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Prólogo a la nueva edición «There is a crack in everything, that’s how the light gets in.» LEONARD COHEN Un renombrado director de cine –peronista, revolucionario, añejo– enfurecido al detectar a un cineasta más joven leyendo la primera edición de La auténtica Odessa al borde de una pileta en Uruguay, se precipitó sobre aquel insolente espectáculo, manoteó el maléfico libro y lo arrojó al agua, profiriendo enérgicos insultos mientras estas páginas volaban hacía un húmedo, sacramental destino. Afortunadamente, el agua purifica, el papel f lota, más o menos, y aquí reaparece el ofensivo objeto, ansioso por volar de nuevo... con más páginas que antes. ¿Qué puedo agregar en esta nueva edición a la historia ya desbordante de sus capítulos originales? Una de las preguntas que más surge en los diversos países donde el libro está publicado es: ¿cuántos nazis fugaron a Argentina? Esta nueva edición es entonces una buena oportunidad para otorgarle a la cuestión el espacio que requiere. No es una respuesta que se pueda reducir a una simple cifra sin explicación previa. Ante todo, no sólo nazis cruzaron el Atlántico hacia la templada Buenos Aires, sino que llegaron precedidos –a veces acompañados– por sus colaboradores y compañeros de ruta de los países ocupados por Hitler durante la guerra. Entonces es preciso diferenciar los nazis alemanes de los cuantiosos colaboradores franceses, rexistas belgas, miembros de la Ustasa croatas, de la Cruz Flecha húngaros y fascistas italianos, entre otros, que buscaron refugio en Argentina. Hace falta considerar estos grupos separadamente. Entre todos numeran miles de personas. La otra pregunta directamente ligada a la anterior es: ¿cuántos de estos nazis y sus colaboradores eran efectivamente criminales? Es una pregunta difícil también de contestar en simples números romanos. Habría que definir «crimi- Prólogo a la nueva edición nal». Para esta investigación se toma la definición más estrecha, la de personas con cargos abiertos ante la justicia en Europa o con evidencia abrumadora disponible en su contra. En Alemania la justicia ha sido bastante contundente, facilitando la clasificación en el caso de los nazis. Esta investigación ha identificado 33 nazis alemanes y austríacos que de acuerdo a esta definición se pueden clasificar como «criminales» que llegaron a Argentina. Una definición más amplia que incluyera a todo miembro de las SS o del partido nazi que cruzó el Atlántico, más allá de tener responsabilidad comprobada por la justicia europea, arrojaría cientos de «criminales» nazis. ¿Pero qué hacer con los colaboradores de los países ocupados por el régimen nazi, donde la justicia de posguerra fue menos contundente? ¿Cómo definir, por ejemplo, a un francés condenado pero luego amnistiado por una Francia que eligió olvidar? ¿El olvido borra el delito? Obviamente no. Pero tampoco podemos listarlo directamente como «criminal» sin esperar incómodas controversias. ¿Y qué hacer con los croatas de la Ustasa cuya extradición fue perseguida sin éxito por la Yugoslavia comunista y que se consideraban a sí mismos patriotas, convenientemente olvidando los espantosos crímenes cometidos? Al negar su extradición, Argentina de alguna manera avaló su «inocencia». Dada esta situación, he obviado calificar automáticamente como «criminales» a los fugitivos de los países ocupados, optando por presentar cápsulas de la información disponible sobre ellos para que el lector aplique su propio compás moral a cada caso. El listado que se presenta para esta nueva edición de La auténtica Odessa numera entonces 228 casos, entre criminales nazis y fugitivos de los países ocupados, con la salvedad de que este estudio no tiene por objeto principal la «caza de nazis» ni la identificación de fugitivos. Lo que se investiga aquí es la ruta de escape, los actores que asistieron en la huida, las razones y el pensamiento tras esa asistencia. El listado representa por lo tanto el número de identificados como resultado secundario de una investigación sobre los métodos de fuga. Fue, además, una labor sin asistencia formal de gobierno u organización alguna. Todo lo contrario. Los pedidos de apertura de documentos al estado argentino resultaron mayormente infructuosos y las organizaciones no gubernamentales