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LA GRAN MUDANZA Publicado: 2 de noviembre de 2013, Martina Bastos http://cronicasperiodisticas.wordpress.com/category/martina-bastos/ Una cosa rara. A las doce del día del último día, Ada Ramírez sintió una cosa rara: un escalofrío, un tirón de pecho, un dolor seco. Se quedó muda y escuchó crujir el piso de madera: pensó que aquello era un velorio. Al mediodía del 1 de septiembre de 2007 ocurrió un hecho insólito: un pueblo dejaba oficialmente de existir. Los diarios titularon: Parte la leyenda. El cierre simbólico dará para la clausura definitiva. La leyenda lo que se cerró, lo que se clausuró, se llamaba Chuquicamata. Todos le llaman Chuqui. De apellido, la muletilla constante: la-mina-a-cielo-abierto-mas-grande-del-mundo. En pleno desierto de Atacama, a 1600 kilómetros de Santiago y tres horas de la frontera boliviana, se obtiene cobre del mayor agujero creado por el hombre. Al costado, surgió un campamento que llegó a albergar 25.000 personas. Un campamento es por definición efímero, algo que se instala hoy para levantar mañana, pasado, cualquier día. Chuquicamata era un campamento minero. Para sus habitantes, era sencillamente su hogar. Breve historia de una quimera En un principio no había nada. Puro peladero. Un sol alto y cerros derramados por la tierra ancha, cerros desnudos como hechos solamente de barro y viento, un viento atroz. La aridez, la perspectiva sin límites y la impresión de que el desierto fuera a rajarse de estirarse un poco más. Para el poeta Andrés Sabella: La tierra donde la piedra habla a las piedras, donde un coro de piedras va de sí hasta lo infinito. Eso era todo. En 1912, los norteamericanos Guggenheim compraron los derechos de explotación al Estado chileno. En sus manos, el desafío de transformar un territorio feroz: una extensión de arena y rocas a 2.870 msnm. El viento más veloz intenso constante, la radiación más extrema, la tierra más seca; sin agua, sin caminos, sin piedad. Lejos de todo, carente de todo. La nada. Y el cobre. Lo que vino después, más que una utopía, era entonces un disparate. El presidente Salvador Allende nacionalizó el metal en 1971. Desde entonces, la Corporación Nacional del Cobre (Codelco) es la mayor empresa estatal de la historia de Chile. Y Chuquicamata su niña bonita: un cráter de 5 kilómetros de largo, 3 de ancho y 1,25 de profundidad esculpido con la finura de un gran anfiteatro. Podríamos introducir el Central Park de Nueva York y plantarle tres veces el Empire State Building uno sobre otro. Todavía sobraría espacio. Allí se trabaja 365 días al año, 24 horas non stop. Parar es caro: un minuto perdido cuesta 8.000 dólares. El minuto. Nociones de otro mundo Usted va a tener una casa. Y no va a pagar agua, no va a pagar luz, no va a pagar ningún combustible. Todo se lo damos: atención médica, educación a sus hijos, todos los servicios. Usted vendrá a trabajar y cobrará su plata, pero además vivirá gratis. Cuando Chuquicamata se llenó de hombres y de máquinas, el único poblado cercano era Calama, unas cuarenta casas miserables empotradas en el vacío como lugar de paso: imposible cubrir las necesidades que la mina requería. La compañía debía proveerse su propia logística, y levantó un campamento que terminó convertido en un cuento de hadas. Ofrecía vivienda en comodato a cada trabajador y su familia, y reproducía a pequeña escala un mundo real donde no faltaba nada. Avenidas amplias e impecables, seguridad y una comunidad unida por un vínculo común: buen trabajo y una vida social de la que todos participaban. Muchos ignoraban que afuera existiera otro mundo. La ruta 24 es la cicatriz de 15 kilómetros que une a Chuquicamata a Calama. Los calameños son pocos. Codelco tercerizó procesos y transformó Calama –crecida hasta los 140.000 habitantes- en un macrodormitorio de población flotante. Calama está llena de hombres solos, solos de mujer. En un radio de doce cuadras hay 136 schoperias, locales de vidrio oscuro y hembras de mucha carne. Aquí está el mayor ingreso per cápita del país y también el más alto coste de vida, en una ciudad sin arraigo, tosca, dura, de geografía radical. Cargada de tierra, apenas un árbol, doble de suicidios del promedio nacional. Para los chuquicamatinos era Calama calamidad, un lugar sin mayor desarrollo que encarnaba todo lo negativo ajeno a ellos: tráfico, delincuencia, suciedad, desorden. Pero Chuquicamata evolucionó y aparecieron normas medioambientales que no existían en un comienzo. Aparecieron instalaciones como la fundición, proceso que emite anhídrido sulfuroso y arsénico: incompatible con un campamento donde viva gente. La mina, además, comenzó a necesitar el espacio que ocupaba el campamento. Para sacar 1 kilogramo de cobre hay que sacar 100 de roca; lo que sobra, hay que ponerlo en algún lugar. Y cerca: un camión de extracción consume en un día el mismo petróleo que un auto común en dos años. El sobrante estéril se amontonaba en la periferia de Chuquicamata amenazando a las viviendas. La compañía tomo una decisión drástica: El traslado completo de la población a Calama. En la práctica, significaba enterrar una ciudad y construir otra. Pero las ciudades no son piezas de ajedrez. ¿Cómo se planifica y ejecuta un proyecto así? En algún momento, en algún lugar, alguien tuvo que decirlo: -Señores, hay que desplazar esta ciudad del punto A al punto B. ¿Por dónde empezamos? EL TAMAÑO IMPORTA Por: Martín Caparrós | 24 de octubre de 2012 Blog Pamplinas