Toffler El "Shock"




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El séptimo sello o Luz de invierno?

La creciente posibilidad de cambiar, el tiempo, el desarrollo de nuevas fuentes de energía, los nuevos materiales (algunos de ellos de propiedades casi surrealistas), los nuevos medios de transporte, los nuevos alimentos (no sólo del mar, sino de grandes fábricas alimenticias hidropónicas), son solamente indicios de la naturaleza de los acelerados cambios que se avecinan.

LA VOZ DEL DELFÍN

En War With the Newts, maravillosa aunque poco conocida novela de Karel Capek129, el hombre provoca la destrucción de la civilización con su intento de domesticar una variedad de salamandra. Actualmente, y entre otras cosas, el hombre está aprendiendo a explotar a los animales terrestres y acuáticos de unas maneras que harían sonreír taimadamente a Capek. Se emplean pichones amaestrados para identificar y eliminar pildoras defectuosas en ciertos laboratorios farmacéuticos. En Ucrania, los científicos soviéticos emplean una especie particular de peces para limpiar de algas los filtros de estaciones de bombeo. Los delfines 130 han sido adiestrados para llevar instrumentos a los «acuanautas» sumergidos frente a las costas de California, y para mantener a raya a los tiburones que se acercan a la zona de trabajo. Otros, han sido enseñados a arrojarse sobre las minas sumergidas, haciéndolas estallar y sucidándose en beneficio del hombre..., función que ha provocado ligeras disputas sobre ética entre las especies.

Los estudios sobre la comunicación entre el hombre y el delfín 131 pueden resultar extraordinariamente útiles si el hombre establece —y cuando los establezca— contactos con la vida extraterrestre, posibilidad que muchos astrónomos famosos consideran casi inevitable. Mientras tanto, el estudio del delfín proporciona nuevos datos sobre el modo en que el aparato sensorial del hombre se diferencia del de otros animales. Indica algunos de los límites exteriores dentro de los cuales opera el organismo humano; sentimientos, estados de ánimo y percepciones inasequibles al hombre, debido a su propia constitución biológica, pueden ser, al menos, analizados y descritos.

Sin embargo, nuestros trabajos no habrán de limitarse a las especies animales hoy día existentes. Varios escritores han sugerido que se críen nuevas formas animales

para fines específicos. Sir George Thomson 132 observa que «dado el avance de los conocimientos genéticos, indudablemente podrán hacerse grandes modificaciones en las especies salvajes». Arthur Clarke 133 escribió sobre la posibilidad de «aumentar la inteligencia de nuestros animales domésticos, o de producir otros, completamente nuevos, con un índice de inteligencia mucho más alto que los en la actualidad existentes». También estamos desarrollando la capacidad de control a distancia del comportamiento animal. El doctor José M. R. Delgado134, en una serie de experimentos, terroríficos por su potencial humano, implantó electrodos en el cráneo de un toro. Agitando una capa roja, Delgado provocaba la embestida del animal. Después, mediante una señal emitida por un pequeño transmisor de radio manual, hacía que el bruto diese media vuelta y se alejase dócilmente.

El hecho de que criemos animales especializados para servirnos, o de que inventemos robots domésticos, dependerá, en parte, de la desigual carrera entre las ciencias de la vida y las ciencias físicas. Puede resultar más barato construir máquinas para nuestros fines, que criar y adiestrar animales. Sin embargo, las ciencias biológicas se están desarrollando con tanta rapidez que puede producirse el equilibrio durante nuestra generación. Sí; puede llegar incluso el día en que empecemos a criar nuestras máquinas.

LA FABRICA BIOLÓGICA

La cría y adiestramiento de los animales puede ser cara, pero, ¿qué ocurre cuando bajamos por la escala de la evolución hasta el nivel de las bacterias, los virus y otros microorganismos? Aquí, podemos «atalajar» la vida en sus formas primitivas, de la misma manera que antaño pusimos guarniciones al caballo. En la actualidad, surge rápidamente una nueva ciencia fundada en este principio, la cual promete cambiar la naturaleza misma de la industria, tal como la conocemos.

«En el pasado prehistórico, nuestros antepasados domesticaron varias especies vegetales y animales —dice el bioquímico Marvin Johnson135, de la Universidad de Wisconsin. En cambio, añade—: Los microorganismos sólo muy recientemente fueron domesticados, debido, en primer lugar, a que el hombre no conocía su existencia.» Actualmente, la conoce, y aquéllos son ya utilizados en la producción en gran escala de vitaminas, enzimas, antibióticos, ácido cítrico y otros compuestos útiles. Si sigue aumentando la presión alimenticia, en el año 2000 los biólogos criarán microorganismos para alimentar a los animales y, en definitiva, al hombre.

