escocia, Charles Piazzi Smyth, quien se dirigió a Egipto para confirmar las tesis de Taylor. Sus mediciones, con mucho las más exactas realizadas hasta entonces, pronto confirmaron la hipótesis de que los antiguos egipcios poseían avanzados y precisos conocimientos astronómicos, matemáticos y geodésicos, que se encarnaban en un magnífico sistema de pesas y medidas, cuyos restos seguían gozando de una amplia utilización en todo el mundo, en forma de bushels, galones, acres y otras medidas. ![]() Sin embargo, Piazzi Smyth, fundamentalista tan acérrimo como Taylor, no podía atribuir a los egipcios unos conocimientos elevados; y también él recurrió a la divinidad. Poco después, otro entusiasta religioso, Robert Menzies, propuso que el sistema de pasadizos de la Gran Pirámide estaba concebido como un sistema de profecías del que se podía deducir la fecha de la segunda venida de Cristo. En ese momento, la piramidología se convirtió en un terreno de fanáticos. Por curiosa que hoy nos pueda parecer, la teoría anglo-israelita (que los británicos descendían de una de las tribus perdidas de Israel) era una de las que ocupaban el tiempo y el pensamiento de muchos Victorianos instruidos que, por lo demás, no carecían de sentido común. La piramidología fue, pues, objeto de un apasionado debate intelectual. ![]() ![]() ![]() Kurt Mendelssohn, The Riddle of the Pyramids, Thames & Hudson, 1974 passim. Se cree que la razón más evidente era de índole religiosa, y que se basaba en el propio interés del individuo. Sabemos demasiado poco acerca de los conceptos espirituales que predominaban hace 5.000 años para decir exactamente qué motivaba al agricultor egipcio común y corriente para que dedicara su tiempo y su trabajo a la construcción de una pirámide ... [El doctor Mendelssohn sostiene el punto de vista de que los problemas de vigilancia y custodia habrían hecho imposible construir las pirámides con trabajadores forzados o esclavos, y que, en consecuencia, el trabajo se debió de realizar voluntariamente.] Podemos afirmar que la resurrección del faraón, asegurada por un entierro adecuado, resultaba esencial para la vida de ultratumba del hombre común ... En general, uno empieza a preguntarse si los conceptos religiosos esotéricos tuvieron realmente más importancia en el surgimiento de la época de las pirámides que las cuestiones más prácticas, como tener el alimento asegurado, y una nueva dimensión del prójimo ... Después de cuatro siglos de tentativas de unificación intermitentes y de luchas internas, se había llegado finalmente a una fase en la que los dioses, Horus y Set, finalmente estaban en paz ... Se había preparado el terreno para el siguiente gran paso en el desarrollo de la sociedad humana, la creación del estado. La pirámide iba a proporcionar los medios para lograrlo. C ![]() ![]() El estado tal como fue creado por la IV dinastía fue el núcleo a partir del cual, a través de una infinita variedad de expansiones, la humanidad ha progresado hasta su forma actual. [Las cursivas son del autor. El doctor Mendelssohn se doctoró en Física en la Universidad de Berlín, en 1933, una época y un lugar ideales para enterarse de que el estado nacional representaba el apogeo del progreso. Nota del autor.] ![]() Sin embargo, en el contexto aparentemente científico de Smyth, la teoría se sustentaba en la validez de la «pulgada piramidal», una medida inventada por él y que no se manifestaba en ningún otro monumento o dispositivo de medición egipcio. Cuando ésta fue refutada por las mediciones, aún más exactas, realizadas por W. M. Flinders Petrie, la teoría se vino abajo, aunque los entusiastas siguieron leyendo profecías cada vez más detalladas en la cámara del rey. Con el advenimiento de la era espacial, los descendientes espirituales de los piramidólogos (Erich von Daniken es el menos creíble, y, por tanto, el de mayor éxito de todos ellos) han seguido proponiendo nuevos y fantásticos usos para las pirámides: éstas sirvieron como rampas de aterrizaje de las naves espaciales, o eran pantallas protectoras con las que los antiguos científicos explotaban la energía del cinturón de Van Alien. No hace falta decir que tales teorías no cuentan con el respaldo de ninguna evidencia concreta. Pero, si la falta de evidencias es el criterio para juzgar la excentricidad de una determinada teoría, entonces hay una que resulta aún más excéntrica que todas las fantasías de los