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EL NUEVO

CÓDIGO SECRETO

DE LA BIBLIA




MICHAEL DROSNIN


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El nuevo código secreto de la Biblia

Título original: Bible Code II. The Countdown

© One Honest Man, Inc., 2002.

por la traducción, Rafael Santandreu, 2003

© Editorial Planeta, S. A.,

Primera edición: mayo de 2003

Digitalizador:  Nascav (España)

L-01 – 09/01/04



contraportada

En 1997, Michael Drosnin consiguió un bestseller mundial con el código secreto de la Biblia. Este código fue descubierto por un famoso matemático israelí y comprobado por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que refrendó su validez. Michael Drosnin ya predijo, usando este código, el asesinato de Itzhak Rabin un año antes de que aconteciera. Ahora vuelve a utilizar esta potente herramienta de análisis matemático del texto de la Biblia para descifrar lo que nos depara el futuro.

En El nuevo código secreto de la Biblia, Drosnin nos muestra cómo los atentados del 11 de setiembre de 2001 estaban codificados en la Biblia. El autor nos cuenta cómo advirtió a la Administración Bush del inminente peligro en agosto de 2001 y nos conduce a través de una serie de prodigiosos descubrimientos hasta la más terrible de las predicciones: «guerra mundial», «holocausto atómico» y «fin de ios días» están codificados en la Biblia junto a una fecha: 2006.
Michael Drosnin demuestra que el mensaje de la Biblia está claro: una guerra nuclear mundial estallará como consecuencia de un atentado terrorista en Oriente Medio. Todavía estamos a tiempo de evitar el fin del mundo.

Para mi familia, para mis amigos, para todos aquellos que tienen fe, una vez más.
Y ocurrirá un tiempo de angustia,

como no ha habido desde que hubo nación.

Libro de Daniel 12: 1
Para resolver un problema hasta el momento indescifrable,

tenemos que dejar abierta la puerta a lo desconocido.

Richard Feynman, Premio Nobel de Física
INDICE
Introducción
Uno El fin de los días

dos la clave del código

Tres Clinton

Cuatro Existe

Cinco Arafat

Seis El arca de acero

Siete Sharon

Ocho El código de la vi Da

Nueve La invasión

Diez Extraterrestre

Once Bush

Doce El viaje del héroe

Trece la cuenta atrás
Epílogo

Notas

Apéndice

Agradecimientos
INTRODUCCIÓN
Durante tres mil años, la Biblia ha mantenido oculto un código en su interior.

Ahora, gracias a la informática, ha sido descifrado y sabemos que puede revelarnos el futuro.

Hace cinco años publiqué un libro acerca de ese descubrimiento. El científico que lo había hallado era un famoso matemático israelí, Eliyahu Rips.

Aquel libro puso en conocimiento de todo el mundo el código de la Biblia. En verdad creí que mi pequeña contribución en esta aventura había finalizado. Yo sólo soy un periodista y no tengo nada de profeta, científico o estudioso de la Biblia.

Pero lo cierto es que el código bíblico siempre ha estado presente en mi mente. No deja de asombrarme. Yo no soy religioso, ni siquiera creo en Dios, de manera que no puedo ni imaginar cómo es posible que exista un código en la Biblia que revele sucesos acaecidos después de la redacción de la misma.

Pero de una cosa estoy seguro: el código es real.

Una y otra vez he sido testigo de que las predicciones de la Biblia se hacen realidad. Incluso advertí a un primer ministro de que el código anunciaba su asesinato. Tiempo después tuve que presenciar horrorizado cómo lo mataban. Y sucedió en el momento exacto en que la Biblia había predicho.

Una vez más, los terribles hechos del 11 de setiembre de 2001 también fueron anunciados. Al parecer, todo estaba escrito en ese texto de tres mil años de antigüedad.
Desde el principio de mis investigaciones me reuní con grandes científicos de Estados Unidos e Israel y hasta confirmé el código con un experimentado decodificador de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, el centro clandestino que crea y rompe códigos para la inteligencia militar americana.

Para confirmar cada uno de los hallazgos, aprendí hebreo y trabajé estrechamente con un traductor israelí.

Tuve muchos encuentros con el matemático que descubrió el código, el doctor Eliyahu Rips, uno de los más grandes expertos en la teoría de grupos, el campo de las matemáticas en el que se basa la física cuántica.

Confirmé con el doctor Rips la significación matemática de todas las informaciones halladas, además de sopesar las probabilidades calculadas mediante un programa informático que creó Rips junto con el doctor Alexander Rotenberg.

En ningún momento fui ajeno al clamor de las críticas que surgieron en contra de Rips. Incluso llegué a desear, sobre todo al principio, que alguien aportara pruebas de que no era real; eso me hubiera liberado de una responsabilidad que no deseaba y que sentía que me superaba.

Pero ningún crítico encontró evidencia alguna de que el código bíblico no fuera real. Todo lo contrario: cada vez se fueron acumulando más evidencias a favor de que la Biblia predecía el futuro (véase Apéndice).

Finalmente, tres hechos me obligaron a continuar con mi investigación: los atentados del 11 de setiembre, prueba brutal de que las advertencias de la Biblia eran una tremenda realidad; la espiral de violencia en Oriente Medio que amenaza con provocar una guerra global, y un increíble descubrimiento que podría conducir a la verdad última que se halla tras el código bíblico. Este libro es la historia del inicio de una investigación. Lo que buscamos ahora es la clave que nos permita descifrar todo el código. Con ella conoceremos tanto nuestro pasado olvidado como todo nuestro futuro.

Y en este momento de la humanidad, esta búsqueda es urgente. Porque el código de la Biblia nos advierte que, si todo sigue igual, tan sólo disponemos de cuatro años más de supervivencia.
EL FIN DE LOS DÍAS
A las 8 horas y 48 minutos del 11 de setiembre de 2001 me despertó el estruendo de una explosión que cambiaría el mundo para siempre.

Conecté la radio para oír un boletín especial de noticias: un jumbo había colisionado contra una de las torres del World Trade Center.

