Tesis Doctoral. Caracas: usr




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Los Medios u Operaciones

La conversión de un estado de cosas deficitario (objeto de acción) en un correlativo estado de cosas satisfactorio (intención) no ocurre automáticamente, por sí solo. Son necesarias ciertas ejecuciones progresivas asociadas a ciertos recursos. El conjunto de todas estas ejecuciones, junto a los recursos, es lo aquí se concibe globalmente como medios u operaciones. Aunque dentro de un análisis más fino habría que considerar diferencias entre medios, por un lado, y operaciones, por otro, para efectos de este estudio se considera suficiente el concepto global propuesto, sobre todo si se tiene en cuenta que también las operaciones (ejecuciones intermedias entre el objetivo y el logro) se comportan como medios (aquello a través de lo cual se hace algo5) y que, a su vez, toda operación lleva implícitos los recursos o medios (instrumentos, métodos, etc.). Por tal razón, en este trabajo utilizaremos indistintamente los términos medios, operaciones, o ambos al mismo tiempo, para referirnos a una misma noción: el conjunto de eventos intermedios (pasos, instrumentaciones, técnicas, equipos, tecnologías, finanzas, tiempos, etc.) entre la intención y el resultado final de la acción.

Una vez más, igual que en los conceptos anteriores, hay que distinguir entre medios u operaciones adscritos al individuo, por una parte, y adscritos a la institución, por otra. También, entre una estructura de medios que es constante o sistemática (perfil de medios, como los perfiles tecnológicos de las organizaciones o los manuales de procedimientos) y otra que es casuística o eventual (relato de ejecuciones).

Con respecto a este componente de la acción, es importante resaltar la operación de diseño o planificación, entendida como una relación entre el objeto de acción, la intención y los medios u operaciones, según la cual se definen previamente aquellos medios u operaciones que resulten más adecuados a la intención y a las condiciones o posibilidades del objeto de acción, siempre por referencia a la situación de acción. Esta operación puede concebirse, además, como una anticipación o previsión de sucesos, por referencia a ciertas pautas o patrones de ordenamiento, cálculo y decisión. Los diagramas de flujo, entre otros, constituyen expresiones empíricas muy concretas de esta relación de diseño.

Dentro de la visión teórica de Parsons, y más concretamente dentro de su análisis del sistema social (ver más adelante), este asunto de los medios se relaciona con dos procesos característicos: la asignación y la integración (ver Parsons, 1951). Según el primero, más propiamente referido a los “medios”, en sentido parsonsiano, se distribuyen “personal”, “disponibilidades” y “recompen­sas”. Según el segundo, los anteriores procesos distributivos (de asignación) quedan controlados en arreglo a los “fines” y proveyendo un cierto marco de estabilidad a la acción.

Otra relación de primer orden es la que se da entre medios e intención, por el hecho de que son las características de esta última (dependientes a su vez de los rasgos del actor y del objeto de acción) las que permiten evaluar la adecuación de los medios. La condición básica que éstos deben satisfacer es, precisamente, la de adecuarse a las necesidades de la intención. Esta se comporta como fuente de requerimientos, mientras que los medios se comportan como fuente de respuestas o soluciones. Tenemos, entonces, dentro de esta especial relación intención-medios, dos aspectos centrales: el primero es el aspecto de la eficacia, entendida como el grado en que los medios propuestos realmente permiten materializar la intención, o sea, su grado de correspondencia con la intención actualizada o real (ya no imaginaria). El segundo aspecto es el de la eficiencia, entendida como el grado en que los medios sean los mínimos necesarios para satisfacer la intención, lo cual puede concebirse dentro del principio del mínimo esfuerzo o de economía de inversión. La determinación de la eficacia y de la eficiencia de una acción no es posible sino por comparación. La eficacia de unos medios se determina comparando la intención con los resultados reales de la acción realizada por esos medios. La eficiencia se determina comparando el medio seleccionado con otro medio distinto y luego decidiendo cuál de ellos representa menos inversión de esfuerzos y tiempo (hay, por ejemplo, un refrán popular que ilustra las nociones de eficacia y eficiencia: “se cazan más moscas con una cucharada de miel que con un tonel de vinagre”; una “cucharada de miel” y un “tonel de vinagre” podrían ambos ser medios eficaces para la intención de “matar moscas”, ya que las dos cosas parecen materializar la intención; pero la “cucharada de miel” representa mucho menos esfuerzo que el “tonel de vinagre”, siendo por tanto más eficiente).

