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Cantidad de población. Interesa a la política el problema de la cantidad de población, o sea, el número de hombres que forman su elemento humano. La ciencia política griega pensó al Estado (o polis) como organización de una convivencia cuantitativamente reducida en sus integrantes: una comunidad pequeña. Siglos más tarde, Rousseau manejará un punto de vista similar, sugiriendo poblaciones no mayores de diez mil hombres. Actualmente, los Estados contemporáneos san generalmente de población masiva. Antecedentes análogos, pero de menor difusión, encontramos en el Imperio Romano, en la España de Carlos V, etc. Estados con población reducida asumen una política de crecimiento demográfico, sea estimulando la natalidad, sea promoviendo la inmigración. Estados con población excesiva suelen predicar o practicar, en cambio, el control de la natalidad para frenar y evitar la superpoblación, y a veces emplean la tesis del espacio vital para extender su territorio y descongestionar a la población en nuevas áreas geográficas. La ética política tiene principios, que formular cuando las medidas de contención o reducción o población invaden el ámbito de la conciencia humana (control artificial de la natalidad), o llegan a medios perversos (esterilización, eliminación de enfermos, ancianos, etc.), o violan la independencia de otros Estados (imperialismos que anexan territorios de otros Estados). Densidad de población. La densidad de población se refiere a la relación entre el número de habitantes y el territorio; hace al grado de distribución y condensación humanas, midiendo el grado de proximidad física entre los individuos. La densidad se obtiene según el número de hombres por kilómetro cuadrado. Se comprende que un Estado con territorio amplio y población numerosa puede tener poca densidad de población si el agrupamiento por kilometraje es reducido en número; y que un Estado con población inferior a otro puede tener mayor densidad de población si por kilómetro convive un número de hombres más elevado. Normalmente, la densidad más alta se acusa en las grandes ciudades, lo cual no quiere decir que sea un fenómeno privativo de los conos urbanos. Calidad de población. La calidad y composición de la población atiende a la índole, cultura, caracteres y especificaciones del elemento humano. En este, orden de cosas, se habla de población homogénea y de población heterogénea. Lo de “homogéneo” y “heterogéneo” depende del criterio que se adopte para establecer las diferencias que pluralizan a ‘la población; puede ser la raza, la nacionalidad, la religión, la educación, los recursos económicos, etc. Así, hay quienes consideran una población homogénea cuando la casi totalidad de los hombres pertenecen a la misma raza o estirpe, sin preocuparse por averiguar si tienen religión, idioma o educación dispares. Alemania nacionalsocialista estimuló la homogeneidad de raza en la población a través de una política basada en el mito de preservación y pureza biológica de la raza aria, con persecuci6n encarnizada de los judíos. La España de los Reyes Católicos procuró la homogeneidad religiosa a través de la unidad católica, expulsando a moros y judíos no conversos, etc. Los Estados nacionalistas asumen, por su parte, una política de hostilidad a los extranjeros (la definición del Estado como organización política de la nación utiliza ideológicamente esta posición). En todas estas posturas hay una toma de posición valorativa que considera de mejor calidad o de calidad óptima a una población que presenta homogeneidad en el aspecto elegido: étnico, nacional, religioso, etc. A veces, la población resulta espontáneamente homogénea en alguno o en varios de los aspectos señalados, según sea el origen y el modo como se ha formado y mantenido. Otras veces, resulta heterogénea porque se ha formado un Estado con poblaciones que antes componían Estados diferentes, lo cual ha acontecido —por ej.