PRÓlogo hace mil quinientos años… o un millón de años atrás…




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títuloPRÓlogo hace mil quinientos años… o un millón de años atrás…
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12º de Los Señores del Inframundo

Poseído por el demonio de Derrota, Strider no puede perder un desafío sin sufrir un inimaginable dolor. Para él, nada puede interponerse en el camino a la victoria. Hasta Kaia, una encantadora Arpía, que lo tienta al borde de la rendición.

Conocida entre su gente como La Decepcionante, Kaia debe llevar a casa el oro en los Juegos de las Arpías o morir. Strider es una distracción a la que no puede permitirse, menos aún cuando él tiene su propia agenda –robar el primer premio, un antiguo artefacto de los dioses, antes que se nombre un ganador. Pero cuando la competición se calienta, solo un premio tendrá importancia… el amor que ninguno de los dos había creído posible…

Para Donna Glass, una Bianka Skyhawk de la vida real.

Su apoyo y entusiasmo por los Señores del Inframundo me emociona más de lo que pueda jamás expresar. ¡Gracias, gracias y mil veces gracias! (¿He dicho que estoy agradecida?).

Y de parte de todos los guerreros que actualmente residen en la fortaleza de Budapest: Están invitados a venir en cualquier momento. Gideon añade: ¡Y espero como el infierno que no lo hagan! También, Lysander dice que hay una nube a tu nombre junto a él, cerca de la suya.

PRÓLOGO

Hace mil quinientos años…

O

Un millón de años atrás…

(Sólo depende de a quién le preguntes)


Por primera vez, los Juegos bicentenarios de las Arpías habían terminado con más participantes muertos que vivos. Y cada uno de los supervivientes sabía que la culpable era Kaia Skyhawk de catorce años de edad.

El día comenzó bastante inocentemente. Con el sol de la mañana brillando, Kaia daba un paseo por el atestado campamento de la mano de su querida hermana gemela, Bianka. Tiendas de campaña de todos los tamaños se esparcían por el área y múltiples fogatas crepitaban para ahuyentar el frío de la madrugada. El aroma de bollos y miel cubría el aire, haciéndole la boca agua.

Por la maldición eterna de los dioses, las Arpías solo podían comer lo que robaban o ganaban. Si comían otra cosa, enfermaban horriblemente. Así que el desayuno de Kaia había sido algo frugal: Un pastel de arroz añejo y media garrafa de agua, todo lo que había robado de la montura de un humano.

Tal vez podría apropiarse de un panecillo de una integrante del clan rival, se dijo, y negó con la cabeza. No, tenía que permanecer algo hambrienta. Su raza no vivía según muchas reglas, pero las que tenían, eran sagradas. Tales como: Jamás dormir donde los humanos pudieran encontrarte, nunca revelar una debilidad a nadie y, el más importante, nunca robar un solo bocado de comida a uno de tu propia raza, aunque le odiaras.

—¿Kaia? —dijo su hermana con tono de curiosidad.

—¿Sí?

—¿Soy la chica más guapa de aquí?

—Por supuesto. —Kaia ni siquiera tenía que mirar alrededor para confirmar ese hecho. Bianka era la chica más guapa del mundo entero. Sin embargo, a veces se le olvidaba y tenía que recordárselo.

Mientras que Kaia tenía una repugnante enredadera de pelo rojo y unos mediocres ojos grises sin brillo, Bianka tenía una lustrosa melena negra, brillantes ojos de color ámbar y era la imagen de su exaltada madre, Tabitha la Despiadada.

—Gracias —dijo Bianka, sonriendo con satisfacción—. Yo creo que tú eres la más fuerte. Por el momento.

Kaia nunca se cansaba de escuchar los elogios de su hermana. Cuanto más poderosa era una Arpía, más respeto recibía. De todo el mundo. Más que nada, Kaia anhelaba el respeto.

—Más fuerte, incluso, que… —estudió a las Arpías de la zona, buscando a alguien con quien compararse.

Aquellas que tenían edad suficiente para participar en las pruebas tradicionales de fuerza y astucia se afanaban, preparándose para el evento: “El Último Inmortal en Pie”. Las espadas silbaban al ser retiradas de las vainas. El metal rechinaba contra la piedra mientras se afilaban las hojas.

