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Ética y cultura Visualizo a la ética como parte de un sistema cultural. Se impone en consecuencia una aclaración sobre la cultura. El término "cultura" es utilizado en varios sentidos. Indiquemos algunos de sus usos. Se utiliza para designar a la persona educada. Este uso se pone de manifiesto en expresiones como "él es una persona de gran cultura". Entre los especialistas en agronomía y disciplinas relacionadas se utiliza el término "cultura" para designar determinadas formas de cultivo (piscicultura, por ejemplo). También se utiliza para referirse a determinadas formas de expresión, como el arte, la literatura, la expresión artística en general. En este último sentido, remite al conjunto de disciplinas que "permiten a un individuo, en una sociedad determinada, alcanzar cierto desarrollo de su sensibilidad, de su sentido crítico, de sus facultades cognoscitivas, de sus capacidades creadoras" (Ladriére 1978: 70). Sin embargo, me interesa utilizar el concepto de "cultura" en un sentido muy general, para designar al "conjunto de instituciones consideradas a la vez en su aspecto funcional y en su aspecto normativo, en las cuales se expresa cierta totalidad social, y que representa, para los individuos que pertenecen a esa totalidad, el marco obligatorio que forma su personalidad, prescribe sus posibilidades y, de alguna manera, traza de antemano el esquema de vida en el que podrá insertarse su existencia concreta, por el que podrá alcanzar su forma efectiva" (Ladriére 1978: 69). A este enfoque de la cultura, se ha contrapuesto el mundo natural. Sin embargo, no es fácil encontrar esta contraposición, ya que la cultural reconceptualiza, reconstruye constantemente lo natural. De manera que lo natural es también una reconstrucción social. Lo cual no significa que no pueda ofrecerse una caracterización parcial de lo natural, pero siempre está mediado por una reconstrucción previa. Me interesa señalar en una cultura, sus dos componentes principales: un conjunto de instituciones y un conjunto de valores o aspectos normativos. La relación entre éstos es dinámica y compleja. Algunos autores, como Luhmann privilegian lo institucional sobre lo normativo, de manera que éste último componente puede ser visto como un producto de la interacción entre la parte interna del sistema y su parte externa (el entorno). De igual manera, para nosotros es importante adoptar una posición en la cual lo social sea visualizado a partir de lo normativo. Considerado de esta manera, la ética, junto con otros subsistemas, tiene por finalidad garantizar el funcionamiento de una organización social proporcionándole un conjunto de aspectos funcionales y normativos, es decir, dándole continuidad a la organización como un todo, y de servir de base para que sus miembros construyan su sentido de arraigo o de identidad dentro de esa cultura. así como proyectar al futuro aquello que se considera deseable o lo que debe ser. Este aspecto normativo y de futuro es fundamental para nosotros. Proporciona, en este sentido, importantes criterios para evaluar comportamientos, comparar y seleccionar determinados cursos de acción, y, en general, establecer lo que es correcto o incorrecto. Cuatro aspectos son llamativos de la cultura: su capacidad de mantener la unión (cohesión de grupo, de comunidad, de país); el control, es decir, el registro de las "irregularidades" o amenazas al sistema; la regulación y el ideal de lo que debe ser. Claramente, la ética pone de manifiesto, a su manera, cada uno de estos cuatro elementos, aunque no con el mismo énfasis o proporción. En efecto, interesa mucho para la ética el ideal de un grupo de individuos, es decir, la manera cómo se elabora y expresa el debe ser, y las pautas que proporciona sobre lo que se debe hacer y cómo. Por esto, la ética es esencialmente normativa. Pero la normatividad ética tiene que estar relacionada con "la realidad" que vive el grupo. En este sentido, la ética es un continuo movimiento entre el "ser" y el "deber ser", y, en este continuo moverse, establece y define pautas, proporciona criterios y formas de justificación para determinadas acciones y cursos de eventos. Si se considera de esta manera la ética, su riqueza no se agota en un solo nivel (en sí misma), sino que es necesario referirse a las aspiraciones de una sociedad o grupo, a las preocupaciones de la colectividad y a las tensiones a la que constantemente se enfrenta esa