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El número: clave de la función, el proceso y el principio1 Uno, el absoluto o unidad, creó la multiplicidad a partir de sí mismo. Uno se convirtió en dos. Esto es lo que Schwaller de Lubicz denomina «escisión (división, separación) primordial». Ésta será siempre insondable e incomprensible para las facultades humanas (aunque el lenguaje nos permita expresar lo que no podemos comprender). La creación del universo es un misterio. Pero en Egipto éste se consideraba el único misterio ineluctable: más allá de la escisión primordial todo resulta, en principio, comprensible. Y si se objeta que una filosofía basada en un misterio es insatisfactoria, hay que recordar que la ciencia moderna está plagada no sólo de misterios, sino de abstracciones que no se corresponden con ninguna experiencia posible en la realidad: el cero, que es una negación; el infinito, que es una abstracción; y la raíz cuadrada de menos uno, que es ambas cosas. Egipto evitó cuidadosamente lo abstracto. Tum (causa trascendente), al mirarse a sí mismo, creó a Atum a partir de Nun, las aguas primigenias. En nuestros términos, la unidad, el absoluto o energía no polarizada, al hacerse consciente de sí, crea la energía polarizada. El uno se convierte simultáneamente en el dos y el tres. El dos, considerado en sí mismo, es divisible por naturaleza. El dos representa el principio de multiplicidad; cuando se desboca, el dos es la llamada del caos. El dos es la caída. Pero el dos se reconcilia con la unidad, se incluye en la unidad, por la creación simultánea del tres. El tres representa el principio de reconciliación, de relación (este «tres en uno» es, obviamente, la trinidad cristiana, la misma trinidad que se describe en innumerables mitologías de todo el mundo). Los números no son abstracciones ni entidades en sí mismos. Los números son nombres aplicados a las funciones y principios sobre los que el universo se crea y se mantiene. A través del estudio del número —quizás sólo a través del estudio del número— se pueden comprender estas funciones y principios. En términos generales, damos todas estas funciones y principios por sentados; ni siquiera nos damos cuenta de que subyacen a toda nuestra experiencia y de que, al mismo tiempo, en gran medida los ignoramos. Sólo podemos medir los resultados, que nos ![]() J. M. PLUMLEY, en Ancient Cosmologies, ed. C. Blacker y M. Loewe, Alien & Unwin, 1975, p. 24. Para ellos [los egipcios], todo el Universo era una unidad viviente ... los antiguos egipcios no podían concebir nada que no estuviera vivo en una u otra medida ... los antiguos egipcios podían especular con la idea de que había habido un tiempo en que el mundo tal como ellos lo conocían no existía ... Cualquier relato egipcio sobre la creación, de la que existen tres importantes descripciones ... se inicia con el supuesto básico de que antes del comienzo de las cosas existía un abismo primigenio de agua, en todas partes, inagotable y sin límites o direcciones. Era distinto de cualquier mar que tenga una superficie, pues no había ni arriba ni abajo ... sólo una ilimitada profundidad: inagotable, oscura, infinita... Ibid., p. 34. Como en la cosmología de Hermópolis y de Heliópolis, encontramos alusiones al dios primigenio de las aguas, Nun, y a su equivalente femenino, Nunet. Pero en la cosmogonía menfita se dice que ambos son productos de la mente eterna, Ptah, quien se manifiesta de muchos modos y bajo numerosos aspectos. Se dice que los antiguos dioses de las otras cosmogonías, incluyendo a Atum, están contenidos en Ptah. «Tienen sus formas en Ptah», y no son sino Ptah. Se afirma que Atum es el corazón y la lengua de Ptah, y que las formas divinas de ambos son los dioses Horus y Thot. ![]() A. A. MacDonnell, A Vedic Reader for Students, Madras, 1951, X, 129. Entonces no había ni lo no existente ni lo existente; no estaba el aire, ni el cielo más allá de él. ¿Qué contenía? ¿Dónde? ¿Para protegerlo de quién? ¿Había agua insondablemente profunda? Entonces no había ni muerte ni inmortalidad. No estaba el faro de la noche, ni el del día. Sólo el uno alentaba calmado por su poder. Aparte de eso, no había nada más. En el principio la oscuridad estaba oculta por la oscuridad, indistinguible, pues todo era agua; la cual, al venir al ser, fue cubierta por el vacío que el uno levantó a través del poder del calor o «energía». Fue eso lo que, en el principio, encontró el deseo; el deseo fue la primera semilla de la mente. Los sabios que buscan en su corazón con buen juicio descubren el vínculo de lo existente en lo no existente. Heliópolis, manifestación de Tum, o Atum, representa al mismo tiempo la afirmación (o existencia) y la negación (ruptura de la unidad primordial). Así, Heliópolis revela el misterio último del no ser y del ser. El no ser es la fuente. El ser es su