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LA MEMORIA HUMANA Antonio Paolasso MédicoCAPÍTULO I INTRODUCCIÓN ¿Qué es la memoria?La memoria es un registro donde guardamos los sucesos que nos han ocurrido o los conocimientos que hemos adquirido. Es, también, donde almacenamos el pasado y el mecanismo mediante el cual podemos recuperarlo más tarde, de forma tal que ese pasado se “actualiza”, es decir, se pone en contacto y afecta nuestra conciencia y nuestro presente. La memoria puede sintetizarse como la función mental de percibir, almacenar y recordar o evocar en forma consciente e inconsciente, todos los estímulos sensoriales y extrasensoriales.1 Otra definición de memoria es la que la refiere como el almacenamiento y posterior evocación de la información adquirida a través de la experiencia (aprendizaje). Todo esto, también, puede expresarse como un sistema de estructuras de almacenamiento diferentes, a través de las cuales fluye la información, se registra y se codifica (como esquema, imagen o concepto) que se transfiere de un proceso de corto plazo a otro de largo plazo y que después se recupera mediante el reconocimiento o recuerdo de dicha información. Hay definiciones que tienden a ser más resumidas y expresan a la memoria como la capacidad de preservar hechos fácticos o sentimientos en un lugar del cerebro.2 Si no existiera la memoria, la vida transcurriría como un mero presente, que aunque se nos presentara siempre lo mismo, se le consideraría siempre como algo nuevo. Vivir sería transitar de un momento a otro en un eterno presente sin significado. Esto significaría repetir eternamente las cosas sin ninguna posibilidad de adquirir nuevos conocimientos ni progresar en ellos. En otras palabras: no tendríamos capacidad cognitiva y de aprendizaje. Tan grave sería la falta de memoria que no existiría el lenguaje ni otras formas de comprensión y de comunicación. No tendríamos la capacidad de construir ni entender una frase, pues al finalizar ésta no sabríamos como comenzó la misma. En otro sentido, perderíamos el sentido de nuestra mismidad o ego (sentido del yo) por lo que no llegaríamos a conocernos a nosotros mismos. Por consiguiente, tampoco existiera el sentido de la vida y la existencia, pues cada vez que despertemos de dormir deberíamos tratar de adivinar quién y qué somos, como nos llamamos, quienes son nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, etc. Resumiendo: careceríamos de esa continuidad de conocimientos que a lo largo del tiempo y el transcurrir de la existencia nos integra a una comunidad con una identidad propia y el reconocimiento de identidades ajenas. Basta observar a un afectado grave por enfermedad de Alzheimer para tener una idea adecuada del valor inconmensurable de la potencia o facultad que llamamos memoria. Por todas sus cualidades, la memoria, en síntesis, además de una facultad mental única como herramienta imprescindible para el conocimiento, es el guardián o “backup document” de nuestra biografía y la conciencia operante del sentimiento de identidad (yo soy yo y no otro). La base de todo conocimiento, de nuestra facultad o capacidad cognitiva estriba en una tríada contenida en un solo bloque que opera como una unidad sellada:
En consecuencia, todo lo que debemos aprender y aprendemos involucra tener memoria. Obviamente, si no pudiéramos retener el conocimiento adquirido por aprendizaje y luego recordarlo tanto lo aprendido como lo experimentado, no construiríamos todo ese bagaje espiritual que implica nuestra personalidad (capacidad cognitiva, formación de ideas y pensamientos, manejo del lenguaje, sentimientos o afectos, emociones y voluntad). Pero, como toda facultad mental, la memoria en sí misma, no es un órgano, aparato o sistema orgánico ni función donde intervengan etapas que puedan estudiarse en un laboratorio o registrar por imágenes o por inscripción de ondas bioeléctricas. La investigación de la memoriaSi bien los estudios usan métodos y medios que registran la actividad del cerebro y de otras funciones fisiológicas que la memoria, como otros actos mentales, pueden afectar o alterar, en última instancia estamos registrando funciones efectivas de determinados órganos, en especial, el encéfalo, pero de ningún modo podemos decir que estudiamos un órgano o “aparato mnésico”. Simplemente hablamos de un proceso