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Cruel despertar Sara Craven ![]() Cruel despertar (2009) Título Original: Ruthless awakening (2009) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 1943 Género: Contemporáneo Protagonistas: Alonso Penvarnon y Rhianna Carlow Argumento: Estaba cautiva a merced de sus deseos. La grandiosa mansión Penvarnon House fue donde Rhianna Carlow, la despreciada sobrina del ama de llaves, pasó su adolescencia. Pero ahora no es la única persona que regresa como invitada para una boda, también lo hace Alonso Penvarnon, tan arrogante y cruel como siempre. Él sólo tiene una misión: mantener lejos de la mansión a Rhianna. Por lo tanto, Alonso, descendiente de un pirata español, la rapta… y ella se encuentra cautiva en un lujoso yate a merced de sus deseos… Capítulo 1 Cuando el tren procedente de Londres cruzó el río Tamar, Rhianna se vio presa de un ataque de pánico. «No debería haberlo hecho», pensó con desesperación. «No tengo derecho a ir a la boda de Carrie y Simón en la iglesia de Polkernick. Debería haberme quedado en casa. Lo sabía, incluso antes de recibir la invitación, incluso antes de que me dejaran claro que no sería bien recibida, que no debía ir. En ese caso, ¿por qué estoy en este tren?» Desde que se anunció el compromiso, estaba preparada para recibir la temida invitación a la boda y había escrito una carta poniendo la misma disculpa que había utilizado anteriormente para zafarse de ser dama de honor: el rodaje de una nueva serie se lo impedía. Pero, inesperadamente, Carrie la había llamado por teléfono para decirle que iba a ir a Londres a hacer compras para su ajuar y para invitarla a una comida de «chicas». —Tienes que venir, querida —le había dicho Carrie riendo—. Puede que sea la última vez que comamos juntas ya que a Simón le ha salido trabajo en Ciudad del Cabo y Dios sabe cuándo volveremos al Reino Unido. —¿En Ciudad del Cabo? —había repetido ella, a pesar suyo, con una nota estridente en la voz—. No tenía idea de que os fuerais a vivir al extranjero. —Ha sido algo repentino —le había explicado Carrie—. Un conocido de Alonso tenía un puesto vacante en su empresa y la oferta era demasiado buena para rechazarla. «Alonso», había repetido Rhianna mentalmente con creciente tensión. Sí, claro, tenía que ser Alonso quien se asegurara de que Simón se fuera lo más lejos posible, sin tener en cuenta el daño ya causado. Alonso, tirando de hilos en diferentes continentes con el fin de que todo el mundo bailara al son que él tocaba y para que Carrie, su querida prima, se casara con la persona a la que había adorado desde la infancia. La pareja perfecta, pensó Rhianna con un nudo en la garganta. Y nada iba a interponerse en su camino. Debería haber puesto una excusa para no acudir al almuerzo y lo sabía, pero se había debatido entre el placer de volver a ver a Carrie y la angustia de guardar silencio mientras la otra chica hablaba de Simón y de su próxima boda. Le había resultado sumamente difícil sentarse frente a Carrie, radiante de felicidad, consciente de lo sencillo que sería transformar sus sueños en una pesadilla. Sencillo e imposible. —Por favor, no puedes fallarme, tienes que venir —le había rogado Carrie—. Necesitaré tu apoyo. Ya sabes que la madre de Simón y la mía están en guerra y que hay que evitar que haya sangre. Y ella había accedido porque los únicos motivos que le quedaban como excusa para no ir a la boda eran los que no podía confesar. Y porque Carrie era su amiga. Había sido su primera amiga de verdad y la única persona en Penvarnon que se había sido buena con ella. Carrie y… Simón, por supuesto. Y así fue como empezó el problema. Y ahora Carrie, que tanto la quería, estaba decidida a impedir que ella no fuera a la boda… Y en contra del expreso deseo de Alonso Penvarnon, iba de camino a Cornualles, desafiando las órdenes de él. «No digas