piramidólogos y los adictos a los ovnis. Es la teoría de que las grandes pirámides se construyeron como tumbas, y sólo como tumbas. No hay absolutamente ninguna evidencia, directa o indirecta, que sustente esta teoría. Mientras que resulta claro y evidente que las numerosas pequeñas pirámides del Imperio Medio y Nuevo se concibieron como tumbas, y han revelado una rica variedad de momias y ataúdes, las ocho «grandes» pirámides atribuidas a la III y IV dinastías del Imperio Antiguó no han revelado signo alguno ni de ataúdes ni de momias. La construcción de estas inmensas estructuras difiere en todos los aspectos de las tumbas posteriores. Los curiosos pasadizos inclinados no podrían resultar menos propicios para los elaborados ritos funerarios que dieron fama a Egipto. Los austeros interiores de las «cámaras mortuorias» muestran un vivido contraste con las cámaras, lujosamente decoradas con grabados e inscripciones, del Egipto posterior. Además, se cree que las ocho grandes pirámides se construyeron durante los reinados de tres faraones (aunque ésta es una idea discutida, debido a la falta de evidencias directas que atribuyan estas pirámides a unos faraones concretos). En cualquier caso, esto da como resultado más de una gran pirámide por faraón, lo que invita a la especulación acerca de por qué ha de haber varias tumbas para un solo rey. ![]() Peter Tompkins, Mysteries of the Mexican Pyramids, Harper & Row, 1976, p. 256. Dado que los números 1296 y 864 constituían la clave para desenmarañar los secretos astronómicos y geodésicos de la Gran Pirámide, es posible que con el tiempo resuelvan los misterios de las pirámides me-soamericanas. ¿Es acaso una coincidencia que un círculo de 1.296.000 unidades tenga un radio de 206.265 unidades, y que 206.264 unidades sea la longitud tanto del codo inglés como del egipcio, que el siclo hebreo pese 129,6 gramos, y la guinea inglesa 129,6 gramos, y la medida de lo Más Sagrado en el templo de Salomón sean 1.296 pulgadas? El número 1.296.000 no sólo constituía la base numérica de las mediciones astronómicas hasta donde tenemos constancia escrita, sino que también era el número favorito del simbolismo místico de Platón. Los egiptólogos, y, con ellos, los historiadores, se niegan a aceptar la posible validez de otras alternativas a la teoría de «sólo tumbas», prescindiendo de lo bien fundamentadas que puedan estar. ¿Cuál es, pues, el atractivo de esta teoría, improbable, indefendible y en absoluto documentada? Creo que su atractivo consiste en que es prosaica y trivial. En la egiptología, como en muchas otras disciplinas modernas, se considera que todas las preguntas tienen respuestas «racionales». Si no se dispone de ninguna evidencia que proporcione una respuesta racional, la solución habitual es trivializar el misterio. En muchos círculos académicos trivialidad es sinónimo de razón. Dada esta pasión por la trivialización, las afirmaciones nunca confirmadas de los piramidólogos tuvieron graves repercusiones. En todo el desarrollo de la egiptología, desde Jomard en adelante, diversos eruditos serios, sensatos y cualificados han cuestionado las concepciones predominantes y la decisión generalizada de ver a los egipcios como seres primitivos. Biot, Lockyer y Proctor, astrónomos profesionales, propusieron sólidas teorías que atestiguaban un elevado nivel de conocimientos astronómicos entre los egipcios. Lockyer —que fue ridiculizado por haber propuesto que Stonehenge se construyó como instrumento astronómico— mostró cómo las pirámides podrían haber servido en la práctica para obtener datos astronómicos precisos. En muchos otros ámbitos, diversos especialistas han atestiguado también la existencia de elevados conocimientos entre los egipcios. ![]() L. E. Orgel, Origins of Life, Chapman and Hall, passim, 1973. Hay, por supuesto, enormes lagunas en nuestro conocimiento, pero creo que hoy podemos tratar de manera fructífera de los orígenes de la vida en el marco de la química y la biología evolucionista modernas. Hay que admitir desde el primer momento que aún no se comprende el modo como tuvieron lugar las reacciones de condensación en la tierra primitiva ... Esta es la enorme laguna que se debe salvar entre los objetos inorgánicos más complejos y los organismos vivientes más simples, que suscitan la mayor parte del reto intelectual que representa el problema del origen de la vida ... Sabemos muy poco de la química de los