descargar 77.88 Kb.
|
Millás, Juan José![]() ![]() ![]() B ![]() Nació en Valencia en 1946, pero se trasladó a Madrid con su familia en 1952. Fue alumno del colegio Claret y realizó sus estudios preuniversitarios en el instituto Ramiro de Maeztu. A finales de la década de los 60 empezó la carrera de Filosofía y Letras, en la rama de Filosofía Pura, pero los abandonó en el tercer curso. Ha trabajado como marionetista, profesor, interino de la Caja Postal de Ahorros y en el gabinete de prensa de Iberia. En 1974 publica su primera novela, "Cerbero son las sombras", que le permite ganar el Premio Sésamo. Influido por Dostoyevski y Kafka en sus inicios, su obra está poblada de personajes corrientes que de repente se ven inmersos en situaciones extraordinarias, que muchas veces lindan con lo fantástico: desapariciones, mundos paralelos, terribles angustias que pueden desembocar en la locura, la depresión, el crimen, la muerte. Al principio de los años 90 comenzó su labor periodística en "El País" y en más medios de comunicación. Hoy en día es difícil poner en primer término a una de sus dos facetas como periodista o escritor, ya que por ambas actividades es una de las plumas más queridas y admiradas de nuestro tiempo por los lectores españoles y extranjeros. Juan José Millás es el creador de los «articuentos» , escritos a medio camino entre el cuento y el artículo de prensa, que tratan de temas de sociedad, de situaciones, de reflexiones o de problemas provocados por los comportamientos humanos. Toda la obra narrativa de Millás, con sus artículos a la cabeza, es un ejemplo perfecto de literatura crítica. El nombre de articuentos pretende subrayar su peculiaridad principal: se trata de artículos de opinión porque aparecen como tales en la prensa, no en balde se ocupan de lo que ocurre en España y en el mundo. Pero, por sus características, están más cerca de los textos de ficción, de la fábula o del microrrelato fantástico. Su objetivo es siempre mostrar el revés de la trama, lo verdadero y lo falso. El pensamiento, presentado a través del humor, la paradoja o la ironía, acaba por engullir la noticia, de modo que en su destilación final sólo queda una lúcida visión crítica de la realidad. A través de estos articuentos, Millás nos muestra una obra en permanente búsqueda de las formas más sutiles para articular lo real con lo irreal, empeñada en representar la realidad con la máxima eficacia posible, desvelando sus ocultos mecanismos y proporcionándoles un sentido del que carecían. Sus obras han sido traducidas a quince idiomas, entre ellos, inglés, francés, alemán, portugués, italiano, sueco, danés, noruego y holandés. El poder de la lectura. Publicado en Pareceres por Alguien en 8 febrero 2009 “La mitad de los españoles no lee: ahí sí que hay dos orillas, dos Españas, sobre todo si pensamos que la mitad de los que leen no entiende. En mis intervenciones en institutos y colegios intento transmitir, no sé si con éxito, la idea de que la lectura constituye uno de los pocos modos que van quedando de rebeldía eficaz frente a un mundo cada vez más mortificado. Se acabaron las revoluciones, las tomas de palacio; no hay más cera que la que arde. Eso no quiere decir que no haya que modificar la realidad (a nadie le gusta), pero hay que cambiarla a base de ponerla en cuestión de tal modo que ni ella misma se pueda contemplar en el espejo sin avergonzarse. Y eso se hace con palabras, con libros, no a guantazos. La mayoría de la gente que desprecia la lectura se asombraría de saber hasta qué punto el dominio de la palabra otorga un poder que no cabría atribuir a una herramienta tan humilde. De hecho, hoy, más que nunca, estamos gobernados por palabras. Desaparecidas, o en estado de gravedad extrema, las ideologías, los políticos nos gobiernan a base de jerga. Por lo general, no ganan las elecciones