activas en este tema, más allá de su presencia en los medios, dependen más bien de investigaciones independientes como la actual para arrimarles datos que permitan un resultado. El único intento anterior por contabilizar sistemáticamente la cantidad de fugitivos llegados a Argentina fue emprendido por la CEANA, la Comisión de Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina, del Ministerio de Relaciones Exteriores en Buenos Aires. Esa comisión gubernamental produjo un «Informe Final» en 1999 que, al menos a mi juicio, tapaba más de lo que 4 La auténtica Odessa descubría. Pero su cuantificación de criminales fue un aporte positivo. Un cuidadoso relevamiento de aquel «Informe Final» revela 200 nombres de fugitivos supuestamente llegados a Argentina, aunque la CEANA en aquel momento habló públicamente de haber compilado solamente 180 casos. Mejorando aquel resultado, se incluyen aquí 80 nuevos nombres que no aparecían en el «Informe Final» de la CEANA, aun cuando se excluyen 52 de los nombres que allí aparecían, al no poder esta investigación confirmar su arribo a Argentina, o cuando confirmado el desembarco, esta investigación no obtuvo otro dato que pareciera justificar la inclusión. En particular quedaron fuera una gran cantidad de franceses y belgas sobre los que la CEANA no aportó otro dato que el nombre. Con suficiente tiempo y recursos, seguramente se podría obtener información sobre ellos también. De haberse añadido, el total aquí llegaría a 280 casos. Esta cautela extraordinaria está obligada porque todavía el caso de un criminal nazi condenado a prisión perpetua ofrece lugar a controversias indeseadas. Así resultó en enero de 2004 cuando recibí una comunicación de Garzanti Libri, el editor en Italia de este libro, diciendo «algo increíble ha pasado». Aquello «increíble» resultó ser que el ex capitán SS Erich Priebke, extraditado de Argentina y condenado en Roma en 1998, se había presentado ante una corte en Milán accionando judicialmente contra este libro, molesto particularmente porque se lo califica como «notorio criminal» en el capítulo que lleva su nombre. Lo que en un primer momento me provocó una sonrisa incrédula, rápidamente pasó a ser gravemente preocupante. Priebke ya había ganado una larga serie de acciones judiciales en Italia, inclusive ante una mujer que osó manifestar a la prensa que su padre había sido torturado por el entonces oficial de la Gestapo. Priebke había triunfado hasta en una acción judicial contra Famiglia Cristiana, una publicación de la Iglesia Católica. En mi caso, Priebke solicitaba al juzgado que retirara Operazione Odessa de circulación. Para mi gran alivio, el juez en Milán falló rápidamente en su contra, poniendo fin a una escandalosa situación en la que varios jueces habían dado paso a sus pretensiones. «La corte civil de Milán ha rechazado la demanda del capitán de las SS Erich Priebke,» dijo un editorial en el diario l’Unità de Roma. «El libro... no podrá ser quemado como en la Alemania nazi de su juventud.» Fue una victoria de poco aliento, porque al año siguiente Priebke arremetió de vuelta, esta vez exigiendo 50 mil euros y presentando un escrito con cerca de mil carillas. Esto no asustó a los directores de Garzanti, quienes tomaron la moralmente encomiable decisión de no negociar un acuerdo extrajudicial, batallando legalmente dos años más contra un Priebke que contaba con el patrocinio de un importante estudio de abogados. Confiaron en mi documentación, que re- Prólogo a la nueva edición 5 sultó suficientemente sólida. Finalmente, el 24 de marzo de 2007, día en que se cumplían 63 años de la masacre de las Fosas Ardeatinas en la que Priebke participó, el juzgado volvió a desechar la demanda, sentenciando que aunque el libro es «crítico» hacia Priebke, «la valuación negativa está fundada». El juez no halló falta alguna en el presente trabajo, «con particular referencia a su fuga a la Argentina para escapar de la justicia, lo cual representa el motivo de fondo del volumen». Recalcó además que no era difamatorio calificar a Priebke de «criminal notorio», ya que tal calificativo mal podía considerarse una «ofensa gratuita contra la reputación o la dignidad» sino que es «un severo juicio moral que deriva de la demostrada participación» en crímenes públicamente conocidos. Priebke fue obligado a pagar