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APUNTES DE GRAMÁTICA HISTÓRICA
Como se dijo arriba, España estaba habitada originalmente por pueblos muy diversos, reunidos bajo el nombre de Íberos o Celtíberos (los antiguos pueblos "españoles" que se fundieron con los invasores celtas). Estos pueblos se fundieron con los fenicios (hacia el 1.100 a.C.) y con pueblos griegos que inmigraron tras la caída de la hegemonía de Grecia en el Mediterráneo. Precisamente fueron los griegos los que le dieron el nombre de Iberia a la península, aproximadamente desde el siglo VI a.C., aunque los romanos siempre la llamaron Hispania. Los historiadores han construido ya de mucho tiempo acá un largo y denso relato que cuenta cómo el Imperio Romano se apoderó de España. Baste decir que para el siglo III d. C. ya Hispania era provincia romana, y empezaba a organizarse políticamente según las pautas imperiales, a pesar de las muchas guerras e insurrecciones (sobre todo de los pueblos del interior). Para el año 409 se imponía definitivamente la Lengua Latina y, todo ese territorio, donde "no se había producido ninguna cosecha intelectual alguna, se convirtió –por obra de la civilización latina– en un semillero de personalidades eminentes", en palabras de Nicolás Bayona Posada. Para hacer el cuento corto: desde el s. II a.C. hasta el siglo V d.C. España hizo parte del Imperio Romano, pero cuando éste cayó toda la península fue invadida por los bárbaros (visigodos). Empero, éstos adoptaron también la Lengua Latina, enriqueciéndola. Después vino la invasión de los árabes y los judíos, desde el 711 hasta el año de 1492. Durante esos siglos el latín llegó naturalmente a su decadencia, y a medida que España se iba convirtiendo en una nación, y luégo en un Estado, así mismo fue evolucionando la lengua. Menéndez Pidal indica que, ya desde el s. VIII de nuestra era, había en España un deseo de escribir y hablar con independencia del Latín. Claro que el Latín seguía vivo: el vulgar era el que se hablaba normalmente, era la lengua del pueblo y la que dio pie a la evolución idiomática, por ser flexible y abierto; el latín culto era el de las clases altas, principalmente del clero, y seguía el modelo de los oradores romanos clásicos, era el que se emulaba de César y Cicerón, y por tanto mucho más estable y cerrado.
El nombre de la lengua procede de la tierra de castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede hablarse de ella. Por entonces existían cuatro grandes dominios lingüísticos en la Península: castellano, leonés, aragonés y mozárabe. El castellano fue tan innovador en la evolución del latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político. A esta época pertenecen las Glosas silenses y las Glosas emilianenses, del siglo X, que son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y construcciones que no se entendían ya. Las primeras se escribieron en el monasterio benedictino de Silos, donde para aclarar el texto de un penitencial puede leerse "quod: por ke", "ignorante: non sapiendo"; las Glosas emilianenses se escriben en el monasterio de San Millán de la Cogolla o de Suso. Los estudios latinos recobraron fuerza y ayudaron a dar forma a este romance español, al Castellano en formación. Predominó entonces la lengua española por sobre todos los dialectos, idiomas y argots que se extendían por España. El español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X. Pero no fue sino hasta la aparición de Antonio de Lebrija (o Nebrija) en el siglo XV que se dieran unas reglas concretas y empezara la Gramática Española. La publicación de la primera gramática castellana de Elio Antonio de Nebrija en 1492, fecha del descubrimiento de América y de la toma de Granada por los Reyes Católicos, establece el inicio del Castellano Moderno. Posteriormente vino la conquista de América y la Lengua Española se adoptó por gracia de Dios en todas las indias, en toda Latinoamérica, especialmente merced a la evangelización de los misioneros españoles. Cabe anotar aquí que algunos de ellos también procuraron redactar gramáticas indígenas, algunas de las que se conservan todavía hoy. El resto es historia. Introducción Descripción temática: En el idioma español, la ortografía tiene un lugar social considerable. Es importante conocer sus normas. Lengua española, lengua románica, derivada del latín, que pertenece a la subfamilia itálica dentro del conjunto indoeuropeo; es el idioma de España y de las naciones de Sudamérica y Centroamérica —excepto Brasil, las Guayanas y Belice—, y, en el Caribe, de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana; cuenta con unos cuatrocientos millones de hablantes, entre los que se incluyen los hispanos que viven en Estados Unidos y algunos cientos de miles de filipinos, así como los grupos nacionales saharauis y los habitantes de Guinea Ecuatorial en la costa occidental africana. 2. Castellano O Español Esta lengua también se llama castellano, por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas. Son esos hablantes bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo la lengua: castellano entendido como ‘lengua de Castilla’. En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y español. En los primeros documentos tras la fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por acuerdo la denominación de lengua española. Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en un libro titulado Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres (1943). Volver a llamar a este idioma castellano representa una vuelta a los orígenes y quién sabe si no sería dar satisfacción a los autores iberoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés Bello, Rufino José Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti. Renunciar al término español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua que tan abierta ha estado para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su condición. Por otro lado, tanto derecho tienen los españoles a nombrar castellano a su lengua como los argentinos, venezolanos, mexicanos, o panameños a calificarla como argentina, venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual podría significar el primer paso para la fragmentación de un idioma, que por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo. En España se hablan además el catalán y el gallego, idiomas de tronco románico, y el vasco, de origen desconocido. Orígenes Como dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el latín vulgar, propagado en España desde fines del siglo III a.C., que se impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de no ser una de ellas. De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos autónomos conservados hasta nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló, como: cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza. Otros autores atribuyen a la entonación ibérica la peculiar manera de entonar y emitir el latín tardío en el norte peninsular, que sería el origen de una serie de cambios en las fronteras silábicas y en la evolución peculiar del sistema consonántico. Otro elemento conformador del léxico en el español es el griego, puesto que en las costas mediterráneas hubo una importante colonización griega desde el siglo VII a.C.; como, por otro lado, esta lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado en el español en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, los términos huérfano, escuela, cuerda, gobernar, colpar y golpar (verbos antiguos origen del moderno golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue pórpola y polba) proceden de épocas muy antiguas, así como los topónimos Denia, Calpe. A partir del renacimiento, siempre que se ha necesitado producir términos nuevos en español se ha empleado el inventario de las raíces griegas para crear palabras, como, por ejemplo, telemática, de reciente creación, o helicóptero. Entre los siglos III y VI entraron los germanismos, en su mayor parte a través del latín por su contacto, entre los siglos III y V, con pueblos bárbaros muy romanizados. Forman parte de este cuerpo léxico guerra, heraldo, robar, ganar, guiar, guisa (compárese con la raíz germánica de wais y way), guarecer y burgo, que significaba ‘castillo’ y después pasó a ser sinónimo de ‘ciudad’, tan presente en los topónimos europeos como en las tierras de Castilla, lo que explica Edimburgo, Estrasburgo y Rotemburgo junto a Burgos, Burguillo, Burguete, o burgués y burguesía, términos que entraron en la lengua mucho más tarde. Hay además numerosos patronímicos y sus apellidos correspondientes de origen germánico: Ramiro, Ramírez, Rosendo, Gonzalo, Bermudo, Elvira, Alfonso. Poseían una declinación especial para los nombres de varón en -a, -anis, o -an, de donde surgen Favila, Froilán, Fernán, e incluso sacristán. Junto a estos elementos lingüísticos también hay que tener en cuenta al vasco, idioma cuyo origen se desconoce, aunque hay varias teorías al respecto. Algunos de sus hábitos articulatorios y ciertas particularidades gramaticales ejercieron poderosa influencia en la conformación del castellano por dos motivos: el condado de Castilla se fundó en un territorio de influencia vasca, entre Cantabria y el norte de León; junto a eso, las tierras que los castellanos iban ganando a los árabes se repoblaban con vascos, que, lógicamente, llevaron sus hábitos lingüísticos y, además, ocuparon puestos preeminentes en la corte castellana hasta el siglo XIV. Del substrato vasco proceden dos fenómenos fonéticos que serán característicos del castellano. La introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro, cazurro, guijarro, pizarra, llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno al latín y a todas las lenguas románicas, que es, sin embargo, uno de los rasgos definidores del sistema fonético español; se trata del fonema ápico-alveolar vibrante múltiple de la (r). La otra herencia del vasco consiste en que ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición inicial, las palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas tempranas por una aspiración, representada por una h en la escritura, que con el tiempo se perdió: así del latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es irin. La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, el español entre ellas, pues los árabes asentaron su dominio en la península durante ocho siglos. Durante tan larga estancia hubo muchos momentos de convivencia y entendimiento. Los cristianos comprendieron muy pronto que los conquistadores no sólo eran superiores desde el punto de vista militar, sino también en cultura y refinamiento. De su organización social y política se aceptaron la función y la denominación de atalayas, alcaldes, robdas o rondas, alguaciles, almonedas, almacenes. Aprendieron a contar y medir con ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas; aprendieron de sus alfayates (hoy sastres), alfareros, albañiles que construían zaguanes, alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas que cuidaban y regaban por medio de acequias, aljibes, albuferas, norias y azadones. Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín ‘saponem’. Añadieron el sufijo -í en la formación de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos topónimos como por ejemplo Zaragoza de "Caesara(u)gusta", o Baza de "Basti". No podría entenderse correctamente la evolución de la lengua y la cultura de la península sin conceder a la influencia del árabe el lugar que le corresponde. |