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CRÓNICA DE UN VIAJE SINUOSO A LA SIERRA NEVADA Se acercaban a paso lento, como se acercan todas las fechas que anhelamos, las fiestas decembrinas del año 2010 y una vez más deberíamos ponernos de acuerdo sobre cuál sería la sede en esa ocasión. Cabe decir, que si bien los tres hermanos que conformamos la familia Balderas- Rodríguez vivimos en ciudades tan alejadas, siempre estamos buscando la ocasión para reunirnos al menor pretexto, así que esa no era la excepción. Decidimos que tocaba el turno a San Francisco, Cal., ciudad donde reside Arturo, el hermano mayor, aunque sólo sea de edad. Hacía ya una larga década, desde que nuestros padres aun vivían, que no nos reuníamos por aquellos lares y siendo además tan hermosos, nadie sería tan insensato como para desaprovechar la oportunidad de pasear por sus calles y sus plazas engalanadas con motivos navideños. Acordamos además, que dada la cercanía de San Francisco con la zona montañosa de la Sierra Nevada, valdría la pena una incursión a la zona de Lake Taho para practicar algo de esquí alpino; así que Arturo, como siempre generoso, rentó una cabaña para que pasáramos allí un albino y placentero fin de semana extendido. Se llegó por fin la fecha tan esperada, y antes de partir a la montaña pudimos gozar de una estancia de algunos días en la propia ciudad de San Francisco, durante la cual no faltaron las aventuras gastronómicas en cuanto restaurant de cocina exótica se nos ponía al frente; sin dejar de lado las incitantes comidas preparadas en casa. Su elaboración se extendía por largas horas y los sagrados alimentos se salpicaban de numerosas anécdotas chuscas, se espolvoreaban de chascarrillos y se salpimentaban con las ocurrencias de los participantes, sin faltar las notas picarescas agregadas en todo momento por Carlos, mi marido y cómplice desde hace más de cuatro décadas, quién gusta de aderezar con ellos sus amenas intervenciones y es capaz de animar cualquier ambiente. Todo esto debidamente escanciado por los elixires más sofisticados imaginados por Baco. No vaya a pensar el lector que todas estas actividades culinarias nos impedían visitar los innumerables atractivos turísticos esparcidos por doquier entre las ondulantes calles san franciscanas. El tiempo lo estirábamos al máximo y así pudimos visitar museos como el Presidium, parques nacionales enormes y boscosos, como el del Golden Gate, ciudades aledañas como Sausalito y Carmel, con sus fascinantes boutiques y galerías de estilo europeo y costosísimos artículos, Monterey con su inmenso acuario. No faltaron además, las jornadas de shopping por el barrio Chino y algunos grandes almacenes para satisfacer los impulsos consumistas de todos, ¿quién puede sustraerse a las tentaciones del consumismo, sin sucumbir a ellas? Hasta entonces las actividades se sucedían unas a otras sin mayores conflictos y la armonía familiar reinaba en el seno de la mejor convivencia. Los pocos motivos que encandecían el temperamento irascible de Arturo, eran sofocados por la sola presencia de Diana. En efecto, Diana es mujer de grandes talentos y dotes conciliatorios, sobre todo en el difícil arte de manejar los momentos turbulentos de Arturo; además siendo objetivos, mi hermano suele ser alegre, simpático y participativo, si se lo propone, siempre que alguien no ose cuestionar el ejercicio de su autoridad. La fecha de partir rumbo a las montañas llegó al fin y con ella hicieron su aparición los primeros conflictos. Por esas fechas, se había comunicado conmigo la prima “incómoda”, no por cuestión de su linaje, como podría pensarse, sino por haber recibido en herencia la mayor parte de la carga genética controladora e impositiva de la familia Rodríguez y digo la mayor porque la otra porción importante la comparte con mi hermano Arturo, mientras que a Marcela y a mí nos tocó sólo un poco. La prima Queta reside en Chicago y por esa razón casi no se le frecuenta. No obstante, la queremos bien y al enterarse que pasaríamos una estancia en San Francisco inmediatamente se anotó, junto con su esposo Ron, entre los asistentes al convivio. Nadie puso objeción. Para emprender el viaje juntos, nos dimos cita en casa de Julián, hijo de Arturo y Diana y único representante en esa ocasión de la generación de los chavos, que por cierto fue quién aportó ese toque de frescura que es siempre bienvenido en todo convivio. Las tensiones comenzaron poco después de arrancar los vehículos debido a las múltiples solicitudes por parte de Queta de parar durante el trayecto: a comprar café, a rentar las cadenas para las llantas del auto, a desechar los efluvios propios del cuerpo, etc., etc. Todo esto alteraba los planes del grupo de llegar cuanto antes al sitio, para que los amantes del esquí pudieran disfrutar aún de algunas horas