En la Universidad de Upsala, Suecia, tuve ocasión de discutir esto con Arne Tiselius136, bioquímico ganador del Premio Nobel y, hoy, presidente de la propia Fundación Nobel. «¿Es concebible —le pregunté— que un día lleguemos a crear máquinas biológicas, sistemas que podrán emplearse para fines productivos y que estarán compuestos no de piezas de plástico o de metal, sino de organismos vivos?» Su respuesta fue prolija, pero inequívoca: «Ya hemos llegado a esto. El gran futuro de la industria se deberá a la biología. En realidad, uno de los aspectos más sorprendentes del tremendo desarrollo tecnológico del Japón después de la guerra, es, junto a la construcción de barcos, su microbiología. El Japón es actualmente la primera potencia del mundo en industria fundada en la microbiología... Una gran parte de su alimentación y de su industria alimenticia se basa en procesos en que se emplean bacterias. Producen toda clase de cosas útiles:

por ejemplo, aminoácidos. En Suecia, todo el mundo habla, hoy, de la necesidad de reforzar nuestra posición en microbiología.

«Comprenda que no hay que pensar únicamente en términos de bacterias y virus...

El proceso industrial, en general, se funda en procesos que son obra del hombre.

Fabricamos acero mediante la reducción del mineral de hierro con carbón. Piense en las industrias plásticas, productos artificiales que se derivan del petróleo. Sin embargo, es curioso que, ni siquiera hoy, con el tremendo desarrollo de la química y de la tecnología química, exista un solo alimento producido industrialmente que pueda competir con los que nos brindan los campesinos.

»En este campo, y en otros muchos, la Naturaleza es muy superior al hombre, comprendidos los ingenieros químicos y los investigadores más avanzados. ¿Qué consecuencia sacamos de esto? Cuando lleguemos a conocer, gradualmente, la forma en que la Naturaleza hace las cosas, y cuando podamos imitar a la Naturaleza, tendremos que proceder de un modo completamente nuevo. Estos procesos constituirán la base de industrias de nueva clase, de una especie de fábrica biotécnica, de una tecnología biológica.

»Las plantas verdes, con ayuda del dióxido de carbono de la atmósfera y el sol, producen almidón. He aquí una máquina extraordinariamente eficaz. Hoy día, sabemos mucho más acerca de ella que hace dos o tres años. Pero no lo bastante para imitarla. Y hay muchas "máquinas" de éstas en la Naturaleza.» Estos procesos, siguió diciendo Tiselius, se pondrán en marcha. En efecto, más que tratar de sintetizar productos químicamente, los desarrollaremos hacia su especificación.

Incluso se podrían concebir componentes biológicos de máquinas; por ejemplo, en las computadoras. «Es evidente —prosiguió Tiselius— que, hasta ahora, las computadoras no son más que malas imitaciones de nuestro cerebro. Cuando sepamos más sobre la manera como funciona el cerebro, me sorprendería que no pudiésemos construir una especie de computadora biológica... Esta computadora podría tener componentes electrónicos modelados según los componentes biológicos del cerebro real. Y, en algún momento lejano del futuro, es concebible que los propios elementos biológicos puedan formar parte de la máquina.» Precisamente estas ideas llevaron a Jean Fourastié137, economista y planificador francés a declarar rotundamente: «El hombre está en camino de integrar tejidos vivos en los procesos de los mecanismos físicos... En un futuro próximo, tendremos máquinas compuestas, al mismo tiempo, de metales y de sustancias vivas...» En vista de lo cual, añade: «El propio cuerpo humano adquiere una nueva significación.» EL CUERPO PREDISEÑADO

Como la geografía del planeta, el cuerpo humano ha sido hasta ahora representado como un punto fijo en la experiencia humana, como un «dato». Hoy, nos acercamos rápidamente al día en que el cuerpo no podrá ya considerarse como fijo.

Dentro de un período razonablemente breve, el hombre será capaz de modelar no sólo los cuerpos individuales, sino toda la raza humana.