que no se te ha advertido…» Sintió la garganta seca al recordar aquellas palabras y bebió un sorbo de agua de la botella, sin molestarse en utilizar el vaso que el camarero del tren le había llevado. «Tranquilízate, sólo vas a estar en Cornualles tres días, cuatro como mucho. Y una vez que Carrie se haya casado, desaparecerás para siempre. Además, puede que Alonso no esté allí, puede que esté de vuelta en Sudamérica, confiado de que sus órdenes se cumplirán en su ausencia». Aunque el resto de los ocupantes de la enorme casa de piedra no le tenían gran simpatía, ya no podían hacerle daño. Ya nadie la miraba con desdén ni la trataba como a una intrusa, esa parte de su vida pertenecía al pasado. Ella ya no era la no deseada sobrina del ama de llaves, la esquelética extraña con la que la niña de la casa, Caroline Seymour, había decidido entablar amistad obstinadamente ante la oposición de su familia. Ella era Rhianna Carlow, actriz de televisión y protagonista de la serie Castle Pride, que había ganado varios premios. Era una mujer independiente, propietaria de su piso, que ya no se vestía con ropa de segunda mano ni tenía que agradecer nada a nadie. Era una mujer de éxito y conocida, a quien la gente le pedía autógrafos o permiso para sacarle una foto con el teléfono móvil. Y ahora, en breve, tendría que hacer una demostración de sus dotes de actriz porque, en dos días, tendría que presenciar, en silencio, cómo Carrie se convertía en la esposa de Simón. Tendría que permanecer en silencio cuando querría gritar: «No, no puede ser. No voy a permitir que ocurra… por el bien de todos». Pero ¿iba a ser capaz de decir la verdad y ver la desilusión de Carrie al darse cuenta del modo como Simón la había traicionado? Carrie, rubia y alegre, siempre había sido como un rayo de luz en su vida, compensando la frialdad de su tía Kezia y el desdén con que la trataba el resto de la familia en Penvarnon House. Y había sido así desde el primer día cuando, con doce años, se encontró temblando en lo alto de las escaleras que bajaban a los jardines, consciente de que había quebrantado la primera regla que su tía Kezia le había impuesto: no adentrarse nunca en la casa ni en los jardines. Sus dominios se habían limitado a un piso nada acogedor en lo que antiguamente habían sido los establos. Si quería jugar afuera, sólo podía hacerlo en el patio de los establos. —Tienes que estar muy agradecida a la señora Seymour por permitirte venir a vivir aquí —le había dicho su tía Kezia—. Pero es a condición de que tu presencia se limite a esta zona. ¿Lo has entendido? No, Rhianna no lo había entendido: «No sé por qué mamá ha tenido que morirse ni por qué no he podido quedarme en Londres con el señor y la señora Jessop, porque ellos me han invitado a vivir en su casa. Y no sé por qué tú me has traído a un sitio en el que no quiero estar y en el que nadie me quiere, y tú tampoco. Un sitio al lado del mar y lejos de mi casa. Un sitio en el que no quiero estar». No había sido su intención desobedecer, pero el aburrido patio de los establos no tenía comparación con los jardines que había visto a través de la puerta de la verja y a los que le había resultado imposible resistirse. Por lo tanto, había seguido el camino de grava hacia un lateral de la casa, Penvarnon House, y, al dar la vuelta por el camino, se había encontrado en la parte posterior de la casa con un césped enorme y dos niños corriendo hacia ella. La niña había llegado la primera a las escaleras y, riendo, la había mirado y le había dicho: —Hola. Soy Carrie Seymour y éste es Simón. ¿Te ha traído tu madre para que meriendes con nosotros? Qué aburrido. Simón y yo íbamos a ir a la cala, ¿por qué no vienes con nosotros? —No puedo —había contestado ella—. No debería estar aquí. Mi tía me ha dicho que no salga de la zona de los establos. —¿Tu tía? —la niña vaciló—. Ah, debes de ser la sobrina