Subí corriendo a la azotea de mi edificio justo a tiempo de presenciar el choque del segundo Boeing 767 contra la otra torre, que estalló inmediatamente en llamas. Obviamente, no se trataba de ningún accidente. Los dos aviones habían sido secuestrados por terroristas. Nueva York estaba siendo atacada.

Durante más de una hora permanecí solo en mi azotea, contemplando con creciente horror e incredulidad cómo ardían los dos edificios de 110 plantas, monolitos plateados símbolo del bajo Manhattan, lugar en el que resido. El espectáculo era dantesco: gigantescas llamaradas anaranjadas salían de los agujeros que habían dejado los impactos; enormes columnas de humo cubrían el cielo de la Gran Manzana.

De repente, una de las torres se derrumbó. Simplemente se vino abajo. Después, se desplomó la segunda. Ambas desaparecieron para dejar una nube de polvo que lo invadía todo. En un instante desaparecieron las dos.

Mi mente no podía asumir la magnitud de la tragedia que habían presenciado mis ojos. Se trataba de una desgracia de dimensiones bíblicas; parecía una de aquellas terribles profecías del Antiguo Testamento.
Corrí escaleras abajo en busca del antiguo código que almacenaba mi ordenador: el código de la Biblia. Sospechaba que allí podría encontrar la confirmación de lo ocurrido; la revelación de lo que estaba por venir.

Ese código secreto, descubierto por un célebre matemático israelí, ya había desvelado otros terribles eventos ocurridos miles de siglos después de que fuese escrita la Biblia.

Ahora me revelaba a mí lo que acababa de presenciar. Lo que recién habían visto mis ojos desde mi azotea estaba escrito en la pantalla de mi ordenador en caracteres hebreos.

Ese texto de tres mil años de antigüedad tenía codificada la expresión «torres gemelas». Un poco más allá se podía leer «avión». Y a estas palabras se le cruzaba la siguiente frase: «provocó su caída, su derrumbamiento».

Era cierto. Lo que acababa de presenciar aquel 11 de setiembre de 2001 se hallaba codificado en un texto de tres mil años de antigüedad.

Estaba asistiendo a ello con un solo pensamiento en la cabeza y cuando la primera torre cayó lo expresé en voz alta: «Dios mío, es real.»

Lo que de veras me conmovió no fue el ataque, sino lo que la Biblia predecía que iba a ocurrir después.

De hecho, ya había predicho los asesinatos de John F. Kennedy e Itzhak Rabin. En realidad, todo había sido desvelado con anterioridad, desde la segunda guerra mundial hasta el Watergate, desde el Holocausto hasta Hiroshima, desde la conquista de la Luna hasta la guerra del Golfo. En algunas ocasiones pudimos encontrar las predicciones con anterioridad y los hechos sucedían tal y como decía el código.

Una vez más, allí estaban todos los detalles. De una forma repentina y brutal, tuve la absoluta certeza de que el código bíblico era auténtico.

Así que cuando los aviones se estrellaron contra las torres, al tiempo que contemplaba el despliegue de aquel horror, tuve visiones de un futuro demasiado terrible para ser real. Sin embargo, eso era lo que nos vaticinaba el código. De repente, todo aquello me pareció enteramente verosímil.

Durante cinco años había estado advirtiendo a líderes gubernamentales de todo el mundo de que una antigua profecía iba a convertirse en realidad, que el Apocalipsis anunciado por las tres grandes religiones occidentales estaba codificado en la Biblia, que nos íbamos a tener que enfrentar a un Armagedón real —una guerra mundial nuclear que empezará con un atentado terrorista en Oriente Medio— dentro de una década. Pero realmente ni yo mismo podía creerlo del todo. ,.

El presidente Clinton había recibido en Camp David mi libro y una carta ,-donde le advertía de que nos enfrentábamos a una guerra en Tierra Santa que podría engullir a todo el mundo.

«He dudado sobre si debía exponerle todos los vaticinios, porque sé que suenan muy apocalípticos», le dije a Clinton, al que advertí de la situación sin darle toda la información. No podía acudir al presidente con un mensaje sobre la destrucción del mundo.

Pero a lo largo del año pasado decidí que debía explicarles a los grandes mandatarios (al presidente de Estados Unidos, al primer ministro de Israel y al líder de los palestinos) que, según el código de la Biblia, existe un claro y definitivo peligro: el fin de los días.

Me he sentado junto a Yasir Arafat en su cuartel general de Ramala, con Simón Peres en Tel-Aviv, con el hijo de Ariel Sharon en Jerusalén, con el jefe del gabinete de la Casa Blanca de Bill Clinton y les he dicho que es posible que sólo dispongamos de cinco años para salvar al mundo. Pero nadie se ha hecho eco de la advertencia.

Justo el día antes de los ataques del 11 de setiembre volví a telefonear a la Casa Blanca para comprobar si el nuevo presidente, George W. Bush, había recibido la carta que le había mandado advirtiéndole de que la tercera guerra mundial podía ya estar en marcha mientras él estaba allí sentado en su despacho.

Mi carta, enviada más de un mes antes de los atentados terroristas de Nueva York y Washington, decía:

«En estos momentos, el código de la Biblia nos previene de que el mundo

puede enfrentarse a una guerra mundial que empezará en Oriente Medio. Ésta puede ser la guerra definitiva. Y todo ello puede haber empezado ya mismo.

«Este momento crítico ha sido vaticinado con mucha claridad.

»Las palabras "Bush", "Arafat" y "Sharon" están codificadas juntas en la expresión "fin de los días", el gran peligro del que hablan las tres grandes religiones occidentales.

»Y el código de la Biblia expresa ese peligro en términos modernos: se habla de "holocausto atómico" y "guerra mundial". Ambos están codificados junto con el mismo año, 2006.»

El 11 de setiembre, el mismo presidente dijo que su país estaba en guerra, que la «primera guerra del siglo había empezado». Y en una columna del New York Times se leía el titular: «La tercera guerra mundial.»