También dentro de las relaciones intención-medio, cabe destacar una especie de dialéctica recíproca que puede explicarse del siguiente modo: dada una intención A que sólo es satisfecha por los medios B, puede ocurrir que tales medios B resulten costosos y que su utilización implique alguna medida de sacrificio para el actor. Se contraponen así el valor de A versus el costo implícito en B. Pero tanto el valor de una intención como el costo de unos medios pueden analizarse en escalas decrecientes. Así, entre una realidad insatisfactoria (objeto de acción) y una realidad idealmente satisfactoria (intención) puede haber toda una gama de intenciones intermedias, desde la mejor de todas (valor máximo) hasta la menos insatisfactoria (la más próxima al objeto de acción, la de valor mínimo), todo ello en relación con una “escala de utilidad”. Análogamente, en el plano de los medios podemos también hablar del más costoso, correlacionado con la intención de más alto valor y luego de una serie de medios decrecientemente costosos. La dialéctica, entonces, que se da entre la escala de valor de las intenciones y la escala de costo de los medios consiste en la posibilidad que el actor tiene de “bajar las metas”, como suele decirse, a fin de ajustarlas a unos determinados medios que no resulten tan costosos o, en cambio, de incrementar los esfuerzos hacia unos medios más costosos, fijando una intención de valor alto. Se puede llegar así a un punto crítico, más acá del cual los medios son poco costosos, pero la intención ya no vale la pena, y más allá del cual la intención es muy valiosa, pero el costo asociado está fuera de toda disponibilidad6. La consideración de este punto crítico es fundamental para evaluar la relación intención-medios.
CONCEPTOS FUNCIONALES

Hasta aquí se ha esbozado una Teoría de la Acción desde el punto de vista de sus conceptos estructurales. Pasemos ahora a delinear sus conceptos funcionales, los mismos que se mencionaron arriba, a saber: la esfera personal o de la personalidad del actor; la esfera social o del entramado de conexiones entre el actor y los individuos circundantes; la esfera cultural o de los patrones simbólicos de sentido y valor. Como se dijo, estas tres esferas en principio corresponden unívocamente a los tres “sistemas” parsonsianos: personal, social y cultural. Pero, igual que en los cinco elementos que se acaban de ver, la visión que aquí se expone de cada una de estas esferas no corresponde textualmente a la de Parsons sino que pretende integrar aportes de otros estudios y de otros paradigmas de pensamiento.

Antes de comenzar el análisis que sigue, es bueno destacar que estas esferas funcionales no corresponden (como ya lo había advertido el propio Parsons) con entidades separadas, diferentes entre sí, sino que constituyen niveles de análisis o prismas a través de cada uno de los cuales puede verse cualquier acción. Esto queda aclarado en la siguiente anotación de Alexander (1992, p. 40):

Los sistemas de personalidad, los sistemas sociales y los sistemas culturales son distinciones analíticas, no concretas. se corresponden con diversos niveles o dimensiones de toda la vida social, no con entidades físicas distintas. Toda entidad concreta -una persona, una situación social, una institución- sé puede abordar desde cada una de estas dimensiones: cada cual existe en los tres sistemas a la vez. Parsons usa la distinción para argumentar a favor de la interpretación de la personalidad individual, sus objetos sociales y los valores culturales de la sociedad.
La esfera de la personalidad del actor

Se ubica aquí todo aquello que pertenece a la “singularidad de la persona”, no sólo en sentido biofísico sino también emocional o psicológico. Aunque muchos de estos aspectos provienen (como efectivamente sostiene Parsons) de su evolución interpersonal o social, de este nivel quedan excluidos todos aquellos rasgos que se refieren a sus vinculaciones con otros individuos, aislando sólo los rasgos del individuo en sí mismo o por sí solo.

Ahora bien, aquello que desde la óptica de la singularidad de la persona es relevante para la acción, puede resumirse en tres categorías globales o sub-esferas de la personalidad: los conocimientos (cognitiva), las habilidades (aptitudinal) y las actitudes (actitudinal). Las tres sub-esferas corresponden a lo mismo que Mosterín (1994, p.25) concibe como “tipos de información pragmática”:

Una forma puede tener diversos tipos de efecto sobre el receptor al que informa: según cuál de ellos tenga, portará un tipo distinto de información (pragmática) para ese receptor, tendrá un contenido diferente. Desde este punto de vista, hay tres tipos básicos distintos de información:

(1) la información descriptiva lo teórica, los datos, el saber qué).