negación. Tum inicia el análisis divino del acto creador. Él, que ha nacido en el Nu, Cuando el cielo aún no había venido al ser, Cuando la tierra aún no había venido al ser, Cuando los dos pilares, Shu y Tefnut, aún no habían venido al ser, A ![]() ![]() Antes de que apareciera la muerte, Antes de la disputa (o combate), Antes de que el ojo de Horus hubiera sido arrancado, Antes de que los testículos de Set hubieran sido cortados... Jean Yoyotte y Serge Sauneron, La naissance du Monde, Sources Orientales, 1969. Las aguas se apartan, la colina se alza y es batida por las alas del pájaro Benou [el ave Fénix] ... las aguas temblaron. En el monte primordial, los rayos de luz formaron una aureola alrededor del Fénix e inundaron su silueta hasta que se convirtió en un disco llameante que ascendió a los cielos. ![]() proporcionan datos cuantitativos, pero no comprensión. Experimentamos el mundo en términos de nacimiento, crecimiento, fertilización, maduración, senescencia, muerte y renovación; en términos de tiempo y espacio, distancia, dirección y velocidad. Pero la ciencia contemporánea sólo puede explicar todo esto en términos parciales, superficiales, cuantitativos. Y o bien se niega a admitir estas deficiencias, o bien aplica a los diversos misterios etiquetas impresionantes, pero carentes de significado. Con su nuevo y elocuente vocabulario, insiste en que el misterio se ha resuelto. «Presión selectiva», «valor de supervivencia», «interacción entre la genética y el entorno»: analice cualquiera de estas expresiones y encontrará que tras ellas subyacen todos los misterios de la fecundación, el nacimiento, el crecimiento, la maduración, la senescencia, la muerte y la renovación. ![]() H. R. Ellis Davidson, Ancient Cosmologies, Ed. Carmen Blacker y Michael Loewe, Alien and Unwin, 1975, p. 188. El principio y el fin de los mundos de los dioses y de los hombres es un tema que en Escandinavia, como en otros lugares, invitaba a la especulación. La literatura alude continuamente al surgimiento de un mundo ordenado a partir del caos. El estado original, carente de toda forma, anterior a la creación, no se representa normalmente mediante el agua —aunque sí existe el concepto de la tierra que emerge del mar—, sino mediante un gran abismo, Ginnungagap, que parecía vacío, pero que, en realidad, estaba preñado de la vida potencial. Rig Veda En el principio había el insondable océano a partir del cual el uno se creó a sí mismo por la inmensidad de su energía. Ninguno de ellos se puede explicar por el método científico. Sin embargo, a partir de la reformulación de la mística pitagórica del número se puede tener una idea de su naturaleza. Schwaller de Lu-bicz denomina a la filosofía basada en el pitagorismo «la única filosofía verdadera». No se trata de arrogancia, sino del reconocimiento del hecho de que por este medio podemos empezar a comprender el mundo tal como lo experimentamos. 2 El absoluto, la unidad, al hacerse consciente de sí, crea la multiplicidad o polaridad. El uno se hace dos. Dos no es uno más uno. Metafísicamente, el dos nunca puede ser la suma de uno más uno, ya que sólo hay un uno, que es el todo. El dos expresa la oposición fundamental, la contrariedad fundamental de la naturaleza: la polarización. Y la polaridad es fundamental para todos los fenómenos sin excepción. En el mito egipcio, esta oposición fundamental se describe vividamente en el interminable conflicto entre Set y Horus (finalmente reconciliados tras la muerte del rey). La escisión primordial provoca, postula, la reacción. La ciencia moderna es consciente de la polaridad fundamental de los fenómenos, aunque sin reconocer sus implicaciones o su ![]() Peter Tompkins, Mysteries of the Mexican Pyramids, Harper & Row, 1976, p. 285. ... los mayas llegaron a la certeza matemática de la existencia de una conciencia cósmica, a la que denominaron «Hunab Ku», la única dispensadora de medida y de movimiento, a quien atribuían la estructuración matemática del universo. A esta divinidad la representaban mediante un círculo en el que estaba inscrito un cuadrado, tal como hizo Pitágoras. Los mayas creían que su divinidad suprema funcionaba mediante un principio de dualismo dinámico, o polaridad ... por el cual, a través de la mediación de los cuatro elementos primordiales, el aire, el fuego, el agua y la tierra ... fue engendrado todo el mundo material ... Para los mayas, la tierra no era un cuerpo sin vida, no estaba muerta ni era inerte, sino que era una entidad viva vinculada de forma inmediata a la existencia del hombre. ![]() naturaleza necesariamente trascendente. La energía es la expresión mensurable de la rebelión del espíritu contra su confinamiento en la materia. No hay modo alguno de expresar esta verdad fundamental en un lenguaje científico aceptable. Pero el lenguaje del mito lo expresa de forma elocuente: en