Un filósofo católico del siglo XX




descargar 1.05 Mb.
títuloUn filósofo católico del siglo XX
página2/7
fecha de publicación19.02.2016
tamaño1.05 Mb.
tipoDocumentos
b.se-todo.com > Historia > Documentos
1   2   3   4   5   6   7

Crítica y Polémica



Ossandón Valdés (1982) considera que “uno de los espectáculos más bellos que el hombre puede presenciar es una polémica intelectual llevada a cabo con altura de miras por inteligencias superiores. Más aun, cuando los polemistas llaman a comparecer ante el tribunal de la razón a todos los grandes filósofos que la historia venera”.
Zadra (2004) nos dice que Gilson estudia en diversos lugares, entre ellos su obra La filosofía en la Edad Media, las profundas diferencias entre los distintos sistemas de los pensadores de dicha época: Existen en el ámbito mismo de la escolástica unas filosofías que de ninguna manera pueden reducirse a unidad: San Buenaventura, por ejemplo, sostiene unos criterios radicalmente diversos de los de Santo Tomás en varios puntos capitales, como son la noción de ser, la idea de causa, el conocimiento racional o natural, etc. Y lo mismo dígase con referencia a los otros grandes doctores, como Anselmo de Aosta, Duns Escoto, etc.”.
Sin embargo, el espíritu común y la complementariedad que existe entre ellos, hace que los diversos sistemas no sean mutuamente excluyentes, como esclarece la conclusión de su “Introducción al estudio de San Agustín”: “No cabe duda alguna de que estas dos actitudes no son dogmáticamente contradictorias: San Agustín no excluye a Santo Tomás de Aquino, en el centro de toda filosofía cristiana, más bien lo prepara y lo reclama; pero no intentamos sostener que el plan de las dos exposiciones sea el mismo” .
Según Milla Toro (2007) “la crisis de la metafísica es la crisis de los metafísicos, y se debió a una confusión en la concepción del ser (y del ser, precisamente, es de lo que versa la metafísica). La pobre visión sobre el ser ha sido el lastre que ha cargado en sus aproximadamente veinticinco siglos de vida. Los grandes problemas de los metafísicos han sido el esencialismo y el existencialismo”.

No puedo analizar todas las críticas que hizo ni todas las polémicas en las que de una u otra manera Gilson intervino. Me ocuparé muy brevemente de su posición frente a Descartes/Suárez y un poco más ampliamente sobre la postura de nuestro filósofo ante pensadores de la época, con especial énfasis en los comentaristas de Santo Tomás de Aquino.
Descartes/ Suárez