(2) la información práctica lo técnica, las instrucciones, las habilidades, el know-how).

(3) la información valorativa lo evaluativa, las preferencias, los valores, las metas, las actitudes, filias y fobias).
La sub-esfera cognitiva o de los conocimientos

Se refiere al conjunto de descripciones y explicaciones que pertenecen al individuo (no exclusivamente) y que éste ha ido formando (construyendo o asimilando) a través de su vida. Se incluyen aquí tanto los conocimientos ordinarios, los de sentido común (provenientes de la educación informal y no formal), como los conocimientos profesionales y académicos (provenientes de la educación formal). Dentro de esta sub-esfera se incluyen las creencias, las presuposiciones, las opiniones, los prejuicios y, en general, todo lo que se define como representación mental de la realidad.

La importancia de los conocimientos dentro de una Teoría de Acción estriba en que las representaciones de la realidad por parte del actor funcionan como una de las condiciones básicas para la formulación de intenciones y para el diseño de medios (ver arriba), en la medida en que los errores (conocimiento falso, representación inadecuada) conducen a fallas de evaluación de objetos de acción y de selección de intenciones y medios. Pero los conocimientos son aún más importantes en el caso del actor institucional, especialmente en el mundo de las profesiones y del mercado de trabajo, donde los desempeños aparecen inexorablemente ligados a determinados cuerpos disciplinarios.
La sub-esfera aptitudinal (de las habilidades)

Se refiere al dominio de rutinas de acción, es decir, al manejo de medios u operaciones, desde las formales (mentales) hasta las manuales, incluyendo instrumentaciones, equipos, técnicas y tecnologías. Aquí debemos distinguir entre habilidades generales y habilidades específicas. Las primeras pertenecen al dominio de todo actor de finales de siglo XX (de donde ha surgido el concepto de “nuevos analfabetismos”, para hacer referencia a las actuales experticias computacionales, comunicacionales e informacionales), mientras que las segundas se refieren a especialidades ocupacionales y laborales.

Otra distinción importante es la de habilidades mentales y habilidades sensorio-motoras. La primera implica operaciones de pensamiento (abstracción, generalización, deducción, asociación, etc.) y la segunda implica operaciones con instrumentos. La diferencia, sin embargo, es sólo de carácter analítico, ya que en la práctica hay importantes intersecciones e implicaciones entre estos dos tipos de habilidades.

Por lo demás, la importancia de este concepto dentro de la relación actor-medios es obvia.

La sub-esfera actitudinal (de las actitudes)

Se refiere al conjunto de disposiciones o tendencias de acción en un actor. A diferencia de una gran parte de las definiciones de “actitud” que se encuentran en los estudios psicológicos y sociológicos, la definición escogida en este trabajo no requiere directamente del concepto de “valor” o “preferencia” (concepto que, en este trabajo, queda ubicado más bien en la esfera cultural, igual que en el esquema parsonsiano original). Efectivamente, en muchos de esos estudios se concibe la “actitud” como orientación valorativa hacia un objeto (el cual, además, es entendido sólo como entidad y no como propiedad), sobre la base de una creencia o juicio previamente aprendido. Así, por ejemplo, Davidoff (1980, p. 527):

Se define una actitud como un concepto aprendido que guía (1) los pensamientos, (2) los sentimientos y (3) la conducta hacia un objeto dado (una persona, un grupo de personas, una norma, un acontecimiento o un objeto inanimado). Al igual que muchos otros fenómenos observados hasta ahora, las actitudes son construcciones hipotéticas que se infieren, por lo común, a partir de enunciados verbales y conductas manifiestas. Las actitudes tienen varias características: son evaluativas, o sea, reflejan un juicio de valor. Son relativamente permanentes y resistentes.