los costos legales de Garzanti, ocho mil euros, declarando Priebke no poder abonar los mismos por falta de fondos. No fue la de Priebke la única sensibilidad alterada por este libro en los diversos países donde está editado, e inclusive en algún país donde no se ha traducido. Pero fue en Italia donde las repercusiones se hicieron escuchar más fuerte. Ya antes de la demanda de Priebke, en Génova, el influyente matutino Il Secolo XIX había desatado una tormenta sobre mi cabeza con una extensa serie de artículos bajo el título «Nazisti a Genova» basada en las revelaciones aquí contenidas sobre la asistencia brindada por autoridades eclesiásticas genovesas a los criminales embarcados en ese puerto. El revuelo entre la dirigencia de la Iglesia Católica en Génova fue tal que en agosto de 2003 el entonces Arzobispo Tarcisio Bertone distribuyó 50 mil copias de una «edizione speciale» del Settimanale Cattolico de su diócesis dedicado íntegramente a defender la actuación de su predecesor, el Arzobispo Giuseppe Siri. En un editorial que encabezaba la portada, titulado «Non temiamo la storia», bajo su propia foto, Bertone cuestionó «l’attendibilità delle tesi di Uki Goñi» y anunció la creación de una comisión de historiadores para indagar los hechos. El debate ardía con ferocidad en la prensa genovesa cuando me invitaron allí para presentar la edición italiana de este libro. Pero más allá de una curiosa cena con un añoso miembro de la comisión en octubre de 2003 –a unas pocas cuadras de donde mi abuelo Santos Goñi había actuado como cónsul argentino en Génova hasta 1938– no he tenido hasta la fecha conocimiento del progreso de aquel trabajo. En tono más positivo, en el mismo año 2003 este libro provocó también un pedido al primer ministro Silvio Berlusconi para que se abrieran los archivos sobre el paso de criminales a través de Italia y se llevara a cabo una investigación oficial sobre el tema. El pedido, hecho en el Parlamento en Roma, venía nada menos que del diputado de Forza Italia Alfredo Biondi, vicepresidente de la Cámara, quien como ministro de justicia anteriormente había conducido el difícil pedido de extradición de Priebke desde Argentina. «Ningún pueblo puede desconocer su propia historia,» dijo Biondi a la prensa. «Especial- 6 La auténtica Odessa mente es necesario hacer luz sobre los episodios más oscuros, para que éstos no se repitan». La clave de tanto revuelo en Italia la tuve al final de una conferencia que me invitaron a dar por aquel tiempo en La Spezia, organizada por el «Comitato provinciale unitario della Resistenza» de esa ciudad. El viaje desde la cercana Génova fue durante un lento atardecer bordeando la costa de Liguria en un silencioso Alfa Romeo sin otra compañía que un silencioso chofer, desandando en el pensamiento los pasos que desde mi lejano Washington natal me habían conducido a Buenos Aires para convertirme en este aprendiz de descifrador de secretos. En el trayecto pasamos sin detenernos entre los pueblos de Recco y Avegno desde donde bisabuelos míos habían partido a Buenos Aires en otro siglo. La primera fila de la colmada sala era bastante entrada en años pero resultaron los más veloces en alzar la mano cuando se abrió la noche a preguntas. «¿Por qué habla usted de criminales alemanes?» demandaron enojosamente. «¿Por qué no habla del italiano que mató a mis padres que sigue viviendo en la esquina de mi casa?» Uno a uno, hombres y mujeres alzaron trémulas voces para nombrar con el corazón a parientes y seres queridos muertos hacía décadas por vecinos que seguían vivos, sin condena, en esa misma ciudad, a pocas cuadras, esa misma noche. Italia no había exorcizado a sus fantasmas. La ausencia de justicia es el lugar más solitario del mundo, sentí en ese momento frente a aquellos desconsolados ciudadanos de La Spezia. En Holanda el libro ha tenido también inesperadas consecuencias, a pesar de no estar publicado allí, principalmente relativas al deslucido papel de la aerolínea nacional KLM en el transporte de nazis hacía Argentina. La publicación en el capítulo «La conexión suiza» del contenido de documentos norteamericanos sobre el tema inspiró la filmación de un extenso documental que contó con mi participación para el canal Netwerk, cuya emisión en 2007 obligó a KLM a investigar su propio pasado, aunque previsiblemente sin