http://blogs.elpais.com/pamplinas/2012/10/el-tama%C3%B1o-importa.html Como cada vez que vuelvo a Nueva York, estoy shockeado. No es la envidia por la atracción extraña de esta ciudad tan desgarbada y seductora; no es el despecho por el desdén con que te mira –no te mira–; no es el cabreo por el despliegue de poder –de distintas formas del poder– que brilla en sus esquinas; no es la mufa por los precios en dólares azules; no es siquiera la amenaza de ese debate de ayer en el que dos dueños del mundo discutían cómo debían usar sus tropas para seguir siéndolo; es, como siempre, el terror por la proliferación incontenible de los descomunales. Cada vez hay más; cada vez ocupan más espacio. Son hombres y mujeres, jóvenes, soberbios: miden dos metros como quien dice llueve, con la naturalidad de esas fieras que no saben que destruyen una vida por zarpazo. Miden dos metros sin parecer especialmente altos: no son largos, estirados, sino grandes, proporcionadamente enormes. Una cara de ellos es cara y media de nosotros, un pie dos pies de carne, un ombligo una tacita de café –y así de seguido. Se los ve en todas partes: calles, subtes, bares, teatros, grandes tiendas; hay blancos, hay negros; últimamente aparecen incluso algunos orientales, unos pocos latinos. Caminan haciendo retumbar la tierra sin siquiera notarlo, mirando por encima de las cabezas de los otros como quien nada pecho; a veces van en pares: un hombre y una mujer descomunales de la mano son como un aviso de la tempestad. Por ahora, pocos entienden la amenaza de la plaga. Pero el rumor ya empieza. Han empezado a circular hipótesis. Hay quienes dicen que nadie los pensó, que son una mutación debida a las dietas hiperproteicas de la modernidad rapaz o, dicho de otro modo: el resultado de un siglo de comer como nunca comió la raza humana: demasiada carne, demasiada leche, demasiadas verduras y chocolates y cocacolas y marshmellows y vitaminas en pastillas de colores. Otros acuerdan en que nadie los pensó pero suponen un desarreglo genético extraño: alguno ha llegado a decir que son un cáncer inteligente, células reproduciéndose demasiado pero en orden, no tanto como para destruirse. Otros calculan que son así porque la potencia reproductora clásica de una mujer y un hombre, que debía repartirse en cinco o seis o nueve hijos, ahora se concentra toda en uno o dos. Sus detractores les dicen que entonces por qué no somos todos así de desmesurados; ellos contestan, con lógica amarreta, que las mismas causas no producen siempre el mismo efecto. Hay, por supuesto, versiones mucho más paranoicas, marcadamente inverosímiles. Que bioingenieros convocados en plena Guerra Fría por la CIA para crear una raza un poco superior se vengaron del cierre del programa inoculando en secreto el resultado de sus investigaciones. Que fue la Unión Soviética la que se apoderó entonces de aquellos genes y trató de desparramarlos para ver si ese crecimiento desmesurado acababa con la economía de su enemigo americano. Que –más modestamente– equipos de conjurados recorren países conocidos por su altura como Sudán o Ucrania o Islandia para recoger y congelar muestras de semen que les permiten producir chicos más y más enormes; algunos dicen que son patriotas americanos, otros que terroristas musulmanes. Algún ecololó pasado sugirió incluso que quizá fuera simplemente una aberración de la Naturaleza, su forma de defenderse de nuestros ataques incesantes: su venganza. Ninguna de estas explicaciones satisface a nadie, y esto convence a los paranoicos de que deben ser más paranoicos todavía. En síntesis: se habla mucho y nadie sabe nada. Tal es la ignorancia que casi todos reaccionan como suelen hacerlo frente a aquello que no consiguen entender: pretenden que no importa, piensan en otra cosa –o en ninguna cosa. Entonces los que se atreven a enfrentar las cosas les explican. El mundo está hecho para personas que miden de media un metro con setenta. Esta jauría nueva tiene por lo menos dos metros. Ese veinte por ciento más de espacio que ocupan puede ser letal en un mundo ya superpoblado. Y significa también veinte por ciento más de consumo de comida en los países que ya se están quedando con toda la comida –más hambre en África o la India–; veinte por ciento más de lugar en los aviones –cambio en su configuración, aumentos en sus precios–; veinte por ciento más de tela para cubrir sus larguísimas vergüenzas –la suba consabida de los precios de la ropa– y también los colchones, las puertas, las zapatillas vueltas bote, los botes, los coches, los sillones. En síntesis: que los países más ricos, los que ya usan una porción desproporcionada de la riqueza mundial, aumentarían su parte –a mediano plazo– en un veinte por ciento. Y que, mientras, en el plano individual, muchos de nosotros sufriremos las consecuencias inmediatas sin comerla ni beberla. Es cierto que esto recién empieza, y que se verifica más que nada en Nueva York. Tanto, que algunos se preguntan por qué la mutación se ve sobre todo aquí. Les contestan que en esa frase la expresión decisiva es “sobre todo”: que ya van surgiendo en otros lugares y que si aquí son más visibles es porque este es el teatro de las grandes mutaciones de esta época. Que después se difunden. Y, entonces, serán tema de todas las preocupaciones. En unos años todos hablarán de esto, pero entonces ya no servirá. Alguien, supongo, debería hacer algo antes de que sea demasiado tarde. Pero reducir en un veinte por ciento a todos los demás –la respuesta de siempre– esta vez no parece buena idea. |