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sólo podemos tener estas relaciones. Y preferir una sociedad en que el individuo tenga relaciones sagradas con unos pocos, en vez de relaciones modulares con muchos, es querer volver a las cadenas del pasado, un pasado en que los individuos podían estar más estrechamente ligados entre sí, pero en que estaban, también, más estrechamente regidos por los convencionalismos sociales, por las costumbres sexuales y por las restricciones políticas y religiosas. No quiero decir con esto que las relaciones modulares no impliquen peligros, o que sea éste el mejor mundo posible. En realidad, la situación entraña graves riesgos, según trataré de demostrar. Sin embargo, hasta hoy todas las discusiones públicas y profesionales sobre estas cuestiones han sido terriblemente desenfocadas. Porque se ha olvidado una dimensión importantísima de todas las relaciones impersonales: su duración. LA DURACIÓN DE LAS RELACIONES HUMANAS Ciertos sociólogos, como Wirth, han aludido de pasada a la naturaleza transitoria de los lazos humanos en la sociedad urbana. Pero no se han esforzado sistemáticamente en relacionar la más breve duración de los lazos humanos con la más breve duración de otras clases de relaciones. Ni intentaron documentar la progresiva reducción de estas duraciones. Hasta que analicemos el carácter temporal de los lazos humanos no podremos comprender acertadamente el movimiento hacia el superindustrialismo. En primer lugar, la reducción de la duración media de las relaciones humanas es corolario del aumento numérico de tales relaciones. El individuo urbano medio de hoy establece, probablemente, más contactos con otras personas en una semana que el campesino feudal en un año o, quizás, en toda la vida. Indudablemente, los lazos del campesino con otras personas incluían algunas relaciones transitorias, pero la mayoría de sus conocidos eran los mismos durante toda su vida. El hombre urbano puede tener un núcleo de personas con quienes mantiene relación durante largos períodos de tiempo, pero también interactúa con cientos y acaso con miles de personas a quienes ve solamente una o dos veces y que se desvanecen después en el anónimo. Todos nosotros contraemos relaciones humanas, así como otras clases de relaciones, con una serie de expectativas de duración. Esperamos que ciertas relaciones duren más que otras. En realidad, las relaciones con otras personas se pueden clasificar en términos de su esperada duración. Ésta varía, naturalmente, según las culturas y según las personas. Sin embargo, en amplios sectores de población de las sociedades tecnológicamente avanzadas, puede considerarse típica la clasificación siguiente: Relaciones de larga duración. Esperamos que los lazos con nuestra familia inmediata y, en menor grado, con otros parientes, duren toda la vida de las personas en cuestión. Esta esperanza no se cumple siempre, según demuestra la proporción creciente de divorcios y rupturas familiares. Sin embargo, seguimos casándonos, teóricamente, «hasta que la muerte nos separe», y el ideal social es una relación para toda la vida. Puede discutirse si, en una sociedad altamente transitoria, esta esperanza es adecuada o realista. Sin embargo, subsiste el hecho de que todos esperan que los lazos familiares duren mucho, si no toda la vida, y de que se considera gravemente culpable a la persona que rompe estas relaciones. Relaciones de duración media. Cuatro clases de relaciones entran en esta categoría. En términos generales, y por orden descendente de esperanzas de duración, son: las relaciones con los amigos, con los vecinos, con los compañeros de trabajo y con los consorcios de las iglesias, los clubs y otras organizaciones voluntarias. En cuanto a la amistad, se presume tradicionalmente que dura casi tanto, si no tanto, como los lazos familiares. La cultura concede alto valor a los «viejos amigos» y censura a los que rompen una amistad. Sin embargo, hay un tipo de relación amistosa, la de los conocidos, reconocida como menos duradera. Las relaciones de vecindad no se consideran ya como compromisos a largo plazo; el ritmo de cambio geográfico es demasiado veloz. Se espera que duren mientras el individuo siga ocupando la misma vivienda, lo que, en general, acontece