encontrar nada en sus archivos. Esto no ha desalentado al director Sander Rietveld, quien sigue trabajando el tema en Amsterdam, ni a la BBC, que en 2008 afirmó haber desenterrado a un antiguo empleado de la aerolínea testigo del malestar que causó a un piloto de KLM transportar «monjes negros» a Argentina. También desde Holanda llegó el documentalista Roelf van Til del canal KRO para trabajar juntos sobre la figura de Willem Sassen, el intrépido criminal holandés que cruzó el Atlántico en velero de Dublín a Buenos Aires en 1948. Colorido personaje si los hubo en esta peculiar gama humana, Sassen pasó parte de la década del 1950 frente a un grabador y una botella de vino, registrando la historia del Holocausto contada por su principal burócrata para un libro que jamás sería publicado. Van Til trabajó incansablemente hasta ubicar en un archivo en Alemania las mismísimas cintas de aquellos alucinantes encuentros, Prólogo a la nueva edición 7 ubicando inclusive a una hija de Sassen, quien reconoció horrorizada su propia voz de niña jugueteando en el fondo tras las voces de Adolf Eichmann y su padre. Saskia Sassen recordó también el dramático momento cuando su madre se enteró de quién había sido ese macabro visitante encerrado con su marido horas enteras en un cuarto de la casa. Meses después de la filmación de aquel documental, entrevistando al nonagenario SS alemán Klaus Fabiny en Villa General Belgrano, le pregunté cómo había llegado a Argentina. «Vine desde Dublín », me replicó misteriosamente. «¡Entonces usted vino en el velero Adelaar con Sassen!» exclamé sorprendido, porque Fabiny no figuraba en la lista de pasajeros del Adelaar que yo había visto en Migraciones. Fabiny me guiñó un ojo: «Es que vine como maquinista del barco, mi entrada no quedó registrada en ningún lado». Sassen era actor, un dandy, un playboy. Llevó una vida sentimental complicada. Tuvo cuatro mujeres. Otra hija suya fue Miss Holanda en 1963. Viraba con facilidad del círculo hermético de los fugitivos nazis al desprejuiciado ambiente de la bohemia artística rioplatense. Al final de una larga entrevista, cayendo la noche, en la casa de una persona amiga de Sassen que ubiqué con gran esfuerzo, noté fotos del criminal holandés adornando el salón. Una en particular me provocó un instantáneo pavor de reconocimiento. «¿Ése no es Astor Piazolla con Sassen?» pregunté a la mujer. «Sí, eran muy amigos,» me respondió con la naturalidad de los iniciados. En Argentina también hubo sensibilidades alteradas por los hechos acá descubiertos, como demuestra la anécdota que encabeza este prólogo. En un país donde casi todo es política o termina devorado por la política, investigar la historia reciente puede ser una labor controvertida. Este libro no pretende ser político. Lo que busca es sacar las mentiras, los engaños, a la luz. De eso se trata este libro. No comparto la opinión de los que asignan a Perón responsabilidad absoluta por la llegada de nazis al país. La presencia de Perón en esta trama, más allá de que su postura en los hechos haya resultado central, es intercambiable. De haber sido otra persona presidente en los años de posguerra, el escape se habría producido igual. Las condiciones para que Argentina actuara de receptáculo de los nazis en fuga precedieron al acceso de Perón al poder. La responsabilidad es compartida por una sociedad que ya antes demostró consonancias con el fascismo y que aún después de la caída de Perón siguió cobijando a los criminales arribados. La investigación que condujo a la publicación de este libro comenzó en 1996. Pero fue recién nueve años después –estas cosas llevan tiempo– cuando vi caer en Buenos Aires el particular muro de silencio que íntimamente motivó mi interés en el tema. Los ladrillos de este muro habían sido forjados a partir de un simple papel, la «Circular 11», una orden secreta que la Cancillería argentina había enviado en 1938 a todos sus cónsules, entre ellos a mi abuelo Santos Goñi, para que negaran visas a los perseguidos del nazismo que busca- 8 La auténtica Odessa ban emigrar a Argentina. Con el paso del tiempo la orden cayó en desuso aunque sin ser derogada. En los libros de historia no f iguraba. El estado negaba su existencia. Pero puertas adentro lo sabíamos. Otras familias de diplomáticos de aquella época lo sabían. Adentro se