Pero hasta el 11 de setiembre ni siquiera yo creía por completo en ello. Yo no soy religioso. Ni siquiera creo en Dios. Soy un periodista de investigación laico y escéptico. Empecé mi carrera como reportero de sucesos en el Washington Post, trabajé cubriendo información económica en el Wall Street Journal y todavía mantengo los pies en el suelo. Confieso que aunque escribí el libro que dio a conocer el código de la Biblia en todo el mundo, me levantaba todos los días dudando de la veracidad del peligro anunciado.

La mañana del 11 de setiembre me desperté con el suceso que probaba que el código es real.

De repente, ya no había lugar a la duda. Ya no hablábamos sólo de Israel, sino también de Estados Unidos y Nueva York. Se trataba de la ciudad en la que vivo. Unas manzanas más allá de mi hogar. Y lo vi con mis propios ojos.

El ataque a Nueva York, el ataque al World Trade Center; ese horror inconcebible, no sólo estaba codificado de antemano en la Biblia, sino que yo mismo lo había detectado mucho antes con mi programa de descodificación.

Lo hallé en 1993, justo después del primer atentado fallido a las mismas Torres Gemelas. «Torres Gemelas» estaba codificado en la Biblia junto con «el aviso, la masacre», y todo ello cruzado por la expresión «terror». Además, esta última palabra aparecía en otra ocasión junto con «caerán y se derrumbarán».

Pero pensé que se trataba del pasado, no del futuro. Nunca se me ocurrió que tal rayo cayese dos veces sobre el mismo sitio, que hubiese otro ataque terrorista en los mismos dos monolitos ocho años más tarde. Y mucho menos que tendría éxito y que derribaría las torres.

He de confesar que tampoco pensé en buscar en el código la palabra «avión». Como le dije a un amigo de la CÍA, el mismo día del atentado: «Nadie podía haber imaginado que iba a suceder de esa forma.» Él me respondió: «Al parecer, alguien sí lo sabía.»

Fue una lástima. No había podido entender la advertencia hasta después de la tragedia. Había estado oculta en la Biblia durante tres mil años. Ahora era obvia. Allí estaban todos los detalles.

El científico que descubrió el código bíblico, Eliyahu Rips, también halló el vaticinio sobre el 11 de setiembre ese mismo día, en su casa de Jerusalén. De hecho, me envió la tabla con las palabras codificadas por correo electrónico desde Israel.

Cuando hablé con el doctor Rips, una de las principales autoridades mundiales en teoría de grupos (un campo de las matemáticas en el que se basa la física cuántica), me explicó que ya había calculado las probabilidades del mensaje oculto.

Las probabilidades de que aparezcan juntas, por casualidad, las tres palabras clave —«torres», «gemelas» y «avión»— en el mismo fragmento de la Biblia son, al menos, de uno entre diez mil.

Todavía había más. La Biblia también mencionaba a Osama bin Laden. Rips había encontrado una secuencia codificada simple que lo declaraba culpable —«el pecado, el crimen de Bin Laden»—, situada en el Génesis, donde el texto directo habla de «la ciudad y la torre».

Asimismo, en esa porción del texto original, la Biblia decía: «he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno».

El nombre del líder de los secuestradores, el piloto del primer avión que colisionó contra las torres, Mohammed Atta, también se hallaba en la Biblia. Era increíble, pero allí estaba, codificada en la Biblia, la expresión «terrorista Atta». En el mismo lugar, unas palabras para describirlo: «hombre egipcio».

Como sabemos todos, aquel día todavía hubo otro objetivo: la sede del ejército norteamericano en Washington. El Pentágono fue golpeado por un tercer avión secuestrado una hora después del primer ataque a Nueva York. Eso también se hallaba codificado.

«Pentágono» aparecía una vez en la Biblia, atravesado por la palabra «dañado». Una vez más, las predicciones de ese texto de tres mil años de antigüedad eran exactas. Uno de los cinco lados del Pentágono había caído, pero el edificio todavía seguía en pie.

El vocablo «emergencia» acompañaba a «Pentágono» y, acto seguido, la palabra «de Arabia». De hecho, días después conocimos la noticia de que la mayor parte de los terroristas procedían de Arabia Saudí.

La advertencia del mayor ataque terrorista de la historia de la humanidad, del primer ataque foráneo al hasta ahora invulnerable Estados Unidos, se hallaba codificada en la Biblia desde hace tres mil años. Pero nadie acertó a detectarlo hasta que fue demasiado tarde.

Y ahora el código advertía que ello conduciría a la guerra. «La próxima guerra» cruzaba el nombre hebreo de las Torres Gemelas. En el mismo lugar se podía leer «terrorista».

Lo que decía el código era escalofriante. Este ataque era el inicio de una guerra, la que declaró Bush, una guerra contra el terrorismo internacional que muchos predecían que iba a durar años, yo podía ver perfectamente el texto codificado que plasmaba el horror del momento. Una vez más, las palabras «torres» y «gemelas» aparecían juntas en el mismo lugar que el texto directo dejaba claro que la cuenta atrás ya había empezado: «el fin de los días».

Me había pasado años intentando avisar a los gobernantes de Washington y Oriente Medio de que se avecinaba un peligro de dimensiones bíblicas, tal y como sugerían las profecías y ahora, desde mi casa de Nueva York, mis ojos estaban contemplando esa realidad.

Y yo tenía claro que esto era sólo el inicio. A partir de ese momento, nos esperaba algo demasiado horrible para la imaginación humana.

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«Un criptograma enviado por el Todopoderoso», el «puzzle de Dios, el rompecabezas de todos los hechos pasados y futuros preordenados por la mano divina».

Así describía sir Isaac Newton el código bíblico. Hace trescientos años, el primer científico moderno, el hombre que descubrió la gravedad y sentó las bases de la mecánica de nuestro sistema solar, el genio que inventó las matemáticas avanzadas, emprendió la búsqueda del código secreto de la Biblia que podía revelar el futuro de la humanidad.

Durante más de tres mil años (desde que se conoce la Biblia) ha habido gente que ha creído que había algo escondido en el texto sagrado. Grandes secretos que sólo conocían altos sacerdotes, revelaciones que respondían a una fórmula esotérica, a alguna forma de magia, a una nueva ciencia.

Pero la solución al misterio estaba reservada a un inmigrante ruso en Israel. Eliyahu Rips, un matemático que había sido encarcelado por motivos políticos en la antigua Unión Soviética, encontraría aquel antiguo código oculto.