de la señorita Trewint. He oído a mis padres hablar de ti. Pero no puedes pasarte el día entero en el patio de los establos, eso es una tontería. Ven con Simón y conmigo. Yo hablaré con mamá y con la señorita Trewint, así que no te preocupes. Y eso era lo que Carrie había hecho. Además, ya que Rhianna iba a vivir allí, serían amigas. Siempre. No obstante, debería haberse quedado por los establos, pensó Rhianna con ironía en el tren. «No debería haber ido a la cala cóndilos». Ella había supuesto que Simón, alto, rubio, de ojos azules y al menos un par de años mayor que Carrie, era su hermano. Pero se había equivocado. —¿Mi hermano? ¡No, claro que no! Los dos somos hijos únicos, como tú —le había dicho Carrie—. Simón es un turista, viene a Cornualles a pasar las vacaciones. A pesar de su juventud, Rhianna se había dado cuenta de que Simón era el centro del universo de Carrie. Pronto descubrió que los dos, al final de las vacaciones de Semana Santa, volverían a sus internados, mientras que ella iría al colegio de Lanzion. —Pero podremos pasar los dos meses de verano los tres juntos —había dicho Carrie—. El mar es muy tranquilo en la cala, podremos bañarnos todos los días y comer allí. Y cuando haga mal tiempo, estaremos en La Cabaña. Carrie se había referido a una construcción de madera bajo el acantilado que, como Rhianna pronto descubrió, no sólo tenía tumbonas sino también un espacioso cuarto de estar, una pequeña cocina, un viejo sofá y una mesa grande para comer o para juegos de mesa. El difunto Ben Penvarnon, el padre de Alonso, había instalado luz eléctrica en la cabaña. —Vamos a pasarlo genial —había añadido Carrie—. Estoy muy contenta de que hayas venido a vivir aquí. Y ni la hostilidad de la tía Kezia ni la de Moira Seymour, la madre de Carrie, habían logrado disipar en ella un creciente bienestar. Aún echaba de menos a su madre, más desde que su tía Kezia dejó claro que mencionar el nombre de Grace Carlow era tabú. Rhianna también se había dado cuenta de que su tía no tenía ninguna foto de su madre ni de ningún otro miembro de la familia en su sombrío piso; además, la foto enmarcada de la boda de sus padres había desaparecido de su mesilla de noche y acabado en un cajón del mueble de su cuarto. No obstante, le había gustado su nuevo colegio y, hacia finales del último trimestre antes de las vacaciones de verano, había regresado a la casa entusiasmada por haber conseguido un papel en la obra de teatro del colegio que se iba a representar antes de la Navidad y se ensayaría durante el otoño. Pero sufrió una gran desilusión cuando su tía Kezia le dijo: —Nada de eso. No voy a permitir que actúes en la obra y que te des aires de lo que no eres porque eso sólo conlleva problemas. Y ya ha habido demasiados problemas en el pasado. Eso sin contar tu relación con la señorita Caroline… después de todo lo que te dije. Su tía había suspirado profundamente y había añadido: —Debes tener más cuidado y ser más discreta mientras vivas en la casa de la señora Seymour. —Ésta no es su casa —había objetado Rhianna—. Carrie me ha dicho que, en realidad, es la casa de su primo Alonso; pero él casi nunca está aquí porque está en sus otras propiedades en Sudamérica o viajando por todo el mundo debido a su trabajo como especialista en explotaciones mineras. Los padres de Carrie sólo están aquí cuidando de la casa y Carrie me ha dicho que, cuando su primo se case, sus padres y ella tendrán que irse a vivir a otra parte. —La señorita Caroline habla demasiado —había contestado su tía—. Y, de todos modos, voy a ir a hablar con tu profesora para quitarte de la cabeza esa tontería de actuar. Y, a pesar de las lacrimógenas protestas de Rhianna, su tía había hecho exactamente eso. —Pobrecilla —le había dicho Carrie con el ceño fruncido después de que Rhianna le contara lo sucedido—. Es muy severa contigo. ¿Ha sido siempre así? Rhianna