hablaba. Afuera no. Mi abuelo se suicidó en Buenos Aires en 1954. La culpa provocada por este violento adiós puso un candado adicional a un secreto de estado que se convirtió en un secreto de familia. Sus descendientes quedamos divididos entre protectores celosos y testigos involuntarios de un secreto abominable ahora asociado a la negación de un suicido que avergonzaba a la familia. Me resultaba una situación asfixiante. Opté por salir del círculo escribiendo este libro. Pero el resultado no fue una inmediata liberación. La revelación pública de la existencia de la «Circular 11» y la responsabilidad de mi abuelo en su aplicación provocó puertas adentro un resultado similar al que inicialmente produjo en el estado argentino, reforzó el silencio. Fue recién en 2005, tres años posteriores al lanzamiento original de La auténtica Odessa, que el muro de la «Circular 11» se derrumbó. Ese mayo, ante la continuada falta de respuesta al reclamo para que se levantara el secreto de estado sobre la orden, escribí una carta abierta al gobierno argentino con motivo del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra, argumentando que era hora que la circular no sólo se diera a luz, sino que fuera también derogada, ya que seguía vigente aunque no se aplicara. Tuve la suerte de que un prestigioso grupo de intelectuales argentinos y varios refugiados judíos del Holocausto que habían logrado entrar al país mintiendo ser católicos acompañaran la carta. Así fue que finalmente el 8 de junio de 2005, en una ceremonia en la Casa Rosada con la presencia del presidente Néstor Kirchner, la existencia de la «Circular 11» fue oficialmente reconocida. «La historia de nuestro país ha estado plagada de convenientes silencios que permitieron la construcción de una ‘historia oficial’ que excluía datos molestos tales como la existencia de esta circular,» dije en la ceremonia. «Así, la historia para los argentinos se convirtió en un territorio en el cual la verdad y la mentira se hicieron intercambiables. Un acto como el de hoy espero logre hacer la diferencia entre ambas más notable.» La derogación tuvo un efecto catártico entre los judíos que habían tenido que mentir ser católicos para ingresar al país. En la Casa Rosada, tras la ceremonia, Irene Dab se acercó para contarme cómo siendo niña en 1947 los diplomáticos del Consulado argentino en París la separaron de sus padres, repartiendo la familia en distintas oficinas para que rezaran el Padre Nuestro porque sospechaban, correctamente, que eran judíos. Irene pasó la prueba fácilmente. «Hacía años que veníamos pretendiendo ser católicos para sobrevivir en Francia », me explicó. Diana Wang, cuya familia entera figuraba en los registros de Migraciones como católica, se abalanzó sobre el ministro del Interior Aníbal Prólogo a la nueva edición 9 Fernández en la Casa Rosada para pedirle que se permitiera a personas en su situación rectificar aquellos datos. El gobierno aceptó. Otras personas me contaron cómo se vieron forzadas a cruzar ilegalmente desde países limítrofes. Los padres de Aída Ender, sobrevivientes de la Shoá, no pudiendo conseguir visas para Argentina en Francia en 1948, viajaron al Brasil. Al serles denegado el cruce desde allí por ser judíos, enviaron a Aída sola, escondida, a los 4 años de edad, en tren, a cargo del guarda, hacía Buenos Aires donde la esperaba un familiar. Los padres de Aída cruzaron la frontera ilegalmente meses después. Sobornar guardas de tren y empleados de frontera para cruzar a Argentina se convirtió en práctica común y necesaria para quienes habían logrado llegar a Sudamérica escapando del nazismo. Mi abuelo lo sabía. Por eso siendo cónsul en Bolivia alertó a Buenos Aires el 15 de septiembre de 1939 lo que estaba ocurriendo. «Son centenares de judíos llegados a este país que tratan de pasar al nuestro, es inútil (que) se nieguen las visaciones [en] La Paz si después consiguen sobornar empleados subalternos [en la] frontera y entran al país», redactó en un telegrama que subsiste en el archivo de la Cancillería en Buenos Aires. Éste y otros pocos papeles sobrevivientes firmados por mi abuelo fueron encontrados por la investigadora alemana Regula Nigg mientras investigaba similares cuestiones en 2005. La discriminación contra los «inmigrantes forzados» de Europa se ref leja también en una