Baciero Ruiz (2007) afirma que “tradicionalmente se ha considerado la filosofía cartesiana como un comienzo casi absoluto en la historia de la Filosofía. Sin embargo, las conocidas hipótesis del “genio maligno” y del “Dios engañador”, parte fundamental del artificio de la “duda metódica” en las Meditaciones metafísicas, se encuentran en la Disputación metafísica de Suárez 20. Parece claro, a partir de su doctrina sobre el origen del error, que Descartes tomó directamente de Suárez ambas ficciones”.
En sus obras de comienzos de siglo, Gilson explicaba el acercamiento de Descartes hacia la escolástica en torno a la década de 1640, en razón de su afán por divulgar su “nueva” fílosofía (su nueva física en realidad), mostrando su compatibilidad esencial con la filosofía y teología “aristotélicas” dominantes, lo que entonces significaba, necesariamente, su aceptación y difusión a través de los colegios y vínculos universitarios de los jesuitas.
Descartes estudió en La Fléche, de acuerdo con los estudios más recientes, desde la Pascua de 1607 hasta Septiembre de 1615, es decir, ocho años y medio (entre los once y los diecinueve años), recibiendo una educación típicamente jesuítica, con sus ejercicios espirituales anuales previos a cada curso, sus ejercicios de piedad, prédicas, estudio de las lenguas clásicas, de la filosofía escolástica, los clásicos griegos y latinos y la doctrina cristiana, sin descuidar el ejercicio físico.
Por lo demás, Descartes nunca dejó de mostrar admiración y reconocimiento hacia sus antiguos profesores de Filosofía
Ahora bien, si en esos cursos se seguía la filosofía de Aristóteles, a través de los comentarios de los autores jesuitas, con todo, y de acuerdo con Gilson, eran sobre todo dichos manuales y comentarios, y no los textos mismos del Estagirita, los que se manejaban habitualmente. Con razón concluye que la escolástica aristotélico-jesuítica debió moldear la mente de Descartes de un modo difícil de exagerar.
Comentadores de la obra de Santo Tomás
En cuanto a la relación del pensamiento de Santo Tomás con el de sus comentadores, Zadra sostiene que Gilson afirma decididamente su conclusión: “el único tomismo auténtico es el que se encuentra en los textos de Santo Tomás de Aquino. La forma de ser un genuino tomista es filosofar en el modo en que él mismo lo hizo”. Tras estudiar el pensamiento que exponen los clásicos comentadores de Santo Tomás y contrastarlo con las fuentes, sostiene que no hay una coincidencia en los principios fundamentales, en particular en la comprensión del primer principio del pensamiento, que es el ser.
En efecto, para nuestro protagonista, la piedra de toque de la fidelidad al pensamiento de Santo Tomás es compartir su noción de esse, que acentúa la existencia. Sobre este punto, que es el elemento central de su comprensión del Aquinate, nos detendremos en adelante. Pero hay que notar que la radicalidad con la que defiende este punto lo lleva a hacer juicios muy duros sobre los representantes del tomismo. En este sentido se ha dicho que “Gilson no reconoce más que un solo y único criterio de tomismo: la comprensión existencial del ser. Es preciso, entonces, para las otras formas de “tomismo”, de suyo incompatibles con la enseñanza del Maestro, hablar de pseudotomistas” .
Aunque la dura crítica de Gilson a los comentadores de Santo Tomás es amplia, uno de sus blancos principales es el Cardenal Tomás de Vío. 21
Según Serge-Thomas Bonino, O.P., quien reseña el anticayetanismo de Gilson, “los principales errores que señala son tres: el esencialismo que implica un desconocimiento de la noción de esse como acto, la demasía aristotélica que lo lleva a plantear más coincidencias de Santo Tomás con Aristóteles que las reales, y el filosofismo, un ejercicio de la racionalidad filosófica separada de la fe, que el Aquinate no planteó, porque según la noción de filosofía cristiana expuesta por Gilson, él siempre hacía filosofía en el marco de un horizonte teológico”.
Según el filósofo francés, tanto Suárez, a pesar de su profesión de fidelidad a Santo Tomás, como los neo-escolásticos jesuitas, como también los comentaristas dominicos, caen en una serie de errores semejantes. Sin embargo, es bastante positivo con respecto a Domingo Báñez 22, en quien encuentra una confirmación de sus propias críticas a los comentadores que no consideran el esse como acto, el principio primero del pensamiento de Santo Tomás. Bonino observa que “el gran mérito de Báñez, a los ojos de Gilson, es haber mantenido o reencontrado la interpretación existencial del acto de ser... Báñez es, para nuestro filósofo, el que ha sabido desvelar y estigmatizar las deformaciones que Cayetano hacía sufrir al pensamiento del Maestro, en su contenido y también en su espíritu”.