Por último, Kaia vio a una competidora con quien hacer la comparación.

—¿Soy más fuerte, incluso que ella? —preguntó, señalando a una brutal mujer con músculos abultados y gruesas cicatrices entrecruzadas que le adornaban los brazos.

Las lesiones habían dejado aquellas cicatrices debieron ser realmente graves, la inmortalidad permitía a la raza sanar rápidamente y de manera eficiente, raras veces quedaban huellas que demostraran la vida dura.

—Sin duda —dijo Bianka lealmente—. Apuesto a que correría a esconderse si decidieses desafiarla.

—Sin duda tienes razón —¿En realidad, quién no huiría de ella? Kaia entrenaba más duro y más arduamente que nadie incluso había derribado a su propia instructora. Dos veces.

No quería presumir, pero siempre se había adiestrado más severamente que cualquier otra Arpía del clan. Cuando todo el mundo terminaba el día, ella continuaba hasta que el sudor le corría por el pecho en riadas, hasta que los músculos le temblaban por el esfuerzo… hasta que los huesos ya no podían soportar el peso.

Un día, tal vez incluso pronto, su madre estaría orgullosa de ella. Ya que hacía unas noches, Tabitha le había palmeado en el hombro y le había dicho que sus habilidades lanzando el cuchillo habían casi mejorado. Casi mejorado. Jamás había salido alabanza más dulce por la boca de Tabitha.

—Vamos —dijo Bianka, tirando de ella—. Si no nos damos prisa, no vamos a tener tiempo de lavarnos en el río y realmente quiero que vean mí mejor aspecto cuando nuestro clan destruya a la competencia. Una vez más.

Sólo de pensar en los premios que su madre recogería provocaba que el pequeño cuerpo de Kaia se hinchara de orgullo.

Los Juegos de las Arpías se habían iniciado hacia miles de años como una forma de que los clanes pudieran “discutir” sus agravios sin causar una guerra bien, sin causar más guerras, así como para permitir que los clanes aliados pudieran demostrar su superioridad, incluso uno contra el otro. Las ancianas de cada una de las veinte tribus se reunían y se ponían de acuerdo sobre las competiciones y los premios.

En esta ocasión, cada ganador de los cuatro combates ganaba cien piezas de oro. Las Skyhawks ya habían ganado doscientas de esas piezas. Las Eagleshields habían ganado cien.

—Olvídalo… es una buena chica —dijo Bianka mientras aceleraba el paso, lo que obligó a Kaia a acelerar los suyos también—. Sueñas demasiado despierta.

—No.

—Sí, demasiado.

—¡No!

Un suspiro de su hermana, una admisión de derrota.

Kaia sonrió. Ambas sintieron el picor de las miradas de las Arpías cercanas, y se aseguró de acariciar el medallón de las guerreras Skyhawk que le colgaba del cuello. Su madre se lo había entregado hacía unos meses, y cuidaba el símbolo de su fuerza casi tanto como cuidaba a su gemela.

La mayoría que se encontraban con su mirada cabeceaba con respeto, aunque pertenecíeran a un clan rival. Las que no… ninguna Arpía se atrevería a atacar a otra en terreno neutral, por lo que Kaia no se preocupaba por un posible conflicto. En realidad, no se habría preocupado de todos modos. Era tan valiente como fuerte.

En la misma linde del bosque, rodeado por una arboleda, se dio cuenta de algo extraño y se detuvo.

—Esos hombres —dijo, señalando a un grupo de hombres con el torso desnudo. Algunos vagaban libremente, otros estaban atados a los postes y uno estaba encadenado. Por lo que sabía, a los hombres nunca se les había permitido entrar, o incluso ver la competición—. ¿Qué están haciendo aquí?

Bianka se detuvo y siguió la línea de su dedo.

—Son consortes. Y esclavos.

—Ya lo sé. De ahí la razón por la que pregunté qué están haciendo aquí y no lo que son.

—Atendiendo las necesidades. Una tontería.

La frente de Kaia se arrugó con la confusión.