había sacudido la cabeza. —No lo sé. La conocí en el funeral de mi madre. Allí me dijo que la habían nombrado tutora mía y que tenía que venir a vivir con ella, aunque no parecía hacerla feliz —Rhianna había suspirado—. Aquí nadie me quiere, aunque no sé por qué. No sé qué es lo que he hecho mal. —Tú no has hecho nada malo, estoy segura de eso —le había dicho Carde. —Un día me dijiste que habías oído a tus padres hablando de mí. ¿Qué era lo que decían? Carrie había enrojecido visiblemente. Tras una pausa, había contestado: —Hace mucho tiempo de eso, no me acuerdo bien. Además, no debería haberles estado oyendo a escondidas. Sería mejor que se lo preguntaras a tu tía. —Mi tía no quiere decirme nada. No habla conmigo de nada. Por favor, Carrie, tengo que saber por qué me odian todos. —Bueno… yo estaba sentada en el cuarto de estar cuando mis padres entraron, pero no me vieron. Mi madre estaba diciéndole a mi padre: «No puedo creer que Kezia Trewint haya accedido a hacerse cargo de la hija de esa mujer y que la haya traído aquí». Mi padre dijo que suponía que no había tenido más remedio y le dijo a mamá que no la despidiera porque les costaría mucho encontrar a alguien que llevara la casa y que cocinara tan bien como tu tía. Carrie se había interrumpido y había tragado saliva antes de continuar: —Entonces, mi padre dijo también: «Además, la niña no tiene la culpa. No se la puede culpar por lo que su madre hizo años antes de que ella naciera. Así que dejémoslo estar y no pensemos más en ello». Entonces, mamá se enfadó y dijo que tu madre… no era una buena mujer. Y también dijo que «de tal palo tal astilla» y que qué diría Alonso cuando se enterara. Y papá le contestó: «Quién sabe». Pero también dijo que pensaba que lo mejor era darte una oportunidad y luego se marchó a su club. Y, con lágrimas en los ojos, había añadido: —Lo siento, Rhianna. No debería haber escuchado su conversación. Pero cuando te conocí, parecías tan triste que me dije a mí misma que papá tenía razón. Lo malo es que no sé si yo he empeorado las cosas ahora al contártelo. —No —había respondido Rhianna—. No, no lo has hecho, te lo prometo. Quería saberlo. Además, nada de eso es verdad. Mi madre era una persona maravillosa. Y tan guapa, había recordado ella, con sus cabellos caoba y sus ojos verdes y rasgados. «En tanto que mi pelo es… sólo pelirrojo». Entonces, había explicado: —Después de la muerte de mi padre, mi madre consiguió trabajo como asistente social y la gente a la que visitaba la quería mucho. Todos lo decían. Y la señora Jessop me dijo que, si mamá no hubiera estado tan ocupada con los demás, habría dedicado más tiempo a sí misma y quizá se hubiera dado cuenta de que no estaba bien. Cuando fue al médico, ya era demasiado tarde —la voz le había temblado—. Así que ya ves, mi tía y tus padres están equivocados. Carrie le había dado una palmada en el hombro. —Sí, te creo. Y, al cabo de un tiempo, llegó el día en el que conoció a Alonso Penvarnon. Un día de agosto soleado. Habían estado en la playa todo el día. Por fin, Simón dijo que tenía que marcharse porque debía regresar a su casa, ya que tenían invitados a cenar. A pesar del calor, al volver, siempre echaban una carrera por el camino que ascendía el acantilado. Simón, con sus largas piernas, ganaba siempre; pero en esta ocasión, perdió una zapatilla de deporte y Carrie y Rhianna le llevaban ventaja. Entonces, Carrie tropezó y Rhianna llegó la primera, riendo y casi sin respiración… y se dio de bruces contra un hombre alto y sólido, un hombre que le dijo con fría voz: —Vaya, ¿a quién tenemos aquí? ¿A una intrusa? Por si no lo sabías, ésta es propiedad privada. Al levantar el rostro, Rhianna se había encontrado con un semblante de pómulos prominentes y ojos tan fríos como las nubes de enero. —Soy Rhianna Carlow —había dicho ella a modo de presentación—. Y… y vivo aquí. —Claro… la chica. Se