Egipto se representa a Ptah, el creador de las formas, aprisionado, envuelto en ropas ajustadas. La polaridad es fundamental para todos los fenómenos sin excepción, pero cambia de aspecto según la situación. Este hecho se refleja en el lenguaje común. Aplicamos nombres distintos en función de la situación o de la categoría de los fenómenos: negativo, positivo; activo, pasivo; masculino, femenino; favorecedor, entorpecedor; afirmativo, negativo; sí, no; verdadero, falso; cada par representa un aspecto distinto del mismo principio fundamental de polaridad. En aras de la claridad y la precisión, distinguimos cuidadosamente entre estos conjuntos de polaridades según su función específica en una situación dada. Y es cierto que, al hacerlo, podemos ganar en claridad y precisión; pero, al mismo tiempo, podemos perder de vista —y, en la ciencia, sucede inevitablemente— la naturaleza cósmica y omnímoda de la polaridad. En el mito se evita este peligro. Aquí, la naturaleza cósmica se intensifica, y el erudito, filósofo o artista individual utiliza el aspecto concreto del principio que se aplica a su tarea o a su investi- ![]() P.H. MlCHEL, Les nombres figures dans Varithmetique pythagoricienne, Conference du Palais de la Découverte, 1958 (Ser. D., n.° 56), p. 16. Los matemáticos norteamericanos Karpinski y Anning han mostrado de nuevo que la distinción fundamental de los pitagóricos entre números pares e impares está justificada por el modo en que difieren al calcular las potencias de los números. H. Frankfort, Kingship and the Gods, Universidad de Chicago, 1948. La encarnación de los dos Dioses [Set y Horus] constituye otro ejemplo del peculiar dualismo que expresa la totalidad como un equilibrio de opuestos. gación, sea ésta la que fuere. Así, no hay que sacrificar la precisión y la claridad en aras de la difusión. El dos, considerado en sí mismo, representa un estado de tensión primordial o principal. Es una situación hipotética de opuestos eternamente irreconciliables (en la naturaleza no existe tal estado). El dos es estático. En el mundo del dos nada puede ocurrir. 3 Entre las fuerzas opuestas se debe establecer una relación. Y el establecimiento de esta relación constituye, en sí mismo, la tercera fuerza. El uno, al hacerse dos, simultáneamente se hace tres. Y este «hacerse» es la tercera fuerza, que proporciona automáticamente el principio, inherente y necesario (y misterioso), de reconciliación. Aquí nos enfrentamos a un problema irresoluble tanto en el lenguaje como en la lógica. La mente lógica es polar por naturaleza, y no puede aceptar o comprender el principio de relación. A lo largo de toda la historia, los eruditos, los teólogos y los místicos se han enfrentado al problema de explicar la trinidad en un lenguaje discursivo (Platón luchó resueltamente con él en su descripción del «alma del mundo», que a todos les parece un galimatías, salvo a los pitagóricos). Sin embargo, el principio del tres se aplica fácilmente a la vida cotidiana, donde —de nuevo— en función de la naturaleza de la situación le damos cada vez un nombre distinto. Masculino/femenino no es una relación, ya que, para que haya relación, debe haber «amor» o, al ![]() menos, «deseo». Un escultor y un bloque de madera no producirán una estatua: el escultor debe tener «inspiración». Sodio/cloro no es en sí mismo suficiente para producir una reacción química: debe haber «afinidad». Incluso el racionalista, el determinista, rinde homenaje inconscientemente a este principio: incapaz de dar cuenta del mundo físico a través de la genética y el entorno, apela a la «interacción», que no es sino un calificativo aplicado a un misterio. La lógica y la razón son facultades para discernir, distinguir, discriminar (obsérvese la presencia del prefijo griego dis-, que significa «dos»). Pero la lógica y la razón no pueden explicar la experiencia cotidiana: incluso los lógicos se enamoran. La tercera fuerza no puede ser «conocida» mediante las facultades racionales; de ahí el aura de misterio que planea sobre todos y cada uno de sus innumerables aspectos: «amor», «deseo», «afinidad», «atracción», «inspiración». ¿Qué «sabe» el genetista de la «interacción»? No puede medirla. La infiere, la extrapola de su propia experiencia, y, al utilizar un término al que se ha despojado de toda emoción, supone que está siendo «racional». No puede definir la «interacción» con una precisión mayor de la que puede emplear el escultor para definir la «inspiración», o el amante para definir el «deseo». Es el corazón, y no la cabeza, el que comprende el tres (con el término corazón me refiero aquí al conjunto de las facultades emocionales humanas). La «comprensión» es una función emocional, antes que intelectual, y es prácticamente sinónimo de reconciliación, de relación. Cuanto más se comprende, más capaz se es de reconciliar y de relacionar. Cuanto