—¿Qué tipo de necesidades? —Su madre siempre insistió en la importancia de cuidar de una misma en primer lugar, en segundo de la familia y absolutamente a nadie más.

Bianka consideró la respuesta cuidadosamente, se encogió de hombros y dijo:

—Haciendo la colada, lavando los pies, ir a buscar las armas. Ya sabes, somos demasiado importantes para hacer cosas serviciales.

¿A qué la llevaría eso? Si eras dueña de un consorte o un esclavo, nunca tendrías que lavar la ropa de nuevo.

—Quiero uno —anunció Kaia, y las alas pequeñas que le sobresalían de la espalda se agitaron violentamente.

Como todas las Arpías, llevaba un medio corpiño que le cubría los senos, aunque los suyos eran trágicamente inexistentes en estos momentos, pero la parte trasera permanecía abierta para acomodar el pequeño arco de las alas, la mayor fuente de su fuerza.

—Ya sabes lo que madre siempre dice —añadió Kaia.

—Oh, sí. Una palabra amable te hará conquistar una sonrisa, ¿pero quién en su sano juicio quiere ganar una sonrisa?

—No es eso.

Bianka frunció los labios.

—Realmente no se puede matar a un humano con amabilidad. Tienes que usar una espada.

—Tampoco es eso.

Exasperada, su hermana echó los brazos al aíre.

—Entonces, ¿qué?

—Si no te apoderas de los tesoros y los hombres que deseas, nunca tendrás ni los tesoros ni los hombres que quieres.

—Oh. —Bianka abrió los ojos como platos mientras volvía su atención hacia los hombres—. Entonces, ¿a cuál quieres?

Kaia se tocó la barbilla con un dedo mientras estudiaba a los candidatos. Cada uno de los hombres llevaba taparrabos y cada cuerpo duro estaba manchado de suciedad y sudor, pero ninguno de los hombres tenía cortes o moretones como los tenía ella, lo que indicaría que habían demostrado su valía en el campo de batalla. O por lo menos que habían tratado de hacerlo.

No, no era cierto, se percató un segundo después. El de las cadenas estaba cubierto de marcas de batalla y sus oscuros ojos eran definitivamente desafiantes. Era un guerrero.

—Él —dijo, señalando con una inclinación de la barbilla—. ¿Quién lo posee?

Bianka le miró y se estremeció.

—Juliette la Exterminadora.

Juliette Eagleshield, una aliada, así como una despiadada belleza entrenada por la misma Tabitha Skyhawk.

Conquistar al hombre que la Exterminadora no había podido domar sería…

—Aún mejor.

—No estoy segura con esto, Kye. Se nos advirtió que no habláramos con ninguno de los hombres.

Yo no estaba advertida.

—Oh, sí, se lo estabas. Lo sé porque estabas a mi lado cuando madre nos hizo la advertencia. Debías estar soñando de nuevo.

Kaia se negó a dejarse alejar del camino elegido.

—Nueva regla: Si una hija no escucha una advertencia, no tiene que acatarla.

Bianka no quedó convencida.

—Él huele a peligro.

—Nos encanta el peligro.

—También nos encanta respirar. Y creo que ese, preferiría cortarnos en pedacitos antes que lavarnos los pies. Por no hablar de lo que Juliette nos hará, si conseguimos hacernos con él.

—Confía en mí. Juliette no es tan fuerte como yo, o no lo tendría encadenado.

Claro, Juliette era conocida por su disposición a matar a cualquier persona en cualquier momento, sin importar edad o género, pero Kaia pronto sería conocida como la muchacha que la había superado.

Su hermana meditó el razonamiento durante un rato, luego asintió con la cabeza.

—Muy cierto.

—Simplemente le explicaré el castigo que recibirá si me desobedece y te lo prometo, no me va a desobedecer. —Simple y fácil. Su madre iba a estar muy orgullosa.

Tabitha no estaba orgullosa de muchas personas, sólo de aquellas que resultaban ser sus iguales. Así que… en otras palabras, aún no estaba orgullosa de nadie. Quizás por eso cada Arpía quería ser ella y todos los hombres querían ganarla. Su fuerza era incomparable, su belleza sin igual. Su sabiduría no tenía límites. Todos temblaban ante la simple mención de su nombre (si no fuera así, deberían). Todos la respetaban. Y todos la admiraban.