cada vez menos. La ruptura con un vecino puede acarrear otras dificultades, pero no representa un gran peso de culpa. Las relaciones de trabajo se conjugan a veces con la amistad o, con menos frecuencia, con las relaciones de vecindad. Tradicionalmente, y en particular entre los empleados, profesionales y técnicos, las relaciones de trabajo se presumen de duración relativamente larga. Sin embargo, esta expectativa, como veremos, cambia también rápidamente. Las relaciones entre miembros de grupos —organizaciones religiosas o cívicas, partidos políticos, etcétera— se convierten, a veces, en amistad; pero mientras no ocurre esto, tales asociaciones de individuos se consideran más efímeras que las amistades y las relaciones de vecindad y de trabajo. Relaciones de corta duración. La mayoría de las relaciones de servicio, aunque no todas, corresponden a esta categoría. Afectan a los dependientes de comercio, mandaderos, empleados de las gasolineras, lecheros, barberos, peluqueros, etcétera. El cambio de estas relaciones es relativamente rápido, y nadie censura a la persona que las interrumpe. Una excepción a esta norma la constituyen ciertos profesionales, como médicos, abogados o peritos mercantiles, con quienes las relaciones se presumen algo más duraderas. Esta división en categorías no puede considerarse infalible. La mayoría de nosotros podemos citar algunas relaciones de «servicio» que han durado más que algunas amistades o ciertas relaciones de vecindad o de trabajo. Más aún: podemos citar, por experiencia propia, una serie de relaciones de larga duración; tal vez hemos visitado durante años al mismo médico o hemos mantenido estrechos lazos con un compañero de colegio. Tales casos, aunque no raros, son relativamente escasos en nuestra vida. Son como flores de tallo largo que sobresalen en un campo de hierba, en el cual cada hoja representa una relación a corto plazo, un contacto transitorio. Y es la propia duración de estos lazos lo que hace que destaquen. Pero estas excepciones no invalidan la regla. No alteran el hecho clave de que, en el fondo, la duración de nuestras relaciones interpersonales medias es cada vez más breve. BIENVENIDA APRESURADA La urbanización continua no es más que una de las muchas presiones que nos empujan hacia una mayor «temporalidad» en nuestras relaciones humanas. La urbanización, como dijimos antes, acerca a grandes masas de población, aumentando, por ende, el número real de contactos establecidos. Pero este proceso se ve notablemente reforzado por la creciente movilidad geográfica descrita en el capítulo anterior. La movilidad geográfica no sólo acelera el paso de lugares por nuestras vidas, sino también el paso de otras personas. El mayor número de viajes trae consigo un aumento de relaciones transitorias y casuales con otros pasajeros, con mozos de hotel, taxistas, empleados de Compañías de aviación, faquines, doncellas, camareros, colegas y amigos de amigos, funcionarios de aduana, agentes de viajes y otros muchos. Cuanto mayor es la movilidad del individuo, mayor es el número de encuentros breves, de contactos humanos, todos ellos con su inherente relación casual, fragmentaria y, sobre todo, comprimida en el tiempo. (Tales contactos nos parecen naturales y carentes de importancia. Pocas veces nos paramos a considerar cuan pocos, entre los sesenta y seis mil millones de seres humanos que nos precedieron en el planeta, experimentaron este alto grado de transitoriedad en sus relaciones humanas.)74. Si los viajes incrementan el número de contactos —principalmente con los que realizan alguna clase de servicio—, los cambios de residencia aumentan también el número de personas que pasan por nuestras vidas. El movimiento conduce a la terminación de relaciones en casi todas las categorías. El joven ingeniero de submarinos que es trasladado del astillero de Mare Island, California, a las instalaciones de Newport News, Virginia, se lleva solamente a sus familiares más próximos. Deja a sus padres y parientes políticos, a sus vecinos, a los tenderos que le servían, a sus compañeros de trabajo y a muchas otras personas. Corta sus lazos con todos. Y al establecerse en la nueva comunidad, él, su esposa y sus hijos inician una nueva serie de relaciones (que serán también