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CURIOSIDADES DEL UNIVERSO JURÍDICO LA SANTA INQUISICIÓN, MATEU SALADE Y EL POSIBLE ORIGEN DE LA “SALADERA” EN EL PERÚ Reynaldo Mario Tantaleán Odar() A mis alumnos y amigos del primer año de la asignatura de Historia del Derecho Peruano por estimularme, con su actitud, a emprender esta nueva aventura...
El Santo Oficio o Santa Inquisición fue la institución encargada de vigilar la preservación de la pureza de la doctrina cristiana católica contra los movimientos herejes, judaizantes y protestantes. Contaba la Santa Inquisición con Tribunales encargados de impartir justicia, sancionando con penas severísimas (las que actualmente se considerarían contrarias a la dignidad humana), embanderados con la doctrina que propugnaba la Santa Sede. Dicha institución habría tenido su origen hacia 1223 gracias al Papa Gregorio IX, pero se considera que aunque penetró en muchos países, nunca llegó a afianzarse definitivamente. Se denominaba Santa Inquisición puesto que el Tribunal era eclesiástico y se encontraba establecido para inquirir (indagar o averiguar) y castigar los delitos contra la fe. La Santa Inquisición nació de una necesidad social la misma que para nosotros se puede tornar en incomprensible. Como se ha dicho, juzgar con ojos del siglo XX a una institución tan importante del siglo XVI sería pecar de anacronismo. Por ese entonces se consideró que los movimientos protestantes traicionaron la norma papal que prohibía traducir la Biblia del latín, produciendo miles de ejemplares en idiomas de uso general. Por ello, se otorgó al Tribunal poder para ejercer la censura editorial y la represión de la lectura y la difusión de los libros en contra de la Iglesia. A fin de cuentas, se buscaba proteger las filas a la Iglesia Católica de impostores y predicadores que fomentasen el sectarismo. La instalación de la Santa Inquisición en Europa y su posterior robustecimiento y estabilidad desencadenó que los sujetos de diversas doctrinas religiosas distintas al catolicismo huyeran hacia otros destinos debido a la persecución a la que se veían sujetos, así como a la crudeza de los castigos que el Tribunal imponía. Uno de aquellos destinos fue América. Huyendo del férreo control hispano creyeron encontrar en las colonias el mejor modo de vida a la vez de salvaguardar los fundamentos de su religión. La inserción en América de sujetos contrarios a la fe católica fue en aumento, lo que se tradujo en un auténtico dilema para los inquisidores, que veían como fácilmente se burlaban todas las prohibiciones y controles decretados. Los monarcas hispanos -al igual que en la misma España- establecieron rápidas disposiciones con la intención de erradicar esta contrariedad. A consecuencia de ello se le permitió participación al Tribunal Sacro en esta parte del planeta, el cual no dudó un instante en tomar cartas en el asunto. Pero el final del siglo XVIII significó también el declive de la jurisdicción inquisitorial. El siglo XIX se inició con las victorias de Napoleón quien coronó a su hermano José en el trono de España, y hacia diciembre de 1808 se decretó la extinción del Tribunal de la Inquisición. Por su parte las Cortes españolas, aunque se oponían militarmente a Napoleón, dictaminaron también una Constitución liberal y en 1813 decretaron la abolición de la Inquisición. No obstante, en 1814, derrotado Napoleón, el rey Fernando VII -quien había vuelto al trono- ordenó su reinstauración dedicándose, sobretodo, a perseguir la difusión de la literatura. Pero su existencia, en esta oportunidad, fue más figurada que efectiva hasta su definitiva abolición hacia 1834 cuando, muerto Fernando VII, su sucesora, la regente María Cristina, eliminó irreversiblemente los Tribunales inquisitorios. En lo que respecta al decaimiento de la Inquisición en América, se puede afirmar que a medida que las fuerzas independientes derrotaban a los españoles, una de las primeras medidas tomadas siempre versó sobre la eliminación de los Tribunales inquisitoriales. La abolición del Tribunal de Lima se produce en 1820, por orden de las propias Cortes españolas, por cuanto por pocos años volvió a tener vigencia la Constitución de Cádiz de 1813 que sepultó al Tribunal. Y aunque pocos años después -como ya se indicó-, Fernando VII intentó reinstaurar el Santo Oficio en España, ya América era independiente, por lo que los Tribunales de la Inquisición sucumbieron para siempre en toda América del Sur.