Un día, todos me admiran.

—¿Co-cómo vas a sacarle a hurtadillas? —preguntó Bianka— ¿Dónde vas a ocultarlo?

Hmm, buenas preguntas. Pero a medida que meditaba las respuestas, la indignación la inundó. ¿Por qué iba a sacarlo a hurtadillas? ¿Por qué tenía que ocultarlo? Si lo hacía, nadie sabría lo que había hecho. Nadie escribiría historias que relataran su fuerza y audacia.

Más de lo que quería un esclavo para que cumpliera sus órdenes, deseaba esas historias. Necesitaba esos relatos. Porque ella y Bianka eran gemelas, porque todos se burlaban constantemente de que compartían lo que había sido destinado para una. Belleza, fuerza, cualquier cosa, todo. Como si cada una de ellas solo tuvieran la mitad de lo que debería.

Yo me basto, ¡maldita sea! Y lo voy a probar.

Tomaría al hombre aquí y ahora, delante de todos.

Casi reventando de urgencia, Kaia se volvió hacia su hermana y le ahuecó la mejillas sonrosadas por el viento. La preocupación consumía los delicados rasgos de Bianka, pero eso no impidió a Kaia decir:

—No permitas que nadie se pierda este momento. Sólo será un ratito.

—Pero…

—Por favor. Por mí, por favor.

Incapaz de resistirse, su hermana suspiró.

—Oh, está bien.

—¡Gracias! —Kaia la besó directamente en la boca y se marchó antes de que su carácter amable y dulce pudiera hacer que cambiara de opinión.

Palmeó la daga. Los hombres pretendían ignorarla como si fuera a pasar más allá de ellos sin pronunciar una sola protesta. Bueno. Ya la temerían.

Cuando llegó al objeto de su joven deseo, adoptó una pose que había visto a su madre plantar una y mil veces antes. La cadera inclinada hacia un lado, un puño apoyado en la parte superior y la hoja de la daga apuntando hacia el frente.

El hombre estaba sentado en un tronco, los codos apoyados en las rodillas encostradas. Tenía la cabeza inclinada levemente, con el pelo oscuro cayéndole sobre la frente.

—Tú —dijo en el leguaje humano—. Mírame.

A través de las greñas, la oscura mirada se alzó y se deslizó sobre ella. Suponía que era guapo. Cada uno de los rasgos parecía esculpido en piedra. Tenía una nariz y unos pómulos afilados, labios delgados de un color rojo y una barbilla obstinada.

De cerca, se dio cuenta de que las cadenas estaban envueltas alrededor de las muñecas y sólo las muñecas, un enlace metálico se extendía entre las dos. Nada le ataba a un poste. Tal vez Juliette no tenía ni idea de cómo restringir adecuadamente a un cautivo o el hombre era más débil de lo que Kaia había asumido.

Decepcionante, pero no quería cambiar de opinión ahora.

—Eres mío —le dijo con valentía—. Tu amante anterior puede que trate de luchar contra mí por ti, pero voy a vencerla.

—¿Es así? —su voz era profunda y ronca, aparentemente cargada con truenos y relámpagos. Kaia reprimió un escalofrío—. ¿Cómo te llamas, niña?

Apretó los dientes, el momentáneo temor olvidado. ¡No era una niña!

—Me llamo Kaia la… Fuerte. Sí, sí. Así me llaman.

Los títulos eran importantes entre las Arpías, elegidos por las líderes de la tribu, y aunque Kaia aún no había recibido uno, estaba absolutamente segura de que su madre aprobaría la elección.

—¿Y qué es exactamente lo que planeas hacer conmigo, Kaia la Fuerte?

—Obligarte a satisfacer todas mis necesidades, por supuesto.

Él arqueó una ceja.

—¿Por ejemplo?

—Hacer mis tareas. Todos mis quehaceres. Y si no lo haces, te castigaré. Con mi daga. —Movió el arma en cuestión, la hoja plateada brilló letal bajo la luz del sol—. Soy muy cruel, ya sabes. He matado a humanos antes. Realmente muertos. Muy muertos después de que ellos sufrieran.