En 1962, los doctores J. D. Watson y F. H. C. Crick recibieron el Premio Nobel por describir la molécula ADN. Desde entonces, los adelantos, en genética, se han precipitado a ritmo creciente. La biología molecular está a punto de estallar y salir de los laboratorios. Los nuevos conocimientos genéticos nos permitirán trajinar con la herencia humana y manipular los genes para crear versiones completamente nuevas del hombre.

Una de las posibilidades más fantásticas es que el hombre podrá hacer copias biológicas exactas de sí mismo. A través de un procedimiento cloning138, será posible obtener, del núcleo de una célula adulta, un nuevo organismo que tenga las características genéticas de la persona que suministre aquel núcleo celular. La «copia» humana resultante iniciará la vida con un caudal genétio idéntico al del donante, aunque las diferencias culturales alteren, después, la personalidad o el desarrollo físico del clone.

El cloning hará posible que las personas se vean nacer de nuevo y llenen el mundo de hermanos gemelos. El cloning nos dará, entre otras cosas, una sólida prueba empírica que nos ayudará a resolver, de una vez para siempre, la antigua controversia de «Naturaleza contra crianza», o «herencia contra medio». La solución de este problema, mediante la determinación del papel representado por cada cual, sería uno de los grandes hitos del desarrollo intelectual humano.

Bibliotecas enteras de especulación filosófica perderían, de un plumazo, toda su importancia. Una respuesta a esta cuestión abriría el camino a rápidos y significativos avances en psicología, filosofía moral y otros muchos campos.

Pero el cloning podría también crear insospechadas complicaciones para la raza. La idea de que un Alberto Einstein pudiese brindar copias de sí mismo a la posteridad tiene un indudable atractivo. Pero, ¿qué decir de un Adolfo Hitler? ¿Tendría que haber leyes que regulasen el cloning? El Premio Nobel, Joshua Lederberg, científico que toma muy en serio su responsabilidad social, cree que los más inclinados a hacer copias de sí mismos serían los más narcisistas, y que los clones que producirían serían también narcisistas.

Pero, aunque el narcisismo se transmita por medios culturales, más que biológicos, existen otras graves dificultades. Así, Lederberg se pregunta si el cloning humano, en caso de que llegase a permitirse, no podría alcanzar la «fase crítica». «Empleo este término —me dijo— casi exactamente en el mismo sentido que se le da en física nuclear. Llegará a ser crítico, si en ello se encuentran suficientes ventajas positivas... Esto tiene relación con el dilema de si la eficacia de la comunicación, principalmente en el campo de la educación, aumenta o no entre genotipos idénticos. La similitud de los elementos neurológicos puede hacer más fácil, para copias idénticas, la transmisión, de una generación a la siguiente, de información técnica y de otras clases.» ¿Está muy cerca del cloning? «Se ha realizado ya con anfibios —dice Lederberg—, y tal vez alguien lo está haciendo ahora con mamíferos. No me sorprendería enterarme de ello el día menos pensado. En cuanto al momento en que alguien tendrá el valor de probarlo con el hombre, no tengo la menor idea. Pero me atrevería a situarlo en una escala temporal de cero a quince años, a contar desde ahora. Dentro de quince años.» Durante estos mismos quince años, los científicos aprenderán también el modo en que se desarrollan los diversos órganos del cuerpo, y empezarán sin duda a hacer experimentos sobre varios medios de modificarlos. Dice Lederberg: «Cosas tales como el tamaño del cerebro y ciertas cualidades sensoriales del mismo serán directamente controladas en su desarrollo... Creo que esto ocurrirá muy pronto.» Conviene que los legos comprendan que Lederberg no es en modo alguno el único miembro de la comunidad científica que se siente preocupado. Sus temores sobre la evolución biológica son compartidos por muchos de sus colegas. Las cuestiones éticas, morales y políticas suscitadas por la nueva biología espantan a la mente.

¿Quién vivirá y quién morirá? ¿Qué es el hombre? ¿Quién controlará la investigación en estos campos? ¿Cómo habrán de aplicarse los nuevos descubrimientos? ¿No provocaremos horrores para los cuales está el hombre totalmente impreparado? En opinión de muchos de los grandes científicos del mundo, se acerca la hora de un «Hiroshima biológico».