sociedad, tanto debidos a factores externos como internos. Lo que distingue y comparte la ética con otros componentes y subsistemas de la cultura, se pone de manifiesto, precisamente, cuando consideramos esa totalidad mayor que es la cultura, y las formas específicas de ella. En este sentido, el nivel de especificidad de la ética (diferencia) depende del tipo de cultura que analicemos. Es posible que para algunas sociedades, la diferencia entre valores éticos y estéticos no sea muy significativa, o que los valores éticos y los morales (religiosos) no muestren diferencias que permitan distinguirlos claramente. En las culturas influidas por la cultura occidental, sobre todo después del Renacimiento, tiende a separarse más claramente los valores éticos de los religiosos, de los estéticos, y de cualquier otro tipo de valores, de manera que adquiere cierto nivel de autonomía y de universalidad; delimitan y establecen su objeto propio, aproximándolo de manera cada vez más racional. En este contexto hacemos nuestra aproximación a la ética. El concepto de ética Es generalmente aceptado que el objeto de la ética es la determinación de aquello que es "bueno", "correcto”, "deseable" y, por tanto, sus opuestos constituyen aquello que no debe procurarse. Pero no se trata de simples oposiciones sino, más bien, de escalas en las que "bueno", "malo", "correcto", "incorrecto", "deseable" y "no deseable" constituyen sus extremos. En el Capítulo segundo propondremos algunas de definiciones de cada uno de estos términos. Aquí podemos establecer las siguientes relaciones entre los tres términos: tradicionalmente "bueno" designa el contenido o tema de la ética; "correcto" designa la consistencia entre lo dicho y lo actuado, la atinencia de las justificaciones que dieron origen a una determinada actuación. Finalmente, "deseable" señala tres aspectos importantes: primero, que entre las posibles alternativas de actuación se elige aquella que es más compatible con lo establecido en la teoría ética. Segundo, apunta a un horizonte o utopía sobre el tipo de sociedad, en nuestro caso, que se desea alcanzar; tercero, permite justificar la teoría ética adoptada como la mejor entre las posibles. Sin embargo, las diferencias surgen tan pronto como tratamos de establecer o hacer explícito qué contenidos debemos calificar como "buenos" o "malos" y cómo debemos determinar la naturaleza de la valoración, de dónde recibe su fundamento la valoración ética y, si es posible, qué tipo de regularidad podemos encontrar en el análisis ético. De manera similar, surgen diferencias al tratar de establecer qué es lo que evaluamos, es decir, cuál es el objeto de la valoración ética. Otro de los problemas centrales es si "bueno", "malo" y similares ("correcto", "incorrecto", "deseable", "no deseable"...), pueden ser traducidos, es decir, definidos en términos de expresiones de naturaleza no ética. Existen muchas alternativas para lograr tal definición. Por ejemplo, decir que "bueno" es aquello que una cultura o un determinado grupo defina como tal. En ese sentido, definimos "bueno" en términos externos al dominio ético; puede obtenerse analizando al grupo como tal o su cultura. Pero también podríamos pensar que dichos términos no son traducibles y que reciben su significación del análisis intrínseco que se haga de ellos y de los enunciados en los que intervienen. Presuposiciones de distinta naturaleza articulan las diferentes posiciones que se pueden encontrar. A nivel filosófico, es frecuente encontrar que las discusiones se centran en términos de si -bueno", "malo- y similares, deben entenderse de manera relativa, es decir, dependiente de un determinado contexto o si, por el contrario, podemos encontrar un objeto propio de la ética que lo haga un saber formal. Directamente vinculado a lo anterior, está el problema de establecer si la ética es autónoma, es decir, si el significado de los términos éticos es inmanente al campo mismo de la ética, o si es heterónoma, es decir, si recibe su significación de ámbitos externos a sí misma. En tercer lugar, puede plantearse el problema de si lo que se considera cuando se hace análisis ético es un análisis de las consecuencias de una determinada acción o curso de eventos (consecuencialismo) o si, por el contrario, se requiere únicamente considerar la situación en la que se hace el enunciado, para determinar enteramente su significado ético (fenomenalismo). Finalmente, cabe considerar si en el análisis