Nótese que en una definición como la de arriba, la “actitud” es una noción o idea en la mente del sujeto. Además, el objeto de actitud es una entidad concreta. Y, finalmente, esa noción o idea tiene por función la de guiar los pensamientos, los sentimientos y la conducta. En cambio, el concepto de actitud aquí adoptado es una propiedad o característica atribuible al sujeto (no una idea o juicio interno suyo), propiedad que se define como disposición (en el mismo sentido lógico de “tendencia”). En segundo lugar, el objeto de la actitud no es una entidad concreta sino una cierta clase de acciones (las cuales no son “entidades” sino clases de “relaciones”, en cuanto procesos). Finalmente, la función no es orientar pensamientos ni sentimientos, sino determinar o consolidar comportamientos (más bien son los pensamientos y sentimientos los que llevan a disposiciones de acción; por ejemplo, y según el psicoanálisis, una cierta experiencia traumática de un niño con su madre, puede inducirle sentimientos negativos respecto a las mujeres, lo cual a su vez puede formar en él una disposición o tendencia a actuar homosexualmente).

Sin negar que en las actitudes puedan existir elementos de valor, lo esencial de la definición de dicho concepto en este trabajo es la diferencia entre una acción efectiva y una acción virtual o entre acción constatable y acción predecible. Mientras un acto es una acción ya cumplida, la actitud es una acción en ciernes. Todas los actores desarrollan actitudes en el sentido de que, dentro de una situación del tipo X y ante un objeto de acción del tipo W, unas personas tienden sistemáticamente a una acción del tipo A, mientras que otras tienden a una acción del tipo B (incluyendo el no actuar), etc. Es lo que se quiere decir con disposición o tendencia a una cierta clase de acciones. Y es también el concepto de actitud que ha predominado en el campo de la filosofía, como puede verse en la siguiente reseña de Abbagnano (1986, p. 17):

Término ampliamente usado en la filosofía, en la sociología y en la psicología contemporáneas para indicar la orientación selectiva y activa del hombre en general, en relación con una situación o un problema cualquiera. Dewey considera la palabra como sinónima de hábito y de disposición. Y, en particular, supone que designa "un caso especial de predisposición, la disposición que espera irrumpir a través de una puerta abierta". De análoga manera Lewis sostiene que en la ACTITUD existe lo que se halla presente y aferrado en su significado práctico y precursor, de procesos mentales cognoscitivos, y el segundo cuando la respuesta al estimulo es un determinado ‘impulso’ a la acción. Stevenson denomina ACTITUD a este impulso a la acción, que es calificado, aunque no se sepa por qué, como "emotivo", pero considera muy difícil definir estrictamente la ACTITUD que, por lo tanto, adquiere un significado más genérico de disposición a la acción. Una delimitación de significado no muy exacta, pero conforme con las anotaciones arriba transcritas, es la dada por Richards, que considera las actitudes como "actividades imaginables e incipientes o tendencias a la acción". Por otro lado, Jaspers ha usado La palabra en el mismo significado fundamental de disposición en su “Psicología de las Concepciones del Mundo” (1925). "Las actitudes -ha dicho- son disposiciones generales susceptibles, por lo menos en parte, de investigación objetiva, como las formas trascendentales en el sentido kantiano. Son las direcciones del sujeto y se sirven de un determinado enrejado de formas trascendentales". Con mayor precisión, se puede definir la ACTITUD como el proyecto de elecciones para enfrentar cierto tipo de situaciones (o de problemas): o como un proyecto de comportamiento que permita efectuar elecciones de valor constante7 frente a una determinada situación. En este caso diremos, por ejemplo, que "x tiene una ACTITUD contraria al matrimonio", lo que significa decir que x proyecta no casarse; por lo tanto, en general, la ACTITUD de x para S es un proyecto de x con referencia al comportamiento a tener en relación con situaciones en las cuales S es posible.

En cuanto disposiciones, las actitudes pueden estar fundamentadas o bien en estados afectivos (sentimientos) o bien en estados aptitudinales (habilidades, destrezas) o bien en datos cognitivos, ya que tanto los afectos como las habilidades (genéticas o aprendidas) y conocimientos personales son capaces de generar tendencias a ciertas ejecuciones y no a otras. Puede deducirse que no siempre se trata de valores o preferencias axiológicas; en muchos casos se trata también de competencias personales (de afinidad con ciertos medios u operaciones) y, en otros, de estados emocionales a veces inconscientes (como los que determinan actitudes de timidez o miedo, por ejemplo, que por cierto distan mucho de ser valores o preferencias).

Como se infiere, las actitudes son eminentemente individuales, esto es, corresponden estrictamente al actor individual y no directamente al actor institucional ni a grupos de actores. Podría hablarse de “actitud organizacional” (igual que de “cultura” o “filosofía organizacionales”) sólo en el sentido de coincidencia de individuos en torno a unas mismas actitudes.
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