temporales). Una joven esposa, que cambió de domicilio once veces en los últimos diecisiete años, describe el proceso en estos términos: «El que vive en un vecindario observa una serie de cambios. Un día, un cartero nuevo trae el correo. Unas semanas más tarde, la muchacha cajera del supermercado desaparece, y otra ocupa su puesto. Después, es sustituido el empleado de la gasolinera. Mientras tanto, un vecino se muda de piso, y entra una nueva familia. Estos cambios se producen continuamente, pero son graduales. En cambio, cuando es uno mismo el que se traslada, rompe de golpe todos los lazos y tiene que empezar de nuevo. Tiene que buscar un nuevo pediatra, un nuevo dentista, un nuevo mecánico que no le time; tiene que dejar todas sus organizaciones y empezar desde el principio.» Es esta ruptura simultánea de toda la serie de relaciones existentes lo que hace que los cambios de residencia sean, psicológicamente, tan duros para muchos. Naturalmente, cuanto más frecuentemente se repita este ciclo en la vida del individuo, tanto más breve será la duración de las relaciones afectadas. En importantes sectores de población, este fenómeno se produce, hoy, con tal rapidez, que altera drásticamente las nociones tradicionales de tiempo con respecto a las relaciones humanas. «La otra noche, en un cóctel celebrado en Frogtown Road — dice una historieta del The New York Times— se habló del tiempo que llevaban viviendo en New Canaan los que participaban en la fiesta. Nadie se sorprendió al saber que la pareja más antigua en la localidad vivía en ella desde hacía cinco años.» En tiempos y lugares de menos movimiento, cinco años representaban poco más del tiempo necesario de adaptación de una familia a la nueva comunidad. Se necesitaba este período para ser «aceptado». Actualmente, este período de adaptación tiene que comprimirse considerablemente. Por esto tenemos, en muchos suburbios americanos, un «comité de recién llegados», servicio comercial que acelera el proceso, presentando a los recién llegados en los principales almacenes y agencias de la comunidad. Un empleado de la «caseta de bienvenida» —generalmente una mujer de edad madura— visita a los recién llegados, contesta a sus preguntas sobre la comunidad y les entrega folletos y, en ocasiones, vales utilizables en los almacenes locales. Como sólo afecta a las relaciones en la categoría de servicios y es, en realidad, poco más que una forma de publicidad, el impacto integrador del «comité de recién llegados» es superficial. Sin embargo, el proceso de entablar relación con nuevos vecinos y amigos se acelera, a menudo eficazmente, con la presencia de ciertas personas — generalmente mujeres divorciadas o solteronas— que desempeñan el papel de «introductores» oficiosos en la comunidad. Estas personas se encuentran en muchos suburbios y grupos urbanos. Su función fue descrita por el sociólogo urbano Robert Gutman, de la «Rutgers University», el cual hace observar que, si bien la propia introductora se encuentra muchas veces al margen de la vida social de la comunidad, se complace en servir de «puente» a los recién llegados. Toma la iniciativa, invitándoles a fiestas y reuniones. Los recién llegados se sienten halagados de que una residente «antigua» —en muchas comunidades «antiguo» significa dos años— tenga la gentileza de invitarles. Pero, ¡ay!, no tardan en enterarse de que la propia introductora es una «entremetida», y la mayoría de las veces se deshacen de ella lo antes posible. «Afortunadamente para el introductor —dice Gutman—75, cuando ha conseguido introducir al recién llegado en la comunidad, y éste se ha decidido a abandonarla, se producen nuevas llegadas de personas a quienes tender amistosamente la mano.» Otras personas de la comunidad contribuyen también a acelerar el proceso de formación de relaciones. Así, dice Gutman, «muchos preguntados contestaron que los agentes de fincas les presentaron a los vecinos antes de tomar posesión de la vivienda. En algunos casos, las esposas eran llamadas por otras amas de casa del vecindario, a veces individualmente, y otras, en grupos. Las esposas, o los maridos, se encontraban casualmente, mientras cuidaban el jardín, limpiaban el patio o paseaban a sus hijos. Y, naturalmente, había los acostumbrados