El Santo Oficio no sólo fustigaba las causas de herejía sino que, además, eran de su competencia todos aquellos atentados que suponían un oscurecimiento y debilitamiento de la fe católica, tales como la apostasía, la hechicería o brujería, la magia, la astrología, la nigromancia, los sortilegios, las supersticiones y otros embaucamientos de profesión. Así también sancionaba la adivinación, la idolatría, las blasfemias, la seducción y la vida conyugal secreta de los sacerdotes, la bigamia, la homosexualidad, la inobservancia del ayuno en sábado e, incluso, el alumbramiento que consistía en el hecho de considerarse iluminado por la fe y por lo cual no se necesitaba ya de los sacramentos.
El proceso en los tiempos de la Santa Inquisición era secreto y riguroso en la formación judicial. Allí los presuntos herejes no podían tener acceso a sus causas y mucho menos conocer el nombre de los testigos que declaraban en su contra. Cuando se tornaba necesario se imponía el tormento para obtener la confesión del acusado. La tortura como método de obtener confesiones y delaciones fue aplicado tanto a varones como a mujeres. La utilización del martirio era común. Muchas veces sólo consistía en mostrar al reo la sala de tormento, los verdugos y los instrumentos de tortura, con lo que bastaba para conseguir las confesiones requeridas. Pero en los casos en los que el reo insistiera en sus convicciones se le aplicaba el tormento de manera efectiva. Y mientras se aplicaban tales suplicios los escribanos anotaban los dichos de los torturados, incluyendo los gritos de dolor. Mas como una rara manera de benevolencia, el tormento solamente era aplicado por un tiempo máximo de hora y cuarto, prohibiendo seccionar el cuerpo, provocar hemorragias o cualquier tipo de mutilación. El médico y los propios inquisidores supervisaban que el verdugo no se extralimitara, exhortando continuamente al acusado para que confesara a fin de evitar el castigo. En este punto es bueno indicar que ante la intimación de Fray Tomás de Torquemada –el inquisidor más famoso de Castilla- referida a que los reos no deberían sangrar ni sufrir lesiones al recibir los castigos, se idearon sistemas de torturas que buscaban dolor sin dejar mayores señales del tormento padecido. Así, el potro consistía en un tablero al cual se ataba al reo para que sufriese el estiramiento de sus brazos y piernas. El castigo del agua obligaba a tomarla en demasía, impidiendo la respiración del procesado. La garrucha tratábase de un cordel atado a una polea que alzaba al prisionero desde los brazos atados a su espalda llevando un fuerte peso en los pies, aunque también se ha dicho que en este suplicio el torturado era atado de las manos, elevado y dejado caer violentamente sin llegar al suelo, lo que provocaba intensos dolores en las articulaciones. Por su parte, la cuerda consistía en sujetar al reo en una mesa y luego dar vueltas a un cordel arrollado a sus brazos y piernas Otro castigo consistía en acercar un brasero en llamas a los pies del prisionero para que tuviese su primera impresión de lo que sería su muerte en la hoguera. Por el tormento del fuego, el reo, desnudo con los pies aprisionados en el cepo, era untado con manteca de cerdo para ser arrimado hacia un brasero, a fin de que las llamas lo calcinaran. Como se puede apreciar con estos pocos ejemplos, la severidad de los correctivos y el espanto que causaban eran tales que se consiguió, más de una vez, que muchos inocentes se declararan culpables. El proceso inquisitorio se caracterizaba, además, por la tenacidad de la jurisdicción inquisitorial, incluso, hasta más allá de la tumba. Así por ejemplo, los delitos de herejía no prescribían con la muerte, tanto así que se iniciaban procesos contra los difuntos con la finalidad de expropiar los bienes de los descendientes y la consecuente condena a los mismos. Se trataba, entonces, de procesos largos y costosos, donde los condenados estaban expuestos a la confiscación de sus pertenencias. Como la condena pasaba a los descendientes del sancionado, éstos quedaban impedidos de ejercer cargos públicos y de servir en el ejército y en la Iglesia; sanción que alcanzaba, inclusive, a varias generaciones, pues, los estatutos de limpieza de sangre, propiciados por la Inquisición, se los impedían.
