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El socialismo del siglo XXI
Modelo para armar y desarmar
por Juan Carlos Monedero *

1. El socialismo del siglo XXI debe encontrar nuevas definiciones de la naturaleza humana que no basen todas las transformaciones en un deseo de "humanidad para sí" de difícil cumplimiento.





Jorge Contreras, Sin título

Herencia de la Ilustración, el socialismo ha cometido el error de pensar que el ser humano no solamente era "bueno" sino que, además, era "perfectible". Esto no quiere decir que lo contrario sea cierto, esto es, que, como planteó Hobbes, el hombre sea "un lobo para el hombre". El ser humano tiene un fuerte instinto de supervivencia, que lo lleva a comportamientos individualistas y a comportamientos grupales.

Hoy sabemos que las circunstancias nuevas hacen más por la transformación que el supuesto "hombre nuevo" (que, como hemos visto durante el siglo XX, cae constantemente en vicios viejos). Las condiciones sociales llevan, incluso, a modificaciones genéticas. Pueblos que viven de plantar arroz en humedales han desarrollado alelos que les hacen más inmunes al paludismo. Todo esto insiste en la naturaleza social del ser humano.

En conclusión, al renunciarse a la polémica acerca de la bondad o maldad del ser humano, se insistirá más en construir articulaciones sociales que entiendan que los humanos, separados de cualquier responsabilidad social, caen más cerca de los 4 millones de años de nuestra condición "pre sapiens" que de los 400.000 años en que culminó nuestra evolución como especie. Porque todavía no somos "humanos", reforcemos los mecanismos sociales (sobre todo los valores) para que caminemos en esa senda evolutiva que nos permita alcanzar ese estadio superior que es el socialismo.

2. El socialismo del siglo XXI no se define desde las vanguardias, sino que se construye con un diálogo abierto y real alentado y posibilitado por los poderes públicos.

La suma de las reivindicaciones emancipatorias de los movimientos sociales (aquellas que no incorporen nuevos privilegios), constituye el fresco general de la tarea pendiente del socialismo a comienzos del siglo XXI. Ya han pasado los tiempos donde una vanguardia que se definía como tal a sí misma dictaba los contornos del futuro. La inteligencia real genuina es la colectiva (el lenguaje es colectivo), que se construye no forzando a una homogeneidad obligatoria, sino a través del encuentro voluntario entre las distintas emancipaciones.

Hacen falta pensadores, equipos de gente que proponga ideas, expertos y técnicos que posean certezas acerca de la viabilidad de las propuestas en el corto, el medio y el largo plazo; pero solamente los pueblos tienen la inteligencia colectiva necesaria para saber qué es lo que quieren, cómo lo quieren y cuándo lo quieren. El socialismo del siglo XXI se debe armar a través de un diálogo abierto con la sociedad, los movimientos sociales, los partidos políticos, las administraciones públicas, y también con los poderes reales que aún gobiernan cada una de las distintas sociedades.

Por eso es que se estará también desarmando constantemente. Esa pluralidad significa también que cada colectivo, pueblo, nación tiene sus propias características. El Estado no es igual en Europa que en África o América Latina; la iglesia no responde a las mismas inquietudes en España o Roma que en El Salvador o Colombia. No es igual la iglesia de los barrios de Caracas que la que representa a la jerarquía venezolana. Los partidos políticos o las reglas electorales no operan de la misma manera en todos los países.

Cada Estado tiene sus reglas de comportamiento propias, así como especificidades que reclaman comportamientos diferentes (la presencia de paramilitares y narcotraficantes, de mafias, de tramas consolidadas de corrupción, la existencia de guerrilla, la cercanía a los Estados Unidos, el tipo de países a los que se orientan las inversiones, la dependencia o independencia de las Cortes de justicia, la lealtad constitucional del gobierno o de la oposición, la base económica, los conflictos sociales, etc.). Pero también es cierto que el capitalismo homogeneiza comportamientos y globaliza su actuación. El socialismo del siglo XXI es, al tiempo, global y local: se arma desde las propias especificidades y articula su alternativa en un mundo crecientemente interdependiente. Se orienta en el desempeño local, y se esfuerza por encontrarse con sus iguales en el resto del planeta.