— después de grandes guerras internacionales (caso de Yugoslavia) o de revoluciones (caso de la Unión Soviética a partir de la revolución rusa de 1917). Homogeneidad y heterogeneidad de la población plantean el problema de las minorías, o sea de los grupos humanos que, por raza, religión, nacionalidad, cultura, etc., acusan diferencias con el núcleo mayoritario de población homogénea. Las minorías deben ser respetadas y no perseguidas, y ese respeto se les debe tanto en cuanto grupo como en la persona de cada uno de los hombres que lo forman. Es arbitrario colocarlas en situación política y jurídica de inferioridad, y discriminarlas injustamente. Como principio, tampoco debe forzárselas a desvanecer o perder sus peculiaridades y estilo, ni a renegar de su idiosincrasia, ni a desarraigarlas de su ámbito natural, porque un cierto pluralismo es bueno y fecundo. b) El territorio. El territorio es otro elemento del Estado. O sea que para que haya Estado, ha de haber un territorio. Las demás asociaciones humanas se constituyen exclusivamente con hombres, en tanto el Estado es una asociación territorial o espacial porque requiere la base el marco físico y geográfico donde se agrupan y conviven los hombres. Parecería que hasta la época moderna, en que los Estados delimitaron dicho espacio territorial con fronteras fijas, el territorio no llegó a ser considerado doctrinariamente como elemento del Estado. No obstante, aun en las poblaciones nómades y sin territorio fijo, la base geográfica de la convivencia no sedentaria permite afirmar que toda organización política ha contado siempre con un contorno físico-territorial. El territorio juega una importancia muy grande entre los elementos del Estado: a) delimita el ámbito espacial donde se ejerce el poder de ese Estado; hombres y cosas que se hallan dentro de ese ámbito caen, en principio, bajo dicho poder; es, pues, un problema de jurisdicción política; b) si lo dicho trasunta el rol político del territorio hacia adentro; podemos decir que hacia afuera importa afirmar la independencia estatal, excluyendo por un lado el ejercicio de otro poder político en el área propia del Estado, y extinguiendo el poder del Estado cuando se está más allá y fuera de sus fronteras. En suma, el territorio señala hasta dónde se ejerce espacialmente el poder del Estado, y desde dónde ya no se ejerce. El territorio comprende, no sólo: a) el suelo o tierra, sino también: b) el subsuelo, y c) el espacio aéreo. Para los Estados que tienen litoral marítimo: d) un cierto espacio de mar adyacente a las costas, que se subdivide en: d.1) mar territorial propiamente dicho, y d.2) zona contigua o mar jurisdiccional, con más: d.3) la llamada plataforma submarina. Geopolítica. La geopolítica se dedica a estudiar la influencia que el territorio juega sobre el Estado y sobre el régimen político, así como la relación que los fenómenos políticos guardan con el espacio físico. En otros términos, se trata de describir y descubrir los factores geográficos que inciden o repercuten en la actividad política. Una posición extrema, de carácter determinista, puede llegar a la afirmación de que los fenómenos políticos son consecuencia necesaria, en buena parte, de esos factores geográficos y físicos. Una posición moderada reconoce que, sin existir esa especie de ley física de causalidad necesaria, los factores geográficos tienen importancia en el obrar político. a) En primer lugar, cabe hacerse cuestión del tamaño físico del Estado, es decir, de la dimensión de su territorio, así como antes se planteaba el tema de la cantidad de la población. En este orden de cosas, y según la diferente perspectiva- que se maneje, se dirá que un Estado con territorio pequeño cuenta con mejores posibilidades para gobernarlo y administrarlo bien, para defenderlo, para ocuparse de su población, .para facilitar la participación política de los individuos, etc. Con otra óptica, un territorio dilatado proporciona mayor ámbito de progreso para extender la población, la explotación de los recursos naturales, el desarrollo de una economía propia e independiente, etc. Si se conecta otra vez el elemento territorio con el elemento población, surgen los temas de la densidad de población, la despoblación, la superpoblación, y el “espacio vital”. Un territorio extenso con escasa población dificulta el progreso, y puede originar zonas llamadas “pasivas” desde el punto de vista político, debido a la intolerancia de ciertos sectores territoriales para la radicación humana, o de zonas resistentes a la mano de obra, a la penetración de la vida social, etc. Se trata de lugares que, por la dificultad que el medio ofrece a la convivencia, resultan poco o nada aprovechables. La dilatación del territorio puede, en otro tipo de consideraciones, estimular la descentralización política, por las