La labor persecutoria de la Santa Inquisición comprendía un Tribunal mixto en el cual se encontraban representados la Iglesia y el Poder Civil, el mismo que la respaldaba con su autoridad. La Iglesia y el Poder Civil se unían para el empleo de la ejecución de las penas impuestas. Las penas de los condenados podían ser, dependiendo de la gravedad del delito, de carácter espiritual: reprimendas, abjuraciones, usar el hábito de penitente; de carácter económico: multas o confiscación de bienes; o físicas: azotes, prisión, galeras, destierro o muerte en la hoguera. En realidad, la pena principal era la prisión y, en su caso el relajamiento al brazo secular (o sea el ser entregado al poder civil), a lo que seguía la muerte en las llamas.
A mediados del siglo XVI los Españoles se encontraban sólidamente establecidos en México y Perú. En estas colonias había un alto porcentaje de cristianos católicos nuevos, por lo que surgieron reclamos para el nombramiento de un Tribunal inquisitorio. Así, el Santo Oficio fue instalado en el Perú cuando gozaba de la Corona Felipe II, siendo Virrey peruano Don Francisco de Toledo. La Inquisición peruana no vino a ser sino una filial provincial del Consejo de la Suprema y General Inquisición española. Pero a diferencia de los tribunales de la Península, los inquisidores americanos no tenían jurisdicción sobre los indios, por cuanto se procuraba su evangelización. Jamás se procesó indígenas puesto que estaban exceptuados. Su principal objetivo era erradicar de las Indias a los cristianos nuevos sospechosos de judaizantes y a los protestantes. Como ya lo anticipamos, el rey Felipe II por real célula del 25 de enero de 15691 creó los tribunales de la Inquisición en las ciudades de México y Lima. El tribunal de Lima tenía jurisdicción sobre las tierras que conforman Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay, además del propio Perú. También tenía jurisdicción sobre lo que hoy es Ecuador, Colombia y Venezuela hasta que en el año 1610 se creó el último Tribunal de América en Cartagena de Indias con jurisdicción sobre estos últimos territorios. Por recomendación del mismo Virrey Francisco de Toledo, fueron nombrados por Cárdenas de Sigüenza, entonces inquisidor general, como los primeros inquisidores de Lima, Andrés de Bustamante y Serván de Cerezuela. Empero, el primero falleció en pleno viaje hacia Perú, y con la sola presencia de Cerezuela -familiar de la casa de los Condes de Oropesa- portando la Real Cédula, fue establecido en Lima el Tribunal inquisitorio. Debido a la prematura muerte del primer inquisidor Don Andrés de Bustamante, la Corona seleccionó en su reemplazo el señor Antonio Gutiérrez de Ulloa, quien se embarcó en San Lúcar el 30 de octubre de 1570 y llegó a Lima a fines de mayo del siguiente año. El Tribunal peruano comenzó sus acciones en un lugar alquilado que se ubicaba al frente de la Iglesia de la Merced -en el actual jirón de la Unión-. Pero, por tratarse de un lugar muy céntrico y poco propicio para su funcionamiento, en 1584 se trasladó a la casa de Nicolás de Rivera el mozo, donde funcionó hasta que fue abolida. Como ya indicamos previamente, la Inquisición fue abolida formalmente por decreto de las Cortes de Cádiz, el 22 de febrero de 1813. Abascal, el 30 de julio de ese año ordenó la publicación en Lima del decreto de abolición. Días después, al permitirse a un grupo de personas que ingresasen al local, se produjo el lamentable saqueo de las instalaciones con la consiguiente pérdida de valiosa documentación sobre el accionar inquisitorial. Para el Perú el Santo Oficio fue abolido definitivamente en 1820 a raíz del proceso emancipador con el cual se erradicó todo tipo de dependencia política de España.
Cuando había una cierta cantidad de condenados por la Inquisición se celebraban los llamados Autos de Fe, los cuales consistían en una ceremonia judicial pública celebrada con grandeza y formalidad donde se aplicaban las penas correspondientes a cada sentenciado. El primer Auto de Fe en el Perú no se pudo postergar más, puesto que los presos llevaban encerrados más de un año. Se cuenta que a dicha ceremonia no asistió el Virrey; mas el Arzobispo que se hallaba enfermo, tuvo que concurrir en silla de manos. Los preparativos para la ceremonia fueron terminados en 15 días: los tablados estuvieron a cargo del recetor Juan de Caracho y los penitenciados fueron:
Pero el principal personaje de este Auto de Fe, y quien motiva nuestro presente trabajo, se hacía llamar Mateo Salado.