ético tiene como objeto preferente el individuo o la colectividad, y cuáles son las relaciones que se establecen entre ambos. Es decir, si lo que debemos entender por "bueno" o "malo" remite a consideraciones preferentemente sobre colectividades o debe restringirse únicamente al individuo, y cómo debemos entender, ya sea lo individual en el contexto de la colectividad, o la colectividad a partir de lo individual. Pueden establecerse varias relaciones en esta primera aproximación entre los cuatro aspectos señalados. Por ejemplo, para alguien que adopte una posición de autonomía, posiblemente acepte que la ética no es relativa y prefiera lo que hemos denominando un análisis fenomenológico más que uno de consecuencias. Una posición como ésta es denominada "deontologista". Es normal remitir a Emanuel Kant (1724-1804) como uno de los principales partidarios y fundamentadores de la ética autónoma contemporánea, aunque algunos autores han cuestionado que se considere a Emanuel Kant como deontologista, sino más bien como un epistemólogo; una discusión sobre la que no entraremos aquí. No es el objetivo de esta obra profundizar en el análisis de las distintas posiciones señaladas, sino más bien enmarcar el tipo de enfoque que adoptaremos. Dicho enfoque se aproxima mucho más hacia lo que se denomina "ética del desarrollo-(Crocker 1987 , 1988), pero en un sentido diferente al propuesto por el mencionado autor y otros: para nosotros no se trata de reflexionar sobre los problemas del desarrollo como una nueva "área" de intervención ética, sino más bien que el significado que debemos dar a los conceptos de "bueno", "malo", "correcto" e "incorrecto", se obtienen de una determinada perspectiva de desarrollo, así como las métricas de evaluación. Asumimos, pues, que los términos éticos pueden ser traducidos en términos del modelo de desarrollo adoptado. En ese sentido, el enfoque ético propuesto tiene los siguientes dos rasgos: primero, es esencialmente heterónomo, con un grado importante de relatividad (en el sentido en que Aristóteles introduce los imperativos hipotéticos), a nivel de fundamento, así como con un predominio en el análisis por consecuencias y con un marco de referencia colectivista. Es decir, partimos del hecho de que no hay leyes o reglas universales en ética y, por tanto, las distintas posiciones éticas deben ser valoradas con base en ciertos criterios de comparación (métricas de evaluación de teorías éticas). Sobre esto volveremos más adelante. El segundo rasgo es el hecho de que la ética no constituye una disciplina filosófica, sino que es una forma de práctica que está involucrada en toda toma de decisiones y, por tanto, existen más actores involucrados que la comunidad de profesionales en ética. Esto no excluye que, como todo fenómeno, sea susceptible de hacer un análisis filosófico; lo que queremos señalar es que no es privativo de los filósofos pronunciarse sobre temas éticos, sino que al igual que otros ámbitos de la acción humana, como la bioética, requieren la participación multidisciplinaria dentro de la cual la filosofía es sólo una de las disciplinas involucradas. Hemos indicado que el enfoque adoptado es un sentido importante relativista. El relativismo tiene varias vertientes y, por ello, se impone, a fin de evitar confusiones futuras, una breve clarificación del uso que le damos al concepto de "relatividad ética". Podemos distinguir dos clases generales de enfoques relativistas: a) Aquellos que parten del supuesto de que no existen normas aplicables universalmente, sino que éstas son relativas al contexto cultural; en este sentido, resulta difícil pronunciarse, como ha sido señalado por muchos autores, sobre lo correcto o incorrecto de actuaciones de personas o grupos, pues éstos son dependientes de la cultura en cuestión; este enfoque conlleva claramente a paradojas, como ha sido puesto de manifiesto por varios autores. Muchos de los antropólogos culturales adoptan una tal posición. b) Están aquellos que asumen relatividad a nivel de sistemas éticos; es decir, aceptan que existen diferentes sistemas éticos (diferentes maneras de definir lo que es bueno y lo que es malo), sobre los cuales no caben criterios absolutos de decisión, sino que para la comparación y evaluación de estos sistemas debemos desarrollar determinadas métricas que presuponen ponerse de acuerdo previamente. En este segundo sentido, no se niega que existan normas universales, pues cada uno de los enfoques éticos