Hoy sabemos que Rips consiguió descifrar el código porque poseía una herramienta de la que carecían todos sus antecesores: un ordenador.

El código de la Biblia poseía una especie de mecanismo de relojería. No podía ser abierto hasta que fuese inventada la informática.

Indudablemente, la inteligencia que creó el código podía prever el futuro y diseñó su lenguaje de manera que sólo pudiera ser descubierto en estos momentos. Era evidente. El código podía haber sido diseñado para que fuese hallado por Newton hace trescientos años. O podía haber estado destinado a los hombres del futuro (dentro de trescientos o tres mil años), pero en es caso hubiese requerido de una nueva tecnología.

Sin embargo, alguna inteligencia muy avanzada codificó la Biblia de manera que pudiésemos descifrarla en este momento de la historia de la humanidad. «Ésa es la razón de que Newton no pudiese hallarlo —dijo Rips—. Tenía que ser abierto mediante un ordenador. Estaba "sellado" hasta el "fin de los días".»

De todas formas, cuando Eli Rips empezó su búsqueda del código de la Biblia, hace cerca de veinte años, no estaba pensando en el «fin de los días»

Tan sólo trataba de resolver un acertijo matemático. «Encontré palabra codificadas con un nivel de probabilidad mucho menor que por azar. Enseguida supe que me hallaba detrás de algo importante —recordó Rips—. Lo hallamos gracias a la potencia de cálculo del ordenador.»

Rips descubrió el código bíblico en la versión hebrea del Antiguo Testamentó, el texto original de la Biblia, tal y como fue escrita en su día: las palabras que, según el propio texto, Dios le entregó a Moisés en el monte Sinai hace 3 200 años.

Rips eliminó todos los espacios entre las palabras y transformó la Biblia en un continuo de letras de 304 805 caracteres.

En realidad, lo que estaba haciendo era restaurar la Biblia a su forma original, según habían dicho multitud de sabios antiguos. Según la leyenda, así recibió Moisés la Biblia de Dios: «como un texto continuo, sin espacios entre las palabras».

Rips ideó un programa de ordenador que buscaba palabras en ese texto continuo, saltándose un número constante de caracteres. Las nuevas palabras revelaban una información impresionante.

Todo el mundo puede crear un código como éste (aunque no de estas dimensiones). Se trata de construir un discurso manifiesto debajo del cual «codifica un texto a base de saltarse letras. Por ejemplo:

Entre Cojos OsadoS

La palabra oculta, tras saltos de cuatro letras, es: ECOS.

Pero nadie, ni siquiera Newton, podía releer toda la Biblia contando letras a mano, comprobando todas las posibles combinaciones de letras formadas a saltos. Se trata de un trabajo monumental que empieza en la primera letra y acaba en la última, que va hacia adelante y hacia atrás. Sólo un ordenador puede trabajar a la velocidad necesaria para realizar una lectura similar.

Ahora sabemos que sólo un ordenador puede desentrañar la información entretejida en el código de la Biblia. Mediante su uso, una y otra vez surgen palabras, nombres, fechas y lugares, que contradiciendo todas las leyes del azar, están fuertemente relacionados.

Y todas esas palabras ocultas forman crucigramas encriptados. Cada vez que descubríamos una palabra o frase nueva, comprobábamos que se hallaba ligada a otras formando un nuevo crucigrama. Todas las palabras, conectadas de esa manera, ofrecen información detallada acerca de sucesos actuales.

Eso es lo que hace que el código de la Biblia sea algo único. Es posible que en cualquier otro libro encontremos una secuencia azarosa que forme la expresión «Torres Gemelas»; pero no unida a la palabra «avión». Uno puede encontrar «Bin Laden», pero no unido a «la ciudad y la torre». Uno puede encontrar «las torres», pero no unido a «la próxima guerra» y «el fin de los días». «Sólo en el código de la Biblia encontramos información consistente y coherente —dice Rips—. Nadie ha encontrado jamás algo así en ningún otro libro, en ninguna traducción o texto hebreo, excepto en la Biblia.»

Cuando Rips publicó su hallazgo en una revista matemática norteamericana, muchos científicos se mostraron escépticos. No podían ponerle tacha a la investigación, pero tampoco eran capaces de creerse los resultados. Era demasiado impresionante para ser verdad: un código en la Biblia que revelaba sucesos futuros.

Un descodificador experimentado de la Agencia de Seguridad Nacional, un centro clandestino de escucha estadounidense situado en las inmediaciones de Washington, tuvo noticias del asombroso descubrimiento israelí y decidió investigar el caso.

Harold Gans se había pasado la vida creando y rompiendo códigos para servicios secretos norteamericanos y estaba seguro de que el código de la Biblia era «ridículo, cosa de diletantes».

Gans creó su propio programa de ordenador confiando en poder demostrar que tal código no existía. Para su sorpresa, obtuvo los mismos resultados que el experimento de Rips. Los nombres y las fechas de nacimiento y muerte de los 66 sabios (que vivieron y murieron mucho después de que la Biblia fuese redactada) estaban allí. Gans no daba crédito a sus ojos. Decidió buscar información completamente nueva en el código para así poner en evidencia los fallos del estudio de Rips e incluso, quién sabe, demostrar que todo era un truco, un montaje. Gans estaba seguro de que no iba a encontrar los nombres de las ciudades donde nacieron y murieron los 66 rabinos. Pero los encontró.

Gans se había propuesto demostrar la no validez del código, pero, tras 440 horas de investigaciones, probó que era real.

«Me entraron escalofríos al verificarlo», recuerda Gans.

Ningún hombre sobre la Tierra podía haber codificado la Biblia de manera que proporcionase información acerca de personas que habían vivido cientos y miles de años después de que la Biblia fuese escrita. Pero alguien lo hizo.

Si no pudo ser ningún ser humano, entonces ¿quién fue?