los programas, sino las jergas. (…) Leer es poder. Con la lectura uno es capaz de cambiar totalmente su existencia y, en consecuencia, la de quienes le rodean. Eso es modificar la realidad. Hay en el mercado de la rebeldía multitud de productos que no hacen sino afianzar el sistema establecido, que necesita ser transgredido para certificar su existencia. La lectura no está entre esos productos porque es verdaderamente peligrosa. El que lee pone en cuestión al hacerlo todo el montaje en torno al cual chapoteamos. Es cierto que lo hace de forma silenciosa, pero ese silencio es más ruidoso que el de mil borrachos asaltando una comisaría después de que su equipo haya perdido la Liga. Por eso, quizá, las humanidades, en general, están cada vez menos presentes en los programas escolares, porque quienes mandan saben que leer es la forma de rebelión más eficaz en los tiempos que corren”. Leer es rebelarse. Juan José Millas. Articuento 123. Trabajo temporal "Monté una empresa de trabajo temporal para actuar de intermediario en la dialéctica del amo y el esclavo (siempre me ha gustado la filosofía), pero me pareció de mal gusto seleccionar directamente a mis empleados, así que contraté a mi vez los servicios de otra empresa de trabajo temporal para tal fin. -¿Qué va a necesitar? -me preguntaron. -No sé, quizá una secretaria y un par de personas o tres que atiendan el teléfono. -Para esos menesteres los tenemos con ocho carreras y siete idiomas. -Me gusta mucho el ruso. Mándemelos con ruso. -Y con inglés, desde luego. -¿Con inglés? ¿Para qué quiero empleados con inglés en una empresa de trabajo basura? A ver si me entiende: lo del ruso es por un capricho personal. Me enviaron una gente estupenda, aunque la secretaria tenía el defecto de saber inglés. Parece que es imposible encontrarlas sin este idioma, que constituye una verdadera plaga laboral. Yo le he prohibido que diga good morning, porque no la entiende nadie. En honor a la verdad, he de añadir que hay días en los que no se le nota el inglés: ha aprendido a disimularlo. Pero no hay forma de borrarlo de su currículo, lo hemos probado todo. Funcionamos bastante bien, con aceptables resultados económicos, pero de momento sólo trabajamos para empresas de trabajo temporal como la nuestra. Nos piden que les seleccionemos gente para seleccionar gente, aunque parezca absurdo. Hemos llegado a ofrecer personas sin inglés, aunque eso todavía no se valora suficientemente. Me estoy haciendo millonario con la misma dialéctica del amo y el esclavo a la que Nietzsche no consiguió sacarle ni dos duros, por teórico. Lo curioso es que cuanto más paro hay, más éxito tenemos en toda Europa. Y es que no vendemos trabajo, sino dialéctica. La gente está muy necesitada de dialéctica y la compra a cualquier precio. El que no trabaja es porque no quiere." Enhebrar la aguja Una tía mía, cuando algo le resultaba muy complicado, decía que era más difícil que «enhebrar una aguja en un pajar». Yo nunca había visto un pajar, pero le enhebraba todas las agujas a mi madre, ya fuera en el cuarto de estar o en el salón, por lo que no entendía el problema de hacerlo en un pajar. —¿Cómo son los pajares, mamá? —De madera, imagino, con los techos muy altos. Sólo los he visto en las películas. Qué preguntas haces. —¿Y por qué resulta tan difícil enhebrar una aguja en un pajar? —¿Quién dice que es difícil? —La tía Asunción. —Lo que la tía querrá decir es que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo. A veces es mejor no preguntar porque las cosas se van complicando de forma progresiva. ¿Qué tenían que ver los ricos y los camellos en aquella historia? La infancia está llena de imágenes incomprensibles, de asociaciones disparatadas. A partir de aquel día siempre que le enhebraba una aguja a mi madre pensaba en los ricos y en los camellos. Muchas noches soñé