encuentros provocados por los niños, que eran a veces los primeros en establecer contacto con la población humana de su nuevo medio». Las organizaciones locales desempeñan también un importante papel en la rápida integración del individuo en la comunidad. Esto es más probable entre los dueños de fincas suburbanas que entre los residentes en casas de alquiler. Las iglesias, los partidos políticos y las organizaciones femeninas facilitan muchas de las relaciones humanas que buscan los recién llegados. Según Gutman, «en ocasiones, un vecino quería informar al recién llegado de la existencia de una asociación voluntaria, o incluso lo llevaba a la primera reunión que se celebraba; pero incluso en estos casos era el inmigrante quien tenía que encontrar, por sí mismo, su propio grupo primario dentro de la asociación». El convencimiento de que ningún traslado es definitivo, de que en algún lugar del camino los nómadas tendrán que liar de nuevo sus bártulos para emigrar, perjudica el desarrollo de relaciones que sean más que modulares, y significa que si hay que establecer alguna relación conviene crearla con la mayor rapidez. Pero si el período de introducción se ve comprimido en el tiempo, lo propio le ocurre al de despedida, al de ruptura. Esto se aplica principalmente a las relaciones de servicio, que, por ser unidimensionales, pueden ser iniciadas y terminadas con igual rapidez. «Vienen y se van —dice el director de un almacén de comestibles suburbano—. Un día, los echamos en falta, y entonces nos enteramos de que se han trasladado a Dallas.» «Los detallistas de Washington, D. C., pocas veces tienen oportunidad de contraer relaciones largas y duraderas con sus parroquianos», observa un articulista, en Business Week. «Siempre caras diferentes», dice un conductor de la línea de New Haven. Incluso los niños pequeños advierten muy pronto la fugacidad de los lazos humanos. La nanny de antaño ha dado paso al servicio de cuidadoras de niños, que envía cada vez una persona diferente para cuidar del pequeño. Y la misma inclinación a la interrupción de relaciones se advierte en la tendencia a prescindir del médico de cabecera. El añorado médico de familia, que hacía medicina general, no poseía la refinada y peculiar competencia del especialista, pero al menos tenía la ventaja de observar al mismo paciente casi desde la cuna hasta la tumba. En la actualidad, el paciente no se está quieto. En vez de disfrutar de una relación a largo plazo con un solo médico, salta de un especialista a otro, cambiando estas relaciones cada vez que se instala en una nueva comunidad. Incluso dentro de una sola relación los contactos se hacen cada vez más breves. Así, los autores de Crestwood Heights76, al comentar la interacción entre expertos y legos, aluden a «la breve duración de cualquier exposición recíproca... La naturaleza de su contacto, que es, a su vez, una función de la vida atareada y apresurada por ambas partes, significa que todo mensaje tiene que ser comprimido en un comunicado brevísimo, y que no puede haber muchos de éstos...» El impacto de esta fragmentación y contracción de la relación médico-paciente en el cuidado de la salud del último, tendría que ser seriamente estudiado. LA AMISTAD EN EL FUTURO Cada vez que la familia se traslada, tiende también a prescindir de cierto número de amigos no íntimos y de conocidos. Al quedar atrás, éstos son poco menos que olvidados. La separación no pone fin a todas las relaciones. Mantenemos contacto con, tal vez, un par de amigos del antiguo lugar de residencia, y solemos conservar esporádicas comunicaciones con los parientes. Pero a cada traslado se produce un tremendo desgaste. Al principio, hay un continuo cruce de cartas. También pueden producirse ocasionales visitas o llamadas telefónicas. Pero, gradualmente, disminuye su frecuencia, hasta que cesan al fin. Un típico inglés de los suburbios, después de marcharse de Londres, dice: «Imposible olvidarlo (a Londres). Con la familia viviendo allí, y todo lo demás. Aún tenemos amigos en Plumstead y Eltham. Solíamos ir allá todos los fines de semana. Pero no podemos seguir eternamente así.» John Barth77 captó el sentido de los cambios de amistades en un pasaje de su novela |
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