me había olvidado —había dicho él. —¡Alonso! —gritó Carrie, que acababa de alcanzar la cima, lanzándose a él—. ¡Qué maravilla! No me habían dicho que ibas a venir. —Ha sido una sorpresa —le había contestado Alonso mientras le devolvía el abrazo. Después, se volvió de nuevo a Rhianna—, Y no ha sido la única sorpresa. Y desde ese primer día, Alonso alteró su vida, cambiándola una vez más… y no para mejor. Porque, desde ese día, se la volvió a relegar a la zona de los establos y se la volvió a tratar como a una intrusa. Y por mucho que Carrie protestó, se vio envuelta en las actividades de la casa aquel verano durante la visita del propietario. El propietario… Incluso desde la barrera, Rhianna percibió que aquel lugar había perdido su languidez y melancolía y había cobrado nuevas energías. Hubo fiestas, partidos de tenis, música, visitas… Con Alonso Penvarnon siempre coma motor. Y no era como ella lo había imaginado basándose en lo que Carrie le había contado de él. En primer lugar, le había supuesto más mayor y más corpulento físicamente, no el esbelto, ágil y dinámico joven. —Es lo que se llama un imán para las mujeres —le había comentado Simón, sintiéndose marginado, cuando ella, que había ido a hacer un recado por orden de su tía, le había encontrado accidentalmente en la oficina de correos del pueblo—. Algo, moreno y riquísimo. Mis padres dicen que no hay una mujer en Cornualles de menos de treinta años que no haya intentado tener algo con él. —Pues a mí me parece horrible —había contestado ella con vehemencia mientras recordaba esos ojos extraordinarios, casi plateados, bajo unas oscuras y espesas pestañas. Simón había sonreído débilmente. —Me alegro de que te lo parezca. ¿Te apetece ir al puerto para tomar algo en el café Rollo's? Rhianna había sacudido la cabeza. —No, tengo que volver —lo que en parte era cierto. Sin embargo, no quería admitir que su tía la había enviado con el dinero justo, nada más. —Vamos, sólo diez minutos. Yo invito. Ella se había sonrojado de placer. Simón, el encantador y guapísimo Simón, la había invitado al café. Normalmente y en presencia de Carrie no le prestaba demasiada atención. Pero ahora que Carrie estaba ocupada, ella se encontraba con la oportunidad de pasar un rato a solas con Simón. Simón compró dos helados y se sentaron a charlar en el puerto mientras veían pasar los barcos. Por fin, Rhianna se disculpó, tenía que irse ya. Y Simón la ayudó a levantarse. —Eh, esto ha sido estupendo. Tenemos que volver otro día —le había dicho él. Durante el camino de regreso a Penvarnon, su corazón estaba henchido de felicidad. Sólo había sido media hora, pero una media hora feliz en la vida de una niña que se sentía sola y a las puertas de la adolescencia. Rhianna salió de su ensimismamiento, volviendo a la realidad, cuando una voz por la megafonía del tren anunció la inminente llegada a la estación. Rhianna se levantó, se puso las gafas de sol, agarró su maleta y una bolsa especial para trajes y se dispuso a salir del tren. «No tienes que hacerlo. Puedes quedarte dónde estás, seguir hasta Penzance y, una vez allí, tomar un tren de vuelta a Londres. Puedes decir que te ha atacado un virus, la gripe de verano, cualquier cosa… Carrie se llevará una desilusión si no apareces, pero se le olvidará con la felicidad del momento. Y deja de pensar en el pasado. No puedes hacer nada…» Pero se vio atrapada entre la gente que estaba saliendo del tren. La puerta que estaba delante de ella se había abierto y, de repente, se vio bajando al andén. Hacía calor, pero Rhianna sintió un escalofrío, era como si un viento gélido la hubiera azotado. Fue entonces cuando le vio. Él estaba esperándola al fondo del andén, más alto y más moreno que todos los demás. Entonces, cuando sus ojos se encontraron, Alonso Penvarnon comenzó a avanzar hacia ella. |
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