Mateo Salado era un francés (Mateu Salade) que arribó al Perú, presumiblemente por el puerto del Callao. Estando en el Perú se convirtió en un ermitaño. Se dice que era descuidado de su apariencia, salud e higiene personal debido a que era pobre. Vestía hábito de jerga y se le podía ver todos los sábados en la ciudad cosechando pesetas. Su lugar de habitación era una huaca de Maranga en el Rímac. Salado llevaba una vida extraña y sospechosa, pues empleaba su tiempo en excavaciones en el lugar donde habitaba desde casi diez años atrás.
Las acusaciones que se han erigido contra él son tantas y tan diversas que hasta se tornan en contradictorias e incongruentes con la vida misma que se dice que llevaba. Nuestra labor en esta parte del trabajo se encamina a dar a conocer todas aquellas acusaciones que se tejieron en contra de este desconocido personaje. Fue incriminado de blasfemo, hereje, contumaz y de decir palabras impías. Se le tuvo como un embaucador a quien el pueblo creyéndolo santo favorecía con dinero. Se dijo también que vendía libros apócrifos, por lo que también fue señalado como contrabandista.2 Salado fue considerado falto de juicio, puesto que se le veía distraído y trabajando solo y en vano en aquella huaca en la cual habitaba. A pesar de que se le creía un lunático, en las declaraciones que se le tomaron respondió con cordura como si estuviera en su sano juicio. Además, es claro que no se le pudo considerar demente, pues, en caso contrario, los jueces no lo hubieran podido condenar. Se explica la huida de Mateo Salado de Europa hacia América por temor a la Santa Inquisición, por cuanto se había dogmatizado gracias a un nuevo testamento dado por un francés en Sevilla. Alguna vez confesó haber alternado con luteranos, además de conocer el nuevo Testamento de Coro. La gente que lo veía excavar en la huaca afirmó haberlo oído hablar frases impías, lo cual fue puesto en conocimiento de las autoridades correspondientes. Salado preguntaba para qué se adoraba y reverenciaba una cruz que un platero había hecho con fuego y con martillazos. No se podía explicar los motivos por los cuales en los tiempos antiguos los apóstoles y los mártires habían padecido. Por todo ello, el fiscal hizo instancia para que fuese apresado, a fin de que sea visto como orate, debido a los dichos incoherentes que pronunciaba pero que vulneraban la fe católica. Preso por el fiscal y visto por el inquisidor Cerezuela, hacia noviembre de 1571, hizo más afirmaciones ante testigos.
Aparentemente Salado cometió su peor crimen cuando cuestionó severamente la doctrina católica ante las mismas autoridades que tenían a su cargo la defensa de la Iglesia.
Según Mateo Salado no se debían reverenciar imágenes ya que San Pablo había dicho que lo que se presentaba a una imagen se ofrecía al demonio. Reclamaba que los fieles debían comulgar con vino, pues, supuestamente, lo hacían con agua. Según él se debería comulgar como en Alemania con muchas canastas de pan y muchas jarras de vino. Contradictoriamente, también se ha dicho que afirmó que la misa era una borrachera.
Salado afirmaba que no deberían haber frailes ni monjas ni clérigos que coman de la renta de la Iglesia. De este modo, decía que se vendía a Cristo por un peso. Aseveraba que los Ministros de la Iglesia eran mercaderes y vendían los sacramentos de Dios. Según él, los frailes vivían engañados con la orden que tenían, pero se desengañarían y se casarían con las monjas.
Para Salado, el Papa -quien no era más que uno de nosotros- gastaba la renta de la Iglesia y la daba a unos y a otros. Llamaba al Sumo Pontífice borracho, mofándose de él y de los Cardenales, de quienes decía que tenían mala manera de vivir. Auguraba que antes de veinte años, los alemanes y franceses lograrían que todos fuesen cristianos (no católicos), por lo que ya no ser existirían ni Sumo Pontífice, ni Cardenales, ni Obispos.
Debido a que contaba con cierto grado de conocimientos, también llegó a objetar algunos aspectos teológicos. Así decía que la Santísima Trinidad no son tres personas distintas sino solamente dos: el Padre y el Hijo, porque el Espíritu Santo no era sino el amor que procedía de ambos. Aseveraba que Jesucristo no era Dios sino Hijo de Dios. Por ello sólo se debería llamar Padre a Dios. En esa misma dirección, propugnaba que Dios no tenía madre porque sólo Cristo (quien no era Dios) la había tenido. Consecuentemente, la Virgen María no debía ser llamada Virgen Madre de Dios sino, simplemente, Virgen Madre de Cristo. Según él, Dios había padecido muerte y pasión por muchos pecadores, pero no por todos. Aseguraba que no existía el Purgatorio y que Dios no hacía milagros.