particularidades de toda clase que engendran las divisiones o demarcaciones geográficas de orden natural, así como también por lo dificultoso o inexitoso de un gobierno y una administración centralizados. b) La ubicación del territorio ejerce otra influencia relevante. La situación geográfica puede dar lugar a Estados cerrados o en aislamiento —por ej.: sin salida al mar, o al contrario, a Estados insulares; Estados enclavados entre montañas o rodeados de desiertos, etc. Ello origina un repliegue hacia adentro por falta de contacto vital en las fronteras, por la dificultad en el acceso y en las comunicaciones, etc.; por otro lado, produce como estímulo una tendencia a vencer la resistencia del medio, a fin de obtener vías de comunicación internacional. Cuando hablamos de ubicación, es preciso tomar en cuenta no sólo la estrictamente territorial o física, sino la que, sin dejar de ser geográfica, es también política. En caso de guerra —por ej.— puede ser más difícil la neutralidad cuando los Estados que son parte en el conflicto lindan con el que aspira a no comprometerse en la conflagración; en la expansión de los totalitarismos de tipo revolucionario, pueden ser víctimas inmediatas los Estados limítrofes, que se convierten en Estados satélites o de periferia —por ej., el caso de las democracias populares de molde marxista, que tienen su polo político en la Unión Soviética—. c) En cierto sentido, la feracidad o esterilidad del territorio, la abundancia o ausencia de recursos naturales del suelo, del agua, de la plataforma submarina, la existencia de cursos fluviales con puertos y con cauces navegables, etc., repercuten en la economía, la industria, las formas de producción, el comercio, la política aduanera, el tráfico en general, mostrándonos cómo el espacio físico brinda o retacea marcos a otros factores económicos y políticos que tienen gravitación en el Estado. d) El clima, que en alguna medida tiene vinculación con el territorio y la ubicación geográfica, ha sido objeto de estudio en las influencias del medio sobre la política. Bodin y Montesquieu —por ej.— han incorporado su estudio a la ciencia política. El espacio vital. La expresión “lebensraum” —que significa “espacio vital”— se debe a Federico List. Desde entonces se utiliza para designar la necesidad que un Estado tiene de desarrollar su actividad política en un espacio geográfico suficiente. Esta “suficiencia” de su dimensión física puede depender de varias cosas: de la densidad de población, de su economía y sus recursos naturales, de su propia ideología política (según sea totalitaria, imperialista, expansiva, etc.). En principio, no es objetable políticamente la noción de que todo Estado requiere un territorio suficiente que le proporcione un “espacio vital”. Pero de ahí en más hay que precaverse de la tendencia que da facilidad a un Estado, cuando choca con sus fronteras, para expandirse hacia afuera en detrimento de otros. La pretendida necesidad geográfica de dilatación se conecta con el maquiavelismo político, y desemboca en la absorción de territorios ajenos, sea por anexión, invasión, conquista, etc. Hay que tener cuidado con el mito político de que el encuadramiento territorial de un Estado permite legítimamente el despliegue total de su potencialidad para salir de la clausura geográfica y superar la mentada asfixia que lo comprime dentro de su propio territorio. La tesis del espacio vital suficiente no puede usarse totalmente desvinculada de la ética y de la justicia, ni ser un criterio supremo o absoluto en desmedro de la independencia de los demás Estados. Toda solución, en el orden interno y en el internacional, ha de buscarse por medios lícitos y justos. c) El poder político. El poder es el tercer elemento del Estado. La palabra “poder” sugiere de inmediato la idea de pujanza, de fuerza, de energía; cuando yo digo que puedo algo, que tengo poder para algo, quiero decir que dispongo de capacidad, de aptitud, de facultad, de fuerza para ello, que tengo a mi favor o puedo desplegar una cierta energía o actividad. Se sostiene que, el vocablo “poder” a solas no significa nada, porque la palabra poder no es un sustantivo sino un verbo sustantivado, y que por ende encierra una idea de medio y de relación: no “se puede” a secas, sino que “se puede” algo. De ahí que donde haya un fin a cumplir habrá un “poder” para cumplirlo, o sea, la capacidad y la energía