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CAPÍTULO IV. LA FAMILIA Matrimonio y familia se relacionan entre sí como causa y efecto: la familia deriva del matrimonio. Es cierto que un sector de la cultura actual propone otros modelos de familia resultantes de diversas combinaciones: de uniones estables, sin vínculo permanente e incluso de unión homosexual masculina o femenina. Pero la fe cristiana, con un serio fundamento antropológico y apoyada en la enseñanza de la Escritura, afirma que la familia se fundamenta en el matrimonio, como institución estable, jurídicamente reconocida, que garantiza no solo los derechos y deberes mutuos, sino también con los hijos habidos en el matrimonio. El nuevo tipo de familia que proponen esos sectores sociales es efecto - y en parte, también causa- de una crisis que padece la institución familiar. Esta crisis es denunciada por los representantes de casi todas las instituciones públicas, civiles y eclesiásticas. La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (22-Xl-1981) la expresa en estos términos: «No faltan signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivoca concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios; la plaga del aborto; el recurso cada vez más frecuente a la esterilización; la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticonceptiva» (FC, 6). No obstante, también hay signos de mejora en la familia actual que no sólo deben ser atendidos, sino protegidos y propagados. Juan Pablo II los comenta en estos términos: « La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos (…) , existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, la promoción de la dignidad de la mujer; a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa» (FC, 6). Con luces y sombras, la teología moral se ocupa de alentar la familia, dado que, como consigna la Familiaris Consortio: « ¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!» (FC, 86). I. SIGNOS DE LOS TIEMPOS QUE CONDICIONAN LA MORAL FAMILIAR Tanto los aspectos positivos como los negativos son signos de que la familia experimenta cambios en la forma concreta de realizarse a través de la historia. En este sentido, será conveniente no poner excesivo énfasis en el término «crisis», pues significa que algunos elementos son sustituidos por otros. Y es lógico que la familia se adapte a las sensibilidades de cada época. El riesgo está en que se intente sustituir los elementos que por naturaleza le pertenecen, introduciendo otros que la destruyen. Por ello, es decisivo que esos cambios afecten solo a componentes culturales o convencionales de la familia. Con este fin conviene estudiar los hechos que motivan la crisis para discernir los cambios que son útiles de los que han de ser rechazados. 1. Sentido de la crisis El «discernimiento» que es preciso hacer en torno a los factores que motivan la crisis actual de la familia se puede articular conforme a este triple criterio:
En este último caso -que integra las ambigüedades y errores que condena el texto de Juan Pablo II- , es evidente que no se trata de una verdadera reforma de la familia, sino de una adulteración de la misma, tanto porque no respeta la institución natural, como porque no responde al tipo de familia descrito en la Revelación. 2. Factores psicológicos de la crisis En la crisis de la familia influyen no solo elementos sociológicos, sino que también algunos factores psicológicos pesan sobre los diversos miembros que la constituyen. Por ejemplo: a. Primacía del individuo sobre la «sociedad familiar» Es cierto que la familia es el único ámbito donde el individuo es tratado por lo que es y no por lo que representa (FC, 43). Es claro que lo específico de la familia es esa unidad nueva que integra la entidad familiar, la cual origina relaciones íntimas entre los esposos, de éstos con los hijos, de los hijos con sus padres y entre sí. Esta unidad en otros tiempos se reflejaba en la importancia de la casa, del «apellido», del patrimonio, del buen nombre de los antepasados, etcétera. Pues bien, el riesgo actual es el «individualismo», que afecta por igual a los esposos entre sí como a los hijos respecto de sus padres. b. Relaciones «democráticas» entre padres e hijos Frente a las relaciones esenciales de la familia, en la que los padres tienen la autoridad, se pasa a una relación más igualitaria, en la que los padres ejercen su autoridad y los hijos se independizan de sus padres. Incluso aquellos hijos que retrasan la formación de su propio hogar, más bien «habitan» en casa de sus padres que «conviven» con ellos. Es claro que esta situación es ambivalente: el elemento