Una de las tareas de la administración pública es coordinar esa gran empresa de articulación de las diferentes emancipaciones, de definición pública del socialismo del siglo XXI. Para ello puede ponerse en marcha una gran auditoría ciudadana como la impulsada en algunos países de América Latina (un gran FODA –fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas- nacional), o pueden impulsarse las redes ciudadanas, universitarias, políticas, sindicales, profesionales y sociales para construir el "mapa" que cartografíe ese nuevo socialismo (como se ha hecho en algunos lugares de Europa).

La conclusión es que el socialismo del siglo XXI es dialéctico, está en constante construcción, está sometidos a la contraloría constante del pueblo y al escrutinio de los técnicos y de los responsables políticos (que harán ver que no es lo mismo el sueño que la realidad y que confundirlo le corta las alas a la utopía). Esto supondrá, como obligación del Estado, una constante transparencia pública (que ya iniciara la socialdemocracia escandinava a comienzos del siglo XX como el sector más avanzado de la socialdemocracia europea).

La puesta en marcha de una definición colectiva en donde participe todo el país, donde la gente exprese cómo debe ser ese socialismo, construye una cultura política de la transparencia que ya supone un paso en la dirección que se busca. Participar es trabajar de más, pero también es el principal recurso para que la ciudadanía asuma las decisiones políticas como propias, algo cada vez más alejado en las formas de democracia representativa crecientemente aquejadas de "burocratismo" (que genera casos como el referéndum francés sobre la Constitución Europea: 90% de apoyo parlamentario; 60% de rechazo popular –sin contar la abstención-)

3. El socialismo del siglo XXI ha aprendido de los errores del siglo pasado y ya no intercambia justicia por libertad

Desde hace cinco siglos el capitalismo ha impuesto su lógica depredadora por todo el planeta, sometiendo a pueblos, naturaleza, clases, mujeres, indígenas, etc. a todo tipo de miserias y reduciendo los intercambios humanos a intercambios de mercancías.

La oposición más elaborada al capitalismo fue el socialismo del siglo XX, pero cometió errores que alejaron a los pueblos del mismo. Sabemos que el capitalismo nunca hará autocrítica, pero el socialismo tiene que hacerla. El socialismo del siglo XXI ayudó a muchos pueblos y ese ejemplo sigue siendo válido. Pero mal se asumiría el esfuerzo de emancipación si, preservando la luz, no se hiciese un gran esfuerzo para desterrar las sombras.

Al final del capítulo II de El Manifiesto comunista escribían Marx y Engels: "El lugar de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus contradicciones de clase, será ocupado por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos". La libertad individual como base de la libertad colectiva, muy al contrario de la deriva totalitaria en que desembocó el socialismo en muchos países que enarbolaron su bandera. En otras palabras, en nombre de la libertad futura no puede abolirse la libertad presente. Eso es lo que dicen Marx y Engels, no lo contrario. El socialismo del siglo XXI refuerza el desarrollo de las personas, y al tiempo garantiza los derechos de los pueblos y de los colectivos.



Mercedes Pardo. Maqueta de vitral, 1988

El socialismo del siglo XXI es incompatible con planteamientos represivos y disciplinarios que en el siglo XX, en especial en el ámbito soviético, asumió la izquierda. En conclusión, ni el egoísmo debe impedir el desarrollo colectivo, ni el colectivismo debe ahogar la libertad individual. Por eso necesitamos valores muy fuertes que formen e informen. La mejor identificación de los pueblos debe ser con los proyectos que hay detrás de los valores. Los valores son los mapas con los que las sociedades se orientan. Si las sociedades tienen muy despiertos sus valores, ni el egoísmo individualista ni la pérdida de libertad individual se harán fuertes en nuestras sociedades.