organismos que vivieron en la tierra hace tres mil millones de años ... Las condiciones que existieron en la tierra primitiva son muy distintas de las que suelen utilizar los químicos orgánicos. Aunque muchos de los elementos constituyentes de las células se pueden sintetizar en el laboratorio, algunos de los más importantes aún no se pueden fabricar en condiciones prebióticas. Y aún resulta más difícil juntar las moléculas orgánicas simples para formar polímeros similares a las proteínas y a los ácidos nucleicos. En consecuencia, queda aún mucho trabajo por hacer antes de que podamos proponer una teoría única y completa del origen de la vida y mostrar mediante la experimentación que cada uno de sus pasos pudo haber ocurrido en la tierra primitiva ... No comprendemos demasiado las últimas fases de la evolución del código. No sabemos si la estructura del código constituye o no un accidente histórico ... El código genético es el resultado de una elaborada serie de adaptaciones ... Prácticamente no se sabe nada de los sucesivos pasos de esta adaptación ... Ya hemos visto que la idea de la selección natural es muy sencilla, y que elimina completamente la necesidad de postular cualquier tipo de «voluntad» interna o externa que guíe la evolución ... Hoy, para muchos biólogos, la ley de la selección natural parece casi una tautología. Ibid., p. 182. Si uno lee mucho sobre los ribosomas o las mariposas, y piensa con la suficiente intensidad acerca del modo en que llegaron a ser como son, probablemente descubrirá que está utilizando la idea de la selección natural sin darse cuenta; en caso contrario, puede que uno se dé por vencido y se vuelva místico ... La sustitución de la «voluntad» por el «azar» ... ha transformado nuestra visión de la relación del hombre con el resto del universo. J. H. Broughton, en «Cartas al director», The New Sáentist, 11 de noviembre de 1976, p. 355. El doctor Richard Dawkins se excede en su afirmación («Memes and the evolution of Culture», 28 de octubre, p. 208) cuando dice: «Hoy en día todos los biólogos creen en la teoría de Darwin»). Hay una considerable minoría de biólogos igualmente cualificados que rechazan completamente la teoría. En Estados Unidos, por ejemplo, varios centenares de miembros con voz y voto de la Sociedad de Investigación sobre la Creación, que deben poseer como mínimo un máster en ciencias, y entre los que se incluye a muchos biólogos, prefieren la descripción del Génesis con una base científica. The New Scientist, 29 de julio de 1976, p. 225. Los pasos más importantes en la evolución son también los menos comprendidos, dado que la complejidad necesaria para desarrollar, pongamos por caso, la fotosíntesis o la sangre caliente va más allá de los simples modelos matemáticos actuales. Así, caben aún razonamientos puramente cualitativos acerca de cómo tuvieron lugar estos grandes saltos hacia delante Pero fueron las afirmaciones sensacionalistas de Smyth, Menzies y sus sucesores las que saltaron al primer plano, permitiendo a los egiptólogos ortodoxos agrupar a todas y cada una de las teorías disidentes bajo el manto de la piramidología. Así, las provocativas especulaciones de Lockyer y otros fueron ignoradas. Mientras tanto, había aparecido la teoría de la evolución de Darwin. Cuando se inició la egiptología, la mayoría de los eruditos, como fieles hijos de la Ilustración, eran ateos, materialistas o sólo nominal-mente religiosos. Casi todos ellos estaban convencidos de que representaban el apogeo de la civilización. Pero todavía no se contemplaba el proceso como algo inevitable y automático; los intelectos más renombrados de la época aún no se veían a sí mismos como monos avanzados. Todavía no era una herejía sugerir que, en realidad, los antiguos sabían algo. Pero cuando la teoría de la evolución se convirtió en dogma, se hizo imposible (y aún sigue siéndolo) atribuir conocimientos exactos a las culturas antiguas sin socavar la fe en el progreso. Así, colocados en el mismo saco que los piramidólogos, e incapaces de respaldar ![]() Helena Blavatsky era una mujer de gran fuerza personal y prodigiosos conocimientos. Su propósito era el de realizar una síntesis de las tradiciones esotéricas del mundo, aunque, para algunos lectores, el resultado es más un conglomerado que una síntesis. Sin embargo, un siglo después, algunas de sus afirmaciones aparentemente más escandalosas parecen ser luminosamente