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La primera vez que oí mencionar el código de la Biblia fue hace diez años. Me había entrevistado con un alto cargo de la inteligencia israelí para hablar sobre la guerra del futuro. Cuando abandonaba las oficinas de los servicios de inteligencia, un joven funcionario me detuvo para decirme:

—Hay un matemático en Jerusalén al que debería ver. Ha descubierto la fecha en que iba a empezar la guerra del Golfo. En la Biblia.

—Yo no soy religioso —le espeté dirigiéndome hacia mi coche.

—Tampoco yo lo soy —dijo el funcionario—. Pero es que, tres semanas antes de que estallase la guerra, encontró la fecha exacta de su inicio.

Parecía muy difícil de creer. Estaba seguro de que se trataba de una locura. Pero investigué los antecedentes de Rips y encontré que estaba considerado poco menos que un genio de las matemáticas. Decidí ir a verle.

Con su barba y su yarmulka, Eliyahu Rips parecía un personaje del Antiguo Testamento. Eso confirmó todas mis dudas. Genio o no, este científico estaba seguramente influido por sus creencias religiosas. Le pedí que me enseñase dónde aparecía en la Biblia la mención a la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips me condujo a su pequeño estudio, encendió su ordenador y me enseñó en la pantalla una predicción de la contienda.

Allí, codificadas bajo el texto directo de la Biblia, se leían las palabras

«Saddam Hussein» y «Misiles Scud», junto con la fecha exacta del ataque de Iraq a Israel: 18 de enero de 1991.

—¿Cuántas fechas como ésta ha encontrado? —le pregunté.

—Sólo ésta, tres semanas antes de que estallase la guerra —replicó.

Pero todavía era escéptico. Le pedí a Rips que buscase menciones a otros sucesos históricos que no hubiese hallado todavía.

Encontramos «presidente Kennedy» junto a «Dallas» y «Bill Clinton» junto a «presidente» (seis meses antes de que fuese elegido). Descubrimos una y otra vez informaciones que Rips no sabía que yo le iba a pedir. En un momento dado, hallamos varios sucesos que todavía no habían ocurrido, entre los que se contaba la colisión de un cometa contra el planeta Júpiter. Teníamos el nombre del cometa y la fecha exacta del impacto.

El código de la Biblia empezaba a convertirse en una realidad para mí. Un descodificador profesional estadounidense lo había corroborado. Famosos matemáticos de Israel y Estados Unidos, en Harvard, Yale y la Universidad Hebrea, decían que era real.

La investigación de Rips había superado la revisión de tres colegas antes de ser publicada en una prestigiosa revista sobre matemáticas de Estados Unidos. Pero todavía no podía creerlo.

Y, por fin, dos años más tarde, encontré un código que incluso me persuadió a mí.

El 1 de setiembre de 1994 volé a Israel para encontrarme en Jerusalén con el poeta Chaim Guri, amigo íntimo del primer ministro Itzhak Rabin. Le entregué una carta que hizo llegar inmediatamente al primer ministro.

«Poseo información secreta que afirma que su vida se halla amenazada -empezaba mi carta a Rabin-. La única vez que aparece su nombre completo (Itzhak Rabin) codificado en la Biblia, lo hallamos asociado a la frase "asesino que asesinará".»

Un año más tarde, el 4 de noviembre de 1995, llegó la terrible confirmación. Un hombre que se creía encomendado por Dios disparó a Rabin por espalda. Durante tres mil años, el vaticinio del atentado había permanecido oculto en el código secreto de la Biblia.

Cuando oí las noticias, me quedé helado. Caí al suelo y pronuncié las mismas palabras que diría más tarde en ocasión del 11 de setiembre: «Dios mío, es real.»

Mi sorpresa no era que Rabin estuviese muerto, sino que el código era real.

Pero mucho más chocante que la tremenda confirmación del 4 de noviembre de 1995 fue la del atentado a las Torres Gemelas, porque entone fui consciente de todo lo que predecía el código.

Si el código de la Biblia es real (y ya no tenía duda de ello), sólo puede ner un propósito: prevenir al mundo de un peligro terrible, incluso definitivo. Y es posible que ese peligro penda sobre nosotros en estos mismos momentos, porque de otra forma no hubiésemos encontrado el código. Quizá estemos enfrentándonos, ahora mismo al «fin de los días».

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Los dos grandes Apocalipsis bíblicos, el libro de Daniel del Antiguo Testamento y el libro de las Revelaciones del Nuevo Testamento, nos hablan de un horror sin precedentes que será completamente revelado cuando un libro secreto sellado sea abierto en el «fin de los días».

En la Tora, es decir, en los primeros cinco libros que componían antaño la Biblia, encontramos el Final profetizado cuatro veces. Después, también es predicho en el libro de Daniel. Un ángel le revela el futuro al anciano profeta y le dice: «Tú, oh Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta la llegada del fin de los días.»

En hebreo, existen dos maneras de escribir el «fin de los días» y sólo aparecen juntas una vez en la Biblia.

La expresión «en el fin de los días» aparece en el texto directo del Deuteronomio, cuando Moisés habla a los ancianos israelitas en su travesía por el desierto. En la tabla que sigue, la expresión aparece horizontalmente.

La otra expresión del «fin de los días» que aparece de forma vertical en la tabla se halla en Daniel, allí Moisés advierte de la existencia de un futuro terriblemente peligroso.

La probabilidad de encontrar dos frases juntas en la Biblia son al menos de uno entre cien.

Pero todavía hay más.

Justo después del Cuatro de Julio del año 2000, el presidente Clinton anunció que se iba a reunir en Camp David con el primer ministro israelí del momento, Ehud Barak, y el líder palestino, Yasir Arafat, para hablar sobre la paz. Todo el mundo sabía que las espadas estaban en alto, pero nadie sospechaba (ni siquiera ninguno de los tres líderes) cuál era la auténtica magnitud del asunto que se trataba, según el código bíblico.

Pues bien, en la tabla que acabamos de ver, en el único lugar donde se ha Han las dos expresiones bíblicas que designan «el final de los días», el nom bre de «Arafat» aparece inmaculado, perfectamente deletreado sin saltos ; asociado al «final de los días».

Y «E. Barak», de nuevo deletreado sin saltos, cruza la segunda expresión codificada del «fin de los días».