El humano ni se inmutó ante el arma o a la amenaza implícita, y Kaia luchó contra una oleada de frustración. Luego, se consoló con la certeza de que la mayoría de los seres humanos no tenían un concepto de las verdaderas habilidades de una Arpía. Claramente, era uno de los desinformados. Porque él mismo no podía levantar una roca de mil kilos, y probablemente no podía imaginarse a nadie haciéndolo.

—¿Cuando debería comenzar con esas nuevas funciones? —preguntó.

—Ahora.

—Muy bien, entonces.

Había esperado una discusión, pero él desplegó el gran cuerpo del tronco. Dioses, era alto, obligándola a mirar hacia arriba… arriba… arriba.

Sin embargo, no se dejó intimidar. Durante el entrenamiento, había luchado con seres mucho más altos que él y ganó. Bueno, tal vez sólo habían sido un poco más altos. Vale, todos habían sido más bajos. No estaba segura de que alguien fuera tan alto como este hombre. No le sorprendía que Juliette lo hubiera reclamado.

Kaia sonrió. Su primera incursión en solitario, a plena luz del día nada menos y se marcharía con el premio entre los premios. Había elegido bien. Su madre no encontraría ningún defecto en el hombre, e incluso podría quererlo para ella misma. Tal vez después de que Kaia terminara con él, se lo regalaría a Tabitha.

Tabitha sonreiría agradeciéndoselo y le diría que era una hija maravillosa. Por fin. El corazón de Kaia dio un vuelco.

—No te quedes ahí parado. —Antes de que el hombre tuviera tiempo de responder, se precipitó detrás de él, batiendo las alas frenéticamente y lo empujo—. Muévete.

Él se tambaleó hacia delante, pero rápidamente consiguió enderezarse. Con la cabeza bien alta, se puso en marcha. Sin embargo, antes de llegar al borde del cerco, se detuvo abruptamente.

—Muévete —repitió, dándole otro empujón.

Permaneció inmóvil, ni siquiera giró la cabeza.

—No puedo. Este claro ha sido rodeado con la sangre de Arpía y las cadenas me impiden salir sin sufrir un horrible dolor.

Estrechó la mirada sobre el ancho de su musculosa espalda bronceada.

—No soy tonta. No te quitaré las cadenas. —Además, le quería dócil mientras desfilaba por el campamento, no luchando por la libertad. Cuando Juliette descubriera lo que había hecho, se emitiría un reto. Kaia necesitaba tener la atención enfocada, no dividida.

—No es necesario que me quites las cadenas. —Ni el tono ni la acción dejaron ver un indicio de sus emociones—. Sólo tienes que añadir sangre al círculo que ya existe, después dejas caer una gota sobre las cadenas y podrás llevarme sin ningún problema.

Ah, sí. Había oído hablar antes de la sujeción de sangre. Atrapaban al portador dentro de los límites de un círculo, sin importar lo amplio o pequeño que fuera ese círculo y la restricción solo podía anularla una Arpía. Cualquier Arpía.

—Buena idea. Me alegro de haber pensado en ello.

Exploró el campo de Arpías. Nadie se había fijado en ella, pero Bianka nerviosamente pasaba de un pie al otro, mirando de Kaia al campamento, del campamento a Kaia, la mirada suplicante.

Con una rápida precisión, Kaia utilizó la daga para cortarse la palma. Apenas registró el aguijón afilado. Después de añadir la sangre al anillo de color carmesí en el suelo, frotó la carne sangrante por los enlaces del frío metal entre las muñecas del hombre. Una vez hecho esto, se apresuró a colocarse detrás de él por segunda vez y lo empujó.

Él tropezó pasado el círculo, se detuvo para sacudir la cabeza, estirar su espina dorsal y flexionar los hombros. Sin importar lo mucho que ella empujó esta vez, no pudo moverlo. Entonces él se volvió y le sonrió. Antes de que pudiera razonar lo que estaba sucediendo, tenía las manos de él alrededor del cuello, elevándola del suelo.