hacen afirmaciones universales de un tipo o de otro, sino que lo que es relativo son los sistemas éticos mismos (sus puntos de partes, sus presuposiciones sus estructuraciones, etc.), es decir, distintas personas pueden elaborar y adherir diferentes sistemas éticos. Se trata, para decirlo en lenguaje aristotélico, de imperativos hipotéticos. El propósito es presentar la perspectiva de desarrollo a partir del cual elaboramos nuestra reflexión en torno a la ética y a la tecnología. Lo hacemos, por contraste con aquella perspectiva de desarrollo establecida en términos de crecimiento económico. Aun así, señalaremos que debemos hablar más de un grupo de perspectivas y no de una sola. Sin embargo, algunas de estas formulaciones surgen a partir de una raíz común. Veremos, efectivamente, que las perspectivas del desarrollo humano surgen, históricamente, como alternativa y como respuesta a esa otra visión del desarrollo. Por ello, comenzamos estableciendo una perspectiva histórica que nos permita ubicar ambas propuestas. Esto lo hacemos a nivel conceptual más que socio- histórico, y con propósitos exclusivamente contextuales. Una vez hecho esto, pasamos a caracterizar con mayor detalle el modelo que adoptamos, analizando algunas diferencias de interpretación del concepto, para terminar el Capítulo indicando por qué considerarnos que es un marco importante para articular una ética a partir de él. Desarrollo como crecimiento económico Utilizado inicialmente en descripción y explicación de determinados fenómenos biológicos, el concepto de desarrollo ingresa en lo social en la segunda década del siglo XX. Sin embargo, adquiere nuevas características en el contexto de la introducción del concepto de subdesarrollo (Esteva 1992). Desarrollo y subdesarrollo son unidos por primera vez en el discurso del presidente Truman del 20 de enero de 1949, en el que se indican las dos características principales de los países desarrollados e introduce el concepto de "subdesarrollo" para designar aquellos países en los que estos factores no están presentes de la misma manera. Desarrollo y subdesarrollo forman parte del nuevo programa geopolítico estadounidense hacia el mundo, es decir, a partir de la nueva posición hegemónica de este país al término de la Segunda Guerra Mundial. Las dos características aludidas son: el nivel científico y tecnológico alcanzado por un país desarrollado; con la consolidación del sector industrial. Se trata de una cuestión sí-no, es decir, se es desarrollado o subdesarrollado. Un país posee los dos factores o no los posee. El nuevo programa consiste en transferir los beneficios de los progresos científicos así como industriales de los países desarrollados hacia los denominados "países subdesarrollados", en los que claramente estos dos factores no han adquirido la preponderancia que se requiere para considerarlos como desarrollados. En América Latina, el modelo de CEPAL (Comisión Económica para América Latina) se articula a partir de estos dos ejes. Lo que los estudios subsiguientes mostrarán es que hay relaciones estructurales de dependencia que no son capturados por esta perspectiva. Pero nos interesan aquí únicamente determinados elementos contextuales. Así, el concepto de "desarrollo", para América Latina en particular, presenta dos características importantes. En primer término es descriptivo, es decir. Permite describir la situación de un país determinando si presenta o no las características indicadas y, segundo, es prescripto: señala los caminos que debe seguir un país para lograr el desarrollo. Tanto el progreso científico y tecnológico como el industrial deben reflejarse, de alguna manera, en la condición general del país. Ahora bien, ¿cómo medir el nivel de articulación de estos dos factores? Ya en 1944, Arthur Lewis había presentado el criterio de que el desarrollo debe medirse en términos de crecimiento económico. (Esteva 1992). Este mismo criterio fue externado por la incipiente Organización de las Naciones Unidas en 1947, durante su constitución. Pero solo falta un paso para llegar al dictum de Lewis en 1955, que mide el desarrollo únicamente en términos de crecimiento económico y no en términos de la distribución de la riqueza. El producto interno bruto (PIB) y los otros indicadores macroeconómicos, se convierten en uno de los criterios más importante para medir el desarrollo. El siguiente paso es establecer la dinámica del mercado, la participación de los agentes económicos, en