En 1998, yo le había mostrado esta tabla a Eli Rips, un año antes de que Barak fuese elegido primer ministro. Evidentemente, esta predicción se hizo realidad y Barak fue elegido líder de Israel. De todas formas, Rips estaba concentrado en Arafat. «Arafat está viejo y enfermo —decía Rips—. Si él está implicado en esto, no hay duda de que nos hallamos en el fin de los días.»

Rips calculó la probabilidad de que los nombres de los líderes de los israelitas y palestinos aparecieran juntos en el lugar en que «en el fin de le días» estaba codificado junto a «fin de los días». Las probabilidades de que se produjese tal coincidencia por azar eran de menos de una entre 150 000.

De manera que cuando Clinton anunció la cumbre, decidí enviarle inmediatamente una carta: .«Le adjunto una copia de mi libro El código secre, de la Biblia porque su anuncio de la cumbre de Camp David entre Barak Arafat confirma lo que ha vaticinado el código.»

«En esta cumbre hay más en juego de lo que nos imaginamos —continuaba mi carta—. La alternativa está perfectamente descrita en el código bíblico, el auténtico Armagedón, una guerra mundial nuclear en Oriente Medio.»

Camp David no dio frutos y se inició una nueva intifada. Después, el general conservador Ariel Sharon, un declarado detractor del plan de paz, se convirtió en primer ministro de Israel y George W. Bush en presidente de Estados Unidos. El código de la Biblia se confirmaba de nuevo.

Por lo tanto, el código no sólo vaticinaba ambas elecciones, sino que también hacía mención a los nombres de «Bush» y «Sharon», donde «fin de los días» estaba codificado con «en el fin de los días».

El doctor Rips estaba asombrado. Una vez más, calculó las probabilidades. La probabilidad de que surgiesen al azar los nombres de los cuatro mandatarios —de Israel, Palestina y Estados Unidos— junto con las dos expresiones bíblicas del «fin de los días» eran de uno entre 500 000. Rips añadió que la probabilidad podría incluso llegar a ser de uno entre un millón, pero que era imposible calcular por completo una serie tan compleja de emparejamientos.

«En cualquier caso, es obvio que no se trata de azar —dijo Rips—. Sin duda alguna, hay una intención detrás de esto. Matemáticamente, se trata de una tabla perfecta. Y, como vemos, hace referencia a estos momentos.»

Todo ello ha estado allí durante más de tres mil años. Los nombres de los líderes del mundo de hoy codificados aguardando a que los descubriésemos en el momento preciso.

El código de la Biblia, sin duda alguna, nos advierte de que estamos viviendo unos tiempos de extremo peligro. Un vaticinio de siglos de antigüedad. Pero hablamos del momento presente, de nuestros días.

El fin de los días, el Apocalipsis, ya no es un mito religioso, una visión de pesadilla que nunca se hará realidad. Ya no es una cosa del pasado ni una posibilidad lejana.

Ya está aquí.

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Hace cuatro años, en octubre de 1998, le entregué a mi abogado, Michael Kennedy, un prestigioso profesional de Nueva York, una carta sellada para ser abierta en el año 2002. La carta decía:

«Michael:

»Estoy convencido de dos cosas:

»1) Que el código de la Biblia es real.

»2) Que el mundo no escuchará sus advertencias hasta que ya sea demasiado tarde.»

Sucedió lo mismo la última vez que el mundo se halló en peligro. Nadie quería enfrentarse a Hitler. Estados Unidos estuvo a punto de perder la guerra porque entró en ella demasiado tarde. Ahora intento advertir a la humanidad de un peligro mayor, aunque la fuente de mis datos es extraña incluso para mí: un código oculto en la Biblia.

«El código pone en entredicho todos los conceptos de realidad que tenemos en Occidente —decía la carta sellada—. Por ello, aunque Newton creía que el futuro podía ser vaticinado y que el código bíblico lo revelaría; aunque un descodificador de primera línea haya ratificado el descubrimiento israelí, todavía no ha sido enteramente aceptado.

«Incluso el hecho de que el código haya pronosticado la muerte violenta de Rabin, la guerra del Golfo y otros importantes sucesos, no ha convencido a los escépticos.

»Me he entrevistado con el primer ministro Peres y con el director del Mossad, pero sé que la mayoría de los mandatarios no prestarán atención a las advertencias hasta que se cumplan más predicciones.

»Por esta razón he transcrito las más importantes, de manera que se pueda probar que son ciertas y que las hallamos antes de que sucedieran. »Las advertencias más claras del código son:

»a) el mundo se enfrentará a un "cataclismo económico" que empezará en el año hebreo de 5762 (2002 en el calendario moderno);

»b) ello conducirá a un período de peligro sin precedentes debido a que el equilibrio nuclear se desestabilizará y los terroristas podrán adquirir o robar el poder de destruir ciudades enteras;

»c) el peligro alcanzará su cénit en el año hebreo de 5766 (2006 en el calendario moderno), el año que está más claramente codificado con las expresiones "guerra mundial" y "holocausto atómico".»
El 11 de setiembre de 2001, después de presenciar el ataque a las Torres Gemelas, y tras encontrar estos hechos perfectamente descritos en la Biblia, decidí recuperar y volver a leer esta carta sellada. Me estremecí al leerla.

La caída del auténtico símbolo del poder económico norteamericano, el World Trade Center, y el ataque al mayor símbolo de su poder militar, el Pentágono, hicieron que las predicciones parecieran dramáticamente reales.

El 17 de setiembre, la víspera del Año Nuevo hebreo de 5762 que estaba codificada junto con «crisis económica», la Bolsa reabrió por primera vez desde el 11 de setiembre. El índice Dow Jones cayó 684 puntos, la pérdida más importante en su larga historia, dando inicio a una semana que fue testigo del desplome más pronunciado desde 1929, el año de la Gran Depresión.

La primera predicción del código bíblico ya se había cumplido. Mi temor era que una nueva crisis nos condujese a la tercera guerra mundial, de la misma manera que la depresión de 1930 llevó a Hitler al poder, con el consiguiente desastre de la segunda guerra mundial.