con un millonario que intentaba pasar por el ojo de una aguja, mientras un camello llamaba a las puertas del cielo, o viceversa. En aquella época estaba francamente preocupado por el más allá, y no sabía si mi habilidad enhebradora sería un salvoconducto o una dificultad para entrar en la gloria. Una cosaestaba clara: que no era rico ni camello. Lo primero me daba igual. Lo segundo me dolía. En ésas estábamos cuando un día, en el recreo del colegio, se le perdió a alguien una peseta y se puso a llorar. El profesor de física salió a ver qué pasaba y aseguró que dar con aquella peseta iba a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar. Me quedé espantado, porque se trataba de una nueva versión de las agujas y de los pajares. Cuando llegué a casa, interrogué a mi madre: —¿Es más fácil encontrar una aguja en un pajar o que un rico entre en el cielo? —No sé, hijo, qué cosas se te ocurren. Me parece que lo difícil era lo del camello, pero tampoco estoy segura. Entre tanto, por si no hubiera bastantes agujas en nuestra vida, de vez en cuando llegaba el practicante y te ponía una inyección. —¿Qué haría usted si se le perdiera la aguja en un pajar? —preguntaba yo al practicante. —Anda, anda, no digas tonterías y bájate los pantalones. No conseguí salir de dudas, pues. Y ahora hago como que sí, pero en el fondo todo me sigue pareciendo incomprensible. La vida es difícil, más que enhebrar una aguja en el cielo, o que meter a un camello en un pajar. La vida es dura, sí, sobre todo si uno ha decidido no bajarse los pantalones ni siquiera frente al practicante. Cuento de Navidad Un día, por estas fechas, llegó a casa de algún modo inexplicable un jamón. Su presencia produjo en la familia un choque emocional indescriptible. Parecía una pata incorrupta más que un fiambre. Lo colgamos del techo de la despensa y cada poco íbamos a adorarlo en su soledad aromática. Mi madre nos explicaba cómo debía partirse y de qué grosor debían ser las lonchas, asegurando que en las profundidades de aquella carne oscura permanecía enterrado un hueso que serviría para hacer caldo. Pero si le preguntábamos cuándo comenzaríamos a comérnoslo, ella decía indefectiblemente: —Cuando tengamos un cuchillo de cortar jamón. No creáis que sirve cualquiera. Habíamos aceptado que aquel cuchillo específico debería aparecer de un modo extraordinario o sobrenatural en nuestras vidas y esperábamos su advenimiento con ansiedad religiosa. Entre tanto, por mi casa pasaban cada tarde amigos del colegio que venían a ver el jamón. Los recuerdo entrando en la vivienda sobrecogidos ya por lo que les habíamos contado, pero cuando abríamos la despensa y aparecía colgado del techo aquel resto porcino cubierto de grasa dorada y melancólica, la gente no llegaba a caer de rodillas, pero casi. Y cuando mis padres tenían visita, después de haberles dado de merendar un café con galletas revenidas, mi madre se disculpaba por no haberles ofrecido un poco de jamón. —Es que no tenemos cuchillo —añadía a modo de disculpa. Como quiera que las visitas pusieran un gesto de escepticismo, ella iba a la despensa y volvía con el fiambre en brazos, mostrándolo con el mismo orgullo que si se tratara de un hijo que hubiera terminado empresariales. A los pocos meses, comenzaron a salirle gusanos de lo más hondo, pues quizá estaba mal curado, y no tuvimos la oportunidad de contemplar el milagro del hueso. En lugar de tirarlo a la basura, lo enterramos en el patio de atrás, como si hubiera fallecido, y hasta hace muy poco, siempre que pasábamos por delante de su tumba, derramábamos unas lágrimas. Felices Pascuas. Números El pin del móvil y el puk del módem, la contraseña de iTunes, el teléfono fijo de mamá, el prefijo de Asturias, la clave de acceso al cajero automático, la matrícula del coche, el número del DNI, la inflación interanual, el producto