carta dirigida por mi abuelo al Ministro de Relaciones Exteriores José María Cantilo, autor de la «Circular 11», el 24 de abril de 1940, explicando las trabas que intentó poner al cruce del alemán Sigfried Israel Levi desde Bolivia. «Los decretos expedidos después del año 1934, para reglamentar la entrada de extranjeros al país, especialmente a fin de impedir que ingresen inmigrantes forzados de países europeos, y las circulares de carácter reservado que el Gobierno Nacional ha remitido, para su fiel cumplimiento, a todos los consulados, imponen la obligación y el deber de secundar esta restrictiva política», escribió. Otros documentos de otros cónsules por aquellos años ref lejan el mismo pensamiento. No es fácil relatar lo que aquí relato. Pero es preciso. La «Circular 11» fue en realidad el último de los tres únicos documentos dados a luz de una lista de 58 cuya apertura fue exigida por el Centro Wiesenthal a fines del 2002. (Los pedidos, derivados de esta investigación, fueron hechos al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Ministerio del Interior, al servicio de inteligencia SIDE y a la Conferencia Episcopal Argentina.) La respuesta inicial fue un silencio absoluto. Corresponsales extranjeros buscando entrevistar a funcionarios argentinos sobre el tema se estrellaban con una barrera infranqueable. La negativa llegó a tal punto que el 14 de mayo de 2003 el representante Mau- 10 La auténtica Odessa rice Hinchey del estado de Nueva York presentó ante la Cámara Baja del Congreso en Washington una resolución pidiendo a Buenos Aires que abriera los archivos referidos al ingreso de nazis, tras la publicación en el New York Times de una extensa nota sobre este libro, informando cómo Argentina venía ignorando el pedido del Centro Wiesenthal. (Una moción anterior para promover una resolución similar en la Cámara de Diputados de Argentina no había prosperado). Finalmente, ante tanta presión, algo cedió. El 23 de junio de 2003 el Ministerio del Interior dictó su «Resolución 25/2003» en la que «considerando ... una serie de documentos a los cuales se hace referencia en el libro “La auténtica Odessa” ... de Uki Goñi» se ordenó a la Dirección Nacional de Migraciones abrir 49 expedientes de entrada de criminales nazis y colaboradores cuya vista me había sido negada durante la investigación. El resultado igualmente fue magro. Sólo dos de los 49 expedientes requeridos fueron abiertos por Migraciones al mes siguiente. Otros 26 resultaron haber sido incinerados previamente. De estos, 22 habían sido incinerados en 1958, tres en 1967 y uno, referente al criminal SS Josef Schwammberger, figura confusamente como incinerado dos veces, primero en 1958 y de vuelta en 1967, según la documentación aportada por Migraciones. Los 21 expedientes restantes, incluyendo los de los altos criminales SS Adolf Eichmann, Josef Mengele, Klaus Barbie, Hans Fischböck y Erich Müller, no aparecieron. Migraciones dice no poder hallarlos. La resistencia igual es sinuosa. De los dos expedientes abiertos, uno fue descubierto por casualidad en la oficina de un anciano funcionario que lo había «rescatado» en una época indeterminada con fines inespecíficos. Cuando asistí a Migraciones para finalmente ver estos expedientes que me habían sido tan largamente negados, el funcionario que debía entregarlos estaba preso de una crisis de nervios. Lágrimas corrían literalmente por sus mejillas. «Estoy obligado a dejarle ver estos expedientes porque el ministro me lo ha ordenado», dijo. «Pero yo sé cuanto van a dañar la imagen del General Perón». Logré que se me dejara fotocopiar los expedientes íntegros en ese mismo momento. Por suerte. Porque fue la primera y última vez que logré verlos. Los archivos que atesora el Hotel de Inmigrantes están siendo lentamente descuartizados, derivados a otras dependencias y organizaciones mientras proyectos inmobiliarios millonarios avanzan sobre el área de Migraciones. Uno de los más importantes archivos del país subsistente en su hábitat originario, en el que se custodiaron durante largas décadas las historias familiares de una población mayormente descendida de los barcos, está siendo removido de su lugar de origen. Allí se conservan, o conservaban, las planillas individuales de cada entrada al país, cada inmigrante prolijamente fotografiado, muchas veces