Es mucho más crítico con Maréchal 23, quien intenta combinar el pensamiento del Aquinate con el de Kant. Según Gilson, Maréchal “nunca entendió ni a Kant ni a Santo Tomás, al procurar asumir el punto de partida y el método trascendental kantiano para llegar al realismo tomista, lo cual es incompatible por principio. Una vez que se parte del idealismo, encerrándose en la subjetividad y perdiendo contacto con lo real, no habrá forma de edificar el propio camino a la realidad objetiva. Kant fue consecuente con su punto de partida al declarar imposible el conocimiento del noúmeno, de la cosa en sí misma”.
De lo dicho puede quedar la sensación de que Gilson, al descalificar a los comentadores, se constituye en el único juez de la recta comprensión del tomismo. De hecho el Bonino considera que hay algo de esto, sosteniendo que la falla en el análisis historiográfico de Gilson es “la reducción de los criterios de fidelidad a Santo Tomás a la única comprensión del “esse”. En este sentido sería injusto plantear ese criterio como exclusivo y juzgar a todos los tomistas en función de un único elemento.
Pero más allá de la valoración que se haga de cada uno de los juicios históricos de Gilson, el centro de su acertada propuesta es la de ir a las fuentes para dejar que el Aquinate sea su propio intérprete, que en lugar de juzgar a Santo Tomás por sus comentadores, se juzgue a los comentadores por Santo Tomás.
Zadra (2004) cree que “quizá Gilson no midió el alcance de la encendida discusión que surgiría acerca de la validez del concepto mismo de filosofía cristiana, en la que de manera inmediata se involucraron, como hemos visto, él mismo, Bréhier, quien aducía que el cristianismo, en realidad, no era una doctrina especulativa, sino únicamente una predicación que exigía un carácter moral o práctico, y Heidegger que se opuso resueltamente al concepto mismo de filosofía cristiana, y sus argumentos han tenido y tienen aún gran influjo en el pensamiento filosófico”.
“En ese momento las relaciones entre razón y fe estaban siendo abordadas de una manera poco orgánica, aun por quienes procuraban mostrar que entre ellas no había oposición, como el propio Étienne Gilson”.
Los tiempos han ido cambiando y ya no existen las mismas limitaciones que en los de nuestro protagonista, pues para responder al reclamo mutuo entre fe y razón el francés carecía de la cuestión antropológica —no tenida tanto en cuenta como en nuestros días-; pero aun así su aporte ha sido en muchos casos más que aclaratorio. 
La misma Zadra nos dice que “esta discusión ha ido situándose en una perspectiva más antropológica, lo cual ha favorecido la comprensión del problema, donde la necesaria distinción entre fe y razón, entre disciplina filosófica y teológica, no tiene por qué llevar a una separación, pues forman parte del único impulso del ser humano hacia la verdad, como se puede ver en la encíclica Fides et ratio de S.S. Juan Pablo II”.
El desarrollo de estos temas se encuentra principalmente en sus libros El espíritu de la filosofía medieval y en La filosofía en la Edad Media. Resalto que el ser historiador de Gilson se basa en una clara conciencia metafísica, que considero la base de su pensamiento claro y brillante.


1   2   3   4   5   6   7

similar:

Un filósofo católico del siglo XX iconA la memoria de George McCready Price, el escritor anti-evolucionista...

Un filósofo católico del siglo XX iconCervantes católico, no judíO

Un filósofo católico del siglo XX iconInstituto Católico “Franciscano “Fray Luis Rama”

Un filósofo católico del siglo XX iconReligión y diversidad sexual (Reflexiones y propuestas de un presbítero católico) contenido

Un filósofo católico del siglo XX iconA finales del Siglo 16, en 1589, antes de la invención del Inodoro,...

Un filósofo católico del siglo XX iconTeorías del desarrollo a principios del siglo XXI

Un filósofo católico del siglo XX iconResumen Durante la primera mitad del siglo XVI y en la corte salernitana...

Un filósofo católico del siglo XX iconIndios foráneos en Cuba a principios del siglo XIX: historia de un...

Un filósofo católico del siglo XX iconLa característica distintiva del siglo XX es el auge y desarrollo...

Un filósofo católico del siglo XX iconCon el avance en el conocimiento científico y el progreso tecnológico...




Todos los derechos reservados. Copyright © 2019
contactos
b.se-todo.com