Tanto las expresiones «guerra mundial» como «holocausto atómico» y «fin de los días» se hallan codificadas junto a «5766», el año hebreo equivalente a 2006.

Comprobé todos los años del próximo siglo y sólo 2006 venía asociado a las tres advertencias. Se trataba de una predicción clara de que vamos a enfrentarnos a la tercera guerra mundial en tan sólo cinco años.

Le comuniqué mis hallazgos al doctor Rips. El científico calculó las probabilidades en un gran ordenador de la Universidad Hebrea. Revisó cien mil textos al azar para comprobar si estos grandes peligros podrían aparecer ligados, por causalidad, a otro año y en otro lugar que no fuese la Biblia.

«Hay una posibilidad entre cien mil de que se dé tal resultado —me informó Rips—. He revisado cien mil textos al azar y esta combinación de palabras sólo aparece en la Biblia. No puede haber sucedido por casualidad. Alguien puso intencionadamente la advertencia en la Tora.»

No había duda. En estadística, una probabilidad de uno entre cien es significativa. Uno entre mil es el criterio más alto que se aplica en matemáticas. Uno entre cien mil confirma definitivamente que el fenómeno no es casual. Según el código de la Biblia, nos tendremos que enfrentar a ese peligro extremo, la primera guerra mundial nuclear, en el año 2006.

Si la segunda guerra mundial finalizó con la bomba atómica, la tercera guerra mundial puede iniciarse con otra. En la actualidad, existen al menos cincuenta mil armas nucleares repartidas por todo el mundo, desde proyectiles de artillería y maletas bomba a misiles balísticos intercontinentales, todos mucho más potentes que la bomba de Hiroshima.

Un dato importante: la expresión «holocausto atómico» está codificada junto al año 1945, el año en que se lanzó la bomba sobre Hiroshima. Y también lo está junto a 2006.

Si el código de la Biblia está en lo cierto, la tercera guerra mundial —una guerra que será librada con armas de destrucción masiva— acaecerá dentro de pocos años. El mundo entero será arrasado. Estaremos delante del auténtico y literal fin de los días.

Esta vez, en lugar de una guerra nuclear entre superpoderes, el conflicto que todos temíamos durante la guerra fría, el mundo tendrá que vérselas con una nueva amenaza: terroristas armados con artefactos nucleares.

En efecto, «terrorismo» está codificado junto con «guerra mundial» y la palabra árabe que designa a un terrorista suicida, «shahid» aparece en el mismo lugar. En la misma tabla encontramos la expresión «guerra a degüello».

El peligro más grande del que nos avisa la Biblia son los fanáticos religiosos apocalípticos, los terroristas provistos de armas de destrucción masiva, hombres que creen estar cumpliendo una misión encomendada por Dios.

Lo sucedido el 11 de setiembre podría ser el inicio, no el final, de las hostilidades.

Pero la carta sellada que le entregué a mi abogado en 1998 dejaba abierta la puerta a la esperanza e incluso después del 11 de setiembre mantuve el optimismo. La carta continuaba diciendo:

«Pero el código de la Biblia nos advierte de posibles futuros, no de un solo futuro. Por eso podemos cambiar el curso de los acontecimientos, prevenir el desastre total.

»Creo que el código de la Biblia fue creado para prevenirnos. El código ha sido descubierto ahora, en este momento de la humanidad, porque éste es el momento preciso.

»Ésa es la razón por la que escribo esta carta sellada en 1998, para que sea abierta en 2002, para prepararnos para el 2006.»

Pero en la época en la que escribí la carta ya había empezado la búsqueda de otro mensaje sellado en la antigüedad, el mensaje oculto necesario para sobrevivir al Armagedón.
LA CLAVE DEL CÓDIGO
Cuando cayeron las primeras tinieblas de la tarde sobre el desierto, el suelo empezó a estremecerse. Se oyó un terrible trueno y la gente empezó a correr a refugiarse en sus tiendas mirando con pavor hacia la montaña que se erguía delante de ella. Se podía ver una brillante luz blanca en su pico, como si la montaña misma estuviese ardiendo.

De repente, una voz que salía de la nada dijo: «Moisés, ven a mí. Ve hacia la montaña.»

Según la Biblia, en el año 1200 a. J.C. Moisés subió al monte Sinaí. Allí «vio al Dios de Israel y bajo sus pies había lo que parecía una obra hecha de losas de zafiros».

La leyenda cuenta que Dios escribió las palabras originales de la Biblia en «piedra de zafiro». Aunque la piedra era dura como el diamante, podía ser nrollada como un pergamino. Y aunque era de un azul muy intenso, tambien era transparente. De hecho, la Biblia describe ese material como «de la claridad del mismísimo cielo».

Una noche me encontraba solo en mi piso de Nueva York leyendo, por primera vez, ese pasaje de la Biblia, y me di cuenta de que las palabras de la

Ua ^^n escritas sobre «zafiro».

Inmediatamente, pensé que ese oscuro detalle podía ser el secreto del código de la Bíiblia. Si realmente había un código en la Biblia que podía revelar el futuro, ello debía de estar vaticinado en la misma Biblia en el pasaje donde Dios le da las Escrituras a Moisés en el monte Sinaí, grabando las palabras en zafiro.

Examiné el texto una y otra vez. Había una pista. En hebreo, la palabra «libro» se dice «sefer». Quizá esta grafía se debe a que el primer libro, la Biblia, estaba escrito sobre esa piedra.

Después descubrí que «zafiro» también significa «contable», lo cual podía sugerir que desde el principio la Biblia era también un código matemático. Busqué una clave numérica para descifrarlo, pero no conseguía avanzar por este camino.

De repente, vi algo muy sencillo. En hebreo, el idioma en el que fue escrita la primera Biblia, «zafiro» al revés se escribe «Rips».

Eliyahu Rips, el matemático que descubrió el código de la Biblia, aparecía mencionado en el texto sagrado, en el lugar en el que se relata la venida de Dios al monte Sinaí.

El hallazgo me dejó conmocionado. El mismo doctor Rips se hallaba entre los vaticinios del código.

La misma palabra «zafiro», la piedra azul en la que se había escrito originalmente la Biblia, profetizaba la existencia del científico que tres mil años después hallaría el código.