Para Salado, Erasmo y Martín Lutero deberían ser considerados santos alumbrados de Dios, por haber sido enviados divinos y por haber declarado los evangelios. Aseguraba que el anticristo ya se encontraba entre los hombres, que las mujeres públicas le tributaban a Roma y que no era buena persona quien vendiese negros o mulatos, pues no iría al cielo sino al infierno. Finalmente –quizás anticipándose a su muerte- dijo que quienes habían sido quemados en España por herejes fueron bienaventurados porque habían muerto por la fe y la ley declarada por Martín Lutero.
Salado fue apresado el 28 de noviembre de 1571, sobreviniendo contra él una probanza de 10 testigos por la cual se concluyó que estaba convencido y conciente de todas las cosas que había dicho. En ese entonces, cuando tenía 45 años, al momento de tomarle su confesión habló de los luteranos diciendo blasfemias contra el Papa y los Cardenales. Por ello no fue considerado loco sino hereje pertinaz. Salado permaneció en prisión un año y medio y se le condenó por impenitente y por no dar señales de arrepentimiento. Pero también se le ajustició porque se temía que muriese en la cárcel. Respecto de su ejecución también existen algunas controversias. Para su aniquilamiento, fue relajado, es decir entregado al poder civil para que se le aplicase la pena capital. Se dice que fue quemado el 15 de noviembre de 1573 en el primer Auto de Fe en la Plaza Mayor de Lima. También se asevera que, además de ser quemado, fue ahorcado y descuartizado. Otras fuentes nos cuentan que no sólo fue quemado, sino agarrotado y ahorcado por torniquete por delito contra la buena fe e inadversión política. Posiblemente las últimas sanciones se las ejecutó con la creencia de lograr el sufrimiento y condenación de su alma. Su ejecución se realizó a las cinco de la tarde, aunque se afirma que, previamente, se le había dado un tormento.
Pese a la variedad de contradicciones o discrepancias existentes entre las diversas fuentes, lo que sí queda claro es que Mateo Salado (Mateu Salade en francés) fue la primera víctima de la Santa Inquisición en el Perú. Lo anecdótico del caso es que de los seis sentenciados en el primer Auto de Fe, Mateo Salado fue quien llevó la “peor suerte”, puesto que fue el único entregado para aplicársele la pena capital. Aparentemente, la vida de este desconocido sujeto ha dado origen a la utilización de un pseudo-vocablo muy común en nuestra realidad, que el lector, creemos, ya ha podido captar. El término “saladera” en el Perú es tomado como una especie de antónimo de buenaventura o felicidad, refiriéndonos a quien sufrió algo negativo por cuestiones del azar. Para nosotros “salado” es quien ha tenido mala suerte. Así, posiblemente el hecho de tildar a alguien de “salado” -en el sentido de que no ha tenido buena fortuna- tenga un origen en esta historia que les hemos querido trasmitir. Finalmente y para terminar con este relato, diremos que en la actualidad, en Lima, por las inmediaciones de la Plaza de la Bandera, existe todavía una ermita llamada Azcona, la misma que se encuentran circunscrita por las avenidas Tingo María y Mariano Cornejo y las calles Ernesto Malinowski, Enrique López Albújar, E. García Rosell y Belisario Sosa, formando parte de la urbanización Chacra Ríos, en el límite de los Distritos del Cercado de Lima, Breña y Pueblo Libre. El perímetro aproximado de este monumento es de mil cuatrocientos metros y el área de doce mil metros cuadrados. Esta ermita es mayormente conocida como huaca Mateo Salado, por cuanto se supone que fue la que habitaba este anecdótico e ignorado personaje. FUENTES DE CONSULTACHAMI, Pablo A. 1999 La Inquisición en América en CIDICSEF - Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefard; http://pachami.com/Inquisicion/America.htm; [Fecha de consulta: 30-09-2004] 2001 La Inquisición y los derechos humanos en http://pachami.com/Inquisicion/InquisicionyDerechos.html; [Fecha de consulta: 30-09-2004] CONGRESO DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ (S. A.) Historia de la Inquisición en el Perú en http:// www.congreso.com.pe/museo/right03-1b.htm; [Fecha de consulta: 30-09-2004] LIBRERÍA STUDIUM S. A.
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