Una sociedad "politizada" es una sociedad que defiende en su vida cotidiana los valores que la informan. Siendo una tarea de todos, se hacen menos importantes las vanguardias, los gendarmes de la doctrina, los sacerdotes de la ortodoxia. La democracia de todos es el mejor antídoto contra la dictadura de cualquier tipo. Y democracia es ciudadanía formada, consciente y responsable siempre ante la mirada despierta –pero no inquisidora- de todos los demás miembros de la comunidad que nos reclaman día a día nuestro compromiso como miembros de una colectividad.

4. El socialismo del siglo XXI es alegre, pues ha aprendido que un socialismo triste es un triste socialismo

Como se ha dicho, participar es trabajar de más. Pero esa participación no debe nunca articularse como un trabajo forzado. Son los mismos valores sociales los que recuerdan la equivocación a los que renieguen de los intereses colectivos. Individuos libres que encuentran el sentido de la vida con los demás, pero no necesariamente en la disolución en los demás.

Los griegos clásicos se referían a los que no tenían interés por lo público como idiotes, los que tenían una carencia, precisamente la del interés por lo público. De ahí viene la palabra idiota. Es realidad, no hay nada más idiota, que pensar que somos Robinsones en una isla en la que sobrevivimos por nuestra inteligencia y no porque hemos sido socializados, porque podemos disfrutar de lo que ha creado la sociedad y acerca de lo cual nos ha instruido.

El individualismo es una ideología impulsada por un sistema, el capitalismo, que necesitaba individuos dispuestos a vender su mano de obra de manera individual en el mercado de trabajo. Por eso el capitalismo se impuso rompiendo todos los lazos sociales (comunidades, mutualidades, redes de solidaridad), de manera que las personas sólo tuvieran la salida de la proletarización para sobrevivir. Apenas salvaguardó el capitalismo la red familiar como institución funcional para la reproducción del trabajo, transformándola en una unidad de producción y consumo carente de democracia interna para los hijos y las mujeres. Por el arte, por la expresividad, por el sentimiento se han encontrado a menudo vías de escape desde espacios sociales que sólo estaban pensados para permitir el desarrollo del sistema capitalista.

Somos pasión y razón, individuos y seres sociales, anhelantes de felicidad particular y dispuestos biológicamente, si el contexto lo permite, a compartir nuestra vida con aquella comunidad que nos permite ser humanos (está demostrado por los paleontólogos que las primeras experiencias de solidaridad coinciden con el uso compartido de instrumentos que permitieron un uso más eficiente de las capturas en la caza).

El socialismo del siglo XXI no puede repetir una promesa de bienestar futuro a cambio de todos los sacrificios hoy. Cada vez que se alcanza un logro, un niño que sana o aprende, una persona que accede a un trabajo digno, una persona mayor que puede vivir en libertad porque tiene cubiertas las necesidades mínimas, una mujer que recupera su cuerpo, ahí estamos construyendo felicidad y alegría y, por tanto, estamos accediendo al socialismo del siglo XXI. "Militar" en una organización no puede ser una cosa impuesta, oscura, teñida de dolor y entrega mártir.

Hacer trabajo colectivo es un sacrificio pero también es la satisfacción de la tarea bien hecha. Interesarnos por los demás, tener com-pasión, dar amor no puede ser algo obligatorio, pero sí debe ser algo que todos sepamos que nos hace más humanos (de la misma manera que el individualismo nos deshumaniza). La alegría no es acumular bienes (¿para qué querríamos riquezas materiales en una isla?) sino acumular respeto, autoridad, amigos, satisfacción de la tarea bien hecha. El capitalismo acumula riquezas materiales; el socialismo del siglo XXI acumula pueblos contentos y alegres. No existe un socialismo científico opuesto a un socialismo utópico. La utopía es concreta, nace de hoy, sueña sueños con los pies en el suelo. Pero sueña.