interior bruto, el diferencial de la deuda, la talla de los pantalones y la ropa interior, las dimensiones de la pena, los 31 días de enero y los 28 de febrero, tu cumpleaños, nuestro aniversario y el del fallecimiento de papá, el tiempo de cocción del huevo duro y la caducidad del yogur, las cucharadas diarias de jarabe, la cantidad de sal, el valor de referencia de la urea, las pulsaciones por minuto, la temperatura del microondas, las horas de insomnio, la línea 5 del metro y el vía crucis de las 12 estaciones, los dígitos de la hipoteca, el IVA, el IRPF, el Euríbor, el tanto por ciento de descuento, los puntos de la tarjeta de Iberia, la hora de entrada, la numerología china, los honorarios del dentista, los dedos de la mano, los pelos de la cabeza (pocos), los pares de calcetines, la cuenta del supermercado, el cuentakilómetros, el cuentarrevoluciones, el contador del gas, de la luz, las páginas de Anna Karenina, los volúmenes de la enciclopedia Espasa, el limitador de velocidad, los metros cuadrados construidos y los hábiles, los cuartos de baño, los puntos de luz, el salario bruto y el líquido, los años de cotización, el tiempo de carencia, la tercera temporada de Mad Men, la cuarta de El ala Oeste de la Casa Blanca, la quinta de Los Soprano, el control del peso, el podómetro, el metrónomo, los litros de agua consumidos, los goles del domingo, el porcentaje de seguimiento de la huelga según los sindicatos, según la policía, según el Gobierno, la patronal o Dios, el décimo de Navidad (que acabe en 7), la indemnización por año trabajado. Y la sala 10 del tanatorio, por ejemplo. El Libro El libro se parece a un agujero negro cuya atracción es tal que absorve y distorsiona lo que sucede cerca de él, incluidos el tiempo y el espacio. De manera que a lo mejor son las ocho de la mañana y tú vas en el autobús a la oficina, pero de súbito eres arrebatado por esa masa gravitatoria llamada libro, que llevabas en la mano o en el bolso, y apareces en un escenario diferente, identificado, por ejemplo, con un individuo que se lava las manos llenas de sangre en la pila de una cocina francesa, mientras en el dormitorio de esa misma casa ha empezado a enfriarse un cadáver. y no son las ocho de la mañana, sino las diez de la noche. Y no es primavera, sino invierno. y tú no eres ese sujeto sin pasado que ahora se baja del autobús, sino este otro que, después de borrar las huellas dactilares de las copas de coñac, se pone un abrigo oscuro y huye escaleras abajo.Al cerrar la novela cesa la atracción, y es, una vez más, la hora de fichar, así que fichas y entras a la oficina, donde mueves los papeles de un lado a otro o atiendes el teléfono con la eficacia o la pereza de siempre. Has vuelto a tu dimensión, en fin, sin que nadie se diera cuenta de que te habías ido. Si tus compañeros supieran que en lugar de venir de casa, como procede, vienes de una cocina francesa en cuya pila te has lavado las manos llenas de sangre, se quedarían espantados. De hecho, quizá no seas el mismo ahora que antes de haber leído el libro. Por tu sabgre discurre el argumento desdichado o feliz que estaba en la novela, del mismo modo que los exploradores vuelven con malarias de África o de Molokai con lepra.Hay más libros que playas, y en ellos está contenida la materia oscura que los físicos buscan en las estrellas. Si has leído la novela del individuo que se quita la sangre de las manos, ya siempre serás ese individuo, siempre, sin dejar de ser tú y, lo que es más sorprendente todavía, sin dejar de ser al mismo tiempo el cadáver que comenzaba a enfriarse cuando descendiste del autobús Pura materia oscura, pues, invisible, como la conciencia, pero real como tu jefe. El ‘articuento’: una tradición discursiva a medio camino entre el periodismo y la literatura Ana Mancera Rueda Universidad de Sevilla anamancera@us.es |