de luz, mientras los demás habríamos de comprar los víveres o nos instalalaríamos en la cabaña que ansiosamente nos esperaba. Queta competía con Arturo en todo momento en liderar el grupo y cuestionaba incesantemente las decisiones de éste, por lo que el ambiente se tornaba cada vez más tenso. La presencia de Ron no arreglaba en nada la situación, pues si bien es un tipo tranquilo y culto, su compulsión por escudriñar los temas hasta las profundidades más recónditas del conocimiento, tornaba en soporíferas las otrora amables charlas de sobremesa. A este grupo de personas, ya de por sí bastante ecléctico, se sumaba la presencia de una pareja más: Morgan y Lys, el hermano y la cuñada de Diana respectivamente. Morgan un buen tipo, talentoso e intrépido esquiador, lo que le ha valido ser un reconocido rescatista, y si bien su manejo del español es bastante precario lo compensa ampliamente con ese gran carisma y don de gentes que posee, contrasta en cambio con el de su esposa Lys, quien es más bien reservada y taciturna. Por otro lado, había un elemento más que terminaba por complicar la situación y era la cuestión de la comunicación por causa del idioma, pues del total de los moradores de la cabaña, poco más de la mitad eran bilingües, español-inglés, una cuarta parte exclusivamente hispanoparlantes y la otra hablaba solo inglés, entonces ya sea por razones de temperamento o lingüísticas, existían algunas personas que no podían o no debían permanecer juntas entre sí, so pena de transformar los, hasta entonces, leves roces en conflictos mayores. Así las cosas, comencé a sentirme muy incómoda y hasta un poco responsable de haber propuesto a mis hermanos que invitáramos a Queta a nuestro encuentro, al mismo tiempo percibía una actitud hostil por parte de mi hermano hacia mí en descarga de lo que no podía manifestarle a Queta por elemental cortesía, dígase lo que se diga Arturo siempre ha sido un caballero y en su calidad de anfitrión, no podía ser descortés con los primos. Una noche fría en que ya no pude soportar más aquel malestar que me oprimía el alma y me impedía disfrutar cabalmente de aquellos paisajes majestuosos, salí a tomar el fresco y a sentir los copos de nieve que al caer se fundían con mis lágrimas, Marcela, que es muy sensible a mis sentimientos salió detrás de mí y caminamos por largo rato tratando de calmarnos una a la otra, pues ambas compartíamos sentimientos similares respecto a nuestro hermano, tan querido pero en ocasiones tan perturbador. Después de desahogarnos, regresamos a la cabaña y , coincidentemente Arturo salía para buscarnos, pues había notado nuestra ausencia, tal vez hasta intuía lo que nos estaba ocurriendo. No pude contenerme y le solté a bocajarro todos aquellos sentimientos arrecholados y reburujados que intentaban salir atropelladamente desde lo más recóndito de mi ser. Marcela, aprovechó el momento e hizo lo propio; Arturo replicó diciendo que nunca había tenido la más mínima intención de lastimarnos, los tres nos desnudamos el alma y nos fundimos en un fuerte abrazo que se prolongó por instantes que yo sentí eternos. A partir de entonces volví a disfrutar plenamente de todos los momentos que se sucedieron. El día previo a la partida fue una jornada esplendorosa, soleada y fría ideal para disfrutar al máximo de las virtudes de la nieve. Los más experimentados, Morgan, Julián y hasta Arturo se fueron a esquiar a las grandes cimas. Ron y Queta decidieron ir solamente a dar un paseo por el pueblito cercano y Carlos, más por condescender que por ganas, optó por acompañarlos. Diana, Lys, Marcela y yo nos fuimos a una estación de esquí para principiantes para corrernos una aventura extrema; Marce y yo, a sabiendas que estábamos corriendo un alto riesgo, por cuanto a nuestra ineptitud ancestral para los deportes nos caracteriza. Diana, la única experta de todas nos animaba y trataba de adiestrarnos; al principio la experiencia, aunque divertida, amenazaba con volverse frustrante, pues pasábamos más tiempo tiradas en la nieve o a cuatro patas tratando de levantarnos, que erectas sobre los esquíes que se nos cuatropeaban entre las piernas. Por fin después de múltiples intentos logré deslizarme por pequeñas pendientes por espacios que casi parecían largos minutos. Esos fueron algunos de los más memorables momentos de aquel viaje, todavía guardo en la memoria los inmaculados paisajes nevados, el viento frío acariciándome el rostro, la sensación de pequeñez de mi ser frente a la inmensidad que me rodeaba, pero sobre todo esa satisfacción interna de haber vencido los obstáculos, y no me refiero a los físicos sino los anímicos para lograr establecer esa comunión con la naturaleza, con la familia y principalmente conmigo misma. Si Dios existe esa fue la vez que más cerca he estado de Él. Martha Zenda Balderas Rodríguez |