negativo comienza cuando se pasa del «autoritarismo» al «permisivismo», sin quedarse en esa «mas viva libertad personal» de la que habla la Familiaris consortio (n. 6). c. La relación hombre-mujer en la familia También las relaciones esposo-esposa han sufrido un profundo cambio. Es claro que el «sostenimiento» de la esposa al marido daba lugar a algunas situaciones injustas. Pero, en la actualidad la mujer puede independizarse situándose «frente a frente» al hombre no solo en lo económico, sino en aspectos que tocan la conyugalidad en lugar de que esa nueva situación de la mujer fomente mejor «calidad de las relaciones interpersonales» de los esposos (FC, 6). Estas nuevas situaciones influyen notablemente en la psicología de las personas, en el modo concreto de vivir las relaciones esponsalicias, paterno filiales, fraternales, etcétera. Como queda dicho, es evidente que esos cambios son ambivalentes: pueden ayudar a vivir mejor las virtudes domesticas, pero empiezan a ser nocivos cuando adulteran el rol que cada miembro representan en la estructura familiar. 3. Cambios del estatuto familiar y social de la mujer Los sociólogos apuntan a que la mayor transformación en la familia actual es el cambio cualitativo que afecta a la mujer en la familia tanto en su aspecto de «esposa» como de «madre». Después de unos años de nerviosismo por ambas parte, nadie pone en duda el derecho y el deber que tiene la mujer de ofrecer su aportación especifica a los distintos ámbitos de la vida social. La igualdad radical entre el hombre y la mujer resta legitimidad a cualquier trato de favor del hombre en relación con la mujer en la vida social. Pero es necesario estar atentos a que no se tenga que pagar el precio elevado por el extremo de la ley pendular. Porque, si la mujer tiene derechos y deberes que cumplir en la convivencia humana, también los tiene en el ámbito de la familia. Pero con una diferencia: mientras en la vida social puede ser sustituida por otra mujer o por el hombre, en su oficio de madre no puede ser sustituida por nadie. De aquí la urgente necesidad de que, empezando por la psicología de la propia mujer y siguiendo por las reformas sociales y jurídicas pertinentes, la mujer pueda cumplir con esa doble tarea. Una común: su participación en la vida social y otra propia y exclusiva que es la de ser «madre». Ello conlleva la conquista de dos valores no negociables: el aprecio del trabajo domestico que debe ser reconocido y valorado aun desde el punto de vista social y que la mujer no disminuya su vocación a la maternidad. De lo contrarío, la conquista de unos derechos puede pasar una factura demasiado cara a la mujer, que repercutirá desfavorablemente también en la familia. El derecho a la «igualdad» con el hombre en ningún caso puede conducir a «ser igual» que él: «En nuestro tiempo, la cuestión de los «derechos de la mujer» ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos de la persona humana (...) la mujer -en nombre de la libertad del «dominio» del hombre- no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia «originalidad» femenina. Existe el fundado temor de que por este cambio la mujer no llegará a «realizarse» y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial. Se trata de una riqueza enorme. En la descripción bíblica, la exclamación del primer hombre, al ver a la mujer que ha sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la historia del hombre sobre la tierra» (MD, 10). Por lo tanto, «igualdad radical» y «desigualdad funcional» son dos polos que marcan la tarea de la mujer en la familia y en la vida social. Y, como ambas tareas no son excluyentes, se debe buscar el modo que la mujer pueda desempeñar estas dos misiones. 4. Cambios de costumbres: secularización de la vida Además de los factores enunciados, a los que habría que sumar los cambios habidos en la realización histórica de la familia y las transformaciones socioeconómicas, el factor más decisivo en la crisis de la familia se debe al cambio de costumbres. He aquí una lista que está lejos de ser completa:
En consecuencia, una institución de origen religioso, como es la familia, y que entre los cristianos está asentada sobre un sacramento, si no responde a su origen, está viciando su misma razón de ser. Pero la superación de la crisis es preciso hacerla a dos bandas: denunciando los defectos que la producen y fomentando los elementos esenciales que la constituyen. También se han de favorecer los nuevos valores a los que es sensible la convivencia familiar, como son: la definición de la comunidad conyugal como «comunidad de vida y amor», la valoración del amor conyugal, la procreación responsable mas allá del simple biologismo; la educación de los hijos en un clima de amistad, el respeto a la libertad de los miembros de la familia, la dignidad de la mujer, la preocupación por relacionarse con otros matrimonios, etcétera. II. LOS DERECHOS DE LA FAMILIA Si es cierto que filósofos, sociólogos, juristas, teólogos (…) hablan de la crisis que afecta a la institución familiar, sin embargo, los organismos nacionales e internacionales en sus textos jurídicos tratan de defenderla y protegerla. Así por ejemplo, la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU establece: «La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado» 1. La Carta Magna de los Derechos de la Familia Sería deseable que los organismos internacionales conviniesen en una Declaración Universal en la que se formulasen los Derechos Fundamentales de la Institución Familiar. En esto se adelanto la Santa Sede a promulgar la Carta Magna de los Derechos de la Familia (24-Xl-1983). Como es lógico, este documento pontificio no tiene el valor jurídico alguno, pero, dado que propone derechos que derivan de la institución natural de la familia, la Santa Sede lo dirige a «todos aquellos que comparten la responsabilidad del bien común», a las «Organizaciones internacionales e intergubernamentales» y a «todas las familias». El Documento Romano «desea estimular a las familias a unirse para la defensa y promoción de sus derechos». Finalmente, se dirige a «todos los hombres y mujeres para que se comprometan a hacer todo lo posible, a fin de asegurar que los derechos de la familia sean protegidos y que la institución familiar sea fortalecida para bien de toda la humanidad, hoy y en el futuro». 2. Enumeración de los derechos de la familia Seguramente, la Carta Magna enumera los siguientes derechos de la familia, que aquí simplemente se enuncian, pero que el texto original se alarga en su comprensión:
En estos doce artículos, la Iglesia recoge los derechos fundamentales de la familia. Y, «aunque no constituyen un tratado de moral familiar», si ofrece unos principios éticos que atañen por igual a los individuos, a las familias y a los poderes públicos. III OBLIGACIONES MORALES ENTRE LOS ESPOSOS Y LOS HIJOS 1. Obligaciones éticas de los esposos entre sí Es evidente que el matrimonio impone a los esposos un nuevo tipo de relación. La moral matrimonial no es un sobreañadido: sino que del ser mismo del matrimonio se origina un nuevo tipo de existencia. Estas nuevas obligaciones éticas, unas vienen exigidas por la caridad y otras por la virtud de la justicia. Los autores que articulan la vida moral según el modelo de los Mandamientos lo estudian en el 4°, 6° y 7° Preceptos. a. Deberes de la caridad La caridad entre los esposos no es el cumplimiento general de este precepto, sino que tiene una connotación nueva: la gracia del Sacramento les ha conferido un deber más de amarse, dado que les une «en una sola carne», y el paradigma es el amor de Cristo a su Iglesia «que se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25). El Apóstol especifica más y añade: «los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef 5, 28). El verbo que se usa, ágape -no amor sensible (eros), ni puramente afectivo (filía)-, marca la altura de ese amor: se trata de un amor sobrenatural, cuya fuente es el Sacramento. Por eso, si en algún momento en el matrimonio desapareciesen el «amor sensible» y el «amor afectivo», los esposos deben de recurrir a la vida ascética para despertar ese amor sobrenatural -que no se agota- conferido por el Sacramento del Matrimonio. Pues, como es sabido, la gracia especial del sacramento perdura a lo largo de la existencia de los cónyuges. En este sentido, los pecados contra la caridad entre los esposos pueden ser internos -de pensamiento, deseo, obra, de comisión y de omisión, graves y leves. b. Deberes de justicia El pacto sellado por la promesa de entrega mutua crea entre los esposos deberes y derechos nuevos que deben ser cumplidos. En el derecho civil se especifican estas obligaciones y se tipifican las penas en caso de que no se cumplan los mutuos deberes. También la moral teológica especifica que los esposos pueden pecar contra la justicia si no se cumplen los deberes que impone el Sacramento. Cabe distinguir tres ámbitos de obligaciones morales:
2. Obligación de los padres con sus hijos Las obligaciones morales de los padres con los hijos atañen también a las virtudes de la caridad y de la justicia: a. Deberes de caridad El amor de los padres a los hijos tiene un fundamento múltiple: biológico, pues es el grito de la propia sangre. Pero, además los padres deben amar a sus hijos con la caridad cristiana y con el amor paterno-filial, porque los hijos son participación del amor que los esposos, en virtud del Sacramento, mutuamente se tienen. Es cierto que el amor de los padres a los hijos es único, pero esa distinción teórica es útil en situaciones en las que es preciso recurrir a ese amor que «obliga», porque la mala conducta del hijo puede llegar a no ser acreedora al amor puramente biológico e incluso el amor cristiano hacia ellos puede ser menos imperante. En el aspecto negativo, los padres pueden pecar contra la caridad cuando, con lenguaje de San Pablo, «exasperar a sus hijos», lo cual acontece si los padres los corrigen exageradamente y por ello «provocan la ira» a sus hijos (Col 3, 212). Pero pueden pecar por defecto si no usan de su autoridad para corregirlos. San Pablo aconseja «criarlos en disciplina y en enseñanza del Señor» (Ef 6, 4). b. Deberes de justicia Los deberes de justicia de los padres para sus hijos tienen al menos dos ámbitos:
En lo referente a la educación escolar, la sociedad y el Estado tienen un poder suplementario, lo mismo que lo tiene la Iglesia respecto a la formación moral y religiosa. La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio califica este derecho con los siguientes adjetivos: « El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como están con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros» (FC, 36). Según esta enseñanza, el «deber de justicia» de los padres de educar a sus hijos goza de estas cinco notas: es esencial, original, primario, insustituible e inalienable. Pero ese «deber de justicia» nace del amor. Es preciso subrayar como el amor sustenta el matrimonio, es, a su vez, la razón última que justifica la educación de los hijos: «Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento mas radical que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno o materno que encuentra la acción educativa se realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guia toda acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto mas precioso del amor» (FC, 36). En este texto, Juan Pablo II precisa las normas más eficaces de la pedagogía de todos los tiempos para una educación esmerada. En efecto, la dulzura, la constancia, la bondad, la actitud de servicio, el desinterés y el espíritu de sacrificio son los medios necesarios para una educación eficaz. 3. Obligación de los hijos con los padres Las obligaciones de los hijos con los padres tienen también una doble fuente: la caridad y la justicia. a. Deber de caridad Se ha de destacar que este deber moral es el que se formula en el 4° Precepto del Decálogo. La razón puede ser que el «amor originario» es el amor paterno-filial, por eso es más natural y menos preceptivo. Sin embargo el amor de los hijos a los padres es «derivado»: ellos son efectos de los padres y, en consecuencia, es fácil que no se atienda. De aquí el preceptuarlo de modo explícito. No obstante, los hijos tienen el deber de caridad de amar a sus padres: ellos son fruto del amor de los padres entre si que quieren un hijo. Y, en el caso de que no sea un nacimiento deseado, los padres lo han acogido con amor. Por ello, el hijo tiene el deber de corresponder a ese amor que le engendro o con que fue acogido. Los textos bíblicos recordando a los hijos la obligación que tienen de amar a sus padres están cargados de emoción (Dt 5, 16; Lev 19, 3; Prov 6, 20-21; Eccl 3, 1-16). También el N.T. recuerda esta obligación del amor filial (Col 3, 20; Ef6, 1-2). b. Obligación de justicia La caridad del hijo a sus padres debería agotar las obligaciones de este precepto. Pero el 4° Mandamiento obliga a cumplir deberes de justicia. Asimismo la virtud de la justicia demanda del hijo el cumplimiento de algunos deberes. Cabe reducirlos a dos:
«Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartados de la familla o de ser soportados como un peso inútil, el anciano permanece inserido en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable -aún debiendo respetar la autonomía de la nueva familia- y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro» (FC, 27). Por eso, el Papa lamenta «el abandono o la insuficiente atención de que los ancianos son objeto por parte de los hijos y de los parientes» (FC, 77). Dado que las relaciones de los hijos para con los padres ancianos se hacen hoy especialmente difíciles a causa de los profundos cambios sociales, el Catecismo de la Iglesia Católica hace una mención especial de las obligaciones morales de los hijos para con los padres que están en esa situación: «El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben presentarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (Mc 7, 10-12)» (CEC, 2218). El deber de amar y atender a los padres ancianos es uno de los deberes morales que requieren más atención por parte de los sacerdotes. El confesor debe gravar la conciencia de los hijos acerca de la obligación que les incumbe de atender a sus padres en sus necesidades. Otros aspectos de la ética familiar, como obligación de prepararse para asumir las responsabilidades de la familia, así como la atención pastoral a las familias se estudian en la Teología Pastoral. Asimismo las exigendas ascéticas de la moral familiar, si bien se deben contemplar en la Teología Moral, de modo específico su estudio pertenecen a la Teología Ascética. SECCIÓN TERCERA BIOÉTICA Es incuestionable que lo más decisivo en el hombre es su vida, que se inicia en la gestación y culmina en la muerte. En consecuencia, no solo el actuar del hombre, sino que su misma vida es objeto de la consideración ética. Pero la vida humana —su origen, conservación y acabamiento-, que es objeto de estudio de la Biología, de la Genética, de la Medicina (...) ha experimentado tales avances científicos, que a nuestra época cabe denominarla como la «era biológica», al modo como la década de los años cuarenta se llamó la «era atómica». Como es lógico, estos avances han de ser recibidos con gozo, dado que están destinados no solo a conocer el origen y la naturaleza de la vida, sino que ayudarán a una notable mejora en la calidad de la vida del hombre. 1. Definición Como indica su etimología, «Bio-ética» es la «ética de la vida»; o sea, es la parte de la teología moral que estudia los criterios éticos para juzgar el bien y el mal de la vida humana. El término se creó en 1971, fue invención del inglés Potter y, desde el año 1973, se habla ya de una nueva disciplina moral. La Bioética se sitúa a distinto plano que la Biología: no es una ciencia técnica, sino moral. No entra, pues, en competencia con las ciencias experimentales sobre la vida, sino que les ofrece los criterios éticos para sus investigaciones. Pues, dado que se trata de ciencias experimentales, les recuerda que no todo lo que es posible desde el punto de vista científico es lícito si se considera la óptica de la moral, porque en lugar de contribuir al bien del hombre, lo puede destruir. Además no es lo mismo «ciencia» que «conciencia». 2. Alcances de la vida humana Es obvio convenir en que la vida humana es el bien supremo, del cual proceden todos los demás bienes. En este sentido, ser es mejor que no-ser, de aquí que también las vidas deterioradas, los enfermos, los subnormales (...), no están en el supuesto negativo de la nada. Además, la fe cristiana enseña que todo ser humano es un «ser-para-la- eternidad». Por ello, las vidas biológicamente deficientes están destinadas a vivir para siempre una existencia feliz. La Encíclica Evangelium Vitae es, precisamente, una valoración y un canto a la vida, pues «la vida es siempre un bien. Esta es una intuición o, más bien, un dato de experiencia, cuya razón profunda el hombre está llamado a comprender» (EV, 34 ctr. nn. 2, 28, 37,39, etcétera). Ante este supuesto, la Bioética hace una afirmación rotunda de la vida, no solo se coloca en la sospecha, menos aun en la oposición, sino que proclama el valor de los hallazgos científicos que ayuden a una mejor calidad de la vida humana, desde la eugenésica hasta conseguir una muerte digna del hombre. 3. Importancia de los temas biológicos La importancia de las ciencias relacionadas con el origen y conservación de la vida es excepcional, sobre todo para las generaciones futuras, dado que la Biología, la Genética, etcétera. Están llamadas a alcanzar avances insospechados en el conocimiento del origen y naturaleza de la vida humana. En este sentido, la Ética Teológica se encuentra con grandes dificultades al momento de emitir un juicio moral sobre la aplicación de algunos de estos hallazgos. Por eso, la intervención del Magisterio sobre estos temas es cada día más frecuente. De aquí que el teólogo -sin convertirse en un simple comentador de la enseñanza magisterial- si tiene que seguirla para elaborar la doctrina moral sobre estos temas. 4. Esquema de una ética de la vida humana La Bioética abarca todo el arco de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte. Con el fin de articular didácticamente el conjunto de estos temas, sus contenidos se articulan en tres capítulos que responden a tres «momentos» de la vida: origen, desarrollo y muerte del existente humano:
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