proféticas, mientras que la inicial desconfianza engendrada por su prosa extática y enrevesada disminuye significativamente después de releerla. ideas sensatas con pruebas fehacientes, todos aquellos primeros egiptólogos, hombres de gran amplitud de miras, fueron perdiendo terreno poco a poco. Visto retrospectivamente, se puede decir que era inevitable. Todos aquellos hombres, sin excepción, trabajaban en la sombra. En Europa, las verdades místicas y metafísicas que nutren a la auténtica civilización estaban oscurecidas, fosilizadas u olvidadas (aunque Fénelon, Goethe, Fechner y algunos alquimistas habían mantenido viva la tradición). La cruda ciencia de la época sustentaba el deprimente universo de «bolas de billar» postulado por Laplace. Entonces era posible, como también lo es hoy, acudir a la catedral de Chartres y quedar cautivado por la inquebrantable convicción de que, de algún modo, ahí está el sentido de la vida humana en la Tierra. Pero explicar dicha convicción, ponerla en términos comunicables, resultaba imposible hace cien años. Y «demostrarla» sigue siendo imposible. Aunque corruptas y decadentes, las civilizaciones orientales del siglo xix eran florecientes comparadas con Europa. Pero sólo resultaban accesibles a Occidente a través de la distorsionada verborrea de Blavatsky, o de los libros de los eruditos occidentales, imbuidos de las nociones progresistas de la Ilustración y, por tanto, ciegos al sentido interior de las palabras que pretendían comunicar. Lo que hoy está a disposición de cualquier estudiante quedaba entonces fuera del alcance de la mayoría de los eruditos. Resultaba imposible estudiar de primera mano las auténticas obras de los maestros zen, los sufíes o los yoguis, leer el Bardo Thódol (el Libro de los muertos tibetano), el Tao Té-king, los Filokalia, a los místicos cristianos, los alquimistas, los cabalistas y los gnósticos; comparar todos estos mitos con los egipcios, y reconocer, por encima de sus diferencias, el vínculo que une a todas estas tradiciones. Al mismo tiempo, era imposible para la mayoría de los hombres reconocer la auténtica naturaleza del «progreso». Los artistas, que en Occidente especialmente actúan como una especie de terminaciones nerviosas sensibles de la sociedad, solían estar menos engañados. Goethe, Blake, Kierkegaard, Nietzsche, Melville, Schopenhauer, Novalis, Dostoievski y algunos más veían el progreso tal como era; pero representaban una impotente minoría. Hoy, un hombre tiene que estar loco para creer en el «progreso»; hace cien años bastaba con que fuera insensible. Vista desde la perspectiva histórica, la egiptología constituye un inevitable producto de su época. Al mirar atrás, se hace evidente que hace cien años ningún erudito o grupo de eruditos podía haber percibido lo que era el auténtico Egipto. Para ello se necesitaban primero los avances de la ciencia moderna, así como la posibilidad de disponer al mismo tiempo de las doctrinas místicas de Oriente y de una mente capaz de aplicar ambos tipos de conocimiento a las ruinas de Egipto. Al mirar atrás, resulta imposible no admirar los hercúleos esfuerzos de los egiptólogos: sus concienzudas excavaciones, la reconstrucción de las ruinas, la recogida, filtrado y clasificación de datos, la gigantesca labor de descifrar los jeroglíficos y la escrupulosa atención a los detalles en todos los campos y en todos los niveles. Pero, al mismo tiempo, resulta difícil comprender el modo en que aquellos eruditos llegaron a muchas de sus conclusiones, dada la naturaleza del material del que disponían. Una afirmación realizada por Ludwig Borchardt, uno de los egiptólogos más industriosos y prolíficos, describe muy bien la situación en una sola frase. En 1922, tras haber demostrado que las pirámides de Egipto estaban orientadas a los puntos cardinales, y situadas y niveladas con una precisión que hoy no se podría superar, Borchardt llegaba a la conclusión de que, en la época de la construcción de las pirámides, la ciencia egipcia estaba aún en su infancia. |
![]() | «El centinela que vela ante la tumba te revelará el ritual de Arlington», rezaba la primera | ![]() | |
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![]() | ![]() | «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional. 132 | |
![]() | «los ensayos y errores», de los períodos de reposo tras los cuales se aceleran los progresos, etc. Muestran también la última relación... | ![]() |