Era evidente que el hecho de que «zafiro» escrito al revés diese lugar a «Rips» no era mera casualidad. La escritura invertida (de espejo) era una práctica común en la antigüedad. El primero de los profetas, Isaías, dijo al respecto: «Para ver el futuro debes mirar hacia atrás.» En hebreo, esa frase significa también «Lee inversamente las letras».

No había duda de ello. Además, la escritura invertida no sólo mencionaba a Rips, sino también su actividad.

«Piedra de zafiro» al revés da lugar a «Rips profetiza».

Volé una vez más a Israel para ver a Eli Rips. Era la primera vez que nos veíamos desde la publicación de mi primer volumen sobre el código de la Biblia un éxito en todo el mundo. La popularidad de mi libro nos había convertido en el centro de una controversia global.

¿Existía verdaderamente un código en la Biblia que vaticinaba el futuro? ¿Habíamos encontrado realmente las pruebas de que no estábamos solos? ¿Se trataba de una nueva revelación? ¿Probaba ello la existencia de Dios?

A lo largo de la investigación que me llevó hasta donde estoy ahora yo había deseado, más de una vez, olvidarme de todo el asunto. No soy una persona religiosa; no creo en Dios. Y, además, el código de la Biblia parece predecir terribles amenazas, quizá un auténtico Apocalipsis, una cataclismo que acabará con el mundo. No quería creer en ello.

Pero ahora, de repente, poseía nuevas pruebas de que el código de la Biblia era real. Pruebas que no podía pasar por alto. El científico que había descubierto el código era mencionado en el mismo pasaje en el que Dios le da la Biblia a Moisés; en el único pasaje de la Biblia donde Dios es visto.

Y si el código era real, entonces los peligros que predecía también podían ser reales. Tenía que visitar al científico que había hallado el código, la persona mencionada en la Biblia, la que podía ayudar a detener la cuenta atrás del Armagedón.

En 1998, poco antes del shavuot, la fiesta que celebra el momento en el que Dios bajó al monte Sinaí (en el 1200 a. J.C.), le mostré a Eli Rips su nombre en ese pasaje de la Biblia.

Rips no estaba sorprendido. Se lo tomaba todo con una gran humildad. «No es más sorprendente que otros aspectos del código —dijo Rips—. Si de a Cn información sobre todo el mundo, también se vaticinará la vida a Uno de nosotros y nuestra interacción con él.»

Rips fue a buscar un volumen de su biblioteca personal y de nuevo me leyó las palabras pronunciadas en nuestro primer encuentro. Citaba a un sabio del siglo xviii llamado Genio de Vilna: «La regla es que en la Tora se encuentra todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta en el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto ocurra desde que una persona nace hasta que deja de existir.»

Pero Rips negaba ser un profeta. «La Biblia dice claramente que un profeta es aquel que recibe directamente la información de Dios», argumentaba el matemático.

Aunque yo no creo en Dios, existe una aura alrededor de Rips que me impulsó a preguntarle: «¿No es posible que el código de la Biblia sea exactamente ese tipo de comunicación? ¿No es posible que Dios le esté hablando a usted a través del código?»

Rips excluyó la posibilidad de que él fuese un elegido, porque, de hecho, nos hablaba a todos a través del código.

«Sólo tenemos que darle al botón de ayuda», dijo Rips. Pero al margen de la modestia de Rips, no había duda de que su nombre aparecía mencionado, en un libro de tres mil años de antigüedad, como el hombre que descubriría el código.

Y es que no sólo «piedra de zafiro» al revés quería decir «Rips profetizó», sino que donde se hallaba codificada la expresión «tabla de zafiro», también aparecían cruzadas las palabras «ruso» y «él computará».

Rips había emigrado de Rusia a Israel en 1970, año en el que fue liberado como preso político gracias a una protesta internacional dirigida por el presidente de la American Mathematical Society.

La Biblia decía que «Rips» era el «ruso» que «computará» el código y en la misma porción de texto se hallaba codificada la frase «él profetizó», más la expresión cruzada «él mecanizó».

Pero, finalmente, lo que nos convenció del todo fue lo que apareció en el código de la Biblia junto a la palabra «descodificador». La buscamos en su ordenador.

Junto a «descodificador» aparecía cruzada la palabra «zafiro» y «piedra», las palabras que al revés significan «Rips profetizó». Además, la palabra «descodificador» se solapaba a «código».

Rips se quedó callado durante un momento. Examinó las palabras en su ordenador y después dijo: «Cuando uno acepta la idea de que toda la realidad está codificada, puede contemplar que en la Biblia cada uno de nosotros tenga un lugar en el código. Pero verlo directamente es mucho más impresionante que saberlo teóricamente.»

«Técnicamente, se trata de un hallazgo muy hermoso», comentó. Un comentario típico en él. Rips atendía más a la significación matemática que al hecho extraordinario de que su nombre se hallaba plasmado claramente en el código como el hombre que lo descubriría. Finalmente, el matemático concedió que intentaba mantener la humildad que requería el descubrimiento. «Yo sé que el Codificador es el Creador del universo. Por eso mi lugar en esta historia es muy humilde», decía.

Si Eliyahu Rips no era el descodificador del código de la Biblia, por lo menos estaba presente en las profecías.

Y en ese mismo momento, en su pequeño estudio de Jerusalén, le pregunté si pensaba que llegaría el día en que pudiésemos descifrar todo el código.

«No tenemos la clave —respondió Rips—. Ni usando los ordenadores más potentes del mundo podríamos resolver este misterio. Yo creo que la Tora es la palabra de Dios. Todo está contenido en ella. Pero no podemos saber por qué o con qué propósito hasta el día en que, quizá, se encuentre la clave del código.»

Rips añadió que el código de la Biblia era como un rompecabezas gigantesco del que sólo teníamos unas cuantas piezas. Dijo que quizá Dios sólo quería que viésemos una parte de su totalidad.

—El código puede escoger qué parte de sí mismo va a revelar. Puede enseñarnos una información X, pero no la Y o la Z.

—Pero el código dice que el mundo puede acabar en el año 2006
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