más se comprende, más se reconcilian aparentes incongruencias e incoherencias. Es posible que uno sepa mucho y, en cambio, comprenda muy poco. Así, aunque no podamos medir o conocer el tres directamente, podemos experimentarlo en todas partes. A partir de la experiencia cotidiana común, podemos proyectar y reconocer el papel metafísico del tres: podemos ver por qué la trinidad constituye un fenómeno universal en las mitologías del mundo. Tres es la «Palabra», el «Espíritu Santo», el absoluto consciente de sí mismo. El hombre no experimenta directamente el absoluto o la unidad de la escisión primordial. Pero la famosa experiencia mística, la unión con Dios, es —en mi opinión— la experiencia directa de ese aspecto del absoluto que es la conciencia. En qué medida se comprende el tres constituye una buena indicación de la medida en que se es civilizado. Reconocer la tercera fuerza equivale a consentir el misterio fundamental de la creación; al mismo tiempo, constituye un reconocimiento de la necesidad fundamental de reconciliar a los opuestos. El hombre que comprende el tres no será seducido fácilmente por el dogmatismo. Sabe que, en nuestro mundo, los conceptos de verdadero y falso son relativos; o, si parecen absolutos, como en los sistemas lógicos, entonces es que el propio sistema es relativo, una abstracción de una realidad mayor y más compleja. No comprender esto da como resultado el curioso razonamiento moderno que declara válida la parte, pero afirma que el todo es una ilusión. Aunque la tercera fuerza no se puede medir o conocer directamente, una ciencia amplia de miras como la egipcia puede abordarla con arte —en realidad, cualquier tipo de creación— ![]() M. Griaule y G. Dieterlen, African Worlds (ed. D. Forde), Oxford, 1954, p. 217. Incidentalmente, el estudio de los bambara ha sacado a la luz una serie de cosmologías y metafísicas inesperadas. También aquí el Agua y la Palabra fueron los fundamentos de la vida espiritual y religiosa. L. E. Orgel, Origins of Life, Chapman and Hall, 1973, p. 47. Cada triplete de nucleótidos corresponde, o bien a un aminoácido, o bien a una señal para interrumpir la traducción. Dado que hay 64 (4X4X4) tripletes distintos y sólo 20 aminoácidos, muchos de los aminoácidos se representan por dos o más tripletes. Ibid., p. 157. El código genético debió de haber sido, ya desde una fase muy temprana de su evolución, un código de tres letras. No hay ninguna razón obvia por la que no se podría haber desarrollado un código de dos o de cuatro letras en la Tierra primitiva. Sin embargo, a partir de un código avanzado de dos o cuatro letras no habría sido posible una transición. Tal transición habría llevado a una desastrosa interpretación errónea de toda la información genética que había sido acumulada por la selección natural. H. R. Ellis Davtdson, op. cit., p. 188. Recientemente los eruditos alemanes han afirmado que existen evidencias del concepto de una poderosa divinidad creadora [en la cosmología escandinava] expresado en patrones u ornamentos simbólicos ... Los trabajos detallados muestran que uno de los motivos preferidos es un rostro con la boca abierta, de la que emana una especie de nube. precisión. Toda manifestación del mundo físico representa un momento de equilibrio entre fuerzas positivas y negativas. Una ciencia que comprenda esto comprenderá asimismo que, si se sabe lo suficiente sobre dichas fuerzas positivas y negativas, se sabrá también, por inferencia, lo suficiente sobre la inefable tercera fuerza, ya que ésta debe ser igual a las fuerzas en oposición para poder producir ese momento de equilibrio. La capacidad de utilizar este conocimiento constituye un aspecto de la «magia». En la vida cotidiana, reconocer el papel del tres es un paso hacia la más difícil de las hazañas: aceptar la oposición. Una obra maestra de sólo se puede dar frente a una oposición equilibrada. El bloque de madera constituye la oposición del escultor en un sentido muy real, como todo escultor sabe bien. Si su inspiración resulta insuficiente para tratar con su bloque de madera, o bien saldrá a emborracharse, o bien producirá un pretencioso fracaso. Si el bloque de madera resulta insuficiente para su inspiración, acabará con un sentimiento de ambición frustrada. Fácil de reconocer en principio, la capacidad para dar a la oposición el lugar que se merece es una de las más difíciles de poner en práctica. De ahí que el principio se haya expresado y vuelto a expresar de mil maneras distintas en las literaturas sacras de todo el mundo. Es esto, y no un sentimiento de servilismo, lo que pretende el dicho cristiano «ama a tu enemigo». ¡Trata de amar a tu enemigo! |
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![]() | ![]() | «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional. 132 | |
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