Imaginemos, por ejemplo, las implicaciones de los avances biológicos en la que podríamos llamar «tecnología del nacimiento». El doctor E. S. E. Hafez, biólogo universalmente respetado de la Universidad del Estado de Washington, sugirió públicamente, fundándose en su propios y asombrosos trabajos sobre la reproducción, que dentro de diez o quince años una mujer podrá comprar un diminuto embrión congelado, llevarlo al médico, hacer que éste lo injerte en su útero, llevarlo durante nueve meses, y parirlo como si hubiese sido concebido dentro de su propio cuerpo. Desde luego, el embrión se vendería con la garantía de que el niño resultante no padecería ningún defecto genético. La compradora podría saber también, por anticipado, el color de los ojos y del cabello del niño, su sexo, su probable estatura al hacerse mayor y su probable índice de inteligencia.

En realidad, llegará un momento en que incluso se podrá prescindir del útero femenino. Los niños serán concebidos, alimentados y criados fuera del cuerpo humano. Indudablemente, sólo es cuestión de años para que el trabajo iniciado por el doctor Daniele Petrucci, en Bolonia, y por otros científicos en los Estados Unidos y la Unión Soviética, permita a las mujeres tener hijos sin las molestias del

embarazo.

Las posibles aplicaciones de estos descubrimientos nos hacen recordar Brave New World y Astounding Sciencie Fiction. Así, el doctor Hafez139, dejando volar su imaginación, sugiere que óvulos humanos podrían ser útiles para la colonización de los planetas. En vez de enviar seres adultos a Marte, podríamos facturar cajas de zapatos llenas de aquellas células y convertir éstas en poblaciones enteras de seres humanos. «Si pensamos lo que cuesta en combustible levantar cada kilo en la estación de lanzamiento—observa el doctor Hafez—, ¿por qué enviar hombres y mujeres adultos a bordo de las naves espaciales? En vez de esto, ¿por qué no enviar pequeños embriones, al cuidado de un biólogo competente...?

Miniaturizamos otros componentes de la nave espacial. ¿Por qué no hacerlo con los pasajeros?» Sin embargo, mucho antes de que ocurran estas cosas en el espacio exterior, experimentaremos en la Tierra el impacto de la nueva tecnología del nacimiento, que hará añicos nuestras nociones tradicionales de sexualidad, maternidad, amor, crianza y educación. Las discusiones sobre el futuro de la familia, que giran únicamente alrededor de la «pildora», olvidan la pócima biológica que se está cociendo en los laboratorios. Las opciones morales y emocionales con que habremos de enfrentarnos en las próximas décadas hacen vacilar la mente.

Un acalorado debate se ha iniciado ya entre los biólogos sobre los problemas y cuestiones éticas planteados por la eugenesia. ¿Debemos tratar de conseguir una raza mejor? Y, en caso afirmativo, ¿qué es, exactamente, «mejor»? ¿Quién tiene que decidirlo? Estas preguntas no son completamente nuevas. Sin embargo, las técnicas que pronto estarán a nuestro alcance hacen saltar los límites tradicionales de la discusión. Ahora, podemos imaginarnos la reconstrución de la raza humana no a la manera del campesino que «cría» lenta y trabajosamente su rebaño, sino como podría hacerlo un artista, empleando una brillante gama de colores desconocidos.

No lejos de la Carretera 80, en las afueras de la pequeña ciudad de Hazard, Kentucky, existe un pintoresco lugar conocido por el nombre de Valley of Troublesome Creek. En esta pequeña comunidad apartada, vive una familia cuyos miembros han estado marcados, desde muchas generaciones, por una extraña anomalía: tienen la piel azul. Según el doctor Madison Cawein140, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Kentucky, que examinó a la familia y estudió su historial, estas personas de piel azul parecen perfectamente normales en otros aspectos. Su extraño color es producido por una rara deficiencia enzimática que se ha transmitido de generación en generación.

Dados.nuestros nuevos y cada día mayores conocimientos sobre genética, seremos capaces de criar nuevas razas de hombres azules, o, si conviene, verdes, purpúreos, o de color naranja. En un mundo que todavía sufre la lesión moral del racismo, esta idea es digna de consideración. ¿Debemos luchar por un mundo en que todas las personas tengan un mismo color de piel? En tal caso, sin duda tendremos medios técnicos para lograrlo. ¿O debemos trabajar en pro de una diversidad mayor que la actual? ¿Qué será del concepto de raza, de las normas de belleza física, de las nociones de superioridad o inferioridad?

Corremos hacia unos tiempos en que seremos capaces de criar superrazas y subrazas. Como dijo Theodore J. Gordon141, en
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