necesarias para alcanzar dicho fin. Cuando estudiamos el fin del Estado, vimos ya la relación entre el fin y el poder: el Estado “puede” o tiene poder en orden al fin. En el meollo del poder descubrimos entonces una fuerza o energía, que traducen potencialidad y pujanza. No se trata de fuerza física exclusivamente, ni tampoco fundamentalmente. Más bien, una energía moral y fáctica, una “autoridad” en el sentido de predominancia social que logra acatamiento, y unas posibilidades concretas y empíricas. Diríamos que es fuerza en sentido cualitativo y no cuantitativo. Recuérdese que al explicar la relación recíproca entre mando y obediencia, afirmamos en cita de Jellinek que el poder es obediencia transformada, o sea, que la energía y la fuerza con que cuenta el poder provienen, en su dosis o medida concretas, del asentimiento comunitario que les da sustento y que las respalda: poder bebe su energía en y de la comunidad. d) El gobierno. Hemos agregado un cuarto elemento del Estado, que es el Gobierno. El poder como aptitud o capacidad de acción que denota energía y fuerza políticas, es una “potencia”, una disponibilidad, que requiere ser puesta en “acto”, en ejercicio, ser impulsada y movilizada. Hacen falta hombres que sean titulares del poder y que lo ejerzan, que desplieguen y usen aquella capacidad. o energía. A los hombres titulares del poder o gobernantes los llamamos, en su conjunto, “el gobierno”. Las normas jurídicas describen a las personas físicas que ejercen el poder como órganos del poder o del Estado. “Poder-gobierno-órganos”, es la trilogía que señala la capacidad de actividad, puesta en ejercicio por el gobierno, que se compone de órganos. Y todavía restará decir que el poder, siendo uno, se desglosa y descompone en actividades diversas que son las funciones del poder (por ej.: legislar, administrar, juzgar). El gobierno, pone en acto y ejercicio al poder. Si despojamos al verbo “detentar” de su acepción peyorativa, decimos que los gobernantes (el gobierno) detentan el poder, porque ejercen el poder, lo titularizan, lo tienen en sus manos. El gobierno representa al Estado y actúa en su nombre. Lo que hace el gobierno en ejercicio del poder se atribuye o imputa a la persona jurídica “Estado”. El Estado actúa por representación, o sea, a través del gobierno que ejerce el poder. Los órganos del poder, en ejercicio de sus funciones, son órganos representativos —no del pueblo, sino del Estado mismo—. La teoría de la división de poderes. Si un hombre solo, o varios que formaran un único órgano del poder; ejercieran el poder en la variedad de todas sus funciones, la concentración podría degenerar en un poder absoluto, en una falta de control, en una tiranía, etc. Cuando se quiere proteger la libertad, impedir el abuso del gobernante, evitar la desorbitación del poder, se elabora una ideología y una técnica que la lleva a la práctica de la mejor manera posible. Montesquieu dice que el hombre que tiene poder, tiende a abusar de él, y que por ello hay que frenar o detener al poder. ¿Cómo?: dentro del mismo poder, con el mismo poder. Y para lograrlo, inventa novedosamente la teoría de la llamada división de poderes: en vez de acumular todas las funciones en un solo órgano, establece varios órganos entre los que reparte las funciones. No es que el poder se divida, porque el poder es único e indivisible; lo que se divide y separa son los órganos que ejercen el poder y las funciones que se encomiendan a esos órganos. Cabría, pues, hablar de separación más que de división, y aún así añadir que se separan órganos y funciones del poder. Lo que ocurre es que .a cada órgano con su masa de competencias suele llamárselo “poder”: poder legislativo, poder ejecutivo, poder judicial; y de allí surge la fórmula pluralizada de “poderes” con una división. Pero en rigor, la división es separación orgánica (de órganos) y funcional (de funciones) dentro de un mismo poder (que es el poder político o poder del Estado). La separación orgánica y funcional está destinada a actuar como un freno recíproco entre los distintos “poderes”, y a originar en las relaciones de los mismos un mecanismo de equilibrio y contrapeso. Actualmente, se llega a decir que el sistema divisorio funciona de alguna manera como una técnica de control recíproco entre los distintos órganos o “poderes” separados. ---o--- |
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