un marco de regulación, como el elemento dinamizador del crecimiento económico. El marco regulativo establecido por las leyes de un Estado o país permiten delimitar el espacio dentro del cual las interacciones económicas se llevan a cabo. Únicamente en situaciones extremas, el Estado interviene para evitar que el mercado sufra algún nivel importante de estancamiento. Este es, podemos decir, el concepto de desarrollo que comienza a imponerse a partir de la segunda mitad del siglo XX por parte de Estados Unidos. Con el advenimiento de los proyectos de integración regionales en el marco de la denominada globalización, y el papel central de las corporaciones, se dan pasos muy importantes que transforman el concepto de desarrollo. En él desaparecen aspectos esenciales del concepto anterior, como el de Estado o país (entendido como unidad territorial, leyes y soberanía) entre otros. Para este modelo el concepto de Estado no es el criterio, sino que es ahora el mercado, el cual no reconoce límites geográficos. La dinámica del mercado es la que establece las condiciones de interacción dentro de un marco más amplio: "la aldea global". Las corporaciones, como indica Greider (1997), no son ya propiedad de un país, sino más bien de capitales mixtos, y se mueven dentro de este nuevo gran mercado que es el globo. La capacidad de toma de decisiones o el control sobre el proceso de las corporaciones no está determinada por un país específico, sino más bien por la dinámica del propio mercado; un mercado que se pretende no tenga barreras para los distintos actores económicos. Así el concepto de desarrollo sufre en el marco de la globalización una transformación importante: desplaza los mercados locales por el mercado global; reemplaza el planeamiento propio de los modelos de desarrollo y que aseguraban la posición de un país en la economía mundial, por la dinámica del mercado global. El planeamiento es propio ahora de las corporaciones y debe responder a los criterios de competitividad y de calidad determinados por dicho mercado. Volviendo al concepto de Estado, éste en muchas ocasiones es visto como una estructura que obstaculiza la libre movilidad de los capitales globalizados. Dos características importantes están implicadas por el modelo de las corporaciones en relación con el tema del Estado. Primero, los distintos Estados deben establecer políticas de desregulación que favorezcan la presencia de las corporaciones y 1 los beneficios derivados de las interacciones -competencia- para ese sector del gran mercado. Las políticas de desregulación son esenciales para que el proceso de globalización siga su curso normal. Dentro de las desregulación están las relaciones laborales. Este modelo exige que estas relaciones sean flexibilizadas con el propósito de disponer continuamente del personal idóneo a los requerimientos de las corporaciones. Segundo, los Estados desempeñan un papel muy reducido y están subordinados a las demandas del mercado, las cuales deben ser garantizadas. En relación con estas demandas, aparecen nuevos elementos en este contexto: primero, el nuevo rol de los profesionales y, segundo, la participación de la comunidad. Es en la educación donde con mayor claridad se aprecian algunas de estas características. En este siglo, como señalan Bumett y Patrinos (1997), la economía mundial estará "más orientada hacia el mercado, como consecuencia de la de reglamentación nacional registrada en la mayoría de los países y de la adopción explícita de políticas de mercado en las economías que eran antes de planificación centralizada. La economía mundial también estará más integrada como consecuencia del rápido desarrollo de los sistemas de comunicación, la liberalización y la expansión del comercio, la disponibilidad universal de tecnología en rápida evolución y el aumento de las migraciones"(Burnett y Patrinos 1997: 242). Una de las consecuencias que hasta el momento ha tenido este modelo de desarrollo, y su antecesor, es que el producto mundial bruto ha aumentado alrededor de 10 veces de 1950 al presente, con lo cual el promedio de ingreso por persona ha sufrido un incremento considerable (se estima en más del 300 %). Sin embargo, se ha observado, según diversas fuentes una gran concentración de la riqueza en pocas manos, de tal manera que, por ejemplo, en 1995 alrededor del 75 % de la población mundial vivía en los países en desarrollo y acceden únicamente al 16 % de la riqueza mundial (PNUD 1995). |