Por eso, este socialismo incorpora las artes a sus formas de protesta. Sabe que la música, el teatro, la literatura, la pintura, las expresiones populares (aquellas en las que caben y se pueden ver representados todos) son formas de construir la alternativa. La risa es revolucionaria, de la misma manera que el llanto formará parte de esa lucha. Pero el llanto viene, no debe buscarse, mientras que la alegría y la risa son objetivos políticos. La condición gris del capitalismo, de la guerra, de la depredación de la naturaleza, del hambre, de la explotación del hombre por el hombre debe contrastar con la explosión de vida mejor que promete el socialismo.

No hay sacrificio ahora para una supuesta felicidad luego. Pero no hay que confundir este contrato social de alegría con el necesario esfuerzo que todo logro reclama. Para ver de más lejos hay que hacer el esfuerzo de subirse al árbol. Pero debe entenderse que cada vez que el socialismo recurra a la fuerza es porque habrá fracasado a la hora de encontrar los métodos que le son propios: los de la vida, los de la alegría. Un socialismo alegre, amable, respetuoso, será alegría, amabilidad y respeto. Todo lo que no puede ser un sistema basado en la lucha de todos contra todos.

5. El socialismo del siglo XXI apuesta por la educación como objetivo esencial



Mercedes Pardo. Luna azul, 1991

Los pueblos cultos tienen más probabilidades de ser pueblos libres. Subdesarrollo e incultura vienen de la mano. La educación de los niños y, dando un paso más, la educación permanente de los adultos, es una herramienta para los pueblos que debe ser cuidada pues constituye su principal caudal de inteligencia y libertad. En esta dirección, un nuevo socialismo tiene que plantearse una tarea principal que ya fue abordada, en su vertiente, por el socialismo del siglo XX: la alfabetización.

Ahora bien, si en el siglo XX la alfabetización tenía que ver con leer y escribir, hoy debe incorporar también aprender a ver a los medios de comunicación y a entender el mundo de la informática. Alfabetizar en los medios forma parte de las tareas esenciales para crear ciudadanía "armada" frente al "terrorismo informativo". La existencia de pueblos aún analfabetos no debe ser obstáculo para incorporarse a esta posibilidad.

El fuego tardó en socializarse 300.000 años. El bronce, apenas 20.000. Compartir los avances humanos en tecnología, medicina, ciencia, conocimiento es una señal de hominización. Los nuevos avances corresponden a la humanidad, pues son inventos sociales. Restringirlos a quienes pueden pagarlos los convierten en privilegio y los aísla de la sociedad en donde nacieron. Cualquier inventor siempre necesitó a alguien que esa noche le permitiera comer su cena. ¿Por qué dejar a esa persona fuera de los avances tecnológicos?

En la misma dirección, hay que reconstruir una cultura alejada de la "cultura" del espectáculo cuyo único fin es la mercantilización y el debilitamiento de valores solidarios fuertes. La cultura del ocio ha devenido en mera distracción. Y si distraerse forma parte de la sal de la vida, transformarlo todo en distracción es una trampa para crear pueblos distraídos. Los medios, puestos al servicio de la mercantilización del ocio y de los intereses privilegiados, son "armas de distracción masiva" contrarios al socialismo del siglo XXI.

La apuesta tecnológica, obligatoria en un socialismo avanzado, debiera incorporar por tanto fórmulas de software libre que hagan accesible a todo el mundo los avances tecnológicos, así como la libre disposición de la cultura por parte de todos aquellos que quieran disfrutar de ella.

Las patentes suponen constantes frenos a un saber que, por definición, es popular, es de construcción social, sólo puede existir cuando existen comunidades. Patentar los logros colectivos es reducir a la sociedad a un apéndice de las empresas. El mayor beneficio de quienes aporten algo a la sociedad es el reconocimiento de los suyos. La mercantilización del reconocimiento es transformar al ser humano en mercancía. Hay "retornos sociales" que no pueden simplificarse como "retornos económicos". En la misma dirección, las medicinas genéricas son un bien de la humanidad que no pueden restringirse por los intereses lucrativos de las grandes farmacéuticas.
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