Los ojos se le dilataron mientras la estrangulaba extrayéndole la vida con un poder que ningún ser humano debería haber poseído.

A pesar de la falta de aire, el cerebro nublado y la garganta ardiendo, la comprensión la golpeó. No era humano.

El odio de repente brotaba de él, sus ojos oscuros con remolinos hipnotizantes.

—Tonta Arpía. Podría no ser capaz de romper estas cadenas, pero el círculo era la única cosa que me impedía arrasar el campamento. Ahora, todas vosotras moriréis por el insulto contra mí.

¿Morir? ¡Inifernos, no! Tienes una daga. ¡Úsala! Trató de apuñalarle. Riendo cruelmente, le golpeó la mano apartándola.

En el fondo, oyó gritar a Bianka. Escuchó los pasos de su hermana golpear al correr para cerrar la distancia. No, ella trató de gritar. ¡Quédate atrás! Entonces los pensamientos se fragmentaron cuando el hombre apretó más duro, más fuerte.

Una ola negra la adentró en un mar de la nada.

No, no era nada. Eco de gritos... muchos gritos... gruñidos, gemidos y más gruñidos. El deslizar del metal contra la carne, el crujir de huesos fracturados, el escalofriante sonido de alas siendo arrancadas de sus hendiduras. La sinfonía de pesadilla duró unas horas, quizás días, antes de que al fin se aquietase.

—Kaia —callosas manos se envolvieron alrededor de los brazos y la sacudieron—. Despierta. Ahora.

Ella conocía esa voz... Kaia se abrió paso a través del mar, abriendo los parpados con un aleteo. Pasó un momento antes de que la mente se le aclarara y se desvaneciera la oscura bruma. A través de una franja de luz de la luna, vio a una ensangrentada, con el ceño fruncido Tabitha Skyhawk cerniéndose sobre ella.

—Mira lo que has hecho, hija —nunca el timbre de su madre la había azotado tan duramente, y eso decía algo.

A pesar de que quería rehusar, se sentó, hizo una mueca cuando el dolor le atravesó el cuello para atacar el resto de ella, y desvió la mirada, estudiando el campo. La bilis se alzó. Arpías y… otras cosas flotaban en ríos de color escarlata. Las armas estaban en el suelo, inútiles. Tiras de tela de las tiendas diezmadas estaban enganchadas en las ramas de los árboles y ahora ondeaban al viento, una parodia triste de banderas blancas.

—¿BiBianka? —se las arregló para jadear con voz ronca.

—Tu hermana está viva. A duras penas.

Kaia se empujó sobre las piernas temblorosas y miró a los ojos de color ámbar de su madre.

—Madre, yo…

—¡Silencio! Se te dijo que no entraras en este área, y sin embargo, desobedeciste. Y entonces, entonces trataste de robar al consorte de otra mujer sin obtener mi permiso.

Kaia quería mentir, para preservar su sueño de los elogios que vendrían. Descubrió que no podía. No a su querida madre.

—Sí —las lágrimas picaron en los ojos, el sueño rápidamente ardiendo en llamas hasta convertirse en cenizas en su interior—. Lo hice.

—¿Has visto la destrucción detrás de mí?

—Sí —repitió en voz baja.

Tabitha no le mostró ninguna piedad.

—Eres la única responsable de la parodia de este día.

—Lo siento —la cabeza le cayó, la barbilla apoyada en el esternón—. Lo siento mucho.

—Guarda tus disculpas. No pueden deshacer la angustia que has causado.

Oh, dioses. Ahora había odio en la voz de su madre. Odio puro y verdadero.

—Has traído la vergüenza a nuestro clan —dijo Tabitha, arrancando el medallón del cuello de Kaia—. Esto, no lo mereces. Un verdadero guerrero salvaría a sus hermanas. No las pondría en peligro. Y así, por este acto egoísta has ganado un título. A partir de este momento, serás conocida como Kaia la Decepcionante.

Con eso, Tabitha se volvió y se alejó. Sus botas chapoteando en la sangre, el sonido haciendo eco con crudeza en los oídos de Kaia.

Cayó de rodillas y lloró como un niña por primera vez en su vida.
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