las madres fotografiadas abrazando a sus pequeños hijos, posando para la visa antes de em- Prólogo a la nueva edición 11 barcar. Resulta doloroso cada vez que visito el Hotel de Inmigrantes ver los estantes ir aligerándose de aquella carga genética confiada al papel. Abuelas y bisabuelas nuestras. Echadas a navegar inciertamente otra vez. El silencio colectivo nace de una suma de silencios individuales. Nace del silencio de cada victimario, de sus camaradas, del silencio vergonzoso de familiares y amistades, del silencio de las víctimas también. Me pasó con algunos antiguos nazis y antiguos funcionarios argentinos, quienes accedieron gustosamente por teléfono recibirme para una entrevista, pero que no pude finalmente ver porque el entorno familiar me cerró la puerta al llegar a la cita. Ocurre lo mismo con importante documentación que se halla en manos privadas, que las familias ocultan o destruyen por miedo. Después está el temor del funcionario público de quebrar con un largo hábito de silencio que le ha resultado provechoso, porque puede ocultar en esa profunda caverna toda clase de miserias burocráticas y personales también. Existen funcionarios cuyo poder y subsistencia se basa justamente en que custodian las cerraduras de molestas verdades, a veces, en su enojosa confusión, pueden llegar a destruir documentación que consideran propia, antes que entregarla. Después está el temor más difícil, el temor al espejo. Es corriente sentirnos favorecidos bajo una luz tenue y fuera de foco. Ese mismo pudor envuelve ciertas políticas de estado y a los hombres y mujeres que las aplican. A ellos prestan servicio la prensa condescendiente y los archivistas circunspectos. Cierro estas líneas, coherentemente quizás, en Alemania, donde la traducción de este libro ha generado su propia controversia entre los que creen y descreen que existió una fuga asistida a Argentina. En las giras de conferencias que con grata sorpresa aquí me ha tocado dar, el público ha estado compuesto en gran parte por estudiantes jóvenes muy empapados del tema. También se me han acercado hombres maduros, muy alemanes, hablando perfecto porteño. «Viví en Buenos Aires desde niño hasta los 21 años», me dijo el hijo de un conocido oficial SS tras una charla en la Universidad de Frankfurt. «Con mi padre nunca pude hablar del Holocausto o de nuestro escape a Argentina. Vine para ver si podía aprender algo de usted sobre el tema». Estoy sentado con esta laptop en un café en Berlín, en Prenzlauerberg, para ser más preciso, un barrio de lo que fue Berlín del Este. Acá a pocas cuadras está la iglesia de Zionskirchplatz. Allí oficiaba el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, arrestado en 1943 y enviado al campo de Flössenburg por conspirar contra Hitler, luego de que los nazis descubrieran que provenía de él un dinero empleado por un grupo de judíos que huía a Suiza. Fue ejecutado el 9 de abril de 1945, tristemente pocos días antes de la liberación de Berlín. Acá también, en la vereda de Oderbergerstrasse 20, la misma calle de este café, un pequeño, casi imperceptible adoquín de bronce anota el nombre de Fanny Getzow, nacida en 12 La auténtica Odessa 1898, deportada a Riga, donde murió el 30 de noviembre de 1941. El adoquín es un «stolperstein», literalmente, «piedra con la que te tropiezas», uno de los miles colocados por el artista Gunter Demnig frente a edificios donde vivieron víctimas del nazismo. Este libro es algo parecido a aquel adoquín. La muralla está construida de mentiras. Pero hay una grieta en todas las cosas por donde filtra la luz. Esa luz nos rescata de la derrota invencible a la cual nacemos. En mi caso, la mentira fue que mi abuelo había sufrido una muerte natural. Una muralla gigante mantenida intacta durante décadas por un mandato familiar que no toleraba cuestionamientos. Hasta que un día junté valor y solicité su acta de defunción en el Registro Civil de Buenos Aires. Y apareció la palabra largamente sospechada pero negada: «Suicidio». Así comencé a trabajar en este libro. Todo se sabe. Pero para poder olvidar hay que conocer el detalle, no se puede olvidar lo que no se sabe con certeza. La incertidumbre es la prisión donde nos atrapa la mentira. No es buen lugar. Hay que mirar del otro lado de la pared. Ver es llegar. UKI GOÑI Berlín 11 de agosto de 2008 |