o “forma de trabajar” de los actos mentales y recogemos indirectamente los resultados o efectos de ese trabajo y su influencia en la parte orgánica. Sin embargo, la inexistencia de una entidad física objetiva no es un óbice para poner en duda la existencia de actos mentales y sus efectos reales.3 Más aún: podemos individualizar, con una cierta precisión, los efectos orgánicos. Lo que no nos es posible es explicar con claridad, coherencia y total consenso, la forma o modo de cómo operan esos procesos. Los vamos integrando por partes, a veces desordenadas, a veces interpretadas de formas diferentes, a tal punto que se habla de un mismo fenómeno pero con lenguaje o denominaciones distintas. El análisis del fenómeno ha sido muy fructífero, pero los resultados son dispares y desordenados. Hoy la función de los investigadores de los actos mentales, más que proseguir un análisis, sobre todo de tipo anatómico y físico, es lograr entender el todo, en forma holística, a los fenómenos mentales integrados, para comprender que no hay diferencias sustanciales en los mecanismos, que lo orgánico es sólo una vía común final para todos y que lo importante es el principio ordenador que está en la esencia de cada uno de ellos, pero que no es accesible al mero conocimiento científico, psicológico ni filosófico. Se ven y se comentan sombras del fenómeno, pero no puede describirse con precisión y claridad al fenómeno mismo en su naturaleza, o sea, lo que el fenómeno es realmente en sí. Por eso se impone un repaso somero de todo experimento e hipótesis y con ellos realizar asociaciones para unificar lenguaje y criterios y lograr una síntesis final de todos estos fenómenos, los que no deben comprenderse como actos o hechos separados sino como manifestación diversa de una misma cosa. La idea de ordenador nos trae también la imagen de la computadora y de la tecnología informática. La acción de la memoria es continua, permanentemente, a manera de “disco duro” de una computadora, y modifica permanente la actividad cerebral. En términos informáticos, el encéfalo es el hardware de la mente, mientras que ésta es el software que opera programando. Con la idea de la computación podemos afirmar que la memoria es como la función electrónica y así podemos comparar a la memoria reciente como algo similar a la memoria RAM de la PC. Esta RAM es la memoria anterógrada, la que permite ir recogiendo lo inmediato y cotidiano. Pero luego pasará al disco duro en “carpetitas virtuales” y cada carpeta conformará un archivo determinado o directiva del disco duro que será la base de registro de la memoria retrógrada. Cuando abrimos un archivo, es como poner en funcionamiento el “recuerdo”. Cuando se “borra” un archivo, equivale a amnesia total. En el momento que escribimos y mandamos a “guardar” usamos la memoria anterógrada. Memoria y facultades mentalesLa disparidad de las formas de actuar de la memoria se debe, en parte, a que como cualquier otro mecanismo psicológico, tiene diferentes niveles de funcionamiento según la individualidad de las personas y sus capacidades, las circunstancias en que ocurren los hechos y el transcurrir de la existencia y el objeto preciso y particular que se somete a las funciones de los actos mentales, en suma, del espíritu todo. Por esto interesa conocer no sólo un sustrato anatómico responsable de los actos mentales, sino la fisiología de los mismos y la fisiopatología de las alteraciones que afectan a los mismos. También debemos recordar que cada persona en particular tiene una intención de memoria, por cierto, muy distinta entre las diferentes intenciones de todos los seres humanos. Tampoco debemos perder de vista que la memoria, como todas las otras facultades y funciones del hombre, no es una cosa aislada. Diremos iterativamente que la memoria es una función mental superior que actúa estrechamente coordinada con los otros mecanismos y facultades mentales como la percepción, abstracción, ideación, conceptuación, asociación de ideas y formación de juicios. Esto nos lleva a un estrecho enlace con el aprendizaje y la formación del pensamiento y todo lo relacionado con lo volitivo y la función ejecutiva de todas las facultades mentales. Ninguna función mental puede operar eficientemente por sí sola. Necesita obligadamente el apoyo y el acompañamiento de otras. Lo que no debemos dejar de interpretar es que todo este conocimiento es una mera observación de los modos de ser de los actos mentales, pero de ninguna forma implica conocer la esencia de esos actos ni cuál el principio motor de los mismos. Los estímulos y todo el proceso orgánico que ellos generan, explican sólo cómo se manifiesta el fenómeno del acto mental. La causa absoluta de los mismos es lo que queda oculto bajo el misterio desconocido de la naturaleza misma del hombre, al cual, según Heidegger, sólo podemos conocer también por su modalidad o conjunto de modos de ser. La explicación de cómo el cerebro y otros órganos participan en la concreción del misterio, de ningún modo significa que el origen creador de ellos sea el propio órgano. Insistimos, una vez más para que la reiteración quede definitivamente nítida y clara: el conjunto de órganos u organismo, es sólo el instrumento de los fenómenos llamados espirituales, pero de ningún modo son la causa absoluta. Toda causa absoluta sobre el ser del hombre y sus modos de manifestarse, queda inmersa en el misterio ontológico, aún no revelado por la mente humana (aunque sí es percibido). La memoria, según lo explicamos en lo relativo a la naturaleza del hombre, no sólo es capacidad de adquisición y almacenamiento de información, sino que posee otro elemento que es la capacidad de reclamar que el elemento memorizado vuelva a la conciencia y se haga presente “tal cual” cuando es necesario (recuerdo) Pero, esencialmente, es el quid del ser del hombre, pues sin memoria no tendría su identidad de humano. Sólo la memoria le da tal identidad.. Luego, el proceso de memoria se puede resumir en tres pasos:
Como todas las funciones relacionadas con el organismo humano, la memoria tiene un sustrato anatómico y uno fisiológico. Tiene mecanismos generales pero también algunos muy específicos. Todo esto lo iremos desarrollando en capítulos sucesivos para ordenar muchos aspectos conocidos e investigados en relación con la función mental conocida como memoria. También, como otras funciones orgánicas, la memoria está sujeta a modificaciones de los órganos que la sustentan, modificaciones que pueden deberse al envejecimiento o a enfermedades. Todas estas fallas o trastornos mnésicos también será considerados en los capítulos siguientes. El fenómeno de la memoria humana se intenta explicar por determinados grupos de neuronas o regiones cerebrales y circuitos neuronales, también por genes y por factores ambientales. Es incontrovertible que todo eso está en el proceso de la memoria, pero la memoria es mucho más que todo eso en conjunto. Aunque se diga que todo el cerebro o una parte de él es sede de la memoria, eso no aclarará otros fenómenos mnésicos como los descriptos en algunos trasplantados con órganos de otras personas. Es como si cada célula del cuerpo potencialmente tuviera un chip de memoria. Esta posibilidad desplaza toda teoría hasta ahora conocida sobre el proceso de memoria. En cambio, si se acepta la posibilidad de que el alma como fuerza vital y formadora del espíritu sea la causa última de todos los fenómenos llamados psíquicos o mentales, explicaría plenamente todas las dudas sobre la esencia de la memoria y de todos los procesos y fenómenos espirituales. Al ser el cuerpo el instrumento donde asienta el espíritu, es lógico que cada vez que éste opere, el cuerpo se transforme. Los aparatos tecnológicos y el estudio de las moléculas del cuerpo sólo son elementos que sirven para detectar los cambios que el espíritu realiza en el cuerpo, pero no para indicar cuál estructura o molécula de dicho cuerpo origina el espíritu. Esta posibilidad puramente espiritual explica porque no se pueda descifrar, o al menos conocer, si realmente una estructura anatómica o molecular es la causa de los fenómenos mentales y, en general, de todo lo espiritual. Personalmente creo que tal cosa no existe y que es el espíritu el que comanda todo y no depende esencialmente de ninguna molécula. Opera sobre ellas, nada más. La ontología espiritual es otro fenómeno que hasta ahora se manifiesta pero que no es fácil acceder a ella, si simplemente tratamos de hacerlo a través de lo físico y lo objetivo. El misterio se torna más inteligible cuando la exploración es en la propia mismidad. Aunque no compartamos las teorías anatomofisiológicas, no es posible por ahora prescindir de ellas para poder comunicarnos con otros sobre el tema de la memoria humana. Pero insistimos en que todo eso cambiará a medida que aparezcan nuevos aparatos sofisticados que permitan captar las transformaciones moleculares infinitas que el fenómeno espiritual ocasiona en cada molécula, dentro y fuera del cuerpo. El espacio mnésico o inconsciencia Es indudable que la memoria debe ubicar en un espacio real o virtual. No hay dudas de que ese espacio reside en el cerebro y la operadora es la mente. Y la única función mental disponible y obvia, para el espacio mnésico, es la inconsciencia puesto en la conciencia no pueden esta siempre todo lo memorizado. En el espacio de la memoria o mnésico, hay que distinguir entre el espacio mnésico total y absoluto y el espacio mnésico relativo (span). Span es una palabra inglesa que, entre otras cosas significa “espacio o tramo”. De algún modo, puede traducirse a span mnésico (espacio mnésico) como “espacio de la memoria”. Se refiere a la cantidad de información que una persona puede almacenar o guardar en su mente después de haberla percibido. Así, span mnésico es el proceso relativo al espacio ocupado inmediato ocupado en la percepción de datos a memorizar. La capacidad perceptiva disminuye cuando el individuo debe memorizar información y simultáneamente procesarla (manipularla y transformarla) (memoria con alteración aislada del procesador central). También está estimulada por el tipo de estímulos periféricos ajenos al dato y que acompañan al dato en el instante en que es adquirido. Estos estímulos periféricos ajenos pueden ser externos (provenientes del entorno o ambiente externo) o internos (agregados en el ambiente interno o interior del individuo mediante el estado emocional o afectivo en que se encuentra cuando recibe el dato o información). Todo esto ocurre de forma tal que el span mnésico aumenta con un estado atencional concentrado y disminuye con un estado de dispersión mental o desatención. Por esta razón, es un espacio mnésico relativo, mientras que el conjunto total de lo guardado en la memoria, después de haber sido sometido al span mnésico, es lo que constituye el espacio mnésico absoluto y total, al cual lo consideramos en la inconsciencia, pasando a constituir ésta, el “almacén de la memoria”, en general. Otro concepto importante es que tanto conciencia como inconsciencia son caras de una misma moneda, como lo es la luz y la sombra para el día. Las dos conviven con el hombre permanentemente y por toda la vida e interactúan en forma permanente, intercalando las acciones conscientes con las inconscientes. Ignorar o soslayar esto, es crear una idea equivocada de la mente humana y dejar de lado una condición que explica muchas aparentes “fallas” de la mente. En la conciencia coexisten vivencias, percepciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos, procesos de voluntad, etc. Cuando todo esto queda relegado a un estado inactivo consciente, o sea, que queda “fuera de la conciencia”, en preconciencia o subconciencia; o en un estado latente, esto es el inconsciente, el cual estaría conformado por todo esto y determinadas tendencias arcaicas que luego analizaremos en el parágrafo relativo al inconsciente colectivo de Jung. Pero la inconsciencia que nosotros aludimos es aquello que Freud llamó el ello y que Jung llamó el inconsciente y que es la función mental que está fuera de la conciencia y que nos permite almacenar vivencias voluntarias o involuntarias, imágenes oníricas, ensueños, etc. Precisamente, a Freud es a quien se debe no sólo la noción de la inconsciencia, sino la otra más valiosa: la conciencia puede hacer consciente la inconsciencia. Es probable que la simple lectura de Freud induzca interpretaciones diversas e, incluso, contradictorias. También puede generar rechazo. Pero lo que importa no es tanto una mera discusión sobre interpretaciones probables, sino los hechos concretos: hay conciencia e inconsciencia y ambas interactúan entre ellas y otros fenómenos mentales. Para el léxico común, no psicológico, la inconsciencia es sólo la “falta de conciencia” o sea, el “estado en que el individuo no se da cuenta exacta del alcance de sus palabras o acciones”. Esta distancia entre las concepciones lingüísticas de conciencia y las concepciones psicológicas, nos muestran el tremendo vacío de conocimiento de uno de los estados mentales más importantes del hombre. La inconsciencia ha sido un fenómeno perfectamente percibido y conocido como tal, pero cuya naturaleza no ha sido posible explicar bien. Si bien se han establecido polémicas entre actos y acciones mentales, en lo relativo a conciencia e inconsciencia, no hay dudas de que la conciencia y la inconsciencia son acciones o actos mentales. Lo que corresponde es darle entidad a cada uno de ellos basándose sólo en el fenómeno de su existencia. Así habría:
No debemos olvidar que denotativamente, al menos en el idioma español, acción es el “ejercicio de una potencia y el efecto de hacer”. Es, por lo tanto, la posibilidad o facultad de hacer alguna cosa”. El acto, según el mismo idioma, es simplemente el “hecho o acción”. Luego, la inconsciencia es siempre una acción y no una inacción como generalmente se la concibe. Con esto completamos denotativamente la diferencia entre acción y acto. Mientras la acción es una posibilidad o facultad de hacer algo, en este caso, hacer que lo potencial o latente se haga efectivo o patente, el acto es cuando se efectivizó realmente una acción. Siempre, connotativamente, la acción se asocia a movimiento, a cosas que ocurren, a todo “comportamiento de la realidad”. Luego, los actos o acciones deben ser, por naturaleza, reales, es decir, concretos, verdaderos, de existencia cabal. Si algo queda en potencia, pero no se realiza no hay acción, pues no hay “ejercicio de una potencia” que cause un efecto. Naturalmente toda acción tiene efecto, el cual, a su vez, es un hecho o una nueva acción o reacción y este “efecto del hacer” es lo que se llama acto. ¿Por qué esta digresión sobre acto y acción? Porque parece ser que no aclarar debidamente el sentido o significado de las palabras ha conducido a algunos autores como Brentano a confundir que es un acto mental consciente y qué es un acto mental inconsciente. Brentano confunde a lo consciente con lo real y verdadero. Además, cree que para que un acto sea tal debe ser percibido por la conciencia. Es como si la conciencia fuese el instrumento idóneo para discernir o conocer toda acción y acto. En realidad, acto consciente es el acto producido con plena participación de la conciencia. En este punto cabe diferenciar lo que es un acto producido en pleno estado de conciencia de lo que es un acto captado en estado de conciencia. El autor no discrimina que las acciones pueden ocurrir independientes del hombre (acciones externas) o dependientes de él, pero sin participación de su conciencia ni voluntad (acciones internas). El ejemplo más claro de las acciones internas es el funcionamiento orgánico y celular, de los cuales, la mayor parte de estas acciones y actos no son conscientes ni voluntarios. El caso más concreto es el latir del corazón y la respiración. El hombre puede tomar conciencia, o no, de estas funciones y se las denomina neurovegetativas porque no dependen totalmente de la voluntad ni de la conciencia. De igual forma ocurre con la función de los otros órganos. Esto quiere decir que una acción o un acto puede ser conocido o no por la conciencia. Los actos mentales, en general, son percibidos por la conciencia de un modo u otro. Mientras un acto mental está en el foco de atención de la conciencia, decimos que es acto mental consciente. Esto no significa que haya otros actos mentales, como la memoria, que no estén en ese momento en actividad, pero no por eso deja de estar en acción automática. Cada vez que el hombre percibe sensorialmente algo, su memoria está detrás para recordarle lo que está percibiendo. Sin embargo, en ese acto, no hay conciencia plena de que la memoria esté trabajando, a pesar de estar en la conciencia. Otra cosa es cuando el hombre voluntariamente trata de recordar algo y, en este caso, la memoria se vuelve consciente a través de lo recordado. Se hizo un “uso consciente de la memoria”. Luego, podemos decir lo mismo de otros actos mentales como es la percepción extrasensorial que sólo se hace consciente después de ocurrida y que, incluso, puede ser efectiva aun sin la presencia de la conciencia. En esa categoría podrían entrar las sensaciones subliminales, los estados oníricos y, de alguna manera, los sueños. Esas acciones son actos mentales inconscientes o semiconscientes. Ya hemos descrito a la conciencia como una facultad mental que necesita estar dinámica, estar actuando, para ser percibida. De otro modo, la falta de conciencia, es lo que etimológicamente y lingüísticamente se considera inconsciencia. Para la RAE inconsciencia es “falta de conciencia”, esto es, “estado en que el individuo no se da cuenta exacta del alcance de sus palabras o acciones”. El Diccionario Médico Dorland no registra la palabra inconsciencia y sólo habla del inconsciente al que define como “insensible; incapaz de reaccionar a los estímulos sensitivos y de tener experiencias subjetivas conscientes. Parte de la actividad mental que no resulta fácilmente accesible a la conciencia por medios ordinarios, pero cuya existencia se puede manifestar en la formación de síntomas, en los sueños o bajo la influencia de fármacos”. Seguidamente habla del inconsciente colectivo con la definición de “en la psicología de Jung, elementos del inconsciente que son teóricamente comunes a todo el género humano” Normalmente se denomina estado de inconsciencia a la pérdida del conocimiento momentáneo o prolongado, como ocurre después de un desmayo o en el coma. Pero la inconsciencia que nosotros aludimos es aquello que Freud llamó el ello y que Jung llamó el inconsciente y que es la función mental que está fuera de la conciencia y que nos permite almacenar vivencias voluntarias o involuntarias, imágenes oníricas, ensueños, etc. Precisamente, a Freud es a quien se debe no sólo la noción de la inconsciencia, sino la otra más valiosa: la conciencia puede hacer consciente la inconsciencia. Es probable que la simple lectura de Freud induzca interpretaciones diversas e, incluso, contradictorias. También puede generar rechazo. Pero lo que importa no es tanto una mera discusión sobre interpretaciones probables, sino los hechos concretos: hay conciencia e inconsciencia y ambas interactúan entre ellas y otros fenómenos mentales. En la conciencia coexisten vivencias, percepciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos, procesos de voluntad, etc. Cuando todo esto queda relegado a un estado inactivo conscientemente, o sea, que queda “fuera de la conciencia”, en un estado latente, esto es el inconsciente, el cual estaría conformado por todo esto y determinadas tendencias arcaicas que luego analizaremos en el parágrafo relativo al inconsciente colectivo de Jung. Sin dudas, hasta ahora el “convidado de piedra” o la “gran ignorada” de este proceso de inconsciencia ha sido la memoria. La memoria es lo único que nos permite hacer consciente lo inconsciente. Está como el programa madre del disco duro de la computadora, al fondo de todo el software y para ayudar a hacer efectivo el resto de la programación. Sin memoria todo el trabajo de la conciencia sería efímero y se “perdería”. No habría conocimiento ni aprendizaje. Incluso, los actos conscientes no tendrían una cualidad de plenos, pues si carecen de los recuerdos, cada vez que haya una sensación o percepción, la mente tendría que reelaborarla para reconocerla. Igualmente hay que tener en cuenta la influencia del sueño y los ensueños en las imágenes de la mente. Debe quedar perfectamente claro que ambas palabras tienen contenidos significativos que se pueden referir al sueño o dormir, como actividad fisiológica y a las imágenes que aparecen cuando se duerme, como así también a las ilusiones o fantasías que la mente puede tener o crear. Mientras la conciencia se manifiesta (a través de una opinión, de una conducta), esta forma de expresarse no es un mero reflejo, fruto de una captación simple, natural, tipo fotografía, de un fenómeno, sino que una vez formada la idea de un fenómeno, para formular un concepto, un juicio y sucesivamente un pensamiento, ya no influye sólo el punto de vista, la forma como se captó el fenómeno (dispersa o atenta), sino también las creencias, costumbres y factores inconscientes. Por todas estas circunstancias, la inconsciencia puede ser:
Estos factores inconscientes fueron estudiado por Carl G. Jung,4 quien sostiene que el inconsciente colectivo se encuentra como ubicado en zonas distintas (estratos). Así habría un estrato superficial o inconsciente individual y un estrato profundo o inconsciente colectivo. Para Jung el inconsciente individual estaría formado como consecuencia de la unilateralidad del desarrollo personal, por el cual todos aquellos materiales que están en la conciencia y que dejasen de ser útiles o interesantes o, al menos, no necesarios en un momento determinado, pero que guardan una importancia o han impactado de un modo especial, se irían paulatinamente alejando del nivel consciente (desvanecimiento progresivo) para ser incorporados al inconsciente individual, en el cual existen tendencias y contenidos gnósticos positivamente valiosos y no solo aquellos censurados como creía Freud. El inconsciente pasa a ser así un instrumento que además de ser parte de la esencia del hombre, es una fuente de formación de creencias y costumbres y de formación de la personalidad. En cuanto al inconsciente colectivo albergaría, no ya los materiales que la conciencia captó de la realidad y que almacena en el inconsciente individual, el cual actuaría como una especie de inconsciencia superficial o preconciencia o subconciencia, de donde la memoria evoca hechos y otros datos que ahí están, sino que este inconsciente colectivo sería una verdadera caja fuerte, firmemente cerrada y ubicada en los planos de la inconsciencia más profunda, como una especie las “infinitas posibilidades que alberga en su ser”. En ese inconsciente estaría lo “ancestral” o atávico que es una especie de memoria colectiva que hoy denominamos memoria filética, que guarda el hombre como parte de su ser y de esa memoria surgirían instintos no aprendidos, actos o acciones que no se basan en experiencias previas, sino que surgen como algo “inspirado”, como una “visión” que este inconsciente a veces revela a la conciencia. Cuando algo se revela del contenido de la memoria filética, esa revelación no es completamente nítida y aparece como una reminiscencia, en el sentido de un recuerdo vago e impreciso. Si de acuerdo a algunas teorías, el saber del hombre se encuentra en esta memoria filética (todo el saber), sería cierta la deducción que Platón realizó al pensar que el hombre, frente al conocimiento, operaba como si estuviera inmerso en una cueva y sólo podía percibir sombras. La reminiscencia o recuerdo impreciso, actuaría acá con la acepción de la RAE como “facultad del alma con que traemos a la memoria aquellas imágenes de que estamos trascordados o que no tenemos presente”. Esto se puede traducir como que realmente tenemos todas las ideas e imágenes posibles en nuestra mente, pero sólo algunas de ellas se nos harán presentes alguna vez en la vida, a través de una especie de reminiscencia involuntaria, a la que luego veremos como “el saber” que propone Jung. Por esto, la memoria filética, más comúnmente, suele manifestarse normalmente como sueños, ensueños, fantasías, devaneos y, en ciertos momentos de éxtasis, como “revelación” o “visión” que se muestra como una alucinación. Las formas de manifestación del inconsciente colectivo tendrían el carácter de “categorías universales” o de “éternels incrées” (“presencias eternas que pueden no llegar a ser percibidas por el conocimiento”), pero que en algún momento surgen a la conciencia y determinan conductas, estilos de vidas, creencias o costumbres, incluso opiniones o puntos de vista. De este inconsciente pueden surgir impulsos tanáticos, la conducta violenta, todos los tipos de instintos bajos (el arquetipo que Jung denomina la sombra). De esta función mental es probable que nos lleguen pulsiones que no estén, necesariamente, ligadas a las funciones vitales y que tampoco puedan tener en sí una finalidad concreta, salvo de ser el fermento o la masa para formar impulsos aprendidos o modificar los impulsos instintivos. Esas pulsiones son las que nos proveen también, en ocasiones, de fuentes de creatividad. Otros de los arquetipos del inconsciente colectivo de Jung es el “saber” (del griego noético o noesis) que obraría como una especie de “visión intelectual” “pensamiento” “acto intencional de intelección o intuición”. Este saber noético sería una especie de símbolo del conocimiento o saber acumulado en el curso de los siglos prehistóricos e históricos y obraría como un saber ancestral, similar al de los animales que ya nacen sabiendo lo que tienen que hacer. Este es el saber que una vez que se manifiesta conscientemente da al hombre confianza en sí mismo, en su propio saber, lo que le permite alejarse o liberarse del influjo de sus padres o de otros hombres (auto dependencia). Este saber, cuando se da normalmente, hace que además de su propia confianza en sí, se sienta omnipotente y prometeico, en el sentido de que se sabe capaz de hacer muchas y diversas cosas. Es una especie de instinto que cuando decide desarrollar al nivel de conciencia, explota al máximo todas sus posibilidades intelectuales, físicas y sociales. Pero puede ocurrir que este saber noético también se presente como forma patológica en los cuadros conocidos como delirios de grandeza, estados oneroides de la esquizofrenia o en la fantasía de creerse hombre-dios (homo divinans). Jung da a entender, sin explicarlo concretamente, que este saber noético es la causa de aquellas personas que están afectadas por algunas intuiciones y creencias que le parecen obvias y evidentes, a modo de dogma o postulado indiscutible, aunque no se sepa de dónde nuestra mente tiene esas intuiciones y creencias y si las mismas tienen o no suficiente base lógica. Lo más probable es que se trate de justificarlas a través de raciocinios o explicaciones no claras ni para el que ostenta dichas creencias ni para el que las escucha. Se terminan aceptando bajo la frase “creo porque sí” “así lo veo yo” “es mi opinión” “las cosas son como son y nada las cambia”, etc. El repertorio de frases para justificar la ausencia de explicación lógica e inteligible de una intuición o creencia, es tan amplio y diverso que no puede consignarse en breves líneas. Es probable que esto esté tras el mecanismo de las creencias, supersticiones, etc. Otras veces, este saber actúa como “inspiración” acertada de muchas teorías o conceptos filosóficos que dan origen a descubrimientos transcendentales. Este pensamiento es el que da los personajes sociales que suelen actuar como profesores de premoniciones, parapsicólogos, astrólogos, profetas, caudillos, o presuntos líderes o sabios. También fundamenta el “saber del viejo” (el diablo sabe más por viejo que por diablo) que se manifiesta por dichos o refranes populares y ciertas creencias sobre meteorología, medicina casera, ritos contra males, etc. En alguna manera entronca con la magia oculta, la hechicería, etc. Así, explicaría a los predicadores y a los seguidores de determinadas sectas, al extremismo ideológico, al fundamentalismo religioso, a todo tipo de fanatismo y fatalismo. Incluso, en algunas manifestaciones de ese saber noético puede tener base una especie de sentimiento religioso primitivo, como es el que sustentan algunas tribus actuales o algunos pueblos de la Antigüedad. También del inconsciente nace la conducta refleja que contiene todos los reflejos congénitos o actos reflejos que en un momento determinado el hombre realiza en forma automática, sin intervención de la voluntad ni en forma consciente, aunque los realice en plena conciencia. Es decir, estando consciente, el hombre realiza actos reflejos inconscientes congénitos (reflejo de búsqueda y succión, reflejos defensivos, reflejo de prensión, etc.). Otra probabilidad es que el inconsciente o preconsciente intervenga en los llamados pensamientos automáticos que son pensamientos breves, de los cuales la persona apenas percibe conscientemente, en cuanto a su contenido pleno y cierto. Por ejemplo, si un grupo de personas que han jugado a un mismo número de quiniela o de otro juego similar, este número sale premiado secundariamente, de forma tal que le permite recuperar el dinero invertido o ganar apenas un poco más, algunos interpretan a esto como un alivio alegre de no haber perdido, otros lo reciben como un fracaso (no haber ganado todo) y a otros le resulta indiferente, mientras que el jugador compulsivo lo aprecia como un “siga participando”. Estas diferencias de interpretaciones son causadas por pensamientos automáticos, tras los cuales hay un fondo de positividad o negatividad y esto podría explicar también la tendencia a actitudes positivas o negativas connatas (tendencias que se manifiestan apenas se nace). Estas tendencias inconscientes a una determinada conducta o comportamiento o interpretación de la realidad están dentro del misterio ontológico o misterio del ser humano, como podría ser la tendencia homosexual. Naturalmente, nos referimos a las tendencias no adquiridas, aunque es posible que estas tendencias en unos sean congénitas y en otros adquiridas. Pero quienes la adquieren por